informe especial
Arauca: SEMANA llegó al corazón del infierno que se vive en la frontera con Venezuela
SEMANA llegó hasta las entrañas de la guerra que se libra en ese departamento, en la frontera con Venezuela. La matanza de por lo menos 27 personas en los primeros días de 2022 sembró el terror. ¿Qué es lo que está pasando? Por Angélica Barrera, enviada especial.
Con sus manos marcadas por el nailon con el que lo ataron durante 36 horas, Pedro, un joven de 20 años, hace un escalofriante relato y dice que está vivo de milagro. Es la primera vez que habla del infierno que vivió el pasado 2 de enero. Él es uno de los pocos secuestrados por el ELN al que le perdonaron la vida, en medio de la violenta disputa territorial y por el narcotráfico que azota a Arauca, en la frontera con Venezuela. Las autoridades colombianas aseguran que al menos 50 personas fueron sacadas de sus casas o fincas con la intención de ser asesinadas. Hasta ahora, ya han sido encontrados 27 cuerpos sin vida, todos con tiros de gracia. Sin embargo, en comunicados de los frentes 10 y 28 de las disidencias de las Farc, se señala que los desaparecidos ascienden a 80. Hoy Arauca es el corazón del infierno.
El 2 de enero, Pedro madrugó a las cinco de la mañana a la Horqueta, Arauca, a buscar el pago de su quincena como empacador de plátano. Ese domingo salió de su casa en pantaloneta, chanclas y sin camisa. Se subió a la moto y, justo cuando iba llegando a la finca, se encontró a varios hombres que llevaban brazaletes del ELN. Pedro sintió terror al ver que les estaban apuntando con sus armas en las cabezas a un grupo de jóvenes. “No me sorprendió, porque uno por acá ya se acostumbra a verlos. Toda la vida ha sido lo mismo”, relató a SEMANA. De repente, a Pedro lo llamaron con nombre propio y se estremeció. El consejo que más se escucha en esta región es uno solo: “Usted acá es sordo, ciego y mudo. Entre menos sepa, más vive”.
Pero a Pedro lo sentenciaron: “Se va con nosotros por sapo”. Eso le dijeron mientras lo tiraron al suelo y lo acusaron de ser el segundo al mando de una estructura de las disidencias de las Farc. El dueño de la finca y otros vecinos del sector advirtieron que se trataba de un error, pero nada frenó la orden del delincuente. A partir de ese momento, Pedro estuvo en tinieblas. Le vendaron los ojos y, bajo 35 grados de temperatura, caminó por horas, cruzó ríos, lo transportaron en motos y camionetas. Cuenta, por la zona en la que se movía, que atravesó la frontera y llegó a un campamento grande del ELN. En algún momento, dice que escuchó, entre cientos de voces y el sonido constante de fusiles y armamento, que ya estaba en Venezuela y que simultáneamente a su secuestro se estaban fraguando otros más.
“Pensé que ese día me mataban. Lloré y les rogué que no lo hicieran. Pensaba en el dolor que eso le causaría a mi abuela de 85 años”, cuenta, con un nudo en la garganta. A su mente llega el recuerdo de las fotos que circularon en redes sociales de 27 personas, entre ellas dos menores de edad, dos mujeres y cuatro ciudadanos venezolanos: todos ellos aparecieron asesinados y tirados en las orillas de las carreteras y de los ríos, en municipios como Tame, Fortul, Saravena y Arauquita. Él sabe en carne propia lo que las víctimas vivieron antes de su muerte. Pedro narra que durante el primer día no le dieron de comer. Le exigían que entregara las caletas que supuestamente tenía del frente 10 de las disidencias de las Farc. Le insistían que dichos delincuentes habían cometido el error de extorsionar a familias del ELN y que por esa razón él y muchos más iban a morir. Era la declaración de una guerra sin piedad, pero antes de segar sus vidas pedían información.
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A él lo encerraron junto con otros tres hombres. Les quitaron las vendas de los ojos por tres largas horas. Ya había pasado un día de cautiverio cuando les llevaron el primer bocado. Les dieron gallina, arroz y plátano cocinado. “Pero yo qué ganas iba a tener de comer si ese nailon me apretaba las manos cada vez que las intentaba mover”, dice Pedro. Cuenta que los otros secuestrados tenían cadenas en el cuello y las manos. Asegura que conocía a algunos de ellos, pues eran de la vereda. Se mostraban positivos, consideraban que saldrían de ahí, mientras Pedro pensaba lo peor.
“Es que estamos viviendo la misma guerra de años atrás, en la que mataban a la población civil porque sí”, asegura Pedro al intentar explicar la frustración que sentía al ver que él decía que no pertenecía a ningún grupo armado ilegal y no le creían. Sobre las cinco de la tarde del 3 de enero lo dejaron abandonado en una carretera. “Pensé que ahí me dispararían”, dice. Su temor, por fortuna, no se cumplió. Funcionarios de la Personería de Arauca llegaron a rescatarlo. Solo tres víctimas, por ahora, han contado con la misma suerte de Pedro. Entre ellos, un excombatiente de las disidencias de las Farc llamado José, quien sobrevivió, pero le aplicaron un castigo peor: entre los 27 muertos identificados están su mamá y su papá. Un primo de Pedro también fue asesinado, y ya vio que dos de sus compañeros de cautiverio fallecieron.
