NACIÓN

Bogotá no es la misma: un retrato de los estragos de la pandemia

SEMANA recorrió las calles de la ciudad y evidenció el profundo impacto de la crisis en el comercio en general, principalmente en el sector de la gastronomía y bares. La reapertura es gradual y de por medio están las esperanzas de que los ciudadanos retomen sus hábitos de consumo.

25 de septiembre de 2020
Bogotá después de la cuarentena
Bogotá después de la cuarentena | Foto: Fotomontaje SEMANA

Tras un largo confinamiento, la capital del país abrió sus puertas entre la incertidumbre y el miedo. Aunque la imagen no es del todo desoladora, cientos de historias nutren lo que será el saldo de la crisis. La perspectiva de reapertura no parece ser suficiente para miles de personas que pausaron sus sueños y que hoy se enfrentan a la difícil realidad de tener que dejarlos ir.

Bogotá no es la misma. Recorrer las calles de la ciudad es descubrir la profundidad del impacto por cuenta de la pandemia del coronavirus. La reinvención resultó ser un concepto que no se traducía bien en la práctica. No solo requería una inversión en momentos donde no había mucha liquidez, sino también presentaba un reto enorme en materia de rentabilidad. Al final, lugares donde por décadas los bogotanos construyeron sus mejores memorias cerraron sus puertas.

La tela de construcción que cubre las ventanas de una gran casa blanca situada a pocos metros de la plaza de Usaquén delata la dura realidad que se vive a puertas cerradas. Aunque el nombre de Grecia sigue pintado en la fachada, este uno de los cinco restaurantes que Andrei Farkas cerró en la zona y la única sucursal que tiene probabilidades de sobrevivir. Encima de las mesas está la totalidad del inventario. Platos de cerámica que en algún momento portaron el pescado más fresco, copas de cristal con las que se hicieron cientos de brindis y menús que fueron testigos de la indecisión de los clientes que al final terminaron eligiendo lo mismo de siempre, hoy están a la espera de lo que pueda pasar.

Usaquén locales comerciales en venta o arriendo
El restaurante Mediterraneo fue uno de los cinco restaurantes que Andrei cerró definitivamente. | Foto: Juan Carlos Sierra

“Lo perdí todo”, confiesa Farkas. La noticia de la llegada del coronavirus al país lo tomó en medio de un plan de expansión. Se preparaba para una “nueva era”, como se lee en los menús que imprimió a comienzos de este año, pero jamás se imaginó que tales planes se verían frustrados en tan poco tiempo. Su más reciente concepto, ‘La casa de Andrei’, no llevaba ni seis meses abierto al público cuando llegó la pandemia y aún no recuperaba la inversión. Tan pronto Farkas notó que el confinamiento no sería corto, entró en liquidación, sabía que su empresa no resistiría.

Treinta y cuatro años en el negocio de los restaurantes no habían preparado a Farkas para una situación tan crítica. La reinvención no era una posibilidad factible y despedirse no solo de sus clientes, sino también de sus empleados, resultó ser uno de los mayores retos. Algunos miembros del personal que llevaban años a su lado hoy viven momentos difíciles y Farkas reconoce que el apoyo que les puede brindar es limitado.

Usaquén locales comerciales en venta o arriendo
Con el apoyo del inversionista Fabio Diaz, Andrei le apuesta a un nuevo concepto en la misma esquina de Usaquén donde por años funcionó el restaurante Grecia. | Foto: Juan Carlos Sierra

Algunos han tenido que pasar hambre, sacar a sus hijos del colegio y la impotencia es enorme al saber que la ayuda que les podemos dar es poca”, relata.

La misma situación se repite en diferentes escenarios. Treinta cuadras al sur, en Chapinero, Armando Vargas cierra las puertas de una de las sucursales de Full 80s. El lugar que por 14 años fue testigo de rumbas y conciertos se apagó definitivamente tras una negociación fallida con los arrendatarios. Hoy la decoración colorida, las pantallas donde se veían los videos musicales y las mesas desde donde se cantaron miles de letras, están guardadas en una bodega.

