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Así eran las visitas de Piedad Córdoba a su finca en los Llanos Orientales. Tejo, baile y aguardiente no podían faltar
Sus amigos dicen no entender cómo terminó con una finca, pues odiaba los mosquitos y le gustaba vivir bien con todas las comodidades. Sin embargo, en su hacienda se mezclaba con los habitantes y era la persona más reconocida de la vereda.
La finca Ari Ari en la vereda La Tigrera de Puerto Lleras, Meta, se convirtió en un refugio para la polémica exsenadora Piedad Córdoba, quien pasó allí gran parte de sus últimos 12 años de vida. Además de iniciar la construcción de un proyecto de agroturismo que no llegó a completar, su presencia en la zona la convirtió en una figura destacada. No solo intentaba atraer visitantes a una región del país que no suele recibir turistas, sino que también generaba empleo y se integraba con la comunidad local durante su estancia allí.
Según le narraron a SEMANA varios moradores de La Tigrera, Córdoba frecuentaba las canchas de tejo de la vereda. Y en medio de sus jugadas pedía aguardiente para los asistentes. Todos, hombres, mujeres y ancianos, clasificaban. Bailaba salsa, pedía música y la complacían. Sus escoltas no la dejaban sola, pero siempre tenían cierta dosis de tranquilidad. En la zona mandaban las Farc, un grupo armado que ella conocía como la palma de su mano.
A la exsenadora la recuerdan por repartir licor y por salir, en más de una oportunidad, pasada de tragos del establecimiento de tejo, a orillas de la carretera. Una vez, la sacaron casi alzada de la taberna, recuerda entre risas uno de los pobladores de La Tigrera. Ella siempre exigía Aguardiente Antioqueño.
Ari Ari tiene 144 hectáreas y está ubicada a dos horas desde Villavicencio. Allí el plan de Córdoba, además de criar animales y sembrar algunos cultivos, era montar un hotel y construir una piscina, pero el tiempo no le alcanzó. Lo primero fue asegurar la entrada, pues no había carretera, su idea era pavimentar el camino a la finca, sin embargo, mientras llegaba a ese punto arrendaba por horas el servicio de retroexcavadoras para que alisaran temporalmente la ruta por donde ella ingresaba con sus cuatro camionetas blindadas y escoltada hasta los dientes los fines de semana, cuando se encerraba en su finca y recibía comensales. Todos con vehículos de alta gama y vidrios polarizados, relata la comunidad.
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Piedad –dicen los vecinos– falleció con la ilusión de inaugurar su establecimiento al público. Ni siquiera alcanzó a obtener el registro único de turismo que le permitiría operar. En Facebook lo promocionaban desde 2020 como “el secreto mejor guardado del Meta (...). La verdadera y mejor opción de descanso agroecológico”. Anunciaban que pronto abrirían sus puertas. No obstante, eso ya no ocurrirá.
La finca, financiada principalmente por la senadora de izquierda, tiene gallinas –produce huevos, que se venden en la vereda La Unión, de Puerto Lleras, y en el casco urbano de ese municipio–, marranos, pavos reales, caballos –uno de los atractivos de Piedad antes de postrarse en una silla de ruedas– y vacas de razas brahman y holstein.
Pese a que Córdoba no pudo terminar su proyecto, sí alcanzó a terminar la casa principal de Ari Ari, pavimentó vías internas de la hacienda y los inauguró por lo alto. Para eso trasladó gente de Bogotá, Villavicencio y Puerto Lleras al evento. Fue privado, pero invitó a los trabajadores y a los moradores de La Tigrera y los mezcló con algunas personalidades del país. Una novilla y un cerdo terminaron sacrificados para alimentar a los invitados.
Piedad acostumbró a sus amigos a sus excéntricas faenas de comida y bebida, sin embargo, ellos dicen no entender cómo ella terminó en La Tigrera, dedicando gran parte de sus últimos años a la sabana llanera.
“Odiaba las fincas, los mosquitos, le gustaba vivir bien. Era una mujer de buena vida, con aire acondicionado. De hecho, estuvo más del 40 % de su vida en un carro blindado, en buenos restaurantes, todo se lo hacían. Ella jamás fue de fincas”, le contó a SEMANA uno de sus más cercanos amigos.
La casa principal de Ari Ari tiene un techo cubierto en madera fina, las puertas cuentan con diseño y los cuadros ornamentales guardan el toque afrocolombiano: figuras de mujeres negras adornadas con colores. Los pisos tienen estilo propio. Los cuartos, cada uno identificado con los nombres de los municipios del Meta, están dotados de aires acondicionados, camas Luis XV, candelabros y lavamanos pintados con figuras del Llano, como coloridas guacamayas.