PANDILLAS

Salvados del crimen

En Cali, una ciudad con altos índices de violencia, los jóvenes son los principales afectados. Diversos programas buscan impedir que caigan bajo el control de narcotraficantes, extorsionistas y prestamistas gota a gota.

2 de junio de 2018

honny* es un genio para dibujar. También es muy habilidoso con el balón y sueña con ser experto en mecánica automotriz. Pese a sus virtudes, pasa buena parte de su tiempo deambulando por los estrechos pasillos del barrio El Vergel, en el mítico distrito de Aguablanca de la capital del Valle. Busca rutas de escape para no morir acribillado por los combos enemigos de su sector; maneja con habilidad armas de fuego, puñales y es un experto en consumir drogas.

Dicho en palabras sencillas, se dejó llevar por el lado oscuro. Pero Jhonny asegura estar cansado de ser un ‘fantasma’, de huir, de odiar, de robar, de destruir su cuerpo con las drogas. Como la gran mayoría de los jóvenes que forman parte de pandillas, quiere salirse. “Lo más difícil de ser pandillero es perder la tranquilidad porque, por un lado, la ley (policía) anda detrás de uno y, por el otro, los enemigos”.

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La vida de Jhonny cambió de rumbo en 2012, cuando tenía 15 años. Hoy tiene 21. Eran días difíciles, llenos de necesidad y hambre. En medio de esa escasez de recursos, estudiaba y practicaba fútbol; pero esa rutina se perturbó cuando unos pandilleros asesinaron a su hermano. “Tuve todas las oportunidades y fracasé por mi culpa. Cuando uno quiere, lucha y sale adelante”, expresó en tono firme.

Jhonny es uno de los 1.200 jóvenes que integran las 108 pandillas identificadas en la capital del Valle, en medio de un panorama lleno de amenazas para la seguridad de la ciudad, que incluye bandas de crimen organizado, narcotraficantes, extorsionistas y prestamistas gota a gota. Los jóvenes que se unen a las pandillas están en la mira de estos grupos, que los utilizan para vincularlos a cualquiera de estas actividades criminales. Pandillas enteras han caído bajo el control del crimen organizado, a tal punto que se ha llegado a diluir la frontera entre unos y otros.

Los jóvenes son los principales afectados en una ciudad que desde hace tres décadas ocupa los primeros lugares en los índices de violencia del país. Con 51 casos por cada 100.000 habitantes, tiene una de las mayores tasas de homicidio en Colombia y el mundo. Los 605.108 jóvenes entre los 14 y 28 años de edad, que, según el Dane, hay en la ciudad, son el grupo poblacional con más víctimas y a la vez más victimarios en varios delitos. Por ejemplo, de los 1.299 homicidios ocurridos en la capital del Valle en 2016, el 53 por ciento de las víctimas, 676, eran jóvenes. Al mismo tiempo, el 54,5 por ciento de capturas por toda clase de delitos corresponden a jóvenes. Según la ciudad, 3.980 de ellos participaron en crímenes que van desde hurtos hasta homicidios.

Con un enfoque preventivo, la administración de la ciudad abordó el fenómeno de las pandillas desde sus raíces y no solo desde sus consecuencias. Con apoyo de la cooperación internacional, el municipio puso en marcha un programa con tres rutas de atención para pandilleros y jóvenes en riesgo. Se centra en acompañarlos para escuchar sus miedos, necesidades y sueños, y ayudarlos a superar barreras y cumplir sus metas.

Gracias a ese proyecto, el municipio ya logró enganchar laboralmente a cerca de 500 jóvenes vulnerables. “Es un proceso lento, que incluye acompañarlos hasta que superen la vulnerabilidad y enseñarlos a ser autónomos e independientes del asistencialismo: 42 de ellos ya están en el mercado laboral privado”, explicó Rocío Gutiérrez, secretaria de Paz y Cultura Ciudadana de Cali.

