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“Aun en medio de los muertos, nunca dejamos de reír”

Durante siete años, el corregimiento sucreño de Libertad fue epicentro de acciones violentas paramilitares. Una enfermera local de la época relata cómo la unión popular y el cuidado mutuo fueron el refugio y la resistencia de sus habitantes en medio del horror de la guerra vivida en carne propia.

22 de noviembre de 2020
‘El cuerpo y los ritos: resguardo de la dignidad humana en medio del conflicto armado’

Los bullerengues, en otro tiempo omnipresentes, habían desaparecido. No eran lo único que los tentáculos del miedo habían borrado: en Libertad —corregimiento norteño de San Onofre, en el departamento de Sucre— hasta la vida misma parecía prohibida. En cualquier esquina donde antes brotaba la alegría, reinaba un silencio fúnebre y amenazador: las Autodefensas Unidas de Colombia, específicamente el Bloque Héroes de los Montes de María, censuraron cantos, bailes, fiestas patronales y todo tipo de rituales religiosos y espirituales.

En ese entonces —entre 1997 y 2004—, Libertad fue silenciado por el estruendo de un ruido mental que Adriana Porras Murillo no lograba acallar: “No había una pared, no había un corregimiento en San Onofre en el que uno anduviera y no encontrara un mensaje que dijera ‘Todos somos AUC’”, cuenta quien durante 9 años fue la enfermera de Libertad.

Esa consigna le taladraba el pensamiento, no la dejaba en paz. “Tenía que enviarles un mensaje: ‘Yo no era igual. Estaba en contra de lo que estaban haciendo. Ahí empezaron mis problemas porque no me sentaba con ellos, los veía en el parque, en sus reuniones, y no iba; pasaba y no los saludaba”, agrega. El líder de ese bloque paramilitar, Marco Tulio Pérez, alias ‘El Oso’, empezó a tildarla de guerrillera y a presionarla para que huyera.

El rol de la enfermera empezó a ser supervisado e incluso desdibujado, al punto de depender de su sazón. Bajo la amenaza de echarla, fue obligada a preparar un sancocho de gallina y servirlo en el puesto de salud para las cabecillas del frente. Sin saberlo cocinar, atendió a los paramilitares en repetidas ocasiones. “Tenía que aprender a descuartizar una gallina porque, de lo contrario, podría darles un motivo para pegarme un tiro o echarme de mi puesto —cuenta—. Aprendí que lo cotidiano era nuestra mejor arma para defendernos”.

Poco a poco, la salud y la educación fueron desterradas de la mano de la cultura y la alegría. “Los paramilitares amenazaron a los médicos y a los docentes que teníamos. Les tocó irse y la que faltaba por irse era yo. Ellos mandaban en los hospitales, en las alcaldías, en todas partes”, dice Porras con una voz que, cerca de veinte años después, sigue firme.

Sin médicos ni profesores, bailes ni música, Libertad quedó vacía y expuesta a vejámenes innombrables: muertes selectivas, dos masacres —una en 1997 y otra en 2000, cada una con cinco víctimas mortales según el CNMH—, y una cantidad atroz de violencias sexuales y misóginas.

“Eso me hizo sentir culpable por muchos años porque yo era la enfermera y no encontraba una medicina, una medicina jurídica, que pudiera ayudar a las chicas a salir de ese dolor, de ese trauma tan grande”, asegura.

Cansados, en medio del silencio impuesto y con la muerte respirándoles en la nuca, los habitantes de Libertad decidieron honrar el nombre de su corregimiento: alzaron la trinchera de los Montes de María, entre el mar y las montañas, gracias al cuidado colectivo, la unión popular y el humor.

Llegó un momento en el que dormíamos hasta cuatro familias por casa para acompañarnos, sabíamos quién dormía con quién y que nadie estaba solo. Nos sentíamos fuertes estando todos juntos y contando chistes porque esa era una fortaleza inmensa: incluso en medio de los muertos no dejamos de reír”, dice la enfermera.

Del mismo modo que el silencio reemplazó paulatinamente a los bullerengues, la rabia de los liberteños se transformó en luz e iluminó los rincones donde se había asentado el temor. El comienzo del fin de la era paramilitar en Libertad fue una resistencia civil, en junio de 2004: los victimarios fueron linchados, desterrados y, tras una intervención de las Fuerzas Militares, vencidos.

Entonces empezamos el proceso de visibilizar la realidad de Libertad. Yo sabía que nosotros solos no podíamos y no íbamos a poder hacerlo. Aprovechamos los espacios que se estaban dando desde la Comisión Nacional de Reconciliación y Reparación (CNRR)para a tener contacto con todos los líderes de Montes de María y creamos una red con el fin de blindarnos, para que Chengue supiera que en Libertad habíamos vivido lo mismo y que estábamos dispuestos a hacer valer la ley, y para que los liberteños supieran que en El Salado había gente que nos apoyaba”, explica.

Ahora, la enfermera Porras trabaja para prevenir, en lugar de curar, otra violencia tan corrosiva como la paramilitar: al compartir sus relatos, ella busca arrebatar de las garras del olvido los días en los que Libertad estuvo presa del miedo.

Resguardando la dignidad humana

Conozca más sobre la historia de la enfermera Adriana Porras y de otras personas que entregaron sus días al cuidado de otros durante el conflicto armado colombiano, el próximo miércoles 25 de noviembre, en el foro historias para cambiar la Historia, ‘El cuerpo y los ritos: resguardo de la dignidad humana en medio del conflicto armado’.

Siga la transmisión, a partir de las 4:00 p. m., por las redes sociales de la Comisión de la Verdad y las plataformas digitales de Foros Semana.

Este evento es organizado por la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, con el apoyo del Programa de Justicia para una Paz Sostenible de USAID y en alianza con Foros Semana.