NACIÓN

Condenan a 33 años de cárcel al coronel Aldana por el asesinato de su esposa

El coronel en retiro Joaquín Enrique Aldana fue condenado tras hallarlo responsable del homicidio agravado de su esposa, Érika Cecilia Yeneris Gutiérrez.

3 de marzo de 2011
Érika tenía 32 años cuando fue asesinada. El coronel José Joaquín Aldana se entregó a las autoridades en diciembre del 2009.

La condena al coronel en retiro Joaquín Enrique Aldana fue proferida por un juez de Ibagué. El exjefe de Policía del Tolima deberá pasar en prisión 33 años y nueve meses.
 
La decisión se toma después de más de un año de conocerse la noticia. SEMANA, en diciembre del 2009, publicó la historia del crimen de la mujer descuartizada en Ibagué, cuando aun el coronel Aldana estaba prófugo de la justicia. A final de ese año se presentó ante las autoridades.

La historia comenzó el 9 de septiembre del 2009 cuando un campesino que caminaba en inmediaciones de la hacienda San Isidro, en el kilómetro 5 de la vía Ibagué-Alvarado, en Tolima, encontró una bolsa negra abandonada en medio del pastizal. Se agachó para revisar el contenido y entonces lo vio de frente. Era la cabeza de un ser humano.

El hombre dio aviso del macabro hallazgo a las autoridades. A la zona llegó una comisión de investigadores de la Fiscalía de Ibagué. Acordonaron el sector, hicieron el levantamiento e iniciaron un barrido de varios kilómetros a la redonda. Así fue como dieron, esa misma mañana, con otra bolsa negra en la que había un brazo y una mano con los pulpejos de los dedos cortados. "Cuando detallamos que a la víctima le habían cortado las huellas dactilares para que no fuera identificada, entendimos el mensaje: nos están retando", dijo uno de los investigadores del caso.

A un grupo de la Policía judicial se le ordenó ampliar el radio de búsqueda para dar con todas las partes desmembradas en el menor tiempo posible. En total localizaron seis bolsas negras con las extremidades y una con las prendas, en un radio de 20 kilómetros.

Hallaron el tórax bastante descompuesto, con los senos cercenados y sin las costillas tres y cuatro del costado izquierdo, dos piezas claves, pues los médicos forenses toman de ahí la muestra pura de ADN para identificar a la víctima.

Entre tanto, en los laboratorios de criminalística de Ibagué, varios expertos forenses hacían un trabajo de arquitectura milimétrica con la cabeza hallada. Tras un peritaje meticuloso concluyeron que la víctima había sufrido 58 cortes con bisturí en la cara para evitar que la identificaran.

Con un pegante especial soldaron milímetro a milímetro cada uno de esos cortes. Tardaron 10 días. Luego, maquillaron delicadamente el rostro y lo retrataron. Llevaron la imagen a un computador con un software especial que les permitió retocar detalles como lunares y líneas de expresión. Al final obtuvieron una imagen similar a lo que habría sido el rostro de la víctima. Ahora contaban con una carta valiosa para lograr su identificación. Hicieron, además, una reconstrucción similar a los pulpejos cercenados, y así recuperaron varias huellas.

Con el análisis de las extremidades en conjunto, las prendas y los diversos reportes técnicos y científicos, el grupo de investigadores (detectives, médicos forenses, lofoscopistas, morfólogos) obtuvo otras importantes conclusiones sobre la escena del crimen. La víctima era una mujer trigueña, joven, con una estatura de 1,55 a 1,65 metros y un peso aproximado de 60 kilos. Su muerte ocurrió 12 horas antes del hallazgo de la cabeza decapitada, es decir, el 8 de septiembre entre las 7 y las 8 de la noche. Varios moretones en los brazos desmembrados indicaban un posible forcejeo minutos antes de consumarse el crimen.

La mujer fue golpeada cuatro veces consecutivas en la parte posterior del cráneo con un objeto romo "el cual impacta la cabeza en reposo", según puntualiza el análisis forense. Con la víctima inconsciente "y aún con vida" el criminal procedió a cortarle con un bisturí los dedos de las manos y la cara. Los investigadores calculan que la mujer murió por el shock cráneoencefálico, cuando el asesino le estaba cortando el octavo dedo. Luego de esto, el criminal la descuartizó con cortes precisos en el nivel de las articulaciones.

