CORONAVIRUS
Los campesinos, los otros héroes
Nada preocupa más hoy al mundo que la covid-19 y la necesidad de alimentos en un mundo paralizado. Los campesinos en Colombia han ofrecido su entrega, compromiso y sacrificio. Es hora de fortalecer la cadena agroalimentaria y la vocación productiva del campo.
Belén de Umbría es un pequeño pueblo de Risaralda, cuyas montañas últimas limitan con el Chocó. Los fines de semana su parque solía vivir en ebullición hasta que llegó la cuarentena: jeeps repletos de productos agrícolas invadían la plaza de mercado, los campesinos llegaban al parque de Bolívar a tomar tinto y aguardiente. Se trata de una economía boyante alrededor de la agricultura. Allí se siembran los plátanos que terminan en una popular marca de frituras o frutas para los jugos envasados de una marca nacional. Es un pueblo minúsculo que casi nadie conoce, pero que hoy todavía alimenta a miles de colombianos.
María Eugenia Marín, presidenta de la Asociación de Paneleros de Belén de Umbría (Asopabel), no ha abandonado su finca desde que empezó la cuarentena. Con su esposo, José Bernardo, se encargan de mantener los plátanos a punto y de asegurar sus alimentos diarios: tienen gallinas ponedoras contentas –con música clásica cuando las encierran– y un trapiche familiar, que ha sobrevivido a través de tres generaciones. Dice María Eugenia que los trapiches no han dejado de funcionar por estos días, se sigue produciendo para mantener las alacenas de muchos.
En el pueblo decidieron cerrar las conexiones a las veredas con un policía que hace guardia. Entonces, los campesinos ingresan al municipio según el número con el que termina la cédula al igual que los productores. “La panela la estamos descargando todos los sábados. Se entra a la plaza de mercado según un orden establecido, todos llevan tapabocas, guantes y desinfectante. Además, hay que registrar la placa del carro repartidor, de esa manera la Alcaldía controla que nadie se cuele durante la cuarentena. Ahora es momento de mantener a los campesinos sanos”.
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Mientras que las industrias se detienen y los precios del petróleo, el carbón y la energía caen, y las grandes empresas del mundo se enfrentan a una recesión impensada, los campesinos continúan, y en las grandes ciudades solo hay una preocupación: que no falte la comida, el agua, todo lo demás se hace prescindible.
Hasta el momento, ninguna ciudad del país está desabastecida. Las fotografías de estantes vacíos, que tanta alarma han causado en otros países, no se han registrado en Colombia –solo unos cuantos se enloquecieron con el papel higiénico–. Según el Ministerio de Agricultura, en febrero ingresaron a las centrales de abastos 468.376 toneladas de alimentos, la misma cantidad respecto al mes anterior, antes de que comenzara la emergencia sanitaria.
Siempre se ha sabido que Colombia tiene una fortaleza agrícola importante: más del 80 por ciento de los alimentos que se consumen en el país son sembrados aquí. En medio de esta pandemia, el campesinado, por décadas golpeado por la violencia y el olvido, debe ser protegido y respaldado. Ahora es importante, como dice el secretario de Agricultura de Antioquia, Rodolfo Correa, nacionalizar alimentos como el arroz y el maíz, cuyas importaciones han barrido con la producción local. Además, es hora de tecnificar la industria, pues no más del 10 por ciento de los cultivadores usa tecnología.
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Pero la despensa agrícola del país vive diferentes momentos. Mientras que algunos departamentos parecen robustecidos y han entablado una cadena fuerte de producción, transporte y oferta, otros se encuentran fracturados y ven cómo los alimentos se pierden en las fincas o, incluso, en las carreteras. Por otro lado, las autoridades regionales luchan para mantener a raya la especulación y también el acaparamiento.
Alfonso Marín, analista de precios de la Central Mayorista de Medellín, dice que al principio de la cuarentena parecía que todo se venía abajo: los alimentos escasearon rápidamente porque las familias, asustadas por los días de encierro, se lo llevaron todo. Sin embargo, con el tiempo, la oferta se niveló y los ciudadanos volvieron a sus actos de consumo normales: mercar una vez a la semana.
“Lo que ha mantenido a flote las centrales de abasto es que los transportadores tienen libre movimiento. En el caso de Antioquia, tenemos fuentes de alimentos muy cerca. Y de aquí están saliendo camiones para la costa y también llegan mercancías de otras regiones, como Boyacá, Nariño y el Eje Cafetero”, dice Marín.
