ENTREVISTA

“En la ciudad no conocen el miedo con el que duermen en el campo”: defensor del Pueblo

Carlos Negret reflexiona sobre el efecto de la polarización de las élites políticas en la vida de las regiones marginadas, y la terrible ola de asesinatos de líderes sociales.

30 de junio de 2019
Carlos Negret cuenta que la Defensoría emitirá una alerta sobre el riesgo de las próximas elecciones. | Foto: Pedro Baute

SEMANA: ¿Todo el país está polarizado, como se suele decir, o esa división es solo de las élites políticas?

Carlos Negret: La polarización es una narrativa, una grieta en la que nos han querido instalar en el imaginario de la opinión pública, que resulta muy conveniente y efectiva para la adopción de posturas en el próximo escenario electoral. Pero, a su vez, tiene unas consecuencias nefastas para la convivencia porque promueve la estigmatización. Por suerte, esa narrativa no es un sentimiento de todos los colombianos. La esperanza de vivir en paz es compartida, independientemente de las posturas políticas de cada persona.

SEMANA: ¿Cómo afecta la polarización de las élites políticas la vida en los territorios más marginados?

C.N.: Eso tiene como consecuencia un aumento de riesgo para los líderes, defensores de derechos humanos y para todo el ciudadano de a pie. Los actores violentos pueden dirigir su mirada con base en los prejuicios para afectar a aquellos que han estigmatizado, y que regularmente defienden causas que afectan sus intereses.

SEMANA: ¿Cuál es la relación de la polarización con la cresta de asesinatos de líderes sociales y excombatientes?

C.N.: Quizá no sea la única explicación, pero el hecho de crear una narrativa que divida al país entre buenos y malos hace que en el campo, donde el Estado nunca ha ido, donde los conflictos sociales todavía no se resuelven, se abra un espacio a los actores criminales para que arbitrariamente tomen decisiones, juzguen y ataquen a quienes presumen como sus enemigos.

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SEMANA: Discusiones como las de las objeciones a la JEP o las curules de las víctimas en el Congreso son atravesadas por la polarización. ¿Qué efectos de esos debates ha visto reflejados en las zonas marginadas?

C.N.: Empiezo por la JEP. Nos convencimos de que el gran problema del país pasaba por resolver el dilema que nos propone una justicia transicional entre un modelo punitivo y uno restaurativo. Y, claro, ese es un asunto de importancia. Pero dejamos al lado los verdaderos retos. El de acabar con las causas del conflicto, que son los detonantes de la descomposición del tejido social. Quiero decir, el abandono del campo y de los ciudadanos a los que se les ha marginado del progreso en toda nuestra historia republicana. En el caso de las curules, tengo pleno convencimiento de que son una manera idónea de reparar a las víctimas para enmendar de alguna manera el daño causado. Hemos tenido un problema a la hora de plantear los debates públicos.

SEMANA: Vienen elecciones regionales en octubre, y hay territorios donde la violencia política está disparada. ¿Qué puede pasar?

C.N.: Con los grupos armados en su afán de mantener el control territorial, se avecinará una gran lucha por el poder que puede llevar a asesinatos de líderes y defensores, y de candidatos a estas corporaciones. Todo por la cuota del poder. Nosotros aspiramos a emitir en agosto una alerta temprana de riesgo electoral. Esperamos que nuestra alerta, que es de prevención, pueda servirles al Gobierno y a la ciudadanía.

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SEMANA: ¿Puede cerrarse este ciclo de violencia contra líderes y excombatientes si las élites políticas siguen tan radicalizadas?

C.N.: La única manera de parar esta violencia, que es verbal y física, es con una acción decidida de los gobernantes, de toda la sociedad, basada en la tolerancia, la empatía y la solidaridad. Debemos ver al que piensa diferente de frente a los ojos, deshacernos de todas las malquerencias para preguntarnos cómo podemos tomar las mejores decisiones. Este es un país diverso en pensamiento, y en esa diversidad tenemos que construir la paz que piden los ciudadanos de los sectores rurales. Los colombianos de las ciudades no conocen el miedo con el que duermen los campesinos, los indígenas, los afros. No saben las angustias que se viven cuando los actores armados llegan a golpear a sus casas.