¿BOMBAS CONTRA ESCOBAR?

Esto es lo que pudo establecer el enviado especial de SEMANA en El Salvador sobre el misterioso caso del robo de las bombas.

13 de abril de 1992

UN PEQUEÑO DETALLE FUE EL QUE CONDUjo a las autoridades de El Salvador a develar el plan con el que se pretendía asesinar a Pablo Escobar Gaviria en la cárcel de Envigado. Esto sucedió el pasado 19 de febrero, cuando un oficial de inmigración del aeropuerto internacional de San Salvador descubrió que los dos hombres que tenía frcnte a su despacho y quienes solicitaban ingresar a ese país centroamericano para pasar una corta temporada de vacaciones, le eran familiares. Cuando el funcionario sc disponía a sellar los pasaportes tuvo una corazonada: que se trataba de las dos mismas personas que dos semanas antes había atendido en ese mismo despacho y con la misma solicitud. Sin clllhargo. Ios pasaportes no registraban ninguna entrada lo cual le pareció sospechoso.
En un trabajo como el suyo, en el que se ha desempeñado por más de 20 años, no podía estar equivocado. Por eso decidió informar sobre lo sucedido a los funcionarios de inteligencia. Los detectives de inmediato comenzaron a seguir los pasos de los dos hombres. Lo primero que descubrieron fue que se trataba de dos colombianos, que habían salido de Cali rumbo a Panamá en un vuelo comercial de una compañía aérea colombiana y que, posteriormente, hicieron la conexión con la empresa salvadoreña Taca, para llegar a esta capital de este país centroamericano Luego establecieron, a traves de los archivos de inmigración, que se trataba efectivamente de las dos mismas personas que habían ingresado dos semanas atrás y descubrieron algo más: que habían cambiado sus nombres para volver a ingresar a El Salvador.
Con esta información el siguiente paso que dieron los detectives salvadoreños fue montar un plan de inteligencia para lograr detectar cuál era el trabajo que estos dos hombres iban a realizar en San Salvador. Fueron tres días de rastreo, en uno de ellos, las cosas comenzaron a tener claridad. A las 10 de la noche del pasado 22 de febrero, los dos hombres salieron de un hotel localizado en el centro de San Salvador, rumbo a una cafetería ubicada a dos cuadras de allí. En el lugar permanecieron 45 minutos, y posteriormente fueron abordados por un hombre vestido de civil, que le era muy familiar a los detectites salvadoreños. Se trataba del coronel del Ejército Roberto Antonio Leiva Jacobo, uno de los hombres más importantes dentro de las filas dé las fuerzas armadas de este país. Lo que no podían entender los detectivés, era que hacía a esa hora un coronel del Ejército con dos hombres que, de acuerdo con los informes de inteligencia que ya se tenían, no eran otra cosa que narcotraficantes.
"Cuando los hombres dieron el reporte sobre la reunión entendimos que se trataba de algo grande. Por eso decidimos profundizar en el trabajo de inteligencia. Eso nos lIevó a descubrir que los dos hombres que se encontraban en nuestro país estaban trabajando a nombre del cartel de Cali", señaló a SEMANA una fuente oficial del gobierno de El Salvador que se encuentra adelantando la investigación del robo del material de guerra, que pertenecía al Ejército salvadoreño.
Después de estos primeros pasos que dieron los detectives, las cosas se complicaron. El 25 de febrero los sabuesos perdieron el rastro de los dos colombianos, conocidos hasta ahora como Richard Salcedo y "Marco", quienes al parecer descubrieron que estaban siendo vigilados por las autoridades de El Salvador. En tonces, se tomó una decisión, seguirle los pasos al coronel Leiva, pero también fue demasiado tarde. Durante los siguientes días, el militar no despertó ninguna sospecha entre los oficiales que lo vigilaban. Su trabajo se concentró en el batallón al cual pertenecía y donde ocupaba un cargo ejecutivo. Pero lo que no sabían los detectives era que Leiva ya había cumplido parte del plan que tenía programado con sus dos socios colombianos.
El coronel Leiva es un astuto militar que durante la época más dura de la guerra civil que vivió El Salvador, fue señalado por los grupos de izquierda y por parte de la población civil, como uno de los fundadores de los temibles escuadrones de la muerte que tenían la misión de desaparecer a todas aquellas personas que simpatizaban con la guerrilla salvadoreña.
A raíz de esas acusaciones, Leiva dejó las filas del Ejército y decidió montar una empresa de vigilancia privada mientras las críticas bajaban de temperatura. Una vez que esto ocurrió, regresó a las fuerzas armadas y desde entonces se convirtió en uno de los hombres con mayor información secreta en El Salvador. Tenía acceso a todos los planes y operaciones que montaba el Ejército para combatir la guerrilla. Era una de las pocas personas que sabía con exactitud con qué material de guerra cuenta este país centroamericano. Y a medida que su nombre fue ganando respeto, las puertas de batallones y guarniciones militares se le abrieron de par en par e ingresaba a ellos sin que nadie indagara sobre su presencia.
Por eso, los investigadores de este caso creen que las personas que contactaron al general Leiva sabían de muy buena fuente de quién se trataba y cómo podían utilizar sus influencias.
"El sabía qué armas había en los depósitos de los batallones y qué capacidad de destrucción tenían. Si algún mercenario o comprador de armas en el mercado negro necesitaba proveerse de material no podía encontrar un mejor socio que el coronel Leiva", señaló a SEMANA una fuente del gobierno de El Salvador.
