Informe Especial
Así es vivir con sed en algunas regiones de Colombia
En agosto se celebró la semana mundial del agua. Una fecha para tomar conciencia, ya que muchos no pueden tomar el preciado líquido. SEMANA viajó a Uribia, La Guajira, donde encontró entre tantas comunidades escasas de agua una en particular en la que cerca de 10.000 habitantes, la mayoría niños de 0 a 11 años, no saben qué es tener agua en sus hogares.
“Tengo sed”, dice Leidy, una niña wayúu de cinco años que camina en medio del desierto cargando en su espalda a su hermanita de 2. Tiene los labios resecos, en ellos se ven los rastros de la arena que recoge a cada paso. Contrastan con su piel trigueña. En su mano lleva una moneda de quinientos pesos con la que va a comprar dos plátanos, lo que su mamá les dará de comer a ellas y sus otros tres hermanos. Serán freídos. Es más fácil conseguir aceite que agua en la Invasión La Esperanza, ubicada en el antiguo aeropuerto de Uribia, La Guajira.
Humberto, el dueño de la tienda, se compadece de la pequeña, le da una bolsa de agua de 300 mililitros y la niña le sonríe mientras se saborea. Sorprende lo que hace después, destapa la bolsa y en lugar de beberla, primero le moja los labios a la bebé, luego sí toma un sorbo y guarda el resto para que sus hermanos que la esperan en casa alcancen a saborear el líquido vital.
Esta es la realidad de los 1.712 hogares que llegaron a ocupar este asentamiento que tiene un área de 104 hectáreas áridas. En total viven 9.304 personas, de las cuales el 36.61 % son niños como Leidy que están entre los cero y once años de edad. Es la mayoría de la población y no saben qué es abrir un grifo, o qué es bañarse en una ducha; cuando cuentan con suerte, logran hacerlo a “totumadas”, pocas veces a la semana.
El 13.65 % de la población es de menores entre los 12 y los 17 años. Los adultos entre las edades de los 18 y 30 son quienes trabajan de manera informal en Uribia, ellos son en su mayoría los que reúnen dinero para comprar garrafas de agua. Por cada una pagan 12.000 pesos y les puede durar dos días. Estas llegan en carrotanques de vez en cuando y no alcanza para todos.
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“Llevo más de una hora haciendo fila y cuando llego al carrotanque por fin, me dicen que ya no hay agua, que no alcanzó y quién sabe cuánto vuelvan”, dice Jaisiño Morales con algo de ira, pero a la vez resignado. De inmediato cogió su bicicleta, cargó dos galones vacíos, ató uno adelante y otro atrás. Pedaleó durante 40 minutos hasta llegar al jagüey más cercano, un pozo de agua de donde la extraen los lugareños. Pero cuando llegó, ya era tarde, no quedaba agua. Una vez más tuvo que devolverse con sus recipientes vacíos. No podía llegar sin el líquido básico, ya no había cómo cocinar en su casa, así que cambió de ruta, fue a la manguera -así le llaman al lugar que con una motobomba que extrae agua del mar-. Sí, es agua salada. La misma que genera daño estomacal, pero es la única opción que tiene para alimentar a su familia y a sus mascotas, lavar la ropa y la loza.
Las primeras en recibirlo con alegría son Carmen, La China, La Negrita, y La Mochita, cuatro perritas que también están sedientas. Morales comparte un poco de agua con Ignacio y su esposa, dos adultos mayores que viven en el rancho del lado. La población mayor de los 60 años es solo el 3.64 % , pero son ellos en su sabiduría los que han enseñado a la comunidad a aprovechar lo más que se pueda el agua. “Cuando se bañen, mentasen en una ponchera, para que el agua no se desperdicie, y la que recojan utilícela en el baño o para enjabonar la ropa”, dicen los ancianos.
Por panoramas como estos es que se celebra la Semana Mundial del Agua, que se realiza anualmente en Estocolmo, Suecia, y por motivos de la pandemia este 2021 se adelantó de manera virtual con un enfoque claro: “Construyendo resiliencia más rápidamente”.
