PERFIL
José Miguel Narváez: lo que había en la mente del asesino de Jaime Garzón
SEMANA reconstruyó el perfil psicológico que tenía la justicia del exsubdirector del DAS, condenado por la muerte del periodista. Brillante, de memoria prodigiosa, retorcido y manipulador. Así era el hombre que Carlos Castaño consideraba un dios.
Este 13 de agosto se cumplen 21 años del magnicidio de Jaime Garzón, abogado, periodista y humorista que puso al país a reflexionar sobre sus desdichas y los más delicados temas de corrupción y violencia de la época. En conmemoración a la fecha, SEMANA recuerda el perfil de quien fue condenado como determinador del homicidio agravado.
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José Miguel Narváez Martínez nació en 1959, el año de la Revolución Cubana, la que inspiró a una generación de jóvenes latinoamericanos que abanderaron ideas de izquierda durante las décadas siguientes. Pero en su cabeza esas tendencias nunca cuajaron. Durante sus años de colegio se destacó por dos cosas. Era uno de los mejores estudiantes de su promoción, aplicado, cumplidor, inteligente. Y era también el que le caminaba a los profesores, cercano al prefecto de disciplina, el encargado de llevar las listas de control de sus compañeros en un colegio tradicional bogotano donde cursó todos sus estudios, desde niño a adolescente. Mientras muchos viven la rebeldía en esos años, él era un alineado al orden, a la autoridad.
El joven José Miguel Narváez, estricto, rígido, elocuente, ya mostraba las características que lo llevaron a ser una de las cabezas de la inteligencia colombiana en uno de los momentos más violentos del país. Las mismas cualidades con las que, cuando torció el camino, conquistó a Carlos Castaño, el jefe fundador de las autodefensas, a quien le hablaba al oído, quien lo consideraba una especie de dios, según el Iguano, otro paramilitar que recibió las cátedras de Narváez, llamadas "Por qué es lícito matar comunistas".
Para afrontar el juicio por el asesinato de Jaime Garzón, frente a una contraparte como Narváez, la Fiscalía reconstruyó su vida. El ente investigador no solo fue tras sus pasos, también hizo un esfuerzo por entender lo que había en su cabeza. En los perfiles psicológicos que retrataban a Narváez, lo describen como un egocéntrico y narciso, que habla de sí mismo en tercera persona. "Es perspicaz y selectivo en la presentación de la información, para hacer énfasis en los relatos que le convienen a su defensa. Sabe qué información omitir para no contradecirse (...) Es minucioso, meticuloso y exhaustivo. Demuestra un detallado conocimiento de las pruebas allegadas al proceso".
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Luego del colegio, Narváez entró a estudiar economía y administración de empresas a la Universidad Santo Tomás. Eran épocas del estatuto de seguridad del presidente Turbay y de la proliferación de grupos guerrilleros. A Narváez, el universitario, lo seducía más el bando oficial. En 1982, entró a trabajar como jefe de personal en otro claustro de educación superior. Luego fue profesor de la Universidad de la Sabana y de la Javeriana. Así comenzó su camino laboral, que luego complementó con el curso de dos posgrados.
"La trayectoria profesional sugiere un profundo interés de Narváez por la academia y la acumulación de conocimiento, así como una excepcional capacidad para capturar y dominar información sobre otras disciplinas como la seguridad, la defensa y el derecho", diagnostica la Fiscalía. Aunque era oficial de reserva del Ejército, fue por la vía académica que llegó al mundo militar, como profesor de la Escuela Superior de Guerra, donde dirigió el curso ‘La guerra: de la política a la subversión‘.
Las investigaciones apuntan a que Narváez empezó a asesorar militares alrededor de 1994, aunque el Ejército ha dicho no tener registros al respecto. Y aunque lo han mencionado como una figura próxima al general (r) Rito Alejo del Río, él ha negado su cercanía a los mandos castrenses y se presenta como un académico nato. Incluso en su defensa a las acusasiones del asesinato de Garzón, dijo que no se le puede endilgar a un profesor universitario el conocimiento de operaciones militares.
