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Camino a la libertad

Júbilo en el país por la liberación de Gloria Polanco, Jorge Eduardo Géchem, Orlando Beltrán y Luis Eladio Pérez. Este último se convirtió en el vocero de los secuestrados de las Farc. SEMANA cuenta su historia.

1 de marzo de 2008
Con euforia los familiares recibieron a los secuestrados recién liberados en Caracas. De izquierda a derecha: Gloria Polanco, Jorge Eduardo Géchem (camiseta aguamarina), Luis Eladio Pérez (de negro) y Orlando Beltrán

Por segunda vez en 2008, las familias de los secuestrados por las Farc tuvieron motivos para celebrar. El miércoles, los ex congresistas Gloria Polanco, Orlando Beltrán, Jorge Eduardo Géchem y Luis Eladio Pérez recuperaron la libertad que la guerrilla les había arrebatado hace más de seis años. Los colombianos ya conocen de memoria el trayecto, gracias a la televisión venezolana: la larga marcha por la selva de los secuestrados, la recogida por helicópteros venezolanos en Tomachipán, Guaviare; el viaje a Santodomingo, Táchira, para subirse a un avión que los transportó a Caracas. Y allí el reencuentro con sus seres queridos. Una historia repetida, pero feliz, como debe ser el final de todas las historias.

Dentro del júbilo colectivo, llamó la atención un hombre que era poco conocido por la opinión pública. Un ex senador de Nariño, cuya esposa Ángela se había convertido en adalid de su liberación, pero que para la gran mayoría de su compatriotas era uno más de los políticos canjeables, que no eran de apellido Betancourt.

Pero en ese hangar del aeropuerto de Maiquetía, Luis Eladio Pérez dejó de ser un liberado más y su liderazgo lo convirtió en el vocero extraoficial de los liberados y de aquellos que aún están atrapados contra su voluntad en las montañas de Colombia. Con lo que él mismo llama una "diarrea verbal", no ha dejado de hablar duro: contra las Farc y también contra el gobierno del presidente Álvaro Uribe. "Ni la infamia de las Farc, ni la terquedad de Uribe pueden impedir que la paz de Colombia sea posible",dice.

Luis Eladio es hoy también famoso porque pasó varios años en cautiverio con Íngrid. En su habitación en el Hotel Meliá, el ex senador le contó a María Alejandra Villamizar, de SEMANA, su secuestro, sus experiencias en el cautiverio y su relación con Íngrid Betancourt.

El secuestro

Luis Eladio Pérez perdió su libertad el 10 de junio de 2001. Quería recuperar una camioneta que las Farc le habían robado en una carretera de Nariño. Se fue a la vereda la Victoria con el alcalde de Ipiales. Al llegar se vio rodeado de guerrilla. -"¿Usted es el senador? -Sí, vengo por la camioneta", respondió él. Pero primero tiene que hablar con los comandantes. Pasaron casi siete años y nunca los vio.

Cuando le pusieron las botas plásticas número 43, dos números más de lo que él calza, y le dijeron que caminarían un rato, empezó a sospechar que se trataba de un secuestro. Unas horas más tarde le trajeron un caballo. Y una vez montado, un guerrillero se le acercó, le quitó las gafas que usaba y las partió contra una piedra. Cuando reaccionó, otro sacó un fusil y le apuntó a la cabeza "¿Qué le pasa, senadorcito, burguesito, oligarquita, aquí mandamos nosotros, se calla o lo mato" .

De ese primer día recuerda la angustia en el estómago y una ruana muy pesada que le pusieron para mitigar el frío. En esos días tuvo fuertes dolores en una pierna que obligaron a los guerrilleros a menguar el paso porque según le informaban a sus mandos por la radio "la mercancía venía averiada". ¿Cómo me pueden llamar mercancía , se preguntaba aun aturdido de la situación.

 La primera vez que se bañó en el río, se metió desnudo al agua sin saber que debía dejarse los interiores; aprendió a lavar ropa luego de que una guerrillera le tiró en la cara un par de calzoncillos porque ella "no le lavaba mierda a la burguesía". Se enteró de que el remedio universal en la selva es la crema Yodora, que sirve para todo menos de desodorante.

Luis Eladio estuvo dos años solo en su secuestro. Y hoy piensa que así hubiera preferido pasar el resto de su cautiverio. La convivencia entre el grupo humano que forzosamente se reunió en esas selvas fue muy dura para todos. Sabe que Íngrid también lo hubiera querido así, haber estado "sola por su lado".

