Historia
Así murió Kael, el perro héroe de antinarcóticos
El patrullero Luis Rico cuenta los últimos minutos que vivió junto a su fiel amigo Kael, que ofrendó su vida por salvar la de su amigo y la del resto de pelotón. “Yo perdí un amigo, un compañero de vida”, dijo Rico.
En Tarazá, Antioquia, los cultivos ilícitos en el año 2018 ocupaban miles de hectáreas, según las autoridades más de 3.720. El trabajo de los uniformados antinarcóticos es erradicarlas. Para eso cuentan con policías preparados entre los que hay perros que trabajan en campo.
El 16 de octubre de ese año. El patrullero Luis Rico y su compañero Kael, un labrador de 3 años, salieron a patrullar por la zona con el fin de identificar si los grupos al margen de la ley habían dejado minas antipersonales cerca a los cultivos de coca. Una labor que buscaba alertar a la tropa y evitar una tragedia.
Luego de caminar durante cinco horas entre la maraña, a eso de las once de la mañana, sonó el radioteléfono. Angustiado, uno de sus compañeros, perteneciente a otro pelotón, daba la noticia de que un uniformado había pisado un campo minado. “Los nervios se alteran”, recuerda Rico, y más aún cuando uno escucha la orden de su comandante: “Alístense a tomar medidas de seguridad”.
Tenían que regresar a la base de la patrulla, pero era responsabilidad de Kael y Rico que sus compañeros llegaran con vida y no pisaran algún artefacto explosivo. Kael emprendió el camino adelante. Tras un kilómetro de recorrido, aproximadamente, Rico ve al “perro dando vueltas en círculo”. Él dice que cuando volteó a mirarlo para saber qué pasaba, el tiempo se detuvo. En cámara lenta vio su mirada tierna y el momento en que Kael se sentaba. Fue el momento de la fuerte explosión.
“Cuando el perrito se sentó, el único tiempo que tuve fue para voltearme de lado porque nos activaron un explosivo de manera controlada. Yo quedé inconsciente. Decía dentro de mí: Dios mío, qué sueño tan maluco. Cuando volví a reaccionar solo sentía el olor a pólvora, un pitido de los oídos horrible. Me pasaba la lengua por los labios y los tenía llenos de bombas, como cuando no le dan fuegos”, narra Rico con su piel erizada.
Cada segundo de ese trágico instante lo tiene presente, no sentía las piernas. Solo escuchaba en el fondo el llanto de Kael. “Mi perrito estaba llorando, hubo un momento en el que pude abrir los ojos y medio moverme, en ese instante lo vi, estaba ahí, a mi lado, cuando vio que me pude mover, se calmó”.
Recuerda que llegaron enfermeros de guerra, lo subieron a un helicóptero y tanto él como su fiel compañero estaban luchando por seguir viviendo. “A mi perrito le pusieron un apósito abdominal para controlar la hemorragia. A mí me colocaron oxígeno. Llegamos a la clínica de Montería y nos separamos”. A Kael lo llevaron para que lo atendiera de urgencia un cirujano veterinario, estaba muy grave.
El patrullero Rico, por su parte, se dio cuenta que no había perdido ninguna extremidad. “Dije: Dios mío, estoy completo, gracias a Dios”. Postrado en la camilla quería saber qué había pasado con su fiel amigo: “Empecé a preguntar por él todo el tiempo. Yo preguntaba: ‘Mi perro, mi perro. ¿Dónde está?, ¿Cómo está?’. Pero nadie me daba razón de mi perrito”. Cuenta que 24 horas después un enfermero canino llegó a su habitación a decirle que Kael había fallecido.
“Empecé a llorar, porque gracias a él yo estoy acá. Estoy completo, me puedo valer por mí mismo. Si no fuera por él, créame que yo no estaría contando esta historia.”, contó Rico frente al celular, en el que aún conserva las fotografías de su amigo. Aquel que entregó su vida para salvarlo. “Yo no perdí a un amigo, yo perdí a un compañero de vida”, dijo en la entrevista concedida a SEMANA.