testimonio
Carta abierta a "Don Berna"
Doña María Elena Toro Agudelo, familiar de cinco desaparecidos, pone a prueba al vocero de las AUC al preguntarle por el paradero de sus seres queridos.
"Por la presente me dirijo a usted para que me ayude a quitar esta carga de dolor que llevo sobre mi cuerpo desde hace casi 10 años cuando mi familia tuvo la mala fortuna de toparse con las autodefensas. De allá a aquí, perdimos a cinco de nuestros seres queridos, nos expulsaron de nuestra tierrita y pasamos las noches en vela pidiéndole a Dios para que los llene de bondad y nos digan la verdad. Con el corazón en la mano le reitero que no nos interesa nada más: ¿Si los tienen vivos, a dónde se los llevaron? ¿Si los mataron, dónde están sus restos para darles cristiana sepultura? Le escribo a usted porque está en la cárcel de Itagüí, aquí cerquita de Bello, mi pueblo, en donde vivo. Además, ¿a quién más? Sí ustedes a cada rato cambian a los jefes de su movimiento y hoy leí en el periódico que ahora usted es 'el líder natural e histórico' de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Por eso, le escribo señor 'Don Berna'. Empiezo por contarle que me llamo María Elena Toro Agudelo, que tengo 61 años y que soy hija de Francisco Antonio Toro Gómez y María Mercedes Agudelo. Mis padres también son antioqueños, de Frontino. Ambos se han amado durante toda la vida. Con decirle que este 14 de diciembre cumplen 64 años de casados. Y él, a sus 87 años de edad, todos los días le dice a mi madrecita: 'Mi amor, tú eres la niña de mis ojos'. Es algo muy especial porque esa fue la primera frase que él le dijo hace 65 años después de declarársele como novio y de pedirle respetuosamente que si podía tutearla. Él me cuenta que allá en Frontino la gente era muy conservadora y todo mundo guardaba respeto por los demás. Eran otras épocas, me dice él. Mis padres llegaron a Medellín y él empezó a trabajar en Fabricato. Era mecánico. Eran tiempos en que las empresas pagaban muy bien y los empleados podían ahorrar. Por eso, fue que él juntó un dinero y volvió a Frontino a comprar la ladrillera Nero, famosa porque de allí hace más de un siglo, salieron los tejados para la iglesia de Frontino. Fue así como nuestra familia, muy numerosa por cierto, empezó a vivir entre Frontino y Medellín. La ladrillera está en la parte alta del pueblo, cerca de la finca de los Álvarez, desde donde se puede ver todo a la distancia. Es una tierra muy rica en arcilla y otros minerales. Dicen que se puede sacar ladrillo para rato. Además usted sabe que Frontino siempre ha sido famoso porque allí abunda el oro. Esa fue una de las razones, dicen, por las que un día de 1995 llegaron las autodefensas. Eran decenas de muchachos que armaron sus cambuches a un kilómetro de nuestra casa. Allí sanaban a sus heridos, mientras otros con sus uniformes y sus armas se iban a la ladrillera a hacer polígono. Cuando bajábamos al pueblo, nosotras los saludábamos, como nos enseñaron nuestros padres, con respeto. Luego seguíamos nuestro camino y a otro kilómetro de distancia saludamos a los soldados del Ejército Nacional que también tenían en la misma carretera su batallón. No comentábamos nada porque cada uno sabrá cómo hace sus cosas. Todo era calma hasta cuando empezaron a llegarnos rumores de que las autodefensas necesitaban la ladrillera porque querían toda esa área para hacer sus cosas. Al principio, les dijimos, que esa era imposible y dejamos así las cosas. Hasta el 21 de agosto de 1996 cuando mi hermana Mercedes Toro Agudelo, que en ese entonces tenía 47 años, y su esposo Juan Carlos Ortiz, salieron para el pueblo pero nunca llegaron. Nunca supimos qué les pasó. De mi hermana le cuento que era la más preparada de la familia pues estudió arquitectura en Medellín. Como sabían tantas cosas nosotros le dimos nuestro voto de confianza y dejamos que todos los papeles de las tierras de Frontino, de la ladrillera y de la casa de Bello estuvieran a nombre de ella y de su hija, Claudia Elena, una muchacha bonita, buena y muy inteligente. Después de las desapariciones varias personas nos hicieron llegar mensajes de las autodefensas en los qué nos pedían que vendiéramos las tierras para evitar más dolor. Nos negamos porque esa era la herencia de mis padres para sus 14 hijos, ocho mujeres y seis hombres. Usted sabe que en pueblo pequeño, infierno grande y todo se sabe. Un vecino aquí, otro allí, uno más allá. Todos nos decían que a mi hermana y a mi cuñado se los habían llevado las autodefensas porque el patrón necesitaba las tierras. ¿Quién es el Patrón? Yo no sé. Apenas 20 días después, el 4 de septiembre de 1996, Claudia Elena, la hija de mi hermana, estaba en El Poblado, cuando recibió una llamada para que fuera a negociar su libertad. Ella salió acompañada de su esposo a cumplir la cita por una ruta que le dijeron que siguiera. A pocas calles de allí, a plena luz del día, y en uno de los sitios más elegantes de Medellín, fueron interceptados por hombres armados. 