BIODIVERSIDAD
Los tesoros del río Bogotá
Más allá de la basura, la contaminación y los malos olores, la cuenca baja del afluente alberga verdaderos paraísos naturales y legendarios que aún lo mantienen con vida.
Pensar en el río Bogotá como algo distinto a un botadero de basuras puede ser difícil, especialmente, porque los capitalinos y Soacha aportan el 90 por ciento de su contaminación. Gran parte de esta polución se concentra en la cuenca baja, que empieza en el imponente Salto de Tequendama y se extiende a lo largo de 120 kilómetros hasta el río Magdalena. A su paso por 14 municipios, las personas alguna vez pudieron bañarse y pescar en aguas cristalinas.
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El 72 por ciento del río en la cuenca baja está contaminado, pero los paraísos naturales que sobreviven en medio del afluente son motivos más que suficientes para avanzar en su recuperación. Lugares como las lagunas de Pedro Palo y Salcedo, el bosque de Mana Dulce, el parque natural Chicaque y el camino real de Tena guardan la inmensa biodiversidad del río Bogotá, que supera las 542 especies de fauna en toda la cuenca.
Pedro Palo: la joya natural
En 1990, los turistas que botaban basura, hacían paseos de olla y fogatas impactaron la laguna. La CAR la cerró en 1998 para protegerla. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz / SEMANA
Pedro Palo o Tenasucá, como la llamaban los muiscas, es una mística laguna en medio de una reserva forestal del municipio de Tena. Su espejo de agua, de 21 hectáreas, está ubicado en la vereda Catalamonte.
Para los indígenas su nombre significaba los ojos que vieron el primer amanecer. Allí adoraban a dioses, como Bachué y Bochica, además de realizar pagamentos con tunjos de oro. Roberto Sáenz, de la red de reservas de la laguna, cuenta que tiene una profundidad de 30 metros, pero un pescador le dijo que superaba los 700. En realidad, se trata de una formación de hace más de 40.000 años, en donde han encontrado presencia humana desde esa fecha. Situada a 2.011 metros sobre el nivel del mar, allí habitan 341 especies de aves, 200 de plantas, 35 de mamíferos y 10 de murciélagos.
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Sobre su nombre hay tres versiones. Una afirma que un jesuita llamado Pedro cayó a sus aguas y su sotana quedó enganchada en un palo. Otra habla sobre un muisca del mismo nombre que estuvo preso y reapareció caminando sobre la laguna con un palo. La versión más reciente cuenta que a un campesino, también llamado Pedro, lo encontraron tirado al borde de la laguna junto a un palo, luego de morir ahogado por entrar borracho a sus aguas. La deforestación y la contaminación por actividades agropecuarias la han afectado. Sin embargo, gracias al trabajo de Sáenz, el Instituto Humboldt y la Corporación Autónoma Regional (CAR) de Cundinamarca, Pedro Palo ha logrado imponerse.
Chicaque: los senderos del bosque andino
Las quebradas desembocan en el río Bogotá luego de recorrer 10 kilómetros. En el vocablo chibcha la palabra chicaque significa chi (grande), ca (montaña o roca) y que (poderosa). Foto: Nicolás Acevedo Ortiz / SEMANA
Los bosques andinos de San Antonio de Tequendama albergan el parque natural de Chicaque, un tesoro ambiental con 312 hectáreas y 18 kilómetros de senderos empedrados. Muiscas, panches, españoles y generaciones enteras desde la época del marqués San Jorge pasaron por aquí.
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Tiene árboles de 30 metros de altura que pueden vivir hasta 300 años. Nelly Maldonado, ingeniera forestal de Chicaque, explica que cada árbol es como un jardín botánico pequeño, lleno de helechos, musgos y bromelias. Los robles habitan en el bosque de niebla, uno de los más vulnerables a desaparecer en Colombia y fundamental para mitigar el calentamiento global.