Caravanas de la muerte
El nuevo año ha sido una pesadilla en Arauca. Sus habitantes no habían terminado de celebrar las fiestas del 31 de diciembre cuando empezaron a ver a los pocos días caravanas de carros fúnebres. Las morgues de Fortul y Tame no daban abasto con los cuerpos sin vida que llegaban. Incluso algunas funerarias tuvieron que negar servicios. El paso para recoger cadáveres en ciertas veredas estaba vetado por los delincuentes. Arauca es un departamento atípico. No hay peajes, no hay cámaras en las vías, y ni la Policía ni la Fiscalía hacen el levantamiento de un cadáver. Esa tarea la realiza el funerario de turno. Esto tiene una explicación: a veces, en los cuerpos de las víctimas, los grupos armados ilegales dejan explosivos para atacar a la fuerza pública. De hecho, al cierre de esta edición, varios cadáveres permanecían en las plataneras, las vías terciarias e incluso en el estado de Apure, Venezuela, al otro lado del río Arauca, a merced del apetito de los animales carroñeros. Una verdadera tragedia humanitaria.
El personero de Tame, Juan Carlos Villate, asegura: “Han indicado que los supuestos cuerpos que están del otro lado son de colombianos, pero por las diferencias diplomáticas entre los países se dificulta repatriarlos”. Hasta ahora, se sabe que las víctimas no fueron asesinadas en sus lugares de origen. A varias de ellas las trasladaron con vida para matarlas en un lugar diferente, y en otros casos los cadáveres fueron abandonados en las riberas de los ríos de este departamento.
¿Quién responde? Esa es la pregunta que, con miedo, muchos se hacen en las calles araucanas. Para las autoridades, los responsables de la matanza que ha conmocionado al país son alias Arturo, cabecilla del frente 10 de las disidencias de las Farc y jefe de Antonio Medina, quien lidera las tropas del frente 28, y alias Pescado, otro disidente. Asimismo, culpan a alias Culebro y a alias Sendales, cabecillas del ELN por quienes ofrecen una recompensa de hasta 500 millones de pesos. Iván Márquez, jefe de la disidencia de la Segunda Marquetalia de las Farc, también tiene responsabilidad en la violencia de Arauca, según las investigaciones. Por esa razón, el presidente Iván Duque ordenó la llegada de 600 integrantes del Ejército a la zona para ubicarlos a ellos y someterlos a la justicia.
Razones de la disputa
Varias de las víctimas de la masacre militaban en las disidencias de las Farc. Uno de ellos era alias Fredy, quien tenía orden de captura por homicidios y secuestros extorsivos en la región. Según inteligencia, él sería quien cobraba las llamadas vacunas, incluso a los familiares de los integrantes del ELN. Eso desató una mortal rencilla entre las facciones. Sin embargo, ese no es el trasfondo de la guerra en Arauca. Detrás está la disputa por los millones de dólares del narcotráfico. Después del proceso de paz con las Farc, el ELN copó los territorios abandonados y se apropiaron de las rutas de la cocaína. De esa forma, empezaron a brindarles seguridad a narcotraficantes para garantizar el paso de los cargamentos.
Pero en 2017 las disidencias de las Farc irrumpieron y trataron de recuperar parte del negocio. De hecho, años atrás, el ELN y las Farc habían hecho un pacto de no agresión en la zona. Hombres de las disidencias de Gentil Duarte, de las Farc, buscaron al ELN para reactivar esa alianza. SEMANA tuvo acceso a un fragmento de una conversación entre cabecillas de las disidencias que así lo demuestra: “Me llegó un correo que me envían los elenos, de Pablito y Lenin, de los lados de Arauca, y quieren hablar con usted para coordinar y trabajar lo del frente nuestro por los lados de Santa Inés”. Disidencias de las Farc y del ELN han sido compinches en esta región hasta que apareció la Nueva Marquetalia, al mando de Iván Márquez, y pretendieron someter a los cabecillas del frente 10 y 28 de las Farc. Los hombres de Gentil Duarte no lo permitieron y así se inició un cruento enfrentamiento con el bloque oriental del ELN. Según el Gobierno, el régimen de Nicolás Maduro protege a integrantes de todas estas organizaciones criminales. Informantes han revelado que este apoyo es evidente con la Nueva Marquetalia y con el ELN, pero no con los frentes 10 y 28 de las disidencias de Gentil Duarte. La orden es acabar con ellos. Por eso, los ataques sin piedad a los miembros de dicha organización. El homicidio de José Noel Ortega Fandiño, alias el Cherry, del ELN, a finales de 2021, resultó ser uno de los detonantes de esta guerra.