Armando Vargas, propietario de Full 80s
Vargas cerró dos de las cuatro sucursales de Full 80s al no llegar a un acuerdo con los arrendatarios. | Foto: Juan Carlos Sierra / SEMANA

Esto solo profundizó la crisis de los propietarios. No solo se despedían de una parte de su sueño, sino que además perdían su centro de acopio. La sede de la 95 funcionaba como una única cocina para las demás sucursales. Su cierre necesariamente anticipó la remodelación de los dos locales que continuaron activos. Esto sumado a la inversión en protocolos de bioseguridad, obligó a los propietarios a sacar dinero de donde no tenían. “Tuvimos que pedirle prestado a nuestras familias, sacar nuevos créditos con los bancos”, cuenta Vargas.

De los 75 empleados directos e indirectos que tenía Full 80s, solo quedan cinco. Durante los primeros tres meses de cuarententa mantuvieron el equipo, pero a comienzos de junio llegaron a un punto de quiebre. “No estábamos encontrando los recursos para mantener a la gente. Creímos que una indemnización les servía más que lo que les podíamos dar en ese momento”, dice Vargas.

El negocio que en enero tenía dos líneas de acción: conciertos y vida nocturna, hoy no tiene ninguna totalmente activa. “No todo el mundo tiene la oportunidad de reinventarse. La reinvención cuesta, cuando no tienes nada y empiezas algo nuevo muy pocas veces lo puedes hacer sin recursos”, asegura Vargas.

Con el 30 por ciento de la población del país era inevitable que Bogotá recibiera el golpe más fuerte de la pandemia. Fenalco calcula que al menos un 28 por ciento de establecimientos comerciales cerraron definitivamente y el DANE reporta una tasa de desempleo del 26,1 por ciento que está por encima del promedio nacional que es del 20,2 por ciento.

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Locales desocupados se encuentran en cada cuadra. Algunos casos como consecuencia de negociaciones fallidas con los arrendatarios, otros porque simplemente el negocio no resistió cinco meses con las puertas cerradas. | Foto: Juan Carlos Sierra

La reapertura ha demostrado ser un proceso lento de reactivación de la economía en el que se encuentran dos caras de una misma situación compleja: un consumidor con menor capacidad adquisitiva y un comerciante con mayor necesidad de garantizar la rentabilidad de su negocio.

Para muchos, reinventarse significó sobrevivir a punta de domicilios. Restaurantes en todos los puntos de la ciudad reorganizaron sus equipos, negociaron con los arrendatarios y buscaron la manera de llevar su experiencia a la casa de sus clientes. Aunque esta opción no era una fórmula aplicable a todos, lugares como El Aquelarre encontraron en ella una posibilidad de supervivencia.

“Nosotros mismos fuimos por toda la ciudad llevando los domicilios”, cuenta Laura Rubiano, quien hace seis años montó con su esposo Gregorio el restaurante en pleno centro de la ciudad. Confiesa que los ingresos se redujeron casi en un 90 por ciento y que hubo momentos en los que pensó que tendría que despedirse de su negocio. “En un mes de cuarentena recibimos lo mismo que en un fin de semana normal”, explica.

Después de tener una nómina de 25 personas, hoy El Aquelarre funciona con menos de la mitad de los empleados. Reabrió sus puertas hace dos semanas para un aforo de 50 personas.

“Esto no es rentable para nadie”, explicó sobre las medidas de reapertura un vocero del grupo Zona K, que cerró las puertas de varios de sus restaurantes en la ciudad.

Cuando la pandemia llegó, el grupo tenía organizada la línea de domicilios en diferentes sucursales. Los protocolos estrictos que seguían desde antes facilitaron de alguna manera el tránsito a esa línea de producción. Sin embargo, las ventas solo alcanzaron un 20 por ciento de lo que producían normalmente. El esfuerzo por mantener a la planta fue inmenso, pero dificultades en las negociaciones con diferentes arrendatarios obligaron al cierre de diversos puntos e inevitablemente eso se tradujo en despidos.

