JUDICIAL

Asesinatos en Cali y Medellín: ¿qué tienen que ver los capos que volvieron de EE.UU.?

Las autoridades investigan si la reciente oleada de asesinatos en Cali y Medellín tiene que ver con el regreso al país de capos que ya cumplieron sus condenas en Estados Unidos.

19 de agosto de 2017
Estos narcotraficantes han regresado al país en los últimos años. El más reciente fue alias Perra Loca, que volvió en febrero de este año.

Agosto resultó un mes aterrador para Medellín y Cali por el estallido de una sorprendente escalada de violencia. El punto más álgido llegó con el puente festivo cuando se registraron estadísticas que se creían superadas. En la capital del Valle 11 personas murieron. Y en Medellín la cifra ascendió a 15.

Hasta hace algunos años esos números estaban ligados a vendettas sicariales conectadas con la guerra entre grandes capos del narcotráfico. Hoy algunas autoridades locales afirman que los crímenes se deben a ajustes de cuentas y guerras entre bandas dedicadas al microtráfico.

Esa explicación tiene algo de cierto, debido a los cambios que tuvo el negocio del narcotráfico en la última década. De grandes narcos que manejaban toda la cadena desde el cultivo, procesamiento, tráfico y exportación, esa actividad ilegal pasó a manos de pequeños jefes de bandas concentrados en monopolizar el expendio de alucinógenos en el mercado local. Con esa estrategia, de paso, se quitaron el fantasma de la extradición al cometer el delito solo en territorio nacional. Sin embargo, ha llamado la atención de las autoridades la sevicia que caracterizó esa reciente racha de crímenes. Algo que si bien saltó a los titulares en agosto, en realidad lleva varios meses, particularmente en el Valle.

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En lo corrido del año en esa región una docena de personas murieron asesinadas en modalidades típicas de las vendettas de la mafia. Lo decían sus despojos: cuerpos con señales de torturas atroces, desmembrados, envueltos en bolsas, escondidos en los baúles de los carros y hasta arrojados en las vías.

En el caso más reciente e impactante, el 10 de agosto apareció el cadáver de una adolescente de 16 años flotando en las aguas del río La Vieja, en Cartago, al norte del Valle. Al cuerpo de la víctima le faltaban la cabeza y las manos, que las autoridades encontraron horas después en el mismo río.

Unos días antes, el 31 de julio, aparecieron tres cadáveres envueltos en bolsas plásticas sobre la vía que une a Palmira con Cali. Las autoridades reportaron tremendos golpes en el rostro y heridas con arma blanca, por lo que presumen que fueron torturados. Tres días antes, el CTI de la Fiscalía hizo el levantamiento de otros dos cadáveres desmembrados en la carretera que conduce de Buga a Buenaventura.

De los 42 municipios del Valle en 23 se han presentado tasas de homicidios muy superiores al promedio departamental. La mayoría de esos pueblos están ubicados en el norte, una región históricamente ligada al narcotráfico y tristemente célebre por haber sido la sede del temido cartel que llevaba el nombre de esa zona.

Todos esos hechos están causando una gran preocupación en el Valle y parte del occidente del país. No solo por la violencia en sí, sino porque serían secuelas de una arremetida de viejos narcos que ya cumplieron sus condenas en Estados Unidos. A su regreso a Colombia pretenden recuperar a sangre y fuego el control del negocio del tráfico de drogas, así como el poder y los bienes que perdieron cuando estuvieron en prisión y quedaron en manos de bandas de microtráfico y de ‘oficinas’ sicariales.

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Esos ajustes no son nuevos en la mafia, y por el contrario tienden a ser cíclicos siempre que se presenta un relevo generacional en las organizaciones criminales. Lo que más llama la atención en este caso es que la extradición y la cárcel no persuadieron a esos capos de reincidir en el mundo del crimen.

Por eso, los organismos de seguridad volvieron a desempolvar carpetas de temidos personajes cuyos alias hicieron historia: desde Rasguño, pasando por el Químico, Guacamayo, el Negro Asprilla, Tornillo, Cejas, RQ y hasta el Mocho Henao integran esa lista que preocupa a las autoridades.

