Entrevista
“Colombia está atrapada entre el caudillismo y el clientelismo”, politólogo peruano Alberto Vergara, en entrevista con Clara Elvira Ospina, desde Lima
El politólogo peruano Alberto Vergara presenta en la FILBo su libro ‘Repúblicas defraudadas, ¿puede América Latina escapar de su atasco?’. En esta entrevista con Clara Elvira Ospina habla sobre el concepto de ciudadanía, la desigualdad, el malestar de los ciudadanos latinoamericanos, critica a Petro por negarse a rechazar el golpe de Estado de Pedro Castillo y califica la presidencia de Dina Boluarte como una desgracia.
Clara Elvira Ospina: En su libro, usted dice que “nuestras Repúblicas son poco republicanas”. ¿Qué significa exactamente lo republicano?
Alberto Vergara: La palabra República, en lenguaje cotidiano, ha pasado a significar nada más que el aparato administrativo político, que no es una monarquía. Pero eso es una versión más bien pobre de lo que fue y de lo que debería ser. La República es, ante todo, una apuesta por el autogobierno ciudadano, un orden donde la ciudadanía no vive bajo el poder de un tercero, sino que es capaz de darse la ley a sí misma, de vivir en un orden institucional del cual se siente parte, que refleja en sus ambiciones, rechazos y preferencias, aun si es a través de representantes, porque vivimos en democracias representativas.
De lo contrario, nos ocurre lo que digo en el punto inicial del libro: ciudadanías que están alejadas de la política, de lo público, desinteresadas, que no votan o votan movilizadas por el desagrado y eso genera en la población una sensación de ser ajenos a la institucionalidad que gobierna. En América Latina la ciudadanía es más gobernada que gobernante. Eso está en las encuestas: 10 % de latinoamericanos afirman que ellos influyen en la política de sus países. Todo eso configura parcialmente Repúblicas poco republicanas.
C.O.: En el libro recorre “los estallidos”, que reflejan un malestar con la República, y plantea que tiene que ver con la pobreza, pero más con la desigualdad. ¿Podemos entender ese malestar como una insatisfacción por la desigualdad?
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A.V.: La desigualdad forma parte del problema, no necesariamente medida como un indicador económico, sino como un orden general en el cual condiciones políticas, económicas y sociales construyen un orden con cuotas de libertad muy dispares para los ciudadanos, donde la posibilidad de construir la vida que quieres es posible para algunos y vedada para muchos otros. Eso produce malestar general y la defraudación de ciertas expectativas. No hay que plantearse la pobreza y la desigualdad como problemas excluyentes o que uno sería prioritario respecto del otro.
Son dos problemas que deben combatirse: no puede haber República donde predomina la miseria, pero tampoco donde hay desigualdades abismales que generan que porciones pequeñas de la población puedan ejercer grandes dosis de libertad, mientras que otras heredan una vida en la cual la posibilidad de elegir, de postular y regirte por ti mismo es mucho más restringida. El libro trata de recuperar una presión republicana con una preocupación por las dimensiones sociales y económicas.
C.O.: A los reclamos por pobreza, desigualdad e insatisfacción, muchos políticos dicen que hemos tenido unas décadas de oro, con crecimientos económicos grandes y estamos mejor que hace 50 años, “¿por qué se quejan?”.
A.V.: Vivimos en democracia para tener derecho a quejarnos. Para eso sirve la democracia, para poder quejarme sin tener miedo a que me repriman. También depende de los casos. No creo que ningún argentino ni venezolano aceptarían que les digan que hace 40 años estaban peor.
C.O.: ¿Pero Chile sí?
A.V.: Chile y otros países, Colombia, que han tenido un crecimiento importante, incluso más que otros de América Latina. Pero no exageremos porque nos fue bien en América del Sur durante 10 o 12 años. Cualquier economista sabe que para pasar a ser un país de ingresos altos se necesita una tasa de crecimiento constante durante varias décadas.
Crecimos mucho económicamente en América Latina entre 2003 y 2014, pero las mejoras en muchos países, la reducción de la pobreza, el incremento de la clase media también implica que se transforman y emergen nuevas expectativas. Si el discurso de “estamos mejorando y esto es un boom en el cual todos van a tener su sitio”, de pronto se trunca, se genera un embalse de expectativas frustradas. Los economistas y los políticos quisieran que la gente evalúe su vida con algún indicador tecnocrático respecto de cómo se vivía antes.
Que la gente diga: “efectivamente, en los últimos diez años he salido de la indigencia y yo debería estar agradecido por haber pasado un poquito arriba de la línea de la pobreza”, pero la gente no evalúa así su vida, lo hace contra sus expectativas. No podemos pedirle que se conforme porque la vida de su padre o de su abuela era peor. En la derecha, lo que veo es un elogio permanente del capitalismo, del libre mercado, pero el rechazo unánime a las transformaciones sociales, culturales y de mentalidades que trae el capitalismo. Lo que sueñan es gente que tenga más dinero, pero que no tenga demandas ciudadanas, que compre y calle.
