DRAMA

La colombiana que se fue a China para estar al lado de los condenados

De los 145 colombianos presos, al menos 12 están sentenciados a pena capital. Una mujer decidió establecerse en ese país para ayudar a su esposo e hijo condenados a trabajos forzados.

3 de diciembre de 2016

Colombiano preso en Wuhan, China pide desesperado ejecución

Luz Myriam Medina Pérez, tolimense de 61 años, nunca había viajado al exterior hasta que en 2013 tomó un avión con destino a Guangzhou, China. Allá sobrevive desde entonces, haciéndose entender a punta de señas. Tuvo que instalarse en esa ciudad del sur de ese país –de más de 13 millones de habitantes–, donde se gana la vida enfrentando esa cultura a la brava, para estar algo cerca de su hijo y esposo, presos allí desde hace más de cuatro años. La tragedia de Walter Hugo Henao Medina, de 43, y de Armando Sánchez Roby, de 62, es la misma que padecen 145 colombianos reos del brutal sistema carcelario chino.

La mayoría de los colombianos presos en el país asiático son ‘mulas’ del narcotráfico, personas incautas que estrenaron el pasaporte con lo que resultó un auténtico viaje al infierno. En las celdas, de unos 10 metros cuadrados, viven conscientes de que poder regresar es tan probable como un milagro. En ese espacio sin muebles, donde se acomodan hasta 16 reclusos, deben dormir, comer y hasta defecar. Tienen que hacer trabajos forzados de 12 horas diarias, y mostrar la mejor voluntad, porque los renuentes reciben palizas y hambre como medidas correctivas. Hay connacionales en seis prisiones dispersas por el inmenso país, y de todas las edades: el mayor es Sigifredo Aguirre de 75 años y el menor es Johan Sebastián Guerrero, preso en Shanghái desde 2011, cuando tenía 21 años. La mayoría de los colombianos están en Guangzhou. Como el hijo y el esposo de doña Luz.

Walter cumple cadena perpetua, mientras que Armando, en cuyo equipaje los oficiales chinos hallaron unos cuantos gramos más, espera la pena de muerte (suspendida por dos años). Su tragedia empezó en 2012: vivían en Pereira, Walter trabajaba un taxi y su padrastro, Armando, manejaba un carro pirata; tenían deudas en cada esquina y en una de esas les hicieron la propuesta del dinero fácil a montones. Un día se despidieron de la familia, viajaron a Bogotá donde recibieron documentos, tiquetes y el equipaje que habría de sentenciar sus vidas. Los capturaron en el aeropuerto de

Guangzhou el 9 de agosto de 2012. Aquel día se vieron por última vez. Aunque están en la misma cárcel los separaron desde el primer momento.

Doña Luz, en Pereira, comenzó a preocuparse cuando pasó sin noticias la primera semana, luego un mes, dos meses. Llamó a todas partes y los buscó sin descanso en Pereira y en Bogotá, pero no obtuvo noticia, hasta que alguien del consulado de Colombia en China le informó por teléfono que ambos estaban detenidos. Luz averiguó lo que pudo sobre el despiadado sistema penitenciario de ese país, conoció testimonios de otras personas con familiares detenidos allá y pasó un semestre llorando todo el día al imaginar la situación de los suyos. Pero antes de enloquecer de angustia, decidió que iría hasta los confines del mundo para tratar de ayudarlos.

Consiguió que su Iglesia abriera un fondo común para recolectar plata, vendió el salón de belleza con el que se ganaba la vida, obtuvo los visados necesarios, se despidió de sus seis nietos, y viajó sola vía Los Ángeles. Luego de tres días, el 23 de agosto de 2013 aterrizó en Guangzhou. Terminaba un largo viaje, pero apenas comenzaba una odisea que la pone diariamente al borde del abismo.

Con sentido común, señas y acudiendo al traductor del celular cuando la situación lo exige, Luz logró abrirse espacio en esta, la tercera ciudad de la China. Pasó las primeras noches con una familia colombiana, luego tomó en alquiler una habitación, después otra, hoy vive en el reducido apartamento de un joven dominicano, quien además de arrendarle un cuarto le permite usar la cocina.

Mezclando los trastos, los fogones y sus mejores recetas doña Luz encontró una oportunidad. Se gana la vida preparando alimentos para los ocupados vecinos de la torre de 30 pisos donde vive. “Me tocó ponerme a hacer arepas, empanadas, tamales, todo lo que se relacione con comida lo hago y se lo vendo a colombianos y suramericanos que hay por acá. De eso vivo, con eso me sostengo y así mantengo a mi esposo y a mi hijo detenidos”.

