Nación
Artesanos de Boyacá luchan para que su tradición no desaparezca
Indican que tienen dificultades para la obtención de la arcilla plástica que es la materia prima.
Con gran talento y dedicación los artesanos del municipio de Ráquira al occidente de Boyacá trabajan desde hace varias décadas la arcilla, con la cual se obtienen elementos maravillosos que son producto de la destreza manual y la imaginación de estos hombres y mujeres que terminan haciendo magia con este material, que para el resto de las personas pasaría desapercibido como simple barro.
En la vereda La Candelaria a tan solo unos metros del convento de la Orden de los Agustinos Recoletos, que es uno de los lugares más visitados de Boyacá por su belleza singular y la gran riqueza cultural e histórica que posee, se encuentra el taller de don Juan Dinael Rodríguez Ramos, quien aprendió este oficio de su señora madre hace 48 años, aunque luego aprovechó diferentes ciclos de formación universitaria para perfeccionar su técnica.
Durante su diálogo con SEMANA dijo que con el paso de los años esta noble tradición está en peligro de extinción, pues en la actualidad se utilizan los moldes para la producción de figuras con ángulos, modelos o perfiles; ya que se hace más sencillo y obviamente esto aumenta el volúmen de artículos que salen de los talleres a diferentes lugares del país, pero va dejando cada vez más en el olvido al tradicional torno de levante que permite la obtención de creaciones fantásticas a partir de un pedazo de arcilla, tal y como lo hacían sus antepasados.
A todo esto se suma la competencia y las dificultades para la obtención de la arcilla plástica, que es la materia prima para la elaboración de jarras, vasijas y todo aquello que salga del ingenio de los artesanos. Juan Dinael explica que ahora mismo se tienen muchas restricciones para su explotación, porque todo debe hacerse a través de una concesión minera y el precio se rige por lo que le deben pagar a la Corporación Autónoma Regional de Boyacá, (Corpoboyacá), que tiene como objetivo evitar la deforestación.
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“En Ráquira solo hay dos depósitos autorizados para la compra de arcilla; uno de ellos en el sector Los Tanques de la vereda Resguardo Occidente y la otra en una zona conocida como La Comunidad en la vereda Pueblo Viejo, por lo cual es cada vez más costosa la obtención del material porque a las tarifas que se cobran hay que adicionarle el valor del transporte”, manifestó.
Después de que la arcilla llega en la volqueta es necesario ablandarla dejándola durante varios días en tanques con agua y luego llevar a cabo el proceso de molido con la utilización de caballos de tracción para que quede más compacta, tal y como se hace con los trapiches para la elaboración de panela. Tras este tratamiento se pasa por un tamiz y así queda lista para ser moldeada por las manos y la imaginación del alfarero para convertirse en un artículo irrepetible.
Esta técnica que se aplica desde hace más de 35 años es ampliamente admirada y valorada por los turistas nacionales y extranjeros, pero difícilmente logran llevar las creaciones hasta sus respectivas ciudades en Colombia y otros países porque a la hora de ser almacenadas en las bodegas de los aviones no se tiene el suficiente cuidado y todo termina hecho pedazos.
Una de las quejas más comunes en la zona es que la comercialización de las artesanías se hace cada vez más difícil porque los costos del carbón o el gas para el proceso de cocción están literalmente por las nubes, por lo cual es necesario subir los precios y esto lleva a que las ventas caigan dramáticamente. Todos estos factores hacen que frecuentemente las personas no tengan más opción que cerrar definitivamente sus talleres, aunque hay algunos que mantienen convenios con empresas distribuidoras de Medellín para que sus productos lleguen hasta Cundinamarca, Tolima y Bogotá.
“Esta es una tradición muy noble y hermosa pero está en peligro de extinción porque son cada vez más los artesanos que se ven obligados a dejar sus talleres para irse a trabajar en las minas de carbón. La comercialización de los productos es demasiado compleja y con un margen de ganancia mínimo porque son los intermediarios quienes realmente se benefician”, afirmó.
Para Juan Rodríguez es triste que los entes gubernamentales no les brinden a los artesanos ninguna clase de estímulo o apoyo para que no desaparezca esta tradición, pues sí se tuvo un proyecto muy prometedor con la Unión Europea pero quedó literalmente frenado a raíz de la pandemia por COVID-19. También recuerda con nostalgia el centro artesanal que se tenía en Ráquira para respaldar su labor, el cual desapareció hace 25 años por presuntos manejos irregulares.
Tampoco se tienen muchas esperanzas en las nuevas generaciones, según manifiesta Juan, debido a que la meta para la gran mayoría de jóvenes es terminar la educación básica y partir hacia ciudades más grandes como Tunja y Bogotá. De hecho en la actualidad ni siquiera se interesan en aprender este hermoso arte, aunque sea la producción a base de moldes que es mucho más sencilla.
Todavía no es tarde para quien quiera disfrutar de estas maravillas hechas a mano que hacen parte del patrimonio cultural de Colombia, aunque cada vez el futuro es más incierto para los artesanos de la provincia del Alto Ricaurte en Boyacá con sus creaciones en Arcilla, hoja de palma, madera, fique, cagua, los dulces y la gastronomía; que si no se conservan serán solo un lejano recuerdo para municipios como Ráquira, Gachantivá, Santa Sofía, Villa de Leyva, Tinjacá, Sáchica, Arcabuco y Sutamarchán.