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ELN: Les llegó la mano dura
Con el atentado terrorista a la Escuela de Cadetes de la Policía esa guerrilla entierra la negociación, se aisla de la sociedad y obliga al Gobierno a asumir la mano dura.
La pesadilla del terrorismo reapareció en Colombia a las 9:32 de la mañana del jueves 17 de enero. A esa hora un carro bomba estalló en las instalaciones de la Escuela General Santander al sur de Bogotá, en donde 900 cadetes se preparan para convertirse en oficiales de policía. En los 127 años de existencia de la Policía Nacional por primera vez esa institución sufría un ataque de esas características.
La explosión acabó con la vida de 21 jóvenes de entre 17 y 21 años de edad, y dejó heridos a otros 68. El ministro de Defensa, Guillermo Botero, y los altos mandos de las Fuerzas Militares acababan de aterrizar en Quibdó, cuando les informaron del acto criminal. Todos regresaron inmediatamente a la capital para hacerle frente a la grave situación.
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El campero utilizado para el ataque llegó hasta una de las entradas de la escuela de cadetes a las 9:29. El conductor aprovechó la salida de un camión y aceleró para dejar atrás a los guardias. Entró unos 200 metros y en ese momento el vehículo estalló cerca de los alojamientos. Iba cargado con 90 kilos de pentolita, un explosivo de alto poder. De hecho, con semejante cantidad es posible derribar un edificio de cinco pisos.
Solo 22 horas después de la explosión, a las 7:30 de la mañana, el fiscal general, el ministro de Defensa y la cúpula militar dieron una rueda de prensa en la Casa de Nariño en donde mostraron pruebas y le atribuyeron la responsabilidad del atentado al ELN. Revelaron que el conductor, José Aldemar Rojas, era un curtido integrante de esa guerrilla, experto en explosivos. También anunciaron la captura en la madrugada de otro hombre que confesó haber participado en el ataque. Para el Gobierno nacional no había duda alguna: los elenos estaban detrás de uno de los peores actos de terrorismo de los últimos tiempos.
Quienes han dedicado su vida a combatir al ELN, coinciden en que derrotar a esta guerrilla a punta de operativos es un reto casi inalcanzable.
Rastro de sangre
La confirmación de la responsabilidad del ELN no causó mucha sorpresa. A pesar de que ese grupo guerrillero venía adelantando diálogos de paz desde el final del gobierno pasado, la realidad es que durante los últimos dos años los elenos mantenían una campaña de ataques terroristas sistemáticos.
Tan solo en 2018 dinamitaron los oleoductos en 107 oportunidades. Secuestraron a nueve personas en diferentes lugares del país, entre ellos a una menor de edad. Hace poco derribaron un helicóptero que transportaba dinero en la región del Catatumbo y secuestraron a los tres tripulantes. En los últimos 18 meses han asesinado a una docena de líderes sociales y a 24 exintegrantes de las Farc que se acogieron al proceso de paz. También han provocado desplazamientos masivos en regiones como Arauca, Norte de Santander y Chocó, donde se enfrentan a sangre y fuego con las disidencias de las Farc por controlar territorios clave para el negocio de la droga.
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A pesar de la gravedad, muchas de esas acciones han pasado desapercibidas para la mayor parte de la opinión pública, en gran medida porque ocurrieron en zonas alejadas del centro del país y del poder. No obstante, el ataque a la escuela de cadetes deja en claro que con esa acción el ELN envió el mensaje más contundente y violento de un plan que viene ejecutando desde hace varios años, pero que no había alcanzado este nivel de barbarie: el terrorismo urbano.
Hasta hace relativamente pocos años no era común que el ELN efectuara atentados en grandes capitales. Eso empezó a cambiar hace tres años cuando estallaron una serie de petardos panfletarios de bajo poder en Bogotá, Medellín, Barranquilla y Pereira. Ubicaron algunos de estos contra sedes bancarias y tras las detonaciones hacían aparecer anónimos y banderas de un grupo denominado Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP).
El ataque terrorista del ELN dejó 21 muertos y 68 heridos. Las pruebas recaudadas por las autoriadades no dejan duda sonbre la responsabilidad de ese grupo.
Solo en la capital de la república, estallaron 47 de estos artefactos entre 2016 y 2018. Algunos de estos fueron perpetrados por el MRP, un movimiento que se presentaba como autónomo y surgido de las universidades públicas supuestamente sin vínculos con grupos guerrilleros.
Esa fachada cambió en junio de 2017 cuando una bomba estalló en uno de los baños del centro Comercial Andino, y dejó tres muertos y una docena de heridos. Las investigaciones por este caso permitieron evidenciar que los integrantes del MRP habían recibido entrenamiento del ELN en Venezuela y que ese grupo en realidad actuaba como células urbanas que respondían al mando de los elenos.
El uso de ese tipo de células terroristas volvió a quedar en evidencia el 30 de enero del año pasado. Ese día un artefacto explosivo de mediano poder detonó en la estación de policía del municipio de Soledad, cerca de Barranquilla. Cinco policías murieron y otros 20 quedaron heridos.