También hace tintes, cortes, rifas y todo lo que se le ocurra para juntar plata. Cada mes les consigna en la cárcel un puñado de yuanes, equivalentes a poco más de un millón de pesos. Luz debe, además, conseguir otra suma para comprar las medicinas que los tres requieren. Mes a mes, cuando doña Luz va a la cárcel para visitarlos por 20 minutos, tiene el más estremecedor momento –el más triste y el más feliz– de su heroica vida.

La penitenciaría está a dos horas de donde ella vive. Allá, luego del registro, recorre una serie de pasillos conducida por guardias. Se sienta en el cubículo asignado y habla con su hijo por teléfono mientras lo ve a través de un grueso cristal. Más tarde la mueven a otro espacio y cumple el mismo ritual con su esposo. Pasa apenas 20 minutos cada mes con cada uno por separado, sin contacto físico y bajo la vigilancia severa de guardianes bilingües que se cercioran de que no se hablen detalles del proceso judicial, ni de las condiciones de reclusión.

Doña Luz los saludó por primera vez el 14 de septiembre de 2013. Tenía tres semanas de haber llegado a la China y ellos más de un año detenidos. “Fue lo más duro de la vida, los vi esposados con ganchos, acabados. Durante esa visita me enteré de que ya estaban condenados, no lo sabía”, dice. Cinco semanas después Walter sufrió una trombosis debido a la presión arterial alta, pasó 15 días hospitalizado, encadenado a la cama de enfermo. Desde entonces, sufre desmayos y este año le sobrevino otro ataque, por lo que es crucial que tome la medicina que doña Luz le hace llegar ya que el sistema carcelario no le provee nada distinto a calmantes.

“Mi hijo perdió un ojo cuando joven y ahora se está quedando ciego”, cuenta. Hay días en que Walter simplemente no se puede levantar por los dolores en las extremidades y riñones; sus compañeros de reclusión se encargan de sentarlo en su puesto de trabajo donde debe, como todos, pasar el día ensamblando los diminutos audífonos desechables que dan en los aviones.

La situación de Armando no es menos dramática: se le desencajan las rodillas, los huesos le arden y desde hace dos años tiene gran parte del cuerpo lleno de hongos, las uñas de las manos y los pies se le pudrieron “mejor dicho, ya no tiene uñas, tiene completamente los dedos mochitos”, explica su esposa. SEMANA conoció decenas de cartas de colombianos presos en la China y todos relatan, entre otras calamidades, que las condiciones de salubridad son pavorosas. “Es una situación muy dolorosa, muy triste. Les dan de comer alimentos con cucarachas, con gusanos, comida en mal estado, podrida. Y el agua es de pantano, con larvas y barro”, anota entre lágrimas doña Luz.

Antes de marcharse del país, esta mujer, con otros familiares, creó la asociación ‘Sí a la repatriación de colombianos presos en China’. El grupo presiona para que el gobierno de Colombia negocie con el de ese país un acuerdo que al menos permita que los reos con enfermedades terminales terminen sus días en cárceles nacionales. Pero las autoridades chinas no les prestan atención y en el Congreso de Colombia solo la senadora Teresita García ha visibilizado su drama en un debate sobre el asunto.

Sin embargo, han podido incidir. En noviembre pasado lograron la repatriación –la única hasta ahora– de Harold Carrillo, un caleño que padece cáncer. La Cancillería colombiana ha insistido para que urgentemente también se concrete la repatriación de Sara María Galeano, una mujer trans que sufre una enfermedad terminal avanzada. “Estamos a la espera de que el gobierno central de la República Popular China manifieste su anuencia o aprobación frente al traslado”, dice respecto a este caso el Ministerio de Justicia de Colombia, a través de un documento en el que da cuenta de las negociaciones con el país asiático. En el mismo documento se lee: “No se avizora un escenario viable para solicitar oficiosamente un traslado de ciudadanos colombianos desde la República Popular China”.

Pero a pesar del oscuro panorama, doña Luz Myriam confía en que algún día llegará el milagro para los suyos. Mientras eso ocurre, ella seguirá ayudando a otros desde la China, sobreviviendo a como dé lugar, y muy pendiente de Walter y Armando, empeñada en que los tres retornen a Colombia en esta vida. 

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