C.O.: En el libro plantea que algunos piensan que nos ha ido relativamente bien por la incursión de gobiernos de izquierda y otros creen que es resultado del precio de los minerales y de una ola internacional que nos benefició. Pero en el fondo hay una discusión sobre si la izquierda o la derecha lo han hecho mejor. ¿Qué opina?
A.V.: Yo creo que no se puede afirmar con contundencia que en este siglo la derecha o la izquierda lo hayan hecho consistentemente mejor o peor. Se ve en los resultados electorales: de las últimas 17 elecciones competitivas en América Latina, ocho las ganó la derecha y nueve la izquierda, pero lo que es consistente es que las pierde quien está en el poder.
La gente castiga a quien está en el poder, porque sabe que no es un asunto de izquierdas o derechas. Incluso por temas como reducción de la pobreza, en donde a todo el mundo le fue relativamente bien. Mientras China e India crecían rápido, gobiernos de derecha e izquierda tuvieron tasas de crecimiento muy altas.
Igualmente, en términos de desigualdad o en seguridad, nadie puede afirmar que los gobiernos de izquierda o de derecha hayan sido consistentemente más exitosos para frenar el avance del crimen o la inseguridad ciudadana. No creo que haya campo para decir que uno de los dos ha sido estrictamente superior o mejor que el otro.
C.O.: ¿Cómo ve a Colombia como República en la era Petro?
A.V.: Un poco de afuera porque no soy especialista, pero lo que me parece es que Colombia está atrapada en un impasse poco republicano o incluso podríamos decir antirrepublicano. Veo que el presidente Petro, como buen caudillo latinoamericano, tiende a ver las instituciones como obstáculos molestos que bloquean la realización de su voluntad casi predestinada.
Pero las instituciones y, sobre todo, las instituciones representativas, no parecen querer jugar un papel de contrapeso fundado en el interés general, sino que parece como un archipiélago de intereses particulares que no ven al Estado como aquel que debe administrar lo que es de todos, sino como la caja chica de sus deseos personales.
Y entonces da la impresión de que Colombia está atrapada, en este momento, en ese punto en que se cruzan caudillismo y clientelismo, y los dos, por razones distintas, tienen problemas para encajar en una forma más republicana de cómo debería administrarse lo público.
C.O.: Hoy la relación entre Colombia y Perú vive un momento muy difícil, debido a que el presidente Petro sigue insistiendo en que a Castillo lo sacaron ilegalmente del cargo. ¿Qué opina de esta situación?
A.V.: Da tristeza que, por razones de este tipo, dos países vecinos, unidos de tantas maneras, estén en dicha situación. Con todo respeto, a mí me parece que en este caso el presidente Petro se equivoca y hace daño a la izquierda latinoamericana al defender el golpe de Estado de Castillo. En el Perú, la izquierda democrática rechazó el golpe de Estado. Que fuera patético e infructuoso no lo hace menos golpe de Estado.
Me da pena que Petro hable así del tema en su condición histórica como primer presidente de izquierda de Colombia. Lo que le está diciendo a la izquierda latinoamericana es que solo nos deben indignar los golpes de Estado de derecha. Me da la impresión de que recicla una mirada del siglo XX, de la Guerra Fría, donde la democracia era vista como algo prescindible, como una estafa burguesa.
C.O.: Al margen del pleito con Petro, ¿cómo ve desde el republicanismo el gobierno de Dina Boluarte y el Perú hoy?
A.V.: Yo creo que su presidencia es una desgracia. Es profunda y consistentemente antidemocrática. Es el caso típico, a estas alturas, ya de la vida política peruana de una política que llega al poder por suerte y, una vez allí, se propone gobernar desde los intereses más personales y cortoplacistas y si el precio que tiene que pagar por quedarse en el poder es abrir fuego contra la ciudadanía, no tiene problema en pagar ese precio; es una ausencia de responsabilidad, el convencimiento de que no tiene que rendir cuentas ante la ciudadanía.
En este momento, la presidencia es una formalidad constitucional que permite ponerle al Gobierno un barniz sabiendo que el espíritu de la constitucionalidad de la democracia está roto. Es un Gobierno con crímenes de derechos humanos que se ven en decenas de videos. Eso va a quedar ahí y nos va a dejar un país amargado, roto, dividido. El desinterés y el desprecio de la presidenta respecto de la ciudadanía, los veo como una presidencia desalmada.
Y entonces el dilema peruano es que estamos atrapados entre una izquierda y una derecha que no tienen credenciales democráticas. No podemos caer en la trampa de la polarización, de decir hay que elegir con cuál de los autoritarios estás. Tenemos que defender la democracia sin ponernos del lado del golpe de Estado de izquierda o del Gobierno autoritario de derecha.