Ortega sometió a María Alejandra Rojas a su voluntad, la golpeaba todos los días y la maltrataba psicológicamente. Ahora está respondiendo ante la justicia por varios crímenes, todos cometidos contra mujeres.

Violencia

Sobreviviendo al infierno: el secuestro de María Alejandra Rojas

La mujer estuvo secuestrada durante una semana en un apartamento del norte de Bogotá y su historia se asemeja a la de Laurita Melo Benítez, quien dice ser víctima del mismo hombre. La violencia contra las mujeres, una tragedia que no cesa.

22 de noviembre de 2020

Han pasado cerca de tres meses desde que María Alejandra Rojas, una joven bogotana de 24 años, fue víctima de torturas y abusos en el apartamento de José María Ortega, en Bogotá.

Rojas, mamá de un niño de seis años y estudiante de noveno semestre de Administración y Salud Ocupacional en la Universidad Minuto de Dios, había conocido a Ortega cuatro años antes porque tenían amigos en común, tres años después empezaron una relación sentimental. “Cuando empecé a notar que este hombre era violento, fue cuando estaba ya ciega ante la situación. Empezamos con discusiones. Él empezaba a romperme las cosas, (…) a humillarme psicológicamente con palabras muy groseras”, le dijo a SEMANA.

Hasta el 15 de septiembre pasado, el Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública (Sivigila) registró que el 85 por ciento de las víctimas de violencia psicológica son las mujeres. En más del 54 por ciento de los casos, esa violencia es ejercida por su pareja o expareja. La manipulación es una de sus formas.

María Alejandra cuenta que, harta del maltrato, un día decidió dejar a Ortega. Fue a su apartamento y le dijo que estaba cansada, que no quería seguir sufriendo y fue en ese momento cuando su vida se convirtió en un infierno. “Me secuestró por ocho días, me retuvo en su apartamento el 23 de agosto (…) me golpeó desde el primer momento. Incluso el portero puede dar anuncio de que yo traté de salir corriendo y él, junto con un amigo, me obligaron a subir nuevamente”.

Según denuncia, Ortega la obligaba a sentarse horas bajo la ducha, la golpeaba contra las paredes, la amenazaba con quemarle los ojos con cigarrillos, entre otras cosas. Todo fue un infierno hasta que el 31 de agosto vio la posibilidad de escaparse. Cuando el hombre se alejó de ella y fue a buscar algo frío para ponerle en la cara, hinchada por todos los golpes que le había propinado, María Alejandra cogió su chaqueta y su cédula, se asomó por la ventana para pedir ayuda y lanzar su documento para que pudieran identificarla.

Ortega se lanzó para impedirle escapar, pero María Alejandra sacó una pierna por la ventana y dice que sintió cuando la empujó, dejándola colgada del marco, desde el tercer piso. “Lo último que recuerdo es ya haber abierto los ojos, estar recibiendo reanimación por parte de los bomberos y el piso lleno de sangre”. Pasó nueve días en una unidad de cuidados intensivos por múltiples fracturas y, después, cirugías reconstructivas.

María Alejandra ya había puesto dos denuncias en su contra. La primera, asegura, un año atrás, lo que terminó en una orden de captura desde el 15 de septiembre. Sin embargo, la justicia solamente reaccionó esta semana, cuando Rojas decidió hacer público su caso ante los medios de comunicación.

El 17 de noviembre, agentes del CTI de la Fiscalía capturaron a Ortega en Unilago, en el norte de Bogotá. Lo vincularon a 12 procesos investigativos: cuatro por lesiones, tres por violencia intrafamiliar, dos de inasistencia alimentaria, uno por injuria por vía de hecho, uno por amenazas y, el último, por secuestro.

María Alejandra Rojas fue secuestrada durante una semana por su pareja sentimental, José María Ortega, quien trató de retenerla a la fuerza para que no lo abandonara.

La audiencia fue una sorpresa para ella. María Alejandra Rojas no tenía idea de que había más víctimas de este hombre, mujeres que habían afrontado la misma violencia, la mamá de Ortega es una de ellas, pues desde que él era menor de edad le puso una demanda penal por agresiones.

