REPORTAJE
Así se vive la protesta desde una tanqueta del Esmad
SEMANA acompañó, dentro de uno de estos vehículos y durante un día, al escuadrón móvil antidisturbios. Detrás de la figura de robocop que se suele ver desde afuera hay jóvenes de carne y hueso que ponen una alta cuota de sacrificio. Así trabajan.
Es la una de la mañana del 27 de mayo. En los barrios cercanos al Portal de las Américas, en Bogotá, se vive una verdadera batalla campal. Las imágenes llevan horas dando vueltas en las redes sociales. Piedras, papas bomba y gases se ven lanzados de un lado a otro. En el interior de la tanqueta del Esmad, sin embargo, todo se ve y se siente diferente. Por fuera, esos carros blindados con 14 toneladas de peso parecen indestructibles. Por dentro, la sensación es otra. La temperatura es sofocante (alcanza los 30 grados cuando afuera puede estar a menos de 10) y el sentimiento de encierro es total. El espacio es reducido: no más de 2 metros de ancho por 6 de largo, y se comparte entre varios.
SEMANA estuvo allí adentro, durante ocho horas, para narrar cómo se ven los excesos de la protesta desde los ojos de los jóvenes del escuadrón antidisturbios. Por lo general, en una tanqueta del Esmad van mínimo dos uniformados. Uno conduce y el otro administra el uso del dispositivo que lanza granadas aturdidoras, gases lacrimógenos y agua a presión para dispersar a los manifestantes cuando la marcha pacífica se transforma al vandalismo.
Una vez los miembros del Esmad ingresan al vehículo, su tiempo entra en un limbo, pues deben estar dentro de él lo que duren los disturbios. Por eso, el olor a gas y a humo se mezcla con el aroma de empanadas o cualquier merienda que engañe el hambre en esas largas jornadas. Ellos llevan los refrigerios de decenas de uniformados que están en la calle luchando, hasta 16 horas continuas. El búnker móvil solo se abre cuando esté en un lugar seguro para abastecer, pero el encierro puede durar ocho horas o más, y nadie se puede bajar mientras esté en uso.
Las manos del patrullero López están firmes sobre el volante. Afuera, más de 1.000 jóvenes arrojan bombas molotov que salen sin aviso por detrás de los escudos improvisados hechos con señales de tránsito o bloques de sillas de metal hurtadas de los SuperCade vandalizados. El escuadrón del Esmad suele encontrarse así con lo que se denomina la primera línea: hombres y mujeres encapuchados cuya misión y entrenamiento es enfrentar a la autoridad en las manifestaciones.
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López apenas ve este mar de muchachos, casi de su edad, desde el vidrio frontal, que, a la altura de su cabeza, aún guarda la huella del impacto de un proyectil que les dispararon hace poco. A ese mismo vidrio llega la molesta luz verde de los láser que se volvieron tan populares desde las protestas en Chile. Mientras tanto, alguien que está viendo la situación con un dron desde el aire le va dando instrucciones. Dentro de la tanqueta, la realidad es que no hay ninguna sensación de seguridad, sino de angustia. Afuera, están cerca de 30 compañeros policías recibiendo ataques, insultos y golpes. Todos cargan un uniforme que pesa más o menos 24 kilos.
La patrullera Adriana tiene 34 años y muchas veces evita explicarles a sus hijas, de 8 y 4, los morados y las heridas con las que llega en su cuerpo tras una jornada de trabajo. “Sé que mis niñas me necesitan y son las que me dan la fuerza para trabajar por un mejor país”, le dice a SEMANA. Ella es una de las 166 mujeres que forman parte de las filas del Esmad. En total hay 4.755 uniformados en Colombia.
Adriana cuenta que ha vivido un duro y completo entrenamiento para poder aguantar la calle. Y que por eso los agravios no la afectan mentalmente. “Eso que dicen de que los que estudian no son policías es mentira; yo soy profesional”, afirma con orgullo. Ella es profesora de educación física. En total, 167 profesionales están ocultos detrás de la armadura negra.
La patrullera Camila tiene 21 años, juega fútbol, es la arquera que todos los equipos se piden tener. Por eso, siente que tiene habilidad en el Esmad como escudera. Sus reflejos repelen cada piedra que lanzan del otro lado de la barricada. Pero a diferencia del fútbol, aquí se sabe que los goles hieren y pueden incluso matar. A un amigo suyo, Juan, le cayó uno de los artefactos explosivos en un pie. El joven cuenta que mientras le prestaron primeros auxilios, él solo pensaba en su mamá, María, que siempre le da la bendición y le dice que espera que vuelva sano y salvo. En este mes de protestas son muchos los que han salido heridos.