La custodia del Coronel
En medio de la pugna que se libra en Arauca, ocurrió el secuestro y la liberación del coronel del Ejército Pedro Pérez, a manos de las disidencias de las Farc. La mujer que lo custodió durante su cautiverio decidió huir y entregarse. Hoy cuenta que, cuando escuchó lo que se avecinaba, cogió unas latas de comida y empezó a caminar por trochas que le permitieron pasar de Venezuela a Colombia. Llegó maltratada por el camino agreste, con rasguños y moretones. SEMANA conversó con ella en exclusiva. Tan pronto la joven venezolana, que llevaba casi tres años en el frente 10, arribó a Colombia, se enteró de que entre los 27 muertos estaban dos camaradas con los que ella compartió, entre ellos alias Rayo. Hoy dice que no podía contener las lágrimas al saber que los que ella veía tendidos en el piso eran los mismos que en algún momento le habían contado que tenían hijos y mamás esperándolos en la vida civil; y que, al no encontrar oportunidades de empleo, las disidencias les habían ofrecido enviarles ayudas periódicamente para que sus familias compraran alimentos a cambio de que ellos les brindaran seguridad a los cabecillas. Fue lo mismo que le pasó a ella.
También se encontró con un absurdo video en el que alias Rasguño dice que el secuestro del coronel Pérez fue una farsa orquestada entre el Gobierno de Colombia y las disidencias de las Farc, y que la misión en realidad del oficial era darles entrenamiento a los guerrilleros. “Todo eso es una farsa, yo custodié al coronel y siempre estuvo encadenado, llegó con una costilla rota, y él nunca entendió ni siquiera por qué estaba ahí”, explica la mujer. Asegura que alias Rasguño no tuvo contacto con el coronel y que se evidencia que el hombre está hablando bajo presión. “No es el tono en el que él se expresa y nunca mira la cámara, sino para un lado, y él no es así”, afirma.
Según la información que se ha filtrado del lado venezolano, Rasguño habría sido secuestrado por el ELN y no se descarta que esté entre las víctimas mortales sin identificar. Por parte de las autoridades no ha habido un pronunciamiento oficial. Todo es materia de investigación. El ELN habría ordenado asesinar a todos aquellos que representan una amenaza para su negocio, incluso a sus exmilitantes para evitar que entreguen información.
Todos buscan huir
En una pequeña iglesia del municipio de Arauquita, está Brayan, de 20 años, con su bebé de brazos. Él, junto con la mamá de la niña, se volaron de las filas del ELN tras la muerte de alias Cabullo, cabecilla de esa organización criminal. Brayan cuenta que fue reclutado cuando tenía 15 años mientras jugaba fútbol en el polideportivo de su pueblo, y lo pusieron como carne de cañón en el primer anillo de seguridad de alias el Viejo. Hoy completa un año escondiéndose, trabajando en fincas, y se salvó de morir el pasado 2 de enero. Alguien alcanzó a avisarle dos minutos antes de que llegaran los guerrilleros del ELN a sacarlo de su casa. Él y su esposa tuvieron tiempo suficiente para tirarse en un hueco que queda cerca de la iglesia. En medio de tablas, los tres pasaron un día completo sin comer y entreteniendo a la niña para que no llorara ni llamara la atención. Estuvieron en el mismo lugar dos días más, y la madre de Brayan buscó la manera de llevarles alimentos sin poder decirle a nadie que la ayudara. No sabía en quién confiar. El dueño de un camión se enteró de la situación y los ayudó a escapar de la región.
Arauca es un departamento que cuenta con poca oferta educativa. Más del 30 por ciento de la población está desempleada y son pocos los escenarios deportivos. La carcelera del coronel Pérez cuenta que, estando en las filas de las Farc, vio a varios niños que llegaban de 12 años en adelante a recibir entrenamiento militar, aunque dice que ninguno fue forzado, sino que llegaron supuestamente convencidos de que encontraban una buena oportunidad para salir adelante. Ese es un argumento que no acepta una madre que trata de hacer todo lo posible para que sus hijos no corran peligro.
SEMANA acompañó el primer corredor humanitario después de la crisis del 2 de enero. Los organizadores fueron los personeros de Tame, Fortul y Cravo Norte. La misión fue sacar a escondidas a casi diez menores, de entre 13 y 16 años, que estaban en riesgo de ser reclutados por los grupos armados ilegales. La escena era desgarradora. Al lado de cada niño había una madre con las maletas hechas, implementos de aseo y algún saco que les compraron a la carrera gracias a los préstamos de los buenos vecinos. “Es muy duro separarnos de ellos, porque solo sabemos que van para Bogotá con una ONG. Les dan posada, alimentación y estudio mientras terminan el colegio, pero no sabemos más”, dice una de las mujeres, mientras se seca las lágrimas y trata de consolar a su niña de 2 años que le pide a su hermanito que no se vaya. Él solo mira desde la ventana a medida que avanza el carro que lo aleja del calor de hogar y de las garras de los grupos delincuenciales. Es un sacrificio que hacen para evitar que se los lleven a la guerra y que los próximos muertos sean ellos.