CRÓNICA
Ser campesino en Ciudad Bolívar, otra faceta durante la pandemia
La tercera localidad más extensa de Bogotá es 70 por ciento rural. SEMANA acompañó una jornada de donación de alimentos en una de las nueve veredas que conforman esta vulnerable zona de la capital.
Mediodía. El comandante Rojas se baja de la patrulla para explicar a los campesinos que la camioneta que viene detrás lleva donaciones para la comunidad. Son cincuenta mercados, ciento treinta kilos de pulpa de fruta congelada, siete bultos de comida para perros y algunos juguetes para los niños.
Los hombres que custodian el retén dan el visto bueno para entrar, no sin antes rociar sobre las llantas de los vehículos una mezcla de hipoclorito y biguanida, dos potentes desinfectantes que por estos días usan para evitar la llegada del coronavirus a su vereda. “Por la vida, quédese en casa, estamos en cuarentena. Prohibido el paso, gracias”, es la frase de un letrero pintado sobre un pedazo de madera que fue dejado a un lado de la vía para advertir a cualquier visitante que pretenda ingresar a Pasquilla.
Ciudad Bolívar es la cuarta localidad más poblada de Bogotá (730.000 personas) y el setenta por ciento del territorio es considerado zona rural. Sus habitantes se asentaron desde los años cuarenta en las montañas que ahora asemejan ser un pesebre luminoso cuando se las aprecia desde otras zonas de la capital. Lo que muchos desconocen es que a esta localidad se suman tres corregimientos y nueve veredas, entre ellas Pasquilla, donde mil quinientos campesinos luchan por sobrevivir a la emergencia sanitaria que ha causado la pandemia.
“Habían cogido de venir de turismo y contaminar, por eso hacemos los bloqueos”, comenta una mujer que hace la fila para recibir el mercado en el parque central. Otros tantos afirman que los retenes improvisados se deben a que los gobiernos local y nacional no han cumplido con las prometidas ayudas y, por el contrario, dicen, se han desentendido de la situación de aquellos que con ruana, sombrero y tapabocas siguen cultivando las tierras para tener algo que comer luego de un mes de cuarentena.
La Fundación Transformando Vidas lleva ocho meses constituida como una organización sin ánimo de lucro que ayuda a población vulnerable de Bogotá los fines de semana. Daniela Ardila, una estudiante de comunicación social de la Universidad Santo Tomás, creó una red de cerca de 600 voluntarios que aportan su tiempo, conocimiento y recursos para subsanar algunas necesidades de la población de Ciudad Bolívar, Cazucá y San Bernardo. Este grupo comenzó a formarse hace seis años como movimiento social, pero solo hasta 2019, y luego de perder varias donaciones por no contar con la documentación de ley, se volvió oficialmente una fundación.
Durante la emergencia sanitaria, económica y alimentaria que está provocando el coronavirus, Daniela enfocó los esfuerzos de la organización en llevar mercados a aquellas familias que tienen más miedo a morir de hambre que de covid-19. Con ayuda de empresas privadas, personas de su barrio y de cualquiera que pueda donar, esta joven de veinte años va dos o tres veces por semana a repartir los paquetes de alimentos que logró conseguir. “Llevamos a la fecha dos mil mercados entregados”, afirma.
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Frutacol donó 130 kilos de pulpa de fruta congelada a la Fundación Transformando Vidas. La empresa, de la que dependen once familias, redujo sus ventas en un 90 % durante este mes de cuarentena y ahora intenta vender puerta a puerta su producto o donar la mayor cantidad posible antes de que se afecta la calidad. Foto: Sophia Gómez / SEMANA.
Llegar a la rural Pasquilla, donde no ha habido una muerte violenta en más de quince años, sería imposible por estos días sin el acompañamiento de la Policía. Los ánimos están caldeados en Vista Hermosa, El Paraíso y la zona conocida como ‘El Esqueleto’, en Arborizadora, sectores por los que hay que pasar obligado antes de disfrutar de los paisajes de la vereda. Las empinadas calles de Ciudad Bolívar presentan constantes bloqueos de parte de los pobladores que protestan por la falta de atención del Estado. Buses del Sitp, alimentadores y hasta vehículos de quienes traen ayudas son retenidos por los habitantes cuando las donaciones no alcanzan para todos. Otros más pacíficos simplemente se reservan el derecho de admisión de los visitantes para evitar que la covid-19 llegue a sus barrios.
Según registros de la alcaldía de Bogotá, en la localidad se han entregado, a corte del 25 de abril, 257.902 ayudas alimentarias distribuidas en raciones de comida, bonos, mercados y refrigerios. Además, la Secretaría de Hacienda Distrital reporta 21.413 transferencias monetarias. Sin embargo, es claro que miles siguen aguardando los auxilios que anuncian por televisión, mientras los trapos rojos de sus ventanas se destiñen con el sol.
Antonio, mejor conocido como Toño ‘gastalón‘, tiene un hijo de 22 años que depende de él. Dice que es y seguirá siendo campesino hasta que la vida lo deje, pero asegura que si el Gobierno no les ayuda, la situación será crítica. Foto: Sophia Gómez / SEMANA.
Toño ‘gastalón’ considera que las autoridades locales olvidaron cómo llegar a su parcela una vez metido el voto en la urna. “Uno los apoya y por aquí no llega nada”, dice el hombre de 59 años que con su ruana de lana intenta cubrirse de los rayos de luz que ya bastante le han tostado la piel. Cuando recibe el mercado y la pulpa de fruta, el campesino hace honor a su apodo y ofrece, deprisa, una gaseosa a los nueve voluntarios y tres policías que acompañan la jornada de donación. Toño tiene un humilde puesto de bebidas en una habitación de su casa donde hay una vieja repisa metálica, un mostrador y un plástico amarillo en el techo al que se pegan las moscas que provienen del relleno sanitario Doña Juana, en la vereda Mochuelo Alto, vía Pasquilla.
Él no escatima en sonrisas cuando ve los productos y con disimulo le dice a su mujer que por favor llame a sus sobrinos de una casa aledaña para que reciban algo de alimento. Tres niños y una joven se acercan a la patrulla policial a la espera de la donación y, aunque la comida es relevante, los pequeños se emocionan más por los juguetes que por el arroz, las lentejas o el chocolate que hay en la bolsa.
Los casos e historias de Ciudad Bolívar darían para varias páginas más porque cada persona tiene un contexto distinto que no es posible abarcar con una sola visita. Pero si algo bueno sale a relucir con la jornada es que la solidaridad y el ingenio de los campesinos afloró durante la pandemia. “Mire cómo el coronavirus nos cambió la vida, aquí todos los niños se estaban yendo, les daba hasta pena ser campesinos y hoy todo se vuelca al campo otra vez”, afirma Rosa Muñoz, una emprendedora que con su fábrica de yogures naturales, y gracias a los domicilios que le hace un vecino en su moto, ha podido alimentar a su familia.
En la parte urbana de la localidad hay 114 personas contagiadas de covid-19, tres ya fallecieron, pero en los sectores rurales aún no hay reportes por lo que los campesinos supervisan de a turnos las entradas y salidas de sus territorios para que ningún irresponsable pase sin las medidas de protección requeridas. Las carpas improvisadas y los fogones de leña para hacer meriendas comunales son constantes. Cada quien pone lo que puede y lo que tiene para que ninguno se quede sin comer.
*Si usted está interesado en ayudar a la población de Ciudad Bolívar, puede hacerlo donando alimentos no perecederos a la Fundación Transformando Vidas. También se recibe ropa, juguetes y comida para perros y gatos. Teléfono de contacto: 3505396020.