BOGOTÁ

Así es caminar durante un día el renovado centro de Bogotá

Una marcha liderada por ciegos, el hombre que tiene por oficio aparecer en los encuadres de los noticieros y el que se cree el refundador del M-19. Una marea de personas, situaciones y sensaciones dispuestas para maravillar al que camine despacio.

21 de abril de 2017
| Foto: Guillermo Torres

Por Jaime Flórez

Una serie de obras y de decisiones políticas de Gustavo Petro y de Enrique Peñalosa tienen al centro de Bogotá en un momento de esplendor. Sobre todo porque esa parte de la ciudad volvió a ser de la gente. La Séptima peatonalizada, la restauración de las fachadas de la Candelaria, el eje ambiental y la apertura de la estación Museo del Oro, que se inaugura este sábado, han hecho renacer el corazón de Bogotá. 

Lo increíble

El centro es el lugar donde a diario ocurren sucesos increíbles. Sobre la avenida Décima con calle 23, hacia las diez de la mañana del miércoles, avanza una manifestación guiada por perros. Son los lazarillos de un grupo de ciegos que marcan el paso de alrededor de cien marchantes que van por la mitad de la vía. En la segunda línea se mueven decenas de personas en sillas de ruedas. Una de ellas va en un aparato eléctrico, al cual le acomodaron un tambor en la parte trasera, que es golpeado por una mujer invidente, con gafas oscuras.

Entre la multitud se ven personas con parálisis de sus cuerpos, niños con síndrome de Down. En la cola del grupo avanzan los sordomudos. Uno, con los brazos elevados hacia el cielo, mueve las manos enérgico, como lanzando arengas con sus señas. Los manifestantes, con pitos, con gestos, cada quien a su manera, le piden a la Alcaldía políticas más incluyentes para las personas con discapacidad y para sus cuidadores. La marcha, en conjunto, parece una alucinación.

Lo apacible

A solo unas cuadras, la gente va tranquila, dispersa por el parque de la Independencia. Con una vista que al frente le presenta la torre Colpatria y a su izquierda los Cerros Orientales, un anciano lee el periódico, mientras cuatro muchachas universitarias atraviesan el camino reventadas a carcajadas, y lo sacan por un segundo de su concentración. Sobre el prado, una joven con los ojos clavados en un punto fijo del aire se bebe una cerveza matutina. Un gordo con rastas está parado viendo cómo sus perros, un lobo siberiano y un "chandita", se revuelcan en el pasto. "En fin, las ocupaciones apacibles / de un momento antes del acabose", escribió el poeta José Manuel Arango.

Foto: León Darío Peláez

Los extravagantes

Hacia el mediodía, la marcha de personas con discapacidad ya está reunida en la Plaza de Bolívar. Y entre ellos, al acecho, aparecen los extravagantes. Los periodistas de los noticieros entran en escena y tras sus pasos va "Radio Loco", uno de los mortales que más veces ha salido en la televisión nacional. Se llama John Gómez Zuluaga y es famoso por colarse en el encuadre de los cámaras de los noticieros. Esa es su ocupación, su vida. Aparecer en las pantallas, detrás de los presentadores. No le importa por qué motivo, pero está decidido a ser famoso. Siempre lleva sudadera y una gorra amarilla con una pequeña bandera de Colombia izada sobre la visera.

En simultánea, sobre un constado del zócalo de la estatua de Simón Bolívar, Rubiel Zapata, quien se jura el heredero de Carlos Pizarro, el asesinado fundador del M-19, extiende una bandera de tres por dos metros, con los colores azul, blanco y rojo de esa guerrilla. Zapata es un cazador de manifestaciones. Aparece en cada una, sin importar cuál sea el reclamo, para intentar captar seguidores y promover la refundación del M-19 que, para él, es una responsabilidad histórica que carga sobre sus hombros. Zapata, vestido con un traje y una corbata que le quedan grandes, le sonríe a un policía que se le acerca, alertado por la bandera insurgente.

El show

El centro de Bogotá ofrece toda una paleta de espectáculos y sensaciones para el que esté decidido a caminarlo con calma. En las mañanas, por la Séptima peatonal, la mayoría se mueven despacio y con una actitud poco frecuente entre los citadinos: están dispuestos a fijarse en el otro y a disfrutarlo.

Antes de este mediodía, el que se lleva la atención, y de paso las monedas, entre los muchos dibujantes, artesanos, caricaturistas y músicos que se exhiben en la vía, es un veinteañero con sombrero negro de ala y barba verde, que sin escatimar destreza toca música andina con una guitarra electroacústica. A su alrededor se forma el tumulto. Algunos toman los bolardos como asientos para observar el espectáculo.

Dos cuadras hacia el sur, un "escobita" suspende su labor cuando se choca con una partida de ajedrez que se disputa en plena calle. Entonces se suma a los ocho espectadores que en silencio rodean a los jugadores. Mueven las blancas y la reina se mete desafiante al terreno enemigo, entre dos peones. El contrincante atacado se ríe, sorprendido por el movimiento. Los observadores cruzan miradas y replican la risa. En sus mentes estarán jugando a que ellos son los protagonistas del duelo. Dos movimientos después hay jaque mate al rey negro. La muchedumbre se disuelve. "Nos vemos mañana", es la despedida entre ellos.

Foto: León Darío Peláez

Los parroquianos

En la esquina del Emerald Center, dos hombres con chaquetas de cuero negocian esmeraldas, las sopesan en sus manos y las observan de cerca.Un viejo barbado pasa en una biclicleta panadera, y para abrirse camino entre la marea de gente, gime como si fuera una cabra. Una mujer de cuerpo sinuoso y vestido ajustado pasa por la mita de la vía, ondeando su cabello negro. La multitud se congela para observarla y ella, con la vista clavada al frente, casi hacia el cielo, no corresponde una sola mirada. Un adolescente delgado avanza mirando al suelo y hablando solo entre los dientes. Todos transitan por el mismo lugar en un mismo minuto.

En la Plaza de Bolívar, un embolador convierte los siete minutos que se tarda lustrando un par de botas en una charla en la que deja claro que, pegado a la radio a toda hora, puede ser una de las personas mejor informadas de la ciudad. Pone al tanto al periodista sobre lo último del ataque contra una joven que ese día fue baleada a la salida de Transmilenio. Las interacciones que pueden suceder en un minuto son abrumadoras y a su vez inspiradoras. Caminar por el centro sirve para conectarse con la gente. La sensación que se deriva de eso es toda una terapia.

Lo de siempre y todo lo demás

Como rezan las guías turísticas, el centro es el lugar de los edificios más bellos e históricos del país: los teatros Gaitán y Colón, la torre Colpatria, la Casa del Florero y las viviendas de la Candelaria... La lista llenaría varias páginas. También hay comida diversa y se puede encontrar cualquier cosa en el comercio. Y están presentes las realidades del país: en las chazas se exhibe el diario el Nuevo Siglo, de tradición conservadora, al lado de Voz, el periódico comunista. Y por las mismas calles andan mezclados los mendigos, los desplazados, los poderosos y los migrantes de cada rincón y de Colombia y de algunos otros del mundo. Por eso y todo lo demás, el centro que tiene hoy Bogotá está dispuesto a maravillar al que se atreve a caminarlo despacio.