Al patrullero Rodríguez, cinco noches atrás, 20 manifestantes lo rodearon y lo agredieron con una varilla en la pierna. “Pensé que hasta ahí llegaba; no tenía cómo defenderme”, comenta. Al final, un compañero lo salvó. De acuerdo con los datos oficiales, a la fecha, 1.049 policías han salido heridos en las manifestaciones. La alcaldesa Claudia López dijo que en Bogotá, la cifra de policías heridos (380) es superior a la de los civiles (361), según el consolidado hasta el 27 de mayo. En otras regiones del país se han conocido noticias de tortura, secuestro y homicidio contra uniformados en el marco de las protestas.
El Esmad ha estado en la primera línea de la controversia en medio del paro nacional. Un informe de la Defensoría del Pueblo da cuenta de 239 reportes de vulneraciones a los derechos humanos durante las movilizaciones en Colombia. De estos, 174 serían, presuntamente, responsabilidad de la Policía Nacional. Así mismo, la entidad reporta 43 homicidios cometidos. La Fiscalía señala que 18 corresponden a hechos sucedidos en las protestas: 16 en contra de civiles y el deceso de dos policías. Durante el paro, muchas voces de la oposición y el mismo Comité del Paro han pedido desde acabar con esa institución hasta limitar su actuación en la manifestación.
Los miembros del Esmad son conscientes del rechazo que su trabajo provoca en un sector del país. También de que tienen un oficio riesgoso y poco agradecido. No le suelen contar a nadie lo que hacen. La escena de sus compañeros que tras ser identificados fueron golpeados, amarrados y retenidos los aterró a todos. La Policía y el Ministerio de Defensa anunciaron que denunciarán por secuestro y tortura a los responsables.
A pesar de que la gente los ve como unos robocops, la verdad es que detrás de esos uniformes, aparentemente impenetrables, hay jóvenes de carne y hueso que suelen hacer una oración antes de salir a la calle. “Que la sangre de Cristo nos proteja”, dicen. “Nuestras armas intimidan, pero no son letales; en cambio lo que nos mandan del otro lado sí nos puede matar”, afirma uno de ellos. El patrullero advierte que se siente en desventaja frente a los manifestantes que a veces atacan a matar. A ellos, explica, funcionarios del Ministerio Público y de la Defensoría del Pueblo les revisan los elementos que portan para verificar que no tengan nada que genere riesgo para la comunidad.
Lo que pasa en la noche el Portal Américas parece un déjà vu de lo que son todos los días las protestas. Comienzan pacíficas y en un par de horas terminan por incendiarse. Al comienzo, los uniformados que no tienen armadura son los primeros que empiezan a recibir golpes e insultos. Esa noche, desde los radioteléfonos, se escuchaba la voz de los comandantes que decían “resistan, resistan, aún no enviemos el Esmad”.
Las decisiones las toman desde el Puesto de Mando Unificado (PMU), donde delegados de las alcaldías autorizan a los policías intervenir y despejar vías. Ellos no pueden tomar esa determinación por cuenta propia. “Ayuda, manden una ambulancia; uno de los verdes acaba de resultar herido de una pierna”, se oye en el radioteléfono. “Esmad, entre, entre”, alguien contesta. En ese instante se amplifica en un megáfono: “Somos el escuadrón antidisturbios, lo que hacen son conductas en contra de la ley; si no cesan, tendremos que hacer uso de la fuerza”, e inicia un conteo del 10 al 1 que suele pasar desapercibido en medio de la euforia del momento.
Lo que viene después son los gases, el sonido de las aturdidoras y las capturas. Se ve cómo algunos manifestantes sueltan las rocas y sacan el celular para grabar mientras gritan “son unos cerdos, asesinos”. Tanto los protestantes como el Esmad transmiten en vivo en redes sociales para narrar lo que viven.La calle termina convertida en un campo de batalla.
El fuego se levanta sobre el asfalto porque antes de que llegara la policía, los manifestantes le habían echado gasolina al piso. Así, cuando ellos se ubican, solo es tirar un elemento explosivo para herirlos. La tanqueta del Esmad pasa horas disparando gases, aturdidoras y chorros de agua con alta presión para despejar el lugar. Cuando todo se calma, después de varias horas, otra tanqueta llega a abastecerlos de comida. Todo se ha acabado por este día.
El patrullero Arévalo, un joven que mide más de 1,8 metros y tiene 24 años, saca el celular y hace una videollamada. Su mamá contesta emocionada y comienza a orar por él y con él. “Dispersa a los soberbios de corazón”, dice uno de los fragmentos de la oración que reza la mujer, quien da gracias a Dios porque su hijo vuelve otra noche a casa.