JUSTICIA

Condena histórica contra el sicario que silenció la voz de un periodista en Caquetá

Un juez acaba de emitir la sentencia más dura por un crimen contra la prensa: 58 años de cárcel a quien asesinó a Luis Peralta, fundador de una emisora, y a su esposa. Esta es la historia detrás del fallo, la de un periodista que se resisitió al silencio.

5 de febrero de 2018
| Foto: FLIP

Minutos después de su captura en marzo de 2015, Yean Arlex Buenaventura iba hacia su lugar de reclusión, esposado y custodiado por dos policías. Llevaba una sonrisa burlona y descarada como reacción a la acusación que caía sobre él: los asesinatos del periodista Luis Antonio Peralta y de su esposa Sofía Quintero. Durante tres años, mientras el juicio avanzaba, mantuvo la misma actitud. Injuriaba al fiscal y a los testigos, se pasaba el dedo índice por la garganta y los miraba a la cara, como diciéndoles que los mataría.

El jueves pasado, el gesto de Buenaventura cambió. Un juez lo condenó a 58 años y tres meses de prisión por los homicidios. Esa sentencia se convirtió en la más alta proferida por un crimen contra un periodista. "Un fallo ejemplar", dicen en la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip), aunque la justicia en este caso no está completa. Aún falta esclarecer quién dio la orden para que el sicario jalara el gatillo y por qué le interesaba el silencio de Peralta.

Al anochecer del 14 de febrero de 2015, Luis Antonio Peralta salió junto a su esposa de la sede de la emisora Linda Estéreo, en El Doncello (Caquetá), el municipio donde ejerció su vocación de periodista, luego de andar por varios pueblos del departamento, montando emisoras piratas que luego eran clausuradas.

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A Linda Estéreo le dedicó buena parte de sus 63 años de vida. La afianzó, la hizo sonar en cinco municipios y la convirtió en la emisora más escuchada de una región que no tenía eco en los medios más grandes. Y de paso la volvió el escenario de sus denuncias, las que lanzaba en el noticiero que emitía de lunes a viernes y que lo volvieron una persona incómoda para quienes ostentaban el poder local.

Años antes de su muerte ya lo habían atacado. En 2010, sujetos desconocidos dejaron frente a su emisora una bomba poderosa. El dispositivo no estalló porque los policías antiexplosivos llegaron a tiempo y lo desactivaron. El intento de acabar con él y con Linda no frenó su voluntad de destapar la corrupción. Peralta no era un tipo blando. Su vida y su ejercicio profesional habían transcurrido al norte del Caquetá, en una zona controlada por las Farc, y disputada luego por los paramilitares.

En la víspera de su muerte reaparecieron las amenazas. Primero le dijeron a una empleada suya que mejor no se acercara a la emisora porque allá algo malo iba a pasar. Después lo llamaron directamente a su teléfono, lo insultaron y le dijeron que lo iban a matar. Esos hechos, luego, fueron claves para que el juez estableciera que su muerte no era una común, sino que estaba relacionada con su profesión. Peralta nunca se doblegó. Informó a las autoridades y siguió con su trabajo.

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Por los días de su muerte tenía varios frentes de denuncias: irregularidades en la contratación de una empresa de servicios públicos; torcidos en la pavimentación de una carretera y hasta compra de votos en las elecciones de alcalde que se avecinaban. Él, quien nunca ocupó un cargo público, había mostrado interés por primera vez de ser el mandatario de su pueblo. Pero siguió en el periodismo. El viernes 13 de febrero aseguró que en la siguiente emisión, en la del lunes, haría una denuncia grave que nunca se escuchó.

A las seis de la tarde del sábado salió de la emisora junto a su esposa Sofía Quintero. Buenaventura llegó de parrillero en una motocicleta. Se bajó a unos metros de Linda Estéreo. Llevaba una gorra y tenía la cara cubierta con una pañoleta. Se acercó a Peralta y le disparó sin más, frente a todos, en una de las calles más concurridas del pueblo. El periodista alcanzó a gritarle, su esposa también. Cayeron al piso y Buenaventura se alejó corriendo. En el camino, la pañoleta se le desprendió de la cara y su rostro, ya conocido en el pueblo, quedó expuesto.

Los testigos auxiliaron a la pareja y la llevaron al hospital. El periodista aguantó unas horas y su esposa unos días. Al fin, ambos murieron. El sicario, al parecer, alcanzó a ejecutar otro asesinato antes de que, el 2 de marzo, las autoridades lo capturaran. Lo señalaron de ser el gatillero y él lo negó.

Pero pronto aparecieron las evidencias. Algunos testigos temerosos lo reconocieron cuando, en el lugar del asesinato, su rostro quedó descubierto. También se recolectó un video que lo incriminaba. Las pruebas se acumularon y fueron suficientes para que el jueves pasado, tres años después del crimen, un juez de Florencia lo condenara a 58 años y tres meses por los asesinatos de Peralta y de Quintero.

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El fallo representa no solo la condena más alta por un crimen contra un periodista, sino que marca un precedente de justicia en un caso que tiene las características de muchos de los que quedan impunes, esos que ocurren en lugares apartados, con una presencia estatal débil, plagados de distintos actores violentos y corruptos.

Sin embargo, la justicia en este caso no está completa. Buenaventura era el gatillero, pero aún no se ha establecido quién fue la cabeza de este crimen, y qué pretendía callar. El condenado, por su parte, se niega a hablar.

Durante los días posteriores a la muerte de Peralta, Linda Estéreo no emitió su señal. En un principio, los asesinos lograron el objetivo: imponer el silencio. Pero la emisora volvió a sonar. Sus hijos no estaban dispuestos a entregarles la victoria a los violentos. Hoy, uno de ellos dirige el noticiero que en el que Peralta lanzaban sus denuncias.