Allí se escucharon a expertos, profesionales, responsables de la toma de decisiones, innovadores empresariales y gubernamentales que pretender ayudar a mitigar las afectaciones. Incluso el Banco de Desarrollo de América Latina puso especial atención en la búsqueda de estrategias para enfrentar y reducir los riesgos que trae el cambio climático con sequías e inundaciones, que afectan de manera directa a los recursos hídricos.
Estudios internacionales recientes advierten que grandes ciudades en 2050 podrían afrontar escasez de agua potable en la zona urbana debido al crecimiento de la población y el cambio climático, entre ellas: Delhi (India), Shanghái (China), Ciudad de México (México), Sao Paulo (Brasil), Mumbai (India), Cairo (Egipto), Beijing (China), New York (Estados Unidos), Dhaka (Bangladesh), Karachi (Pakistán), Estambul (Turquía), Manila (Filipinas), Los Ángeles (Estados Unidos), Moscú (Rusia), Lima (Perú), entre otros.
El alcalde de Uribia, Bonifacio Henríquez Palmar, dice que no es necesario esperar tanto tiempo ni viajar tan lejos para saber cómo será esa carestía. Él ha vivido en carne propia la necesidad que está pasado su gente, este es un municipio que históricamente ha vivido con sed y hambre. “Yo soy wayuú y crecí en las rancherías, sé lo cruel e inhumano que pude llegar a ser que un niño tenga sed y no tener qué darle para calmar su necesidad”, dijo a SEMANA el líder político, quien asegura que con plata de regalías está construyendo dos acueductos en la Alta Guajira con los que piensa llenar 60 carro tanques al día y surtir de agua a algunas familias, pero es consiente que esa cantidad es insuficiente y más en la actualidad que están llegando migrantes y retornados indígenas provenientes de Venezuela, como los que habitan en la invasión La Esperanza, donde viven Leydi, Jaisiño, Ignacio y otros más.
El 94.69 % de las personas caracterizadas en esa comunidad se reconocen como indígenas, la mayoría wayuú. Pero también hay población Yukpas, Barí, Añu y Japreria, quienes han migrado del norte de Venezuela hasta Colombia. Ahí llegaron a formar sus propias rancherías. Son habitaciones de madera cubiertas con plástico o tejas recicladas, en un espacio de 2 por 3 metros aproximadamente viven hasta 8 personas. No hay camas sino hamacas. Frente a sus casas chamizos de plantas que, en lugar de frutos, están cubiertos de bolsas de plásticos que se enredan en sus ramas.
Henríquez dice que por más que ha intentado brindarles condiciones dignas a estas cerca de 10.000 personas no ha podido, ha pedido ayuda del gobierno nacional sin respuestas concretas. Sin embargo, un organismo internacional hizo presencia en el asentamiento la Esperanza, se trata del Programa Respuesta de Emergencia en Colombia -ERIC, de USAID y ACDI/VOCA. Son los únicos que se han tomado la tarea de ir hogar por hogar e identificar sus necesidades básicas. Les llevaron filtros de agua para que puedan retirar las impurezas y puedan consumirla.
Desde que hicieron presencia han distribuido 18 carrotanques de agua, beneficiando a 1.921 personas en 530 hogares con un promedio de 339,62 litros por hogar. Pero en realidad eso es insuficiente, porque también les están enseñando a las comunidades a cultivar sus propios alimentos y a engordar pollitos que le servirán a futuro como proteína en pro de una alimentación balanceada.
El piloto ha funcionado, Morales ya cultivó sus primeras acelgas, rábanos, sandias, pero para que el proyecto funcione con estabilidad es necesario construir unos pozos de agua, para tener flujo constante y cambiar el estilo de vida de estas comunidades. La inversión de un pozo es bastante costosa, pero ACDI/VOCA está dispuesta a asumirla. Sin embargo, ha encontrado peros en el permiso para poder edificarlo. El terreno que estaba abandonado pertenece al Ministerio de Defensa y aunque, según el alcalde, tienen voluntad de donarlo al municipio para que empiece su intervención, por temas burocráticos no ha sido posible. El problema es que entre más tiempo pasa el Ministerio de Defensa en realizar este aporte, más difícil es entender para Leydi y sus vecinitos el dicho popular: “un vaso de agua no se le niega a nadie”.