Pero también lograron un perfil preliminar del asesino. Un acto de estas características sólo pudo haber sido cometido por un victimario de contextura robusta, musculatura de varón adulto y con un carácter de pulsaciones violentas. Diestro. Alguien que tenía una relación directa con la víctima y que además contó con un vehículo cubierto en el que transportó hasta las afueras de Ibagué el cadáver despedazado sin llamar la atención.

Pero todos estos elementos de poco o nada servirían si no se lograba establecer quién era la víctima. Sin resolver esa incógnita era prácticamente imposible avanzar.

Los investigadores lo sabían mejor que nadie y por eso hicieron un gran esfuerzo para lograr reconstruir el rostro. Con la imagen de la reconstrucción facial los investigadores iniciaron otro barrido, ahora del Sistema de Información en Red de desaparecidos y cadáveres. El Sirdec es una moderna plataforma tecnológica en el que está unificada la información de miles de casos de N. N. y desaparecidos de todo el país. El sistema es alimentado por Medicina Legal y funcionarios de la Policía judicial autorizados para subir allí toda la información que reciben cuando alguien denuncia la desaparición de una persona.

Por sentido común analizaron primero los casos de la capital de Tolima. No había ninguno que concordara. Decidieron abrir el abanico a todo el departamento. Tampoco encontraron nada. Procedieron entonces a revisar los casos de desaparecidos en el resto del país y hallaron varios cotejos inquietantes. Pero uno en particular que había sido denunciado en Cartagena. Jalaron esa pista y tras varios días de verificaciones, establecieron que el cuerpo descuartizado correspondía a Érika Cecilia Yeneris Gutiérrez, de 32 años, reportada por su madre como desaparecida en Ibagué.

Esposa de un oficial

La sorpresa de los investigadores fue mayor cuando ingresaron el nombre de la víctima en bases de datos de entidades del Estado. Érika aparecía como esposa del coronel de la Policía Joaquín Enrique Aldana, comandante operativo de Tolima, quien no había denunciado la desaparición. Estaban casados hacía 12 años y tenían dos hijas menores.

El puntillazo más desconcertante se dio cuando la Fiscalía citó al coronel para notificarle que el cuerpo hallado un par de semanas atrás era el de su esposa. Con absoluta frialdad escuchó la información, luego simplemente salió de la Fiscalía y fue directamente a la comandancia en donde tramitó vacaciones urgentes. Dijo que necesitaba solucionar un problema que había surgido con su esposa.

El desconcierto de los investigadores por la actitud del coronel era algo que la familia de Érika venía percibiendo desde semanas atrás. El 6 de septiembre -del 2006- fue la última vez que Érika se comunicó con su madre, Enit Gutiérrez, en Cartagena, donde esta vive. Érika la llamó desde Ibagué para contarle que le había enviado una encomienda. Acostumbraban a hablar regularmente, por lo menos día de por medio. El 10 de septiembre, cuando Enit recibió la encomienda, se preocupó porque desde que su hija la despachó no habían vuelto a hablar.

Enit y varios de sus hijos, hermanos de Érika, iniciaron la búsqueda. Pusieron a circular un anuncio en internet e instauraron la denuncia formal por desaparición. El DAS les confirmó que Érika no había salido del país como decía el coronel. Llevaban un par de semanas de angustia, sin ninguna noticia, cuando el grupo de investigadores de Ibagué los contactó. Al siguiente día, en esa sede de Medicina Legal, Enit reconoció las prendas de su hija. "Todo es muy extraño, el coronel Aldana no nos habla ni da ningún tipo de explicación. No fue al entierro y no nos deja ver a las niñas. Mi mamá está desconcertada y sólo clamamos justicia", le dijo a SEMANA Sander Yeneris, hermano de Érika.

Mientras la familia de Érika se ocupaba del entierro, los investigadores seguían trabajando para tratar de determinar el autor del brutal homicidio. Se planteó una decena de hipótesis de autores de toda naturaleza. Desde un sicópata que pasó por Ibagué, la posibilidad de una retaliación de enemigos del coronel, estructuras mafiosas, un amante asesino, un montaje para culpar a Aldana y, por supuesto, la tesis de que el autor fuese el propio oficial. Justamente por esta consideración se invitó a varios agentes de la Dijín de la Policía para que participaran de la investigación como garantía de transparencia.

Con el grupo de investigación fortalecido se avanzó rápidamente y cada paso permitió ir eliminando una a una las distintas hipótesis, mientras se consolidaba la que señalaba al coronel Aldana como el posible asesino.