Con la cara llena de lamento, recuerda que la envidia y la malquerencia fueron sentimientos que se posaron en la vida diaria del campamento. "Nos hacían la vida imposible por cualquier pendejada. Se burlaban de Íngrid porque la mamá Yolanda le mandaba mensajes todos los días y porque aparecía en los medios de comunicación. Aparecía esa envidia de los colombianos. Yo la veía tan sola y tan desprotegida, que terminé defendiéndola, y dándome trompadas con el uno y con el otro. Eso era una locura".

Cuando Luis Eladio Pérez coincidió con Íngrid Betancourt en el Congreso, años atrás, apenas un saludo medió entre ellos. Eran unos colegas desconocidos, unos políticos con orígenes y destinos distantes. Ahora su amiga Íngrid no se le borra de la mente.

La fuga con Íngrid

La idea de escaparse siempre estuvo en la cabeza de ambos. Por iniciativa de Íngrid empezaron a guardar comida para cuando llegara el momento. Los pedazos de arepa, o arroz ella los almacenaba en un morralito de tela que había cosido para llevar lo que era necesario para la aventura.

Pero la leishmaniasis se atravesó en el cuerpo de Luis Eladio justo antes de irse. Y él tuvo que someterse a un tratamiento con ampollas de glucotine, una droga que no puede dejar de ser suministrada hasta que la herida que produce la enfermedad se cure. Así que tuvieron que esperar. Pasaron seis meses y 200 inyecciones para que Luis Eladio e Íngrid retomaran el aliento.

 Una tarde vieron que los guerrilleros empezaron a traer inmensos troncos de madera y los apilaban cerca del sitio donde permanecían los secuestrados. Otros más empezaban a cavar huecos redondos cada dos o tres metros en línea recta. Íngrid y Lucho se dieron cuenta de que los iban a encerrar en una jaula, lo que haría imposible los planes de volarse. Así que decidieron que lo harían esa misma noche, a pesar de que a Luis Eladio aún no le cedían los dolores que produce la droga en el cuerpo.

  Con los nervios de punta y casi sin aliento, esperaron a que llegara la noche. Los detalles de la operación los tenía ella en la cabeza. Cada uno se iba para su caleta a fingir que dormía. Ella debía tomar las botas plásticas de algunos de los militares y ponerlas al pie de sus caletas para engañar a la guardia. Y una vez el campamento estuviera en silencio, ella lo despertaría y se echarían a rodar hasta el rebalse.

Por la espera de los meses se había agotado la comida de reserva, pero Íngrid logró esa tarde acumular unas galletas y unas sobras del almuerzo para guardarlas en el pequeño morral. Cuando era el momento, un guardia se paró justo al lado de la caleta de Íngrid, lo que impidió por unas horas el inicio de la operación. Sin embargo, llegó la lluvia y el aguacero obligó a los guardias a resguardarse con plásticos debajo de unos árboles. Íngrid supo entonces que tenía que moverse y de inmediato comenzó como una hormiga laboriosa a organizar la marcha. Despertó a Luis a pellizcos, robó las botas de los militares y las puso en sus sitios. Y agachados, de la mano, echaron a correr con el corazón explotando de miedo.

 Como estaba previsto, salieron al rebalse, y de ahí al río. "Era un buen río, grande y nos sentimos libres", recuerda Luis Eladio, y su rostro se ilumina con una buena sonrisa como si se trasladara de nuevo a esas aguas heladas que los bañaron de ilusión por seis días. Se amarraron entre sí para no perderse y mitigar los riesgos de una corriente fuerte. "Íngrid es una excelente nadadora y yo soy nadador de piscina de Melgar". Decidieron que se echarían a rodar como troncos por el río en la noche y que por el día intentarían pescar y descansar. Tiritaban todo el tiempo, no tenían ropa para cambiarse y el sol no asomaba por la selva.

 Con tres anzuelos que llevaban, se lanzaron a pescar. Íngrid logró sacar tres pescaditos que se comieron crudos. Luis Eladio lamenta con el alma no haber sido capaz de encender el fuego. "Acabé con la única velita que llevábamos y no fui capaz", dice con el pesar de saber que fue la hipotermia la que al final lo derrotó. "Fui inferior a ella, cada día empecé a resistir menos, ya no eran tres o cuatro horas por el río, sino una, y luego media y luego 10 minutos, y mientras tanto las operaciones de la guerrilla estaban más cerca, los veíamos pasar en las lanchas buscándonos. Ya tenía encima dos comas diabéticos. Íngrid se asustó porque yo ya estaba muy mal. Y el sexto día ella decidió que nos entregaríamos. A plena luz de día, cuando pasó una lancha repleta de guerrilleros, se nos acabó la ilusión".

 Vino entonces lo peor. Los amarraron a un palo cada uno. Separados por metros y sin poder hablar. La orden del comandante fue encadenarlos del cuello. Luis Eladio no opuso resistencia por su debilidad física, pero Íngrid sí. Ella decía que por dignidad no se dejaría amarrar. Entonces, la maltrataron y la golpearon y al final una cadena colgó de su cuello.