Con estos ataques terroristas, el ELN demostró que, aunque estaban sentados en la mesas de diálogo, no tenían una voluntad real de paz. Más allá de que el ELN es un grupo complejo, fraccionado, y muy ideologizado, el ataque de la semana pasada entierra cualquier negociación. El presidente Duque, en su alocución televisiva, supo recoger el sentimiento de dolor e indignación de la gente e hizo un llamado a la unidad en torno al rechazo al terrorismo. El tono y la contundencia del presidente dejaron claro que el jefe de Estado cogió el toro por los cuernos y mostró el liderazgo que muchos le reclamaban. En su discurso anunció el levantamiento de la suspensión de las órdenes de captura de los integrantes del equipo negociador del ELN y dejó saber que empleará todos los mecanismos del Estado para combatir a esa guerrilla. Así mismo, anunció el fin de la mesa y de la posibilidad de diálogo con ese grupo. El país se ha unido al llamado del presidente Duque de decirle ¨Basta ya¨ a la violencia del ELN.
Las investigaciones por este caso permitieron evidenciar que los integrantes del MRP habían recibido entrenamiento del ELN en Venezuela y que ese grupo en realidad actuaba como células urbanas que respondían al mando de los elenos.
Lo que viene
El rompimiento con el ELN se veía venir. La mesa estaba estancada desde finales del gobierno de Juan Manuel Santos, cuando hasta último minuto hubo expectativas de un cese al fuego bilateral que nunca se concretó. Durante la campaña electoral la mayoría de los candidatos fueron escépticos –o abiertamente críticos– sobre el futuro de la mesa por la falta de muestras creíbles de voluntad política del equipo negociador de ese grupo guerrillero. Ante ese escenario Duque se mostró partidario de levantar la mesa de La Habana.
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Una vez asumió el gobierno, sin embargo, prefirió darse un plazo, en vez de romper formalmente. En sentido estricto, no estaba en juego seguir un diálogo –porque no lo había– sino iniciar uno nuevo. Duque insistió en que un proceso de paz con el ELN tenía como condición que entregaran todos los secuestrados y finalizaran sus acciones violentas. Nada de esto ocurrió. Por el contrario, el ELN se radicalizaba y el ambiente se hacía cada vez más negativo para el diálogo.
Este es el cráter que quedó después de la explosión de la camioneta cargada con 80 kilos de pentolita.
Con un agravante: el cambio en el entorno internacional. Estados Unidos, bajo Donald Trump, tiene una posición más dura hacia los movimientos guerrilleros que la que tenía Barack Obama. Los últimos cambios de gobierno en Brasil, Ecuador, Chile y Argentina marcaron un giro fuerte a la derecha con el que coincidió la llegada de Duque a la presidencia. Y al mismo tiempo, la situación en Venezuela se ha hecho cada vez más crítica.
Para nadie es un secreto que existe una estrecha relación entre el Gobierno de Venezuela y el ELN. Hace tiempo que esa guerrilla ha usado la frontera colombo-venezolana como burladero para la acción de las Fuerzas Militares de Colombia. La dictadura de Maduro y la cúpula elena tienen relaciones estrechas, y la presencia del frente Domingo Laín en el sur de Venezuela con sus tropas –el más grande del ELN– también se conoce hace rato. Las autoridades colombianas tienen pleno conocimiento de cómo la cúpula de esa guerrilla se resguarda en Venezuela y tiene relaciones políticas con el gobierno de Maduro y complicidad con las autoridades fronterizas venezolanas.
El escenario actual es opuesto al que hizo posible el proceso de paz con las Farc. Hugo Chávez apoyó el diálogo y convenció a las Farc de la conveniencia de negociar, al tiempo que Obama también ayudó mediante su delegado personal, Bernard Aronson. Eso le facilitó a Juan Manuel Santos –quien llegó al poder como candidato de Uribe– poner en marcha los diálogos de La Habana, que en su momento sorprendieron a todo el mundo. Hoy, Maduro no es Chávez ni Trump es Obama, pero las relaciones entre Bogotá, Caracas y Washington siguen ligadas y forman un mismo triángulo. Solo que ahora Colombia y Estados Unidos tienen vínculos sólidos, mientras los de Venezuela con Estados Unidos y con Colombia son nulos.
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No hay duda de que la bomba del jueves cambia el panorama del Gobierno. Duque, a quien le criticaban por falta de rumbo, ya tiene uno muy claro: la mano dura contra el terrorismo. Eso deja como único camino el militar. Este no será fácil. Quienes han dedicado su vida a combatir al ELN, coinciden en que derrotar a esta guerrilla a punta de operativos es un reto casi inalcanzable. A diferencia de lo que ocurría con las Farc, el Ejército de Liberación Nacional se camufla entre la población. Muchos de sus integrantes andan vestidos de particular, metidos entre los pueblos y organizados en milicias. No es el mismo escenario de los campamentos ubicables para bombardearlos en la selva. Se trata de un trabajo de inteligencia y de infiltración que toma tiempo, recursos y que no siempre acierta.
El Gobierno prepara reuniones con las bancadas para pactar esquemas de gobernabilidad, y la situación generada esta semana puede propiciar una convergencia en torno al desafío que se avecina. Los dirigentes de los partidos mayoritarios a finales de la semana apoyaron al gobierno en su respuesta al acto terrorista del ELN. Se podría decir que, a raíz del atentado, empezó en firme el gobierno de Iván Duque.