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Pero el punto de quiebre de Narváez, el momento en que se torció su rumbo, habría tenido lugar a mediados de los noventa, cuando se habría acercado al paramilitarismo. Ese capítulo se reconstruyó a partir de los testimonios de seis jefes paramilitares, durante sus versiones como desmovilizados: El Iguano, Ernesto Báez, Don Berna, El Alemán, Salvatore Mancuso y HH. Sus testimonios han versado sobre la conversión de ese académico que era Narváez en el "profesor" -como lo llamó el mismo Carlos Castaño en una carta- de los paramilitares más temidos.
Narváez se convirtió en un visitante asiduo de la Acuarela, un centro de entrenamiento paramilitar, la 21, conocida como el cuartel general de las autodefensas, y la 35. Eran tierras en el Urabá antioqueño, en los dominios de Carlos Castaño, quien lo admiraba, quien permitía que Narváez le hablara al oído. El Iguano dijo que para el jefe de las AUC "era un dios", que lo respetaba porque lo veía como alguien influyente en las Fuerzas Armadas.
Allá, en esos predios, según el Iguano, era un "consentido", "atendido a sus anchas". Llegaba con un maletín repleto de documentos y casetes para apoyar su cátedra, la que él mismo tituló: ‘Por qué es lícito matar comunistas‘. Tuvo de estudiantes a los jefes paramilitares más sanguinarios. Incluso, para ellos, el "profesor" era un radical. Los paras lo catalogan con distintos rótulos: adoctrinador, ideólogo, instructor. Para Don Berna, era "un miembro orgánico de las AUC", al que "solo le faltaba el brazalete".
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Narváez se ganó la confianza de Castaño y empezó a influir en sus decisiones. Le llevaba listas de personas, de "enemigos de la democracia", como calificaba a los líderes de izquierda, a los profesores universitarios, a los miembros de las ONG. La intención era influir en sus asesinatos. En esas listas habrían entrado Piedad Córdoba, secuestrada por orden de Castaño en 1999, y también Jaime Garzón.
Al amanecer del 13 de agosto de ese mismo año, en el barrio Quinta Paredes, dos sicarios interceptaron la camioneta Jeep de Garzón, cuando iba para los estudios de Radionet. Le dispararon varias veces. El periodista perdió el control del vehículo y se chocó contra un poste de electricidad. Murió en el lugar del ataque. La justicia ha determinado la complicidad del Estado y los paramilitares en el asesinato ejecutado por la banda La Terraza. La inteligencia militar habría suministrado información a los criminales para matarlo.
Al parecer, el asesinato de Garzón marcó un quiebre en la relación de Castaño y Narváez. Juan Rodrigo García, el hermano del jefe paramilitar Doble 0, dijo que tres días después del crimen, habló con Narváez en una finca de Castaño. Narváez le había preguntado qué opinaba del asesinato, a lo que García dijo haber contestado "que había sido una estupidez tan grande que si yo fuera él (Narváez) jamás tendría el valor para decir que lo había ordenado".
En ese momento, Castaño y Narváez habrían cruzado miradas. Y Narváez replicó que Garzón era un guerrillero, y que se había robado la plata de un rescate enviado al ELN, lo que había generado la muerte de dos personas. HH, por su parte, dijo que Castaño aceptó varias veces que el asesinato fue un error y que lo había ordenado "porque había sido mal influenciado por un amigo militar".
Según Mancuso, Castaño tenía entonces reservas con Narváez porque le parecía muy radical. "Cree que todos son guerrilleros", decía Castaño según Mancuso. En sus últimas declaraciones, el fundador de las AUC, quien al parecer fue asesinado en 2004, habría dicho que Narváez era "lo peor de la caverna", refiriéndose a sus asesores de extrema derecha.