En este lugar, donde existen siete tipos de bosques –incluido el de niebla– y las quebradas La Playa, Chicaque y Vélez, se registraron 3.000 especies de plantas y 200 de aves. Manuel Escobar Lozano, nieto del principal heredero del predio del parque, luchó durante más de 20 años por su protección y hoy sus dos hijos continúan con ese legado.
Tena: bosques con historia
El Tambo es una de las reservas más visitadas de este bosque. En sus 16 hectáreas alberga una cascada de 40 metros, su principal atractivo turístico. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz / SEMANA
El camino real de Tena fue un lugar de intercambio de culturas. Primero, los muiscas transitaban con otros indígenas de la sabana, y, después, los españoles siguieron la tradición en esa ruta.
De esa trocha histórica, ubicada en la vereda Cátiva, sobreviven 6 kilómetros de espeso bosque. Allí está la quebrada La Honda que hace parte de El Tambo y Rosa Blanca: dos reservas naturales de 65 hectáreas. Predominan los árboles cubiertos de musgos y helechos, como cedro, yarumo y encenillo, y habitan animales como búhos, serpientes, armadillos, arañas y lechuzas. En 1772 José Celestino Mutis encontró quina, uno de los primeros hallazgos de la época. Hace unos meses, los habitantes de la zona hallaron una casona abandonada, que, según ellos, tiene fantasmas.
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La CAR y la Alcaldía de Tena reforestan actualmente la reserva El Tambo con más de 17.000 árboles en 11 hectáreas, cercan la zona y les enseñan a los jóvenes del lugar la importancia de conservar el bosque.
Salcedo: laguna de tesoros
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Hace 50 años creían que Salcedo estaba embrujada y cubrieron sus orillas con sal. Otros dicen que en su fondo hay tesoros de los panches.
Centenares de aves y varias especies de roedores rondan por la laguna de Salcedo. Este cuerpo hídrico, ubicado a 4 kilómetros del casco urbano de Apulo y en las inmediaciones del cerro del Copo, aún conserva el 40 por ciento de su espejo de agua. El resto ya se lo llevó la contaminación por los cultivos en la zona. Parte de su legado se ha protegido con jornadas de limpieza, retiro del buchón de agua y pedagogía a los pobladores de la vereda Salcedo por parte de la CAR.
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Cuentan que en su fondo había oro. Tanto es así que desde la época de la Colonia han llegado toda suerte de guaqueros para encontrar los supuestos tesoros. Pero nadie ha tenido éxito porque, según dicen, la laguna tiene vida y no permite que la alteren. Su conservación tambalea, pues no hay nadie que controle la entrada de personas malintencionadas que dañan la laguna.
Mana Dulce: Entre ceibas y palmas
La reserva Mana Dulce está en medio del bosque seco tropical de Agua de Dios, un ecosistema casi extinto en el país. Al mes la visitan cerca de 300 turistas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz / SEMANA
Constanza Mendoza heredó 90 hectáreas del bosque seco tropical del alto Magdalena, que hace 50 años compró su papá. Hace 20 años, ella tomó la decisión de radicarse en ese lugar y en 2002 lo convirtió en la Reserva Natural de la Sociedad Civil Mana Dulce, que significa donde brota el agua. Quería que los turistas aprendieran sobre la biodiversidad e interactuaran con la naturaleza, además de concretar espacios para que las universidades y entidades científicas investigaran en el lugar.
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A lo largo del recorrido de dos horas, se ven algunas de las 220 especies de aves registradas, muchas de ellas endémicas. Las ceibas y palmas de más de 150 años y 30 metros de altura se alzan en medio de los senderos ecológicos. Un nacedero de 200 años de antigüedad, el tercer puente natural construido en el país y la cueva Chimbilacera, donde habitan 19 especies de murciélagos, también hacen parte de la reserva. Asimismo, las personas pueden visitar el mirador Indio Malachí para ver el imponente bosque del alto Magdalena.