BICENTENRIO
¿Hubo libertad e igualdad para todos?
Tras la independencia, las élites tuvieron que transformar al súbdito en ciudadano, como eje de la legitimidad de la república y sus instituciones. En esto hubo éxitos y fracasos.
En marzo de 1808, más de 100.000 soldados franceses invadieron España y destronaron al rey. El hecho causó una crisis inédita en el imperio español, ya que era la cabeza y fuente de la monarquía y de la legitimidad del gobierno. Para los criollos, la noticia constituía una amenaza por la posibilidad de que los principios de la Revolución francesa se impusieran en la América hispánica. Por eso, muchas ciudades se manifestaron en defensa de la monarquía, ya que no estaban dispuestas a reemplazar más de 300 años del orden imperial. Lo sucedido con la Revolución francesa, más que un camino a seguir, era un salto al vacío.
Sin embargo, los acontecimientos en la península y en la América hispánica fueron mutando. Movimientos que buscaban una autonomía limitada pasaron a exigir la ruptura total con el Imperio español. Otros se inclinaban por la fidelidad al rey, entre otras razones, por el miedo a que la revolución haitiana también sirviera de ejemplo en la Nueva Granada. Y otros pensaban en el sistema político que debía reemplazar la monarquía y la fuente de su legitimidad. Las disputas entre centralistas y federalistas mostraban solo una de las muchas aristas de los profundos debates y experimentos de esa primera república.
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Llamada tradicionalmente Patria Boba (1811 a 1816), este periodo demuestra la falta de consensos sobre el manejo de la crisis que había causado Napoleón en España. Al lanzar la reconquista, que buscó restablecer la monarquía mediante una acción militar, la Corona cerró toda posibilidad a un acuerdo político y llevó a que muchos criollos dejaran a un lado las dudas sobre la independencia absoluta.
Felíx Nada. Musée D‘orsay
En agosto de 1815, Pablo Morillo, al mando de 8.500 soldados, inició el sitio de Cartagena, que caería luego de un asedio de 108 días y miles de muertos. El régimen de terror que impuso, entre mediados de 1816 y agosto de 1819, provocó que las clases populares participaran activamente en la lucha en favor de los patriotas. Lo mismo ocurrió con la Iglesia, pues los españoles llevaron a juicio a más de 100 sacerdotes. Con excepción de la provincia de Pasto, profundamente realista, en el país se no tuvo mayor oposición el consenso acerca de establecer una república, en parte por el fragor de la guerra.
La guerra de1816 a 1819 –que se extendió al sur hasta terminar en el Alto Perú en 1824– causó miles de muertos y la destrucción física de ciudades y campos, de la economía, de los circuitos económicos y dejó una deuda externa que el país tomó un siglo en saldar. Pero sería la etapa más fácil y con más consensos frente a las controversias, debates y batallas internas que aparecerían en la república.
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Una de las más importantes surgió en torno a cómo y con quiénes construir la nación, algo que va a crear fuertes enfrentamientos, constantes guerras civiles, así como levantamientos, asonadas y motines de todo tipo.
Construir una nación y un pueblo
Hasta la Constitución de Cúcuta no hubo mayores diferencias internas acerca de seguir el modelo republicano como sistema de organización política. La república no tuvo competencia porque el territorio no podía regresar a un sistema monárquico (como intentaron en México y lograron en Brasil) ni volver a ser colonia de otro imperio. Esto se unió a la ausencia de grandes caudillos políticos y a lo complejo de la geografía (que impedía mover numerosos ejércitos, como ocurrió en México, Argentina, Brasil) para que los líderes y partidos no tuvieran otro camino que establecer una cultura política moderna. Solo así podían lograr que el poder republicano y sus instituciones de gobierno tuvieran algún viso de legalidad.
La educación pública fue el arma que Santander usó para crear los nuevos ciudadanos.
Frente a la necesidad de legitimar el poder que sustituyera a la monarquía, tuvieron que inventar al ciudadano, una empresa de singular importancia. Había que convertir a los súbditos del rey de España en ciudadanos neogranadinos y para ello aplicaron la misma estrategia ya utilizada en Europa: la creación de la sociedad moderna y el empleo de la educación como el aparato ideológico más importante del naciente Estado.