Narváez no solo expresaba sus ideas radicales en esas conferencias clandestinas entre criminales. De hecho, en junio de 1997, el mismo año en el que la mayoría de paramilitares dicen haber sido sus alumnos, publicó el texto "Guerra Política como concepto de guerra integral", en el tomo 2 de la revista Inteligencia Militar (ver abajo). Allí, Narváez esboza su teoría de que el Estado no había ganado la guerra contra la "subversión" porque se enfocaba en los actores armados, y no en su brazo político.
"El trabajo de la subversión desarmada ha logrado en el proceso colombiano de conflicto interno más resultados en contra del Estado como un todo, que el trabajo del ente subversivo cargado de fusiles y ametralladoras. Es aquí donde se encuentra el verdadero centro del conflicto" (...) "Sin declaratoria de guerra, sin ubicación perfecta de los delincuentes inflitrados y enmascarados entre el común de la gente, aparece en nuestro medio como un cáncer sin diagnosticar plenamente, la amenaza de la subversión política", escribió. Narváez publicaba con frecuencia. Alrededor de 17 artículos suyos ocuparon las páginas de la Revista Carta Fedegán, la publicación del gremio ganadero.
Durante el comienzo del siglo nuevo, el "profesor" se desempeñó como asesor del Ministerio de Defensa, en la cartera de Marta Lucía Ramírez. Incluso hizo parte en 2002 de la comisión de empalme del expresidente Álvaro Uribe, en la transición del Gobierno con Andrés Pastrana. Durante ese periodo, también estaba registrado como propietario de una fábrica de medias de bebés, que tuvo hasta que fue llamado a trabajar al máximo organismo de inteligencia.
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Aunque solo fue nombrado como subdirector del DAS hasta 2005, bajo la tutela del condenado Jorge Noguera, múltiples testigos del escándalo de las Chuzadas lo sindicaron como un asesor poderoso de la entidad desde mucho antes. Varios funcionarios del organismo lo señalaron como la cabeza de la creación del G3, el grupo de inteligencia que chuzaba. Dijeron además que era quien escogía los blancos del grupo, entre esos los miembros del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo. Narváez le insistía al grupo que para no dejar evidencia todas las órdenes se transmitían verbalmente, que no se podía hacer nada por escrito, dijo otro testigo.
Como directivo del DAS solo estuvo cinco meses, pues estalló el escándalo de las interceptaciones ilegales a periodistas y opositores del gobierno. Narváez se entregó en 2009 por las Chuzadas. Terminó condenado, pero su pena se cayó por vencimiento de términos. Sin embargo, no quedó en libertad porque tenía más procesos pendientes. En el caso de Garzón, se apropió en persona de su defensa, pese a no ser abogado, valiéndose, según el análisis psicológico de la Fiscalía, de su memoria prodigiosa y su elocuencia.
"Su inteligencia (...) está acompañada por una excelente memoria, que le permite suministrar datos detallados sobre personas y hechos a lo largo de su vida. No obstante, en otras ocasiones y ante preguntas concretas de la Fiscalía ha acudido a técnicas de evasión para no suministrar la información requerida", dice uno de esos informes.
Durante su defensa, aseguró que las declaraciones de los jefes paramilitares eran una venganza porque consideraban que Uribe les había incumplido lo acordado en el proceso de desmovilización. Y como Uribe lo nombró subdirector del DAS, argumentaba que lo habían escogido de "caballo de batalla". Frente a Garzón, aseguró que solo lo conocía por su trabajo en los medios y que había ido a su restaurante. Sin embargo, pese a que es un hombre de memoria prodigiosa que recordaba las mayores nimiedades del proceso, no podía decir el nombre del restaurante.
Todo su conocimiento de las estrategias de manipulación y ocultamiento no le valieron frente a la justicia, que acaba de condenarlo a 30 años de prisión por el asesinato de una de las personas más queridas por los colombianos. Narváez se convirtió en el símbolo de la más retorcida relación que llegó a tener el Estado con el paramilitarismo. Su apego al establecimiento, ese que demostró desde niño en sus años colegiales, terminó deformado en un fanatismo criminal que hoy el mismo establecimiento condena.
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