Ex presidente Belisario Betancur. | Foto: Guillermo Torres

NACIÓN

¿Por qué pide perdón Belisario Betancur?

El arrepentimiento del expresidente sólo serviría si él cuenta qué es lo que los colombianos tendrían que perdonarle. Son muchas las preguntas que sus palabras no resuelven.

Cristina Castro
4 de noviembre de 2015

Belisario Betancur es el protagonista más silencioso que ha tenido Colombia. En un país en el que todos los expresidentes vociferan, resulta muy paradójico que el exmandatario conservador, que es de lejos a quien más los colombianos quieren oír hoy, guarde silencio durante 30 años.

Por eso, un par de frases que soltó ayer durante un foro en el Gimnasio Moderno en homenaje al fallecido periodista D'Artagnan ocuparon todos los titulares: “Si cometí errores, pido perdón a mis compatriotas por esos errores que nunca fueron nada distinto de mi búsqueda de la paz que el presidente (Juan Manuel) Santos está buscando con ansiedad para todos los colombianos”, expresó el expresidente.

Aunque no lo dijo, todos sabían a qué se refería Betancur. En su gobierno se produjo uno de los hechos más dolorosos de la historia de Colombia: la toma del Palacio de Justicia, que esta semana cumple 30 años.
El 6 de noviembre de 1985, la principal sede del poder judicial quedó a la merced de dos fuegos. Cerca de 40 hombres del M-19 se tomaron ese emblemático edificio, con más de 400 rehenes, supuestamente para enjuiciarlo a él. Ante el inmisericorde ataque, el Estado respondió con todo lo que tenía: 24 tanques blindados, 18 cascabeles, 6 urutús, helicópteros y más de mil hombres.

El resultado es una de las peores tragedias de la historia del país: más de 100 personas fallecidas, entre ellos 11 magistrados, 11 miembros de la fuerza pública, la totalidad de los guerrilleros, abogados, visitantes ocasionales, personal de servicio y una lista de más de 10 personas de las que hoy no se sabe dónde están.
Pocos entienden por qué un presidente que llegó al poder con la promesa la paz permitió ese desenlace fatal. El país venía del gobierno de Julio César Turbay, conocido por su Estatuto de Seguridad que, según la Comisión de la Verdad, había permitido “numerosos allanamientos ilegales, torturas y desapariciones” a nombre de la lucha contra la insurgencia. Belisario Betancur ganó, en cierto modo, porque representaba todo lo contrario.

En 1982, Betancur fue el primer presidente en reconocer que el conflicto armado tenía un carácter político y social. Con ese argumento, poco común para la época, convocó al diálogo y logró que el Congreso expidiera una Ley de Amnistía. El día que esta fue aprobada en el capitolio, Betancur dijo eufórico: “Tenemos prisa de paz porque el país tiene ansia de paz”.

Los militares siempre vieron esa ley como un triunfo político de la subversión. A eso se sumaba el hecho de que el M-19 había combinado crímenes repudiables con golpes propagandísticos. Sus acciones iban desde el robo de la espada de Simón Bolívar y el de las armas del Cantón Norte, la toma de la embajada de República Dominicana, así como el secuestro de Martha Nieves (hermana de los narcotraficantes Ochoa), el de Fernando González Pacheco y el de la hija del banquero Jaime Michelsen.

La ley debía ser un camino para lograr la paz con esa guerrilla, pero a los pocos años ese esfuerzo había languidecido. El 20 de junio de 1985, cuatro meses antes de la toma, el M-19 rompió la tregua. En teoría, uno de los objetivos del asalto al Palacio de Justicia era juzgar a Belisario por haber traicionado ese esfuerzo de paz.

Aunque el expresidente no ha hablado mucho del tema, le dijo algunas cosas a la Comisión de la Verdad. Reconoció que tenía una mala relación con los militares, pues “no había unanimidad de comprensión del proceso de paz” y que por eso había tenido que remover la cúpula. Agregó que en un momento les dijo: “Tienen que ir acostumbrándose a la palabra amnistía, aunque yo sé que no les gusta”.

En esa comisión, el general Rafael Samudio, quien era el jefe del Ejército en 1985, confirmó esa molestia. Aseguró que “pretender hacer a espaldas del estamento militar, de los combatientes, de los que están defendiendo al Estado, un proceso tan delicado y recibir órdenes como las que yo les decía no era bien visto por grandes sectores del país”. Quizá por eso, para el momento en que se produjo la toma del Palacio de Justicia se hablaba de “la soledad del presidente”.

Betancur siempre ha dicho que asume la responsabilidad por todo lo que pasó esos dos días, pero nunca ha especificado qué es ese “todo” al que se refiere. El expresidente aseguró que “las instrucciones fueron siempre, siempre, siempre, que (las Fuerzas Armadas) restablecieran la Constitución en el Palacio de Justicia con la cautela, garantía de la vida de los rehenes y aun, dije en varias oportunidades, de los guerrilleros”. Y que “la orden no fue “entren con tanques” sino “restablezcan la constitución en el Palacio, garantizando las vidas de los rehenes y aun de los guerrilleros”. ¿Qué pasó entonces?

El perdón de Belisario 30 años después podrá ser valioso históricamente, pero tiene otro significado: que no se va a saber la verdad. Al menos no de parte de él. Al menos no por ahora. Han pasado 30 años y del Palacio de Justicia lo único claro es que nadie ha contado qué pasó realmente.

Como se puede ver en el especial de SEMANA a propósito de los 30 años de la toma, además de la muerte o la desaparición de sus seres queridos, cientos de colombianos han tenido que cargar durante tres décadas con el peso de no saber la verdad. Eso a muchos les duele tanto como perder el padre, el hermano o el esposo en ese fatídico día. Esa verdad también les conviene a los militares que están detenidos o condenados sin que se haya resulto claramente qué pasó y qué responsabilidad tenían ellos en los hechos.

¿Por qué tendría Colombia que perdonar al gobierno de Belisario? ¿Porque la toma estaba anunciada y no se hizo un esfuerzo por evitarla? ¿Porque se retiró la vigilancia del Palacio de Justicia el día que se debatía la extradición? ¿Por no haber negociado? ¿Por haber ordenado la retoma a sangre y fuego? ¿Por no pasarle al teléfono al presidente de la Corte Suprema? ¿Por hacer el levantamiento de cadáveres sin ningún protocolo y alterar la escena del crimen? ¿Por no haber impulsado una investigación después de los hechos? ¿Por no decir la verdad hace 30 años? ¿Por no decirla ahora? Todas esas son las preguntas que su perdón no resuelve.