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“El esquema es tan efectivo, que tenemos experiencias en las que pandilleros enemigos trabajan conjuntamente en un mismo programa y territorio”, agregó Camilo Cock, coordinador de los Territorios de Inclusión y Oportunidades (Tios). Muchos de esos jóvenes hoy laboran como gestores de cultura ciudadana en las estaciones del MÍO (sistema de transporte masivo), en las intersecciones viales o en programas de prevención de violencia.

Además de la oferta institucional, la sociedad civil (en especial las organizaciones de carácter religioso) tiene proyectos para sacar a los jóvenes de la violencia y abrirles espacios que les permitan desarrollar actividades culturales, deportivas y de integración laboral.

El informe de la Fundación Ideas para la Paz pone en evidencia un factor clave: pese a su relación tan estrecha con la delincuencia organizada, las pandillas locales siguen siendo organizaciones autónomas con espacios para otras actividades. “Resulta claro que las pandillas se mueven en una órbita signada por el crimen organizado, en la que jóvenes, no necesariamente pandilleros, participan como sicarios a través de oficinas de cobro y cumplen un papel en el expendio de sustancias. No obstante, esto no elimina la cotidianidad de las pandillas”. Muchos de los que pertenecen a ellas tienen habilidades para componer, improvisar y crear piezas musicales, talentos que vale la pena incentivar si se quiere mantener a los jóvenes alejados de los grupos delincuenciales.

En el distrito de Aguablanca y sus comunas aledañas, donde vive Jhonny, operan más pandillas y a la vez se registran más de la mitad de los delitos de la ciudad.

De allí también es José Edwin Quintero Lucumí, más conocido como Cusi, un expandillero que es fiel reflejo de las dos caras del fenómeno. Desde muy joven se enroló en una de las 12 pandillas de su barrio El Vergel, el mismo de Jhonny. Allí escaló y repitió las andanzas de otros miembros desviados de estos parches: sumó un rosario de delitos, conoció la cara de la muerte y sucumbió ante las drogas. De sus seis hijos, tres son pandilleros. “Mis hijos heredaron todo lo malo que yo había sembrado, de haber usado las pandillas como si fueran un grupo de delincuentes”.

Hoy, a sus 42 años, Quintero Lucumí da un ejemplo de resocialización. No solo abandonó su vida de pandillero, sino que rescató a otros jóvenes que decidieron desarmarse en 2006 en un programa de la Gobernación del Valle y la Policía. Ahora lidera una fundación desde donde atiende a niños y jóvenes vulnerables para darles en qué ocupar su tiempo libre.

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Además de dejar su pasado oscuro atrás y de ayudar para que los pandilleros no cojan el camino equivocado, Cusi ha tenido que pasar duras pruebas. En 2014, durante una riña, uno de sus hijos pandilleros disparó un arma y causó la muerte a un niño inocente del barrio. Se lo entregó a la Policía. Y hace dos años, casi pierde la vida defendiendo a otro de sus hijos durante un ataque sicarial. “Alcancé a ver y me fui a quitarle el arma al pandillero y no lo logré: me pegó dos tiros, uno en la mano y otro en el cuello”.

Justamente, ese detalle es uno de los más complejos para el proceso de rescate de los pandilleros: su entorno. Casi todos coinciden en reclamar una oportunidad educativa y laboral, pero a su vez concluyen que para alejarse de las drogas y las vendettas, deben migrar.

“La clave está en que debe ser un proceso de atención psicosocial y de largo plazo; no pueden ser programas para mostrar cifras, la foto y el titular”, explicó la religiosa Alba Stella Barreto, gestora de la Fundación Paz y Bien, que atiende a por lo menos 500 jóvenes del distrito.

Aunque él no ha emprendido aún la ruta para resocializarse, Jhonny trabaja con la fundación Gestores de Paz, en el corazón del distrito de Aguablanca, para ayudar a otros jóvenes a perseguir sus sueños y alejarse de los combos. Mientras sigue dibujando retratos, dice que algún día él también seguirá el camino que ha ayudado a otros a comenzar.•

*Su nombre fue cambiado para proteger su seguridad.