 La orden del comandante fue que a los dos se les diera apenas la comida que había. Era tan estricta la decisión de darles a ellos dos "lo peor", que las dos únicas veces que les dieron gallina, a Íngrid le sirvieron la cresta y a Luis Eladio el pescuezo.

 Les impidieron hablar por mucho tiempo. Después les autorizaron media hora al día. Pero esas condiciones de lucha, de cuidado mutuo y de resistencia, hicieron que sus vidas quedaran unidas para siempre. 

  Cinco minutos? La marcha de la libertad, como él la llama, empezó el 28 de diciembre. Cuando ya completaban casi un mes, empezaron a percatarse de que en la misma zona podían estar otros secuestrados. Después de tanto tiempo los rehenes se vuelven expertos en identificar los movimientos de la guerrilla. Efectivamente se trataba de Íngrid y los cinco militares que estaban con ella. Marchaban por la misma zona y al parecer para el mismo lugar, pero se alternaban las caminatas por el día y por la noche. Cuando un grupo caminaba, el otro descansaba.

 Pasados un mes y seis días de la marcha de ambos grupos y ya con la noticia de su liberación encima, Luis Eladio llegó a un campamento recién montado. Como obliga el reglamento de las Farc, los guerrilleros hicieron la chonta, que es como se le llama en jerga guerrillera al baño (letrinas cubiertas por hojas de palma) en el centro del campamento. Y fue allí donde transcurrieron los últimos cinco minutos que se vieron.

Fue un abrazo fuerte y rápido. No se veían desde agosto pasado. Y había escuchado por las noticias el impacto que la foto de Íngrid causó en el mundo. No se podía imaginar cuál era el estado del que hablaban por la radio, pues cuando los separaron, ella estaba estable y hacía ejercicio y se mantenía fuerte. Sin embargo, ahora comprobaba con sus propios ojos. Íngrid está tan flaca y su piel arrugada, que su rostro parece como el de una anciana. "Me dieron calcio, me dieron calcio y vitaminas", le repetía.

 En seguida, ella se quitó un cinturón que cargaba: "Llévaselo a Melanie". Él la tranquilizó diciéndole que no se preocupara, que él les llevaba cosas a sus hijos. Los segundos pasaban y empezaron a sentir que los habían pillado hablando. Comenzaron los gritos de los guerrilleros para separarlos, así que corrieron a decirse las últimas palabras. Razones para Yolanda su madre, sonrisas y los deseos de ella para él: "Gózatela, goza de la libertad". De inmediato, a cada uno lo cogieron de su lado, y no se vieron más.

"Parte de estar vivo se lo debo a Íngrid, dice Luis Eladio. Cuando vinieron las más duras enfermedades, ella fue la que me salvó y me cuidó". "¿Qué me dieron las Farc , dice con lágrimas. En siete años de secuestro, ¿qué me dieron las Farc? Una aspirina. Una sola".  

Lo más paradójico de estos secuestros de congresistas que las Farc han calificado como prisioneros políticos es que nunca hablaron de política con los guerrilleros. Salieron después de seis o siete años de un terrible cautiverio sin intercambiar una sola idea con un comandante de la llamada cúpula de las Farc.

Luis Eladio Pérez recuerda que sólo en una ocasión vio al 'Mono Jojoy', que apareció un día en el campamento y los visitó. Aún estaba con Íngrid y con Clara Rojas. El jefe guerrillero, dice Pérez, fue amable con ellos. "Vino, nos hizo chistes: que el pastuso está bien, Íngrid está chusca de hacer tanto ejercicio y cosas así, pero cuando le preguntamos por nuestra situación, dijo que después hablaríamos de esto, evadió las preguntas. Dijo que él volvía ¡pero qué va! Al otro día nos encapucharon y nos trasladaron de campamento. Jamás hablamos de la situación del país, jamás nos dieron la oportunidad de debatir cómo podíamos ser parte de la solución".

 Ahora cuando está libre de milagro, se pregunta cual fue el carácter de su tragedia. ¿Qué ganaron las Farc con su secuestro? ¿Por qué están libres en Venezuela y no en Colombia como debió ser?

Lo único que tiene claro Luis Eladio es que no dejará solos a sus ex compañeros de cautiverio y trabajará incansablemente por su liberación. El jueves por la noche, en la rueda de prensa organizada por el gobierno venezolano, lanzó su primera carga de profundidad: "Reto públicamente al presidente Álvaro Uribe para que demuestre el éxito de su política de seguridad democrática despejando los municipios de Pradera y Florida y que luego de 45 días las Fuerzas Armadas recuperen ese territorio".