En los últimos tres años una veintena de mafiosos extraditados a Estados Unidos terminaron de purgar sus penas y algunos de ellos regresaron al país. La mayoría integraban el extinto cartel del Norte del Valle y no tardaron mucho en volver a delinquir, tal como sucedió con Carlos José Robayo, alias Guacamayo. Luego de pasar seis años tras las rejas en Estados Unidos retornó en 2011, y dos años después la Policía lo capturó, acusado de seis asesinatos, concierto para delinquir, tortura y porte ilegal de armas.

Este capo se unió a otros curtidos narcos como Chicho Urdinola y Martín Bala y lideraron el rearme de los Machos (mercenarios del capo Diego Montoya preso en Estados Unidos). Y aliados con el Clan del Golfo intentaron recuperar el terreno perdido frente a sus archienemigos, los Rastrojos. Pipe Montoya, uno de los hombres más peligrosos y cercanos del grupo de su tío Don Diego, también regresó hace pocos años tras purgar su condena.

En Buenaventura, ciudad portuaria que ha sido escenario de la cruenta guerra mafiosa entre el Clan del Golfo y otras estructuras, las agencias de inteligencia sospechan que detrás de varios de los asesinatos estaría un antiguo narco: Jorge Eliécer Asprilla Perea, alias el Negro Asprilla. Este, capturado y extraditado en 2000, recuperó su libertad en 2013.

Otro reencauche, en cuerpo ajeno, está en la mira de las autoridades: el de Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño, exjefe del temido cartel del Norte del Valle. Si bien sigue en Estados Unidos purgando una condena de más de 20 años, varios de sus lugartenientes y testaferros ya regresaron a Colombia.

Los primeros en retornar en 2011 fueron Aldemar Rendón, alias Mechas, y Dávinson Gómez Ocampo, pero este último cayó asesinado en junio de 2015 en una discoteca de Cartago, cuando celebraba su cumpleaños. En esa camada también se menciona a alias Tornillo y Cejas, quienes cierran el círculo de confianza de Rasguño. Y ahora suena con mucha fuerza que Jhon Eidelber Cano, alias Jhonny Cano, estaría ‘pidiendo pista’ para volver a Colombia y recuperar bienes de la organización.

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Las autoridades antinarcóticos también tienen claro quién es el autor de la violencia que sufrió Buga. Se trata de alias Waltercito, sobrino del capo Ramón Quintero Sanclemente, alias RQ, capturado en Ecuador y, extraditado a Estados Unidos en 2010. Allí recibió una sentencia a 17 años de cárcel y gracias a rebajas y acuerdos, está a punto salir. Ante la próxima excarcelación de su tío, Waltercito ordenó una serie de asesinatos de algunos rivales para ambientar y ‘limpiar el terreno’ ante la llegada de su familiar.

Si bien ese es parte del escenario en el occidente del país, en Medellín no pocas voces de autoridades y del propio mundo de la mafia asocian algunos de los asesinatos con el regreso de Héctor Restrepo, alias Perra Loca, en el país desde febrero pasado tras pasar cinco años en una cárcel de Estados Unidos. Las agencias antidrogas lo consideran uno de los llamados narcos pura sangre y en su prontuario está haber sido uno de los hombres de confianza del jefe de las AUC, Vicente Castaño, e integrar organizaciones criminales como la temida Oficina de Envigado.

Perra Loca tendría el propósito de recuperar bienes y costosos terrenos que sus rivales le quitaron mientras estuvo tras las rejas. Para ello acudiría a viejos aliados y subalternos de la Oficina como el temido alias Tom, el narco por quien Estados Unidos ofrece una recompensa de 1 millón de dólares, y quien domina el 70 por ciento de las actividades criminales en el Valle de Aburrá.

Según las cifras de la Secretaría de Seguridad de Medellín, del total de los asesinatos perpetrados este año en la capital antioqueña, el 25 por ciento sucedió por problemas de convivencia, intolerancia y violencia intrafamiliar. Otro 20 por ciento por hechos aislados sin que las autoridades hayan determinado sus causas. Y el 55 por ciento corresponde a la lucha entre estructuras delincuenciales, muchas ligadas con Perra Loca.

Esa nueva realidad mafiosa desconcierta y preocupa a las autoridades. No es para menos. Cuando creían enfrentar el reto planteado por la considerada quinta generación de narcotraficantes, ahora resulta que los viejos capos se estarían reencauchando. Temen que el nivel de violencia, como ocurrió a comienzos de este mes en Valle y Antioquia, aumente en esa confrontación entre antiguos narcos, muy violentos, y los nuevos capos, aún más sanguinarios.