CÁRCELES
Así es la vida, y el infierno, en la cárcel Modelo de Bogotá
Aunque la cárcel Modelo tiene una capacidad para 2.907 personas, cerca de 8.000 sobreviven en sus patios, entre droga, miseria, violencia y abandono. Actualmente, el 48% de los reclusos están ubicados y el 52% buscan un espacio dónde vivir.
La puerta central se abre con violencia. Dos motos custodian un bus del Inpec que lleva cerca de 50 hombres. Los que van de pie están esposados a la barra superior del móvil, los que viajan sentados miran desorientados por la ventana. Parecen animales asustados que presienten un amargo fin. Todos, con ropas pobres y sucias van en camino al Centro de Servicio de Juzgados de Paloquemao, al suroriente de la ciudad, donde definirán su situación judicial.
En la Modelo, tres rejas de seguridad y un par de sellos conllevan a diario a abogados, visitantes y funcionarios al control central. Los vidrios de protección dejan al descubierto los rastros de unas cuantas balas, marcas de un tiempo no muy lejano donde grupos al margen de la ley se enfrentaban con la guardia para legitimar su poder. Resulta imposible no comparar la organización de la cárcel con la de la ciudad: al sur, salen a flote las necesidades y el desamparo. Al norte, un mejor lugar para vivir.
En el penal, el ala sur se compone de los patios 3, 3A, 4 y 5 donde conviven delincuentes comunes y violadores en las más precarias condiciones. En el ala norte, en los patios 1A, 1B, 2A, 2B, Nuevo Milenio y Alta Seguridad están ubicados los narcotraficantes, paramilitares, autodefensas e internos de cuidados especiales que sobreviven entre colchonetas, espumas y, a veces, drogas.
Los del norte no conocen a los del sur. A los del sur no les importan los del norte. Sin embargo, tanto los unos como los otros tienen un notable número de sindicados que, bajo esa categoría, son los que más sufren las penurias de la mazmorra.
A sus 23 años, Víctor fue retenido y trasladado a la cárcel Modelo por una denuncia que Alejandro, su cuñado, interpuso en su contra. El 13 de enero de 2012, cuando llegó a su casa, ubicada al sur de la ciudad, luego de trabajar 11 horas, se dio cuenta de que Alejandro golpeaba sin escrúpulos a su hermana María, a tal punto de dejarla inconsciente. Sin pensarlo dos veces, Víctor sacó un puñal. “Cuando vi que ese man le pegaba a mi hermana, de 16 años, no aguanté las ganas de darle su sustico. Por su culpa, ella estuvo 90 días en el hospital y nunca más pudo volver a respirar por sí sola. Todo el tiempo usa una manguera especial que le da vida”.
El recuerdo de ese episodio doloroso hace que Víctor se llene de rabia y de lágrimas. Sin tener con qué secarse y sonarse, pasa sus manos por la cara y después de calmarse prefiere ir a caminar.
Durante unos minutos acaricia sus muñecas y pide salir a un pequeño huerto que está al costado. Afuera, respirando la fragancia putrefacta del desagüe, en compañía del sonido de unos cuantos tambores Víctor suspira y dice: ¿Usted sabía que solo los condenados tienen derecho a hacer música, a cortar el pasto, a sembrar verduras? Personas como yo no tenemos derecho a nada. ¿Por qué? Porque yo solo llevo 3 meses y 10 días aquí. Los sindicados solo tenemos derecho a respirar y punto.
En los pabellones del patio 1A pulula gente. El suelo, las celdas, los baños y hasta los mismos barrotes sirven para amarrar colchonetas o frazadas como un recurso desesperado para conciliar el sueño, aunque sea por unas pocas horas. Al llegar al patio, Víctor señala el lugar donde duerme: una esquina mojada e inestable, no mayor a un metro. Al igual que él, diez internos más ocupan la fila de cemento.
Solo los paramilitares, narcotraficantes y delincuentes de cuello blanco, pueden pagar alrededor de 2 millones de pesos por celda, pero Víctor no lo sabe. Nunca lo ha preguntado porque en sus bolsillos no hay más que vacío.
Sin importar que llueva y haga frío, Víctor y sus compañeros de pasillo soportan desde las seis de la tarde las inclemencias de la noche. Con el tiempo, él como los demás, se acostumbró al desaseo de unos cuantos, a sus enfermedades y a sus pesadillas. Su única forma de librarse del hacinamiento que lo ahoga es ver televisión. En medio de novelas y noticieros se le pasa el tiempo, el día y la vida.
De domingo a domingo se levanta a las cinco de la mañana, hace fila en las dos únicas duchas que hay en su patio y luego espera unas tres horas para el desayuno. Lo que sigue es tiempo perdido.