Pese a la independencia, las mujeres, indígenas, afros y minorías tomaron más de un siglo en conseguir en pleno los derechos políticos y civiles.
Conceptos nuevos como Constitución, separación de poderes, sufragio, derechos civiles o la separación de la Iglesia y el Estado, junto a otras ideas modernas, impusieron nuevas prácticas políticas y nuevos actores: el político profesional y el pueblo. La secularización de la sociedad, y, en especial, la creación de un pueblo moderno que se manifestara en el espacio público y votara en elecciones. Nada de esto existía en la colonia y hubo que inventarlo todo.
Sin embargo, este proceso no fue ni ha sido fácil, y la evidencia está en lo que ha sucedido en los dos siglos de vida republicana. Indiscutiblemente, lo que intentaron los fundadores en la década de 1820 continuaron haciéndolo sus sucesores a distintas velocidades y con profundas contradicciones hasta hoy. Pero la república dio un paso gigante con la gran mutación cultural que se inició al introducir entre las élites un nuevo imaginario social basado en el individuo, considerado como el valor supremo con el que deben medirse las instituciones y los comportamientos.
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Los súbditos se convirtieron en ciudadanos gracias a formas de sociedad modernas, asociaciones de individuos de orígenes diversos reunidos para discutir ideas en común, como los partidos políticos o la opinión pública. También apareció el político profesional. La pregunta de quién se elige y quién elige suscitará debates y enfrentamientos a partir de la fundación del Partido Liberal, en 1848, y del Conservador, en 1849. Esas dos colectividades fueron fundamentales para imaginar una nación y unir a personas tan diversas y dispersas.
Educar para votar
En el proceso de inventar al ciudadano, el naciente Estado usó la educación como su aparato ideológico más importante. Fue uno de los planes que impulsó Santander durante su gobierno, entre 1819 y 1825, mientras Bolívar se encontraba en la campaña del sur.
Este programa de instrucción buscaba forjar el ciudadano por medio de símbolos e imágenes que transmitieran la cultura política republicana. Todo ello para crear un imaginario cívico que permitiera el triunfo de la simbología republicana en la guerra de las imágenes de la posindependencia inmediata. El reglamento para el uso y gobierno de las escuelas de la Provincia de Antioquia, de 1820, decía que la educación "es el medio más fácil para que los ciudadanos de un estado adquieran conocimiento de los deberes y derechos en sociedad". Un decreto del 10 de octubre de 1819 manifestaba el principio que "la educación e instrucción pública son el principio más seguro de la felicidad general, y la más sólida base de la libertad de los pueblos".
Los masones fortalecieron este trabajo al fundar en 1825 la Sociedad Filantrópica, con el propósito de divulgar el método lancasteriano de educación, al que le siguió el Plan de Estudios de Santander en 1826. Esta Sociedad presentó su plan de trabajo en el periódico oficial, titulado: ‘Sobre los medios de propagar las escuelas de enseñanza mutua en toda Colombia, perfeccionarlas y auxiliarlas recíprocamente‘.
En ese mismo año imprimieron y distribuyeron 3.000 ejemplares del método de enseñanza mutua, además de 3.000 ejemplares de unas series de lecciones educativas y 80 escuelas funcionaban con este método. Sufragaron gran parte de este esfuerzo por medio de colectas públicas. Además, la sociedad estableció correspondencia con sus similares en Londres y París, con el propósito de importar libros para traducirlos y divulgarlos en el país. Luego, Santander estableció escuelas normales, adonde debían acudir de cada provincia “un joven u otra persona de talento”, para que aprendieran el método lancasteriano y lo enseñaran en sus provincias a los maestros parroquiales.
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A estos esfuerzos por ampliar la cobertura de la educación primaria los acompañaban las reformas de la educación secundaria y universitaria. Los colegios pasaron de 5 en 1821 a 22 en 1827. En Tunja, por ejemplo, nació en 1825 el Colegio Boyacá, con cátedras de gramática, filosofía y jurisprudencia. Además, tres noches a la semana daban lecciones de francés, inglés e italiano; en las otras dos noches dictaban clases de principios constitucionales. Los maestos enseñaban los principios constitucionalescon los catecismos republicanos, que mediante el método de preguntas y respuestas instruían sobre los principios políticos modernos.