SEMANA conversó con Laurita Melo Benítez, quien hace apenas tres años pasó por un infierno similar con José María Ortega y dio su testimonio ante las autoridades. Ella lo conoció en 2014, también por un amigo en común. Al principio, encantador, pero lentamente el hombre que se presentaba como tierno y romántico fue mostrando su verdadera cara. Uno de los primeros episodios de violencia que recuerda ocurrió en el apartamento de la calle 146 en Cedritos, en el norte de Bogotá, donde años después mantendría secuestrada a María Alejandra Rojas.

“Empezó a tratarme de perra, a decirme muchísimas groserías (…) llamó a la mamá, vivían juntos, y ella intentaba calmarlo. Él le decía a ella ‘hágale algo ya, que yo no puedo’. La empujó y la sacó a patadas de la habitación, se quedó conmigo y empezó a quemarme el cabello, a darme puños en los brazos, en las piernas, patadas”.

Si bien no recuerda lo que desató la ira de Ortega ese día, tiene claro que debió girar en torno a lo posesivo, celoso y controlador que era con ella. No le gustaba que usara el celular, ni mucho menos que hablara con su propia familia. La pesadilla continuó por tres años más. A pesar de que ese día Melo Benítez logró escapar, su presunto agresor la convenció, una y otra vez, de volver. “Me decía que era la mujer de su vida, que él me amaba, que él iba a cambiar, que lo perdonara. Me manipulaba mucho. Me decía que Dios me había puesto en su camino para ayudarlo a cambiar”.

Melo dice que una vez puso una denuncia ante la Fiscalía, pero no terminó en nada. Después de un tiempo, distanciado por otra de sus rupturas, Ortega reapareció cuando supo del embarazo de ella y la manipuló para que volviera a estar con él. Durante las primeras semanas, después del nacimiento, se mostró como un padre amoroso. Pero era una fachada y en poco tiempo regresó la violencia, no solo en contra suya, sino también de su suegra.

“Él podía tenerla arrinconada en la cocina, mientras me tenía a mí arrinconada en el cuarto”, dijo. Se acostumbró a que todos los días, después de acostar a su bebé, Ortega la golpeaba “porque sí y porque no”.

Lo que la motivó a dejarlo, después de tres años de maltrato, fue el descubrir, en octubre de 2017, que le era infiel. El 7 de diciembre José María Ortega salió a trabajar como conductor de una aplicación. Aprovechando su ausencia, Melo Benítez tomó la decisión definitiva y escapó con su hija, llevándose lo que pudo hasta la casa de su familia, para contarles que era libre y que no volvería con él.

José María Ortega está vinculado a 12 procesos investigativos, como lesiones, violencia intrafamiliar, amenazas y hasta secuestro. En la fotografía aparece con Laurita Melo Benítez, con quien tuvo un hijo. A ella, según las denuncias, también golpeaba y sometía.

Este testimonio se conoció en la audiencia del 18 de noviembre ante el Juzgado 61 Penal Municipal de Bogotá, en la que la Fiscalía le imputó cargos a Ortega Niño por feminicidio agravado en grado de tentativa, secuestro simple, tortura y acceso carnal violento, delitos que no aceptó. Además, el juez de control de garantías lo envió a la cárcel La Modelo de Bogotá.

“Es el día más feliz, porque dejo de sentir miedo”, dijo a SEMANA Melo Benítez, reconociendo que teme todavía lo que pueda hacer Ortega en contra de ella.

Según la Fiscalía, con corte al 26 de octubre de 2020, 86,53 por ciento de las víctimas de violencia sexual en Colombia fueron mujeres. En cuanto a violencia intrafamiliar, fueron el 79,15 por ciento y, la gran mayoría, entre los 27 y los 59 años. El ente de control tiene registro de 143 feminicidios entre enero y octubre de este año. Pero el gran problema de estos casos, según la Defensoría del Pueblo, es que las mujeres encuentran muchas trabas para acceder a la justicia y las denuncias no producen el efecto disuasivo que deberían sobre los agresores. ¿Quién las protege?