En el tiempo que ha permanecido en la cárcel solo ha logrado relacionarse con un interno al que le dicen El Costeñito, un hombre que lleva a cuestas 30 años de condena. Aunque para Víctor ha sido su ángel de la guardia, aún no ha sido capaz de preguntarle su nombre. “Ese viejito ha sido el único que me ha tendido la mano, hasta él me guarda mi ropa y mis cosas de aseo en su celda”.
El Costeñito, cojo de nacimiento, cuenta que la pobreza infinita de Víctor solo le ha permitido comprar dos tarjetas para poder llamar a su casa y saber de Daniela, su hija de seis años. Ella no sabe ni sabrá que su papá está en la cárcel.
La última carta con la que juega Víctor para ver a Daniela pronto es que hoy, en su última audiencia, el juez decida dejarlo en libertad. Sujetando un pequeño crucifijo que tiene en el pecho, confía en que Dios estará de su lado para salir de la Modelo, pues cree que los milagros existen y que el castigo más grande ha sido vivir en carne propia las miserias de una cárcel que solo le ha dado soledad, hambre y abandono.
Aunque a Víctor se le podría definir su situación judicial en menos de seis meses, también existe la posibilidad de que se una a los 783 sindicados de la Modelo que llevan más de dos años a la espera de un fallo en un sistema que aplica indiscriminadamente la medida de detención preventiva. Solo entre agosto de 2010 y enero de 2011 ingresaron al penal en calidad de sindicados 1.485 hombres.
La cárcel
La cárcel es vigilada por un capitán, 7 tenientes y 368 dragoneantes. Sin embargo, solo dos guardias custodian cada uno de los diez patios, durante turnos de ocho horas. En la Modelo se conjugan dos mundos completamente distintos.
El ala sur a diario recibe a un mínimo de 15 hombres, bajo el perfil de delincuentes comunes, homosexuales, personas de la tercera edad y enfermos. El ala norte, les da la bienvenida a cerca de 5 internos por día. No obstante, en ambos contextos, el problema más complejo que soportan los reclusos es el hacinamiento.
El insomnio se suma a otros problemas como la alimentación, que dentro de la Modelo se presenta como un suplicio adicional. Aunque se entregan las tres porciones diarias, la comida desde el punto de vista nutricional no cumple con los requerimientos mínimos. La Procuraduría General de la Nación destacó en un informe que los suministros alimenticios de la cárcel son insuficientes y aumenta los riesgos para la salud de los reclusos. En una jornada diaria en el almuerzo predominan los granos y el arroz como los alimentos principales que no brindan el factor nutricional adecuado.
En el establecimiento, los malos olores y el pésimo estado de las cañerías, hacen que la situación en materia sanitaria sea crítica. El servicio de agua es irregular, gracias a los constantes cortes durante el día. Esta situación desencadena varios desencuentros entre los internos, ya que no todos están dispuestos a madrugar para ducharse. Por esto, en el ala sur, donde conviven las clases sociales más bajas, el mal olor se incrementa debido a que muchos reclusos, que están cerca de la indigencia, no les importa pasar días o semanas sin tomar un baño, convirtiéndose en una molestia adicional para sus compañeros de piso.
Estas fallas en el establecimiento hacen que la cárcel sea una experiencia difícil de sobrellevar. El número oficial de tutelas interpuestas a la Modelo entre 2005 y 2007 fue de 173 debido a la falta de apoyo logístico y presupuestal para atender los requerimientos y necesidades de los internos.
Incluso la administración del penal reconoce que las áreas que reciben más reclamos son Sanidad, Jurídica y Registro y Control por su incidencia en el bienestar personal de los internos y su libertad. Las precarias condiciones en los servicios de salud y la falta de instalaciones hacen que los internos enfrenten una especie de doble condena: la privación de la libertad y las pésimas condiciones de la cárcel.
Sin duda, los sindicados son quienes más sufren, sin demostrarse su inocencia o culpabilidad, son duramente castigados por el entorno, viéndose sometidos a las penurias que ofrece la prisión, que no cuenta con las suficientes garantías para los imputados. Esto a pesar de que la Oficina del Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la legislación colombiana reiteran la necesidad de que los sindicados sean objeto de un régimen alterno al de los reclusos condenados.
El hacinamiento ha recrudecido problemas como la violencia y los abusos sicológicos y físicos dentro de la cárcel, que junto a la larga duración de los procesos, la poca celeridad del sistema judicial y la imposibilidad de acceder a una buena defensa legal, se convierten en factores que juegan en contra de la dignidad de los internos.
*Fragmento del reportaje ‘El ahogo de una prisión’, trabajo elaborado sobre el hacinamiento en la Cárcel Modelo en junio pasado.