Todo este proyecto educativo estaba inscrito en uno más amplio, como era el de la educación del ciudadano. El Estado no solo debía hacer constituciones y leyes, sino llevarlas al ‘bajo pueblo‘ y explicarlas. Con esto forjaba un nuevo imaginario social para que los individuos-ciudadanos lo interiorizaran y rompieran con las leyes fundamentales del pasado.
Este esfuerzo por colmar el abismo cultural que separaba las élites del resto de la sociedad daba sus frutos, pero no sin conflictos. De una parte, se trataba de una ‘modernidad de ruptura‘, que provocó una situación singular y paradójica, donde coexistía la modernidad legal con un gran tradicionalismo social y un gran contraste entre la modernidad teórica y el arcaísmo social. Toda esta empresa pedagógica tenía un carácter radical, reflejada en la impaciencia de las élites modernas por construir aceleradamente el modelo ideal. Pero no dejaba de afectar a las autoridades de la sociedad tradicional, lo cual producía fuertes reacciones.
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Los súbditos se convirtieron en ciudadanos por acción de las instituciones y los partidos políticos.
La extensión de la ciudadanía produjo profundas diferencias políticas que terminaron en el campo de batalla, hasta que llegó la Constitución de 1886, que en su preámbulo dice.: “En nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad…”. Esto regresó al principio de legitimidad de 1810, sin contar que le entregó a la Iglesia católica el control de la educación, el mismo aparato ideológico que había permitido consolidar al Estado.
Años más tarde, en 1910, al conmemorar el primer centenario de la independencia, salió a la luz el texto fundamental de la educación nacional, al menos hasta finales del siglo XX, la Historia de Colombia, de Henao y Arrubla. En este desaparecieron los indígenas y los esclavos y el único protagonista de la historia fue la “raza superior y victoriosa” de los españoles conquistadores, o la de sus hijos, en la independencia.
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La Constitución Política de 1991 le devolvió la legitimidad al pueblo colombiano, Sin embargo, y a pesar de ello, el concepto de pueblo y ciudadanía aún hoy sigue como un debate sin final, en especial frente a los nuevos conceptos de ciudadanos.
Paradójicamente, en estos dos siglos de vida republicana, la entrega del control ideológico del Estado a la Iglesia ha sido el proyecto más exitoso de todos los ensayados. Esto se comprueba en el hecho de que los movimientos insurgentes que se levantaron en armas contra el Estado al finalizar el siglo XX, usaron como mito fundador a Simón Bolívar, precisamente el mismo del Partido Conservador.
Caudillismo
Debido a la fragmentación geográfica, a la ausencia de ciudades poderosas y a la precariedad de la economía, en Colombia el caudillismo no tuvo la misma importancia que en otros países de la región. De hecho, el militarismo es algo que ha sido ajeno a la historia nacional. En Colombia floreció más el político, el gamonal o el caudillo regional, como José Hilario López (foto) o Tomás Cipriano de Mosquera.
Artesanos, la base de la legitimidad
Para buscar que los habitantes apoyaran ampliamente las ideas republicanas, el gobierno de Francisco de Paula Santander creó la Sociedad Democrática en 1822 con el propósito de difundir sus ideas a los artesanos de la capital. Estos constituían el grupo social más numeroso y empezaban a padecer la competencia de las manufacturas extranjeras, al mismo tiempo que quedaban desprotegidos y desorganizados al extinguirse los gremios. Esta situación politizó rápidamente a los artesanos y los puso en una permanente disposición a participar en los espacios de sociabilidad creados por la élite. La entusiasta presencia de los artesanos capitalinos en esta sociedad (la prensa registra la asistencia de hasta 2.000 personas a las sesiones) provocó una fuerte reacción de miedo al pueblo. Esa primera manifestación de ese fenómeno condujo al cierre de la sociedad. Sin embargo, dos décadas más tarde el naciente Partido Liberal empleó de nuevo esta forma de sociabilidad para fortalecerse. En estos nuevos espacios se difundía y se construía el nuevo imaginario de la modernidad.
*Historiador, economista, profesor titular UN.