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Agrega que los precios se han mantenido y que lo único que registra aumento son los cítricos, los cuales, en su mayoría, vienen de otros países, así como algunos frutos secos, que pueden empezar a escasear.
En el caso de Antioquia, desde que se declaró la emergencia sanitaria se creó la mesa de abastecimiento y seguridad alimentaria del departamento. Esto con el propósito de realizar seguimiento, evaluación y control a la cadena de aprovisionamiento bajo tres preceptos: fuente de producción, distribución y suministro.
“Verificamos, con personal en cada vereda, la salud de los campesinos y también vigilamos que tengan acceso a los insumos agropecuarios; estamos en constante monitoreo de la situación de los productores agropecuarios, que hoy son el factor clave del orden social. En segundo lugar, nos articulamos con las organizaciones de transportadores para hacer monitoreos constantes y mantener la cadena de salubridad, además de verificar el estado de las vías. En el suministro monitoreamos las centrales de abasto y supermercados para detectar precios y acaparamiento, tenemos dos fiscales dedicados a esto”, dice Correa.
Por ahora, la cadena está bien aceitada en Antioquia. Sin embargo, ya se creó un plan de abastecimiento de emergencia en caso de una ruptura: si los camioneros no pueden transportar los alimentos, por ejemplo, como ahora sucede en el suroccidente de país. Jairo Chamorro, secretario de Agricultura de Nariño, asegura que allí se ha roto la cadena agroalimentaria porque no hay cómo pagar fletes, pues los transportadores pueden traer alimentos hasta Bogotá o Medellín, pero no tienen carga de regreso. “Eso ha llevado a que, por un lado, tengamos la producción represada en las fincas, y, por otro, desabastecimiento en las ciudades, sobre todo Pasto, Cali y otros municipios de la región”.
Por el momento, tratan de adoptar medidas para recuperar la soberanía alimentaria regional, y de esta manera autoabastecer el departamento aprovechando el trabajo de las Unidades Municipales de Asistencia Técnica Agropecuaria, las secretarías de Agricultura y los gremios, pues no se pueden seguir perdiendo las cosechas. Pero esto no solo sucede en Nariño. En zona rural del municipio de Villahermosa, Tolima, los paneleros están preocupados: unas 300 familias viven de la caña, y aunque el valor de la carga alcanzó un pico de 400.000 pesos, el precio se ha reducido y cada vez hay menos transporte para sacar el producto. “A la vuelta de 20 días la gente no va a tener con qué comprar. En El Líbano el ciento por ciento de la población vive del rebusque diario; si no trabajan, no va a haber ni para comer ni para cosechar”, dice Gerson Calderón, agricultor de la zona.
Y mientras que en algunos casos el problema es de transporte, en otros la demanda ha bajado y hay sobreoferta, de tal manera que han tenido que regalar o tirar la panela. También es el caso de los cultivadores de lechuga crespa en Mutiscua, Norte de Santander. Debido a que el producto que enviaban a Bucaramanga lo compraban en su mayoría los restaurantes –hoy cerrados por la coyuntura–, están perdiendo al menos la mitad de su cosecha. De igual forma, les ha sucedido a los productores de guanábana en Lebrija, que emprendieron una campaña para vender puerta a puerta la fruta y así no tener que perderla.
El Ministerio de Agricultura está diseñando una “estrategia de circuitos cortos de comercialización”, que consiste en encontrar compradores seguros para las cosechas: las agroindustrias, las redes de tenderos, los mercados institucionales públicos –como las Fuerzas Armadas, el Inpec, el ICBF– y las grandes superficies. Pero hay zonas, como el Catatumbo, donde los campesinos y líderes han decidido bloquear las vías de acceso para protegerse del contagio del coronavirus y seguir cultivando. “Las asociaciones de juntas de acción comunal se están rotando. Unos están produciendo alimentos y otros cuidando la vía”, dice Edíver Suárez, miembro del Coordinador Nacional Agrario.
En el campo, olvidado hasta hoy, viven los otros héroes en tiempos del coronavirus: los campesinos. Hoy todo el reconocimiento parece poco a la sombra de lo vital y ya desconocido: sembrar, cuidar, cosechar, tener alimentos en la mesa.