ENTREVISTA

Así quedó psicológicamente Colombia después del conflicto

SEMANA conversó con Steven Pinker y David Barlow, mentes brillantes de la investigación del trauma sobre los efectos de la violencia y cómo asumir el posconflicto.

7 de noviembre de 2015
“Piense en la justicia tradicional como una venganza. Y en la restaurativa como un escenario para perdonar” | Foto: Ana Vallejo

Pocas veces había recibido el país a dos psicólogos tan ilustres como los que la semana pasada llegaron a la Casa de Nariño: Steven Pinker y David Barlow. El primero, oriundo de Canadá, es lingüista y experto en ciencias cognitivas, famoso por su teoría de que este es el tiempo más pacífico de la historia. La revista Time lo catalogó como uno de los 100 intelectuales más influyentes del mundo. El segundo es experto en psicología experimental y fundó el Centro de Estudios de Ansiedad y Trastornos Relacionados de la Universidad de Boston. Vinieron a Colombia por invitación de la Universidad de los Andes para abrir el nuevo Centro de Salud Emocional, una iniciativa para atender desde el punto de vista emocional a las víctimas del conflicto armado.
Con SEMANA hablaron de la ansiedad en el mundo de hoy, sobre la forma como la violencia acaba con la empatía de una sociedad y sobre cómo la justicia transicional podría servir para superar algunos traumas.

Semana: ¿Emocionalmente, cómo está la sociedad hoy en el planeta?

David Barlow: La ansiedad está en aumento. Y junto a esta, la depresión y el estrés de la vida moderna están teniendo efectos nocivos en la gente.

Semana: ¿Cómo logra hacer ese diagnóstico?

D.B.: Hablando con la gente, porque la ansiedad siempre tiene una cara. Las personas hoy se sienten incapaces de disfrutar la vida y andan preocupadas por el futuro. Esto afecta la familia, la productividad y la capacidad de disfrutar. La ansiedad se ha vuelto un problema para la comunidad.

Semana: ¿Hay una correlación entre la angustia y las sociedades que han sufrido violencia?

Steven Pinker: Es difícil dar una respuesta concreta. Ciertamente, el incremento de la ansiedad ha sido medido en Estados Unidos, país involucrado en un número considerable de guerras. Pero es difícil decir si esa curva de ansiedad nacional se correlaciona con Vietnam, Irak y Afganistán.

D.B.: Para mí está claro que cuando una sociedad se siente amenazada por la violencia, la ansiedad aumenta.

Semana: ¿Por qué?

D.B.:
Lo dicen los estudios. Le pongo un ejemplo. Hace unos años, la gente en las ciudades de Estados Unidos empezó a mostrar un comportamiento fóbico: sufría de claustrofobia o de agorafobia (fobia a los espacios abiertos). Cuando estudiamos los casos, descubrimos que no se trataba de fobia, sino que era una representación de la ansiedad que les producían los peligros de vivir en la ciudad. La gente no salía, no iba a cine, no tomaba el transporte público…

Semana: Ustedes llevan varios días en Colombia, ¿qué perciben sobre las emociones del país?

D.B.:
Colombia ha sufrido algo parecido. Acá la gente se ha sentido y quizá todavía se siente amenazada por la violencia. Y esa violencia ha sido impredecible. Es decir, no se sabe cuándo, ni dónde va a darse, y a veces tampoco se sabe quién será el perpetrador. Esa es la fórmula perfecta para una ansiedad severa en una sociedad.

Semana: ¿Le dijeron eso al presidente Santos?

S.P.: El martes nos reunimos con él. Lo vi interesado en un sinnúmero de cosas y muy comprometido con el proceso de paz. De nosotros quería saber básicamente qué tipo de procedimientos podrían aplicarse en el país para comenzar a curar emocionalmente a una sociedad devastada por más de 50 años de guerra.

D.B.: Las emociones suelen ser algo bueno pues nos ayudan a vivir. Pero bajo condiciones como las que ustedes vivieron, las emociones se salieron de control. Los efectos pueden ser perjudiciales, pueden incluso transformar el funcionamiento del cerebro.

Semana: ¿Cómo?

D.B.: Haciendo que el ser humano, en este caso los colombianos, pierda la capacidad de empatizar. De ahí la preocupación del presidente Santos de saber qué tratamientos pueden restablecer la salud emocional de víctimas y victimarios.

Semana:
¿Y de usted qué quiso saber el presidente, profesor Pinker?

S.P.:
Hablé con él sobre el hecho de que Colombia es un país bastante inusual.

Semana: ¿Por qué?

S.P.:
Colombia tiene tasas de violencia mucho más altas de lo que uno esperaría si mira el nivel de desarrollo. Por años tuvo la tasa de homicidios más alta del mundo. Ahora ha caído, pero sigue siendo cuatro veces mayor que la de Estados Unidos y 15 veces mayor que los países europeos. Este es también el último país del hemisferio occidental con una guerra.

Semana: ¿Cuántas guerras hay hoy en el mundo?