Parque de la 93 locales comerciales en venta o arriendo
En una sola esquina del parque de la 93 el grupo K se vio obligado a cerrar varios de sus restaurantes: Dinner, Barra Chalaca y New York Deli. | Foto: Esteban Vega La-Rotta

Teresita Casacadio lleva 27 años trabajando en los restaurantes de Zona K. Conoce un sin fin de recetas y reconoce a los clientes frecuentes. “Le pedía todos los días a Dios que no cerraran, yo veía que tenían que cerrar algunos de los puntos en los que yo había trabajado y sufría”, cuenta.

Teresita lleva 27 años trabajando en las cocinas de los restaurantes del Grupo Zona K. "Le pedía a Dios todos los días que no cerraramos" dice "hoy tengo fe de que va a venir la misma gente, de que nos va a ir bien". | Foto: Guillermo Torres

En la cocina donde trabaja Teresita ahora se preparan dos cartas. Tras el cierre del local donde operaba Madam Tusan, el grupo decidió mantener el menú en otra de sus sucursales e instaló una cocina paralela en 7-16. Ahora, cuando se escanea el código QR en una de sus mesas, los clientes tienen la opción de elegir entre las dos cartas en un mismo lugar.

El primer semestre de pandemia deja todavía un panorama incierto. El miedo al contagio todavía es un factor determinante, pero cada vez sale más gente a la calle. Poco a poco la ciudad recupera la vitalidad que la caracteriza y paulatinamente comienza a entender su realidad. Sin embargo, esa nueva normalidad no necesariamente es rentable para todos. Un aforo reducido, una inversión en protocolos y una digitalización de procesos son parte de la receta de esta nueva era. Desafortunadamente no todos tienen los ingredientes.

Vea en Semana en Vivo, la realidad del sector gastronómico:

Volver a empezar

La carga de las consecuencias de la crisis aún pesa, pero hay un aire de nuevas oportunidades. En algunos casos, como el de Andrei Farkas, esto significa volver a empezar. Hoy trabaja con Fabio Díaz, un inversionista que le dio la mano y con quien construye un nuevo concepto en la misma casa de Usaquén donde aún se lee el nombre de Grecia. “Lo único que me quedó fue mi know how”, explica Farkas, “y es lo que vamos a usar para dar el primer paso”.

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Andrei y Fabio organizan el inventario mientras piensan en el nuevo concepto que esperan abrir a mediados de octubre. | Foto: Juan Carlos Sierra

El plan a corto plazo es abrir un primer restaurante en el mismo sitio donde por años Andrei se encontró con sus clientes. Confían en que eventualmente volverán a las mesas a pedir sus platos favoritos y encontrarán que nada ha cambiado. “Claro que es riesgoso invertir en algo así en estos momentos”, dice Diaz, “pero creo que en cuestión de un año o año y medio volveremos a ver lo que siempre veíamos, por ahora tenemos que adaptarnos”.

Armando Vargas también está próximo a reabrir las puertas de Full 80s, las sucursales de la 118 y la 85 están en obra con mira a recibir clientes el próximo mes. Ha mantenido la comunicación con su público a través de fiestas virtuales los fines de semana.

“Hemos logrado un contacto más íntimo con la gente”, asegura. Espera que a mediados de octubre se pueda reencontrar con ellos y a la vez revincular algunos de los empleados que dejó ir en junio. “No es fácil ver que mucho de lo que uno construyó ya no está, pero nos hemos asesorado, estamos siendo responsables y queremos que la gente se sienta segura al volver”.

Solo el tiempo mostrará el verdadero saldo de esta pandemia. Por ahora, la reapertura ha demostrado que los bogotanos regresan a sus lugares de siempre. El día que reabrieron sus puertas, todos los restaurantes de Zona K tenían reservaciones. Farkas y Vargas esperan contar con la misma suerte cuando llegue su momento. “El mundo no se va a acabar, ni los restaurantes tampoco”, dice Farkas.