Pero Leiva no sólo sabía de armas. También era un profesional de la estrategia militar. Y eso le sirvió para despistar a los detectives. La tranquilidad en la que transcurrieron los siguientes días al 25 de febrero no fue otra cosa que una "calma chicha". De acuerdo con la investigación que adelantan los funcionarios y los jueces de El Salvador, el 26 de febrero las cinco bombas ya habían sido sustraídas del batallón ubicado en las instalaciones del aeropuerto internacional. Leiva, según las autoridades, fue quien planeó el robo y para ello utilizó dos oficiales de su confianza y un grupo de civiles conformado por cubanos, guatemaltecos y salvadoreños. Ellos fueron los encargados de transportar las bombas. Lo hicieron en un camión al que le diseñaron una carrocería especial para proteger los artefactos, que pesaban, cada uno, 500 libras. Los transportaron por una vía abandonada que conduce del aeropuerto a la localidad de El Zapote, en el municipio de Aguachapán, donde están localizados una pista aérea y un puerto marítimo. El traslado de las bombas duró cinco horas y luego fueron depositadas en guacales especiales para ser enviadas en avión o por barco, segunda alternativa que tenían planeada.
Todo parece indicar que el coronel Leiva y sus hombres decidieron que la mejor vía era la aérea. A las 11 de la mañana del 4 de marzo, una aeronave fue detectada por el radar del aeropuerto de San Salvador y, de acuerdo con los operadores de la torre de control, su procedencia era desconocida al igual que su ruta. Por eso se avisó a la base aérea del Ejército para que se investigara. Pero cuando los oficiales arribaron, a la localidad de El Zapote ya era demaciado tarde. La ~pequeña aeronave había alcanzado altura de crucero y se escapó con parte de la carga que había llegado a recoger.
Sin embargo, el coronel Leiva y sus hombres fueron cogidos con una de las bombas que no pudieron ser transportadas por la avioneta. La otra bomba, que también quedó en el territorio de El Salvador está desaparecida y hasta ahora no se sabe en qué lugar está escondida o quién la tiene en su poder. El coronel y los demás cómplices que fueron detenidos ese 4 de marzo, declararon extrajudicialmente y confesaron que habían sido contratados por miembros del cartel de Cali, quienes les habían comprado las cinco bombas por un precio de cuatro millones de dólares. De ese dinero, a Leiva se le pagaron 450 mil dólares, que le fueron in cautados posteriormente. Pero su confesión en esa primera instancia fue más allá de lo previsto por las autoridades.
Afirmó que esas bombas se iban a utilizar para un plan terrorista, con el que se pretendía asesinar a Pablo Escobar en la cárcel de Envigado.
Al principio esa historia sonó a ciencia ficción. En Colombia se afirma que para llevar a cabo el plan terrorista en la cárcel de Envigado se requería de un avión de guerra A37, conocido como "Dragón del Aire", que volara a una velocidad y a una altura específica para lograr dar en el blanco. En estas condiciones el atentado parececía un imposible, pues esos aviones sólo los tiene la Fuerza Aerea Colombiana. Por eso se llegó a pensar que la compra de las bombas era un montaje del cual no se excluía ni al propio Escobar.
Sin embargo, altas fuentes militares de El Salvador consultadas por SEMANA, dan una versión diferente. Para ellos el plan era más sencillo de lo que se ha dicho. "Solo se requiere un helicoptero o cualquier avión que sobrevuele la cárcel y deje caer el artefacto. El sólo contacto con la tierra la haría explotar. Es una bomba diseñada para eso. No requiere de ningún mecanismo especial para activarla ni de ningún avión de guerra. Esas son sus especificaciones de fábrica y quienes las adquirieron a traves del coronel Leiva sabían que esa era el arma que estaban buscando para llevar a cabo su plan. Si una de las bombas llamadas Papaya lIega a explotar, todo lo que se encuentre a 24 cuadras a la redonda desaparecerá ", señaló a SEMANA un oficial del Ejército salvadoreño familiarizado con este tipo de explosivos.
Las autoridades de El Salvador afirman en forma categórica que el cartel de Cali fue quien adquirió las bombas "Estamos totalmente seguros de ello. Las declaraciones extrajudiciales que rindieron los acusados están grabadas en video y son prueba suficiente para decir que fueron miembros de esa organización quienes contactaron al coronel Leiva", dijo uno de los investigadores. Sobre la verdadera identidad de Richard Salcedo y Marcos, quienes de acuerdo con las investigaciones lograron escapar en la avioneta que transportaba las bombas, el gobierno de El Salvador ya estableció sus verdaderos nombres. Pero mientras esta información no se confronte con la comisión de investigadores que llegó de Colombia, no se dará a conocer. También se ha podido establecer que estos dos personajes hicieron llamadas desde el hotel donde se alojaban, a números de teléfono en Cali.
Lo único que ha quedado claro hasta ahora como consecuencia de este episodio es que El Salvador se ha convertido en uno de los puertos de salida de la droga hacia los Estados Unidos y Europa. SEMANA pudo confirmar que en los últimos tres meses han sido decomisados cargamentos con un valor de 150 millones de dólares, provenientes de Colombia. El caso del coronel Leiva parece indicar hasta qué punto los carteles han penetrado en ese pequeño país centroamericano.