S.P.:
El número de guerras civiles ha caído: de 26 en 1990 a cuatro hace unos años. Hoy, por conflictos como el de Ucrania y el de Siria, ha vuelto a elevarse a 11. Pero ya no es tan alta. Entonces, Colombia sí es inusual al haber persistido en la guerra en una región que hace tiempos se despidió de ella.

Semana: ¿Cómo ve el posconflicto?

S.P.:
La visión de justicia transicional prevista en el proceso de paz colombiano corresponde al patrón de lo que ha servido en otras partes del mundo. Lo dicen los estudios. Lo recomendado para prevenir que una guerra civil vuelva a estallar es investigar a los peores violadores de derechos humanos, pero también conceder amnistías selectivas con comisiones de paz y con reparación. Es decir, justicia parcial, no completa. Si se trata de castigar a todo el mundo, nunca habrá acuerdo.

Semana: Usted es famoso por su tesis de que estos son los tiempos menos violentos de la historia. ¿Eso qué significa para Colombia?

S.P.:
Mire, las guerras se han reducido desde 1945. Y los homicidios llevan siglos reduciéndose. Pero ustedes tienen que saber una cosa: ninguna sociedad ha llegado a un punto en que la violencia haya desaparecido. Es más, la violencia puede resurgir, como sucedió en varios países occidentales en los años sesenta.

Semana: ¿Entonces qué hacer? En Ruanda, por ejemplo, aunque los problemas persisten, los tutsis y hutus dejaron de matarse a machete…

S.P.:
Colombia debe aprender de otros. Pero es importante no basarse en un solo caso. En Ruanda había una división étnica que condujo al genocidio. Colombia no tiene eso. Ruanda era un país extremadamente pobre sin democracia, ni instituciones fuertes. Colombia no es así.

Semana: Aquí hay gente que ha visto masacres, que ha presenciado cómo violan o asesinan a los suyos. ¿Cuál es el tratamiento correcto para los traumas que esos hechos dejan?

D.B.:
Cuando alguien ha estado expuesto a la violencia extrema, el impacto emocional es fuerte. Por fortuna, desde la psicología en años recientes hemos desarrollado procedimientos para tratar esas emociones intensas, comúnmente acompañadas de sentimientos de amenaza, culpa y vergüenza.

Semana: ¿Qué hacen concretamente?

D.B.:
La gente que tiene esos traumas tiende a querer evadir cualquier emoción, incluso las buenas. Así, pierde la capacidad de manejar sus emociones. Entonces, lo primero es ayudarles a volver a aceptarlas. Luego miramos lo que piensan cuando sienten emociones: las ideas que surgen, las atribuciones que hacen. Y lo típico es que al principio todo lo que piensan es negativo. La meta es enseñarles a volver a vivir con sus sentimientos y a ver el mundo con nuevos ojos.

Semana: En Colombia, en los últimos diez años víctimas y victimarios se han venido encontrando cara a cara. ¿Eso ayuda?

D.B.:
Esos reencuentros pueden ser muy positivos porque humanizan. Y pueden incluso ir más allá cuando los transgresores llegan a disculparse, a sincerarse y a mostrar arrepentimiento. Ahí surge el perdón, que es un mecanismo emocional de liberación propio del ser humano.

S.P.: Me parece importante ver emociones como la venganza y el perdón no como mitologías, ni como enfermedades sino como algo que cumple una función y que nos ayuda a adaptarnos al mundo. La venganza no es un defecto, es un instrumento de protección personal. En la ausencia de una fuerza policial y de un Estado de derecho… la venganza es protección.

Semana: ¿Y el perdón?

S.P.:
Piense en el perdón como una emoción que se opone a la venganza. Pero, ojo, el perdón no puede ser incondicional, como lo espera el cristianismo. Es estúpido perdonar si el agresor está dispuesto a repetir su ataque. Este debe dar señales creíbles de que ha cambiado su actitud, de que se arrepiente y de que quiere pagar un precio. Solo entonces el perdón tiene sentido. Piense en la justicia tradicional como una especie de venganza, y en la restaurativa como un escenario para el perdón.

Semana: En Chile, Perú, Angola y Sudáfrica, la gente sacrificó una porción de justicia por la paz. Pero los alemanes, después de la caída del Muro, sí quisieron investigar a todos los involucrados en los crímenes del régimen socialista de Alemania Oriental…

S.P.:
Pero no lo lograron, y la intención de hacer eso no es lo que ha venido sanando las heridas entre las dos Alemanias. Quien insiste en una justicia perfecta nunca alcanza la paz. Ahora bien, tampoco se puede fallar en el castigo. Quien asesinó, torturó, secuestró y violó debe ser investigado y pagar un cierto precio. Solo esto evita la repetición y cultiva confianza.

D.B.: Yo pienso que el perdón es clave. El sufrimiento emocional de cada individuo depende, en parte, del perdón. Después de la Segunda Guerra Mundial, los soldados estadounidenses que habían luchado en el Pacífico mantuvieron por muchos años un odio profundo a los japoneses. Y ese odio empezó a afectar su vida diaria. De ahí salieron solo cuando lograron perdonar. Vieron que a los japoneses no les importaba lo que ellos sentían y que habían seguido con sus vidas y se estaban desarrollando como nación. El perdón mejoró su salud emocional.