'A usted es la que necesitamos', le dijeron a la muchacha y se la llevaron. Imagínese, señor 'Don Berna', qué dolor tan grande sufrir tres raptos en menos de un mes. La familia no sabía qué hacer. ¿A quién hablarle? ¿A las autodefensas? Era difícil porque, usted me va a perdonar, pero para la época ya nos daban era puro miedo aunque eso sí lo intentamos. 'Ya saben lo que tienen que hacer', nos decían. El tiempo pasó y mientras continuaba nuestra búsqueda seguimos yendo y viniendo entre Frontino y Medellín. El 22 de febrero de 1997, mi hijo Franklin Aurelio Barón Toro, salió para la ladrillera en una moto. Se fue de Medellín, donde estudiaba sexto semestre de ingeniería y trabajaba en la construcción junto a su amigo Guillermo Serna. Este también era un muchacho, que como mi hijo, tenía 22 años, y a quien considerábamos de la familia porque era buena persona, honesto y muy emprendedor. Eran muchachos inofensivos que les gustaba hacer la ruta en moto por simple diversión. Cómo usted sabe, las autodefensas ordenaron que en el pueblo los muchachos no llevaran el pelo largo, que las muchachas no usaran minifalda, que no anduvieran por la noche y sobre todo que los varones cargaran siempre la libreta militar para verificar que habían prestado el servicio o que estaban a paz y salvo con el Ejército. Mi muchacho cuidaba tanto su libreta, que le sacó una fotocopia y la mandó autenticar para cargarla en Medellín y no se le fuera a perder. Ese día, un sábado para más señas, se confundió de camisa y se llevó la fotocopia. Mi muchacho llegó a Frontino un poquito después de las 6 de la tarde. Fue a donde una vecina, la saludó y dijo que subía para la casa, por la carretera, donde, como le he dicho, acampaban el Ejército y un poquito más arriba las autodefensas. Hay varios testigos de que él emprendió esa ruta. Lo cierto es que nunca llegaron. Desde entonces, hace ocho años, no he vuelto a ver a mi hijo, ni a su amigo. Mi única esperanza era darle la cara a 'El Tuerto', como se llamaba el jefe de las autodefensas en Frontino y quien siempre bajaba, daba una vuelta, daba sus órdenes y luego se devolvía para los cambuches. Nunca supe su nombre pero cuando ya me atendieron me enteré que otros autodefensas lo habían amarrado a un palo y le habían prendido fuego por una pelea interna que yo no sé cuál fue la causa. Le cuento señor 'Don Berna' que mi familia rezó por el alma de ese hombre porque a pesar de lo que nos hubiera hecho creemos que ningún ser humano merece morir de esa forma. Una noche de septiembre un carro con vidrios oscuros llegó la ladrillera y metió por debajo de la puerta varios letreros en los que nos daban 24 horas para salir y nos recordaban la desaparición de cada uno de nuestros seres queridos. A las 7 de la mañana del día siguiente, salimos en un camioncito. Llevábamos algunas cosas, el mercadito y uno que otro utensilio. Atrás dejamos el trabajo de toda una vida, levantada a pulso, día a día. Tiempo después volvimos a Frontino a vender todo. Un señor nos hizo firmar los documentos, nos dio una miseria y se quedó con todo. Al salir nos dijeron otros vecinos que también acababan de hacer lo mismo, que el comprador de todo era el segundo del señor Carlos Castaño. Pero no crea que hoy le escribo para reclamarle por eso. Aunque mi papá dice que sueña con irse a morir a su tierra, a ver por última vez el cerro El Plateado, y ver esas montañas verdes y las aguas de los ríos donde usted sabe ha corrido tanto oro y donde la gente era respetuosa y creyente. No. Lo único que hoy nos importa es saber qué pasó con nuestros seres queridos. Sabe que yo lo comprendo a usted y sé por qué ha guardado silencio. Porque la verdad duele; decir la verdad sobre este horror que ustedes nos han causado, debe ser muy duro. Antes no lo sabía pero ahora sí. Yo era una madre como cualquier a otra: que sólo vivía para sus hijos y que lo único que quería era educarlos para que trabajaran y fueran buenas personas. Como la mayoría yo era indiferente a la guerra, a lo que le pasaba al país. Así nos criaron. Pero desde hace casi 10 años que inicié está búsqueda he aprendido mucho. Hoy formo parte de una organización de mujeres, la Corporación de Madres de La Candelaria, que como muchas otras busca día tras día cualquier rastro que conduzca a sus hijos. Nosotras, por ejemplo, nos reunimos cada miércoles en el atrio de la iglesia de La Candelaria, en el Parque Berrío, al mediodía, con las fotos de nuestros seres queridos. Allí me puede buscar para responderme. Pero le reitero señor 'Don Berna' que yo me pongo en su papel. Y debe ser muy duro ponerse delante de nosotras a decirnos por qué nos hicieron lo que nos hicieron, por qué a nuestros hijos, por qué nos los arrebataron. Por eso, es que le he pedido a Dios para que le dé fuerzas, señor 'Don Berna', y empiece a contarnos la verdad, para que así usted también pueda vivir más tranquilo con su conciencia. Yo, a pesar de todo, creo en usted. Porque usted ha dicho que se quieren desmovilizar y porque no quieren volver a la guerra, y que se quiere someter a la Ley de Justicia y Paz. Le reitero, que usted se puede quedar con la tierrita, con las cosas, pero no con la vida. Esa sólo le pertenece a Dios. No siendo más me despido de usted".