Nación
Conozca el Mariposario del Tolima, una reserva a cielo abierto en el corazón de Ibagué
Hace diez años María Victoria Vila creó el Mariposario al heredar un bosque. Su misión es cuidar el medio ambiente.
A María Victoria Vila desde pequeña la han seguido las mariposas. Recuerda tener cinco años y corretear por la finca de sus abuelos al lado de estas criaturas, ser perseguida mientras montaba a caballo, o cuando paseaba por el bosque.
Tal vez, esa fue la razón por la que años después decidiría crear un lugar en donde pudieran ser libres y estar seguras, el Mariposario del Tolima. Pero la historia de este lugar va más allá del amor de María Victoria por las mariposas, está ligado a su pasión por el cuidado de la naturaleza y su respeto por esta.
Vila habló con SEMANA y le contó la historia de este santuario de la naturaleza en medio de la ciudad, “esto es un pulmón para la ciudad”, comentó. El mariposario está ubicado en la ciudad de Ibagué y tiene como objetivo restaurar un área y fomentar el cuidado por la naturaleza. “Yo heredé un bosque hace 10 años, y decidí trabajarlo y restaurarlo”.
María Victoria pudo haber mandado a talar el bosque, construir una mansión o algún complejo turístico o centro comercial que le rentara de por vida. Sin embargo, lo primero que hizo fue llamar a Alberto Gómez Mejía, el director del jardín botánico del Quindío, y preguntarle cómo podían convertir ese espacio en un mariposario al aire libre.
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Ella no quería encerrar a las mariposas, le gusta verlas libres, volar por doquier y extender sus alas multicolor por los cielos de Ibagué. Por eso, diseñaron un sistema en donde gracias a las buenas condiciones del bosque y el alimento y agua ubicado para esta especie en los troncos de los árboles, se permite que las mariposas lleguen al lugar y decidan quedarse. Pero además, este lugar no solo es un santuario para ellas, sino también es el hogar de varias especies de aves, mamíferos, reptiles y plantas.
Vila comenta que una de sus cosas favoritas del lugar es poder ver los atardeceres. Sentarse junto al río contra un viejo Caracolí y admirar el movimiento de aves y mariposas. También ama ver la cara de los niños que van de excursión pedagógica cuando ven a las mariposas y a las demás criaturas. “Es hermoso verlos cuando levantamos troncos del suelo y descubrimos toda la vida y biodiversidad que hay debajo de estos. Hongos, insectos y mucho más”.
Es por esto que para ella uno de los cuidados más importantes del bosque es no arrancar ni quitar nada. Todo lo que pueda ser peligroso se remueve y se reubica dentro del bosque, incluso la maleza. “Descubrimos que la maleza que al inicio arrancamos es el alimento de las orugas que se transforman en mariposa, ¡casi nada!, a partir de ahí decidimos dejar todo”.
Este proyecto es especial para ella porque desde pequeña su familia le enseñó a amar a la naturaleza. Gracias a sus padres y abuelos se enamoró del medio ambiente y sus criaturas. Por eso ahora su misión es fomentar el cuidado y el respeto por este en las nuevas generaciones. “Mi objetivo es que ningún niño de la ciudad crezca sin haber visto y visitado el mariposario”.
Ella comenta que le gusta llevarlos a las quebradas del lugar, a la que está viva y a la que está muerta. A la primera para que vean como debe correr el agua y puedan admirarla. A la segunda para que sepan las consecuencias de las acciones humanas. “Quiero que vean lo que no se debe hacer, les cuento que por la acción humana el agua que pasaba por aquí se bebió y mató a la quebrada”.
Y aunque suena como un gran destino turístico no lo es. Vila explicó que por varias razones no es un lugar abierto al público general, y que solo pueden ir personas con invitación o instituciones educativas y científicas.
“El mariposario no está abierto al público, esta no solo es mi vivienda personal, es un lugar para estudiar, no para pasear y hacer pícnic. Eso molesta a las mariposas, y si dejo entrar aquí a un tropel se pierde la esencia del lugar”. Otra de las razones que da Vila es la falta de espacio para montar la infraestructura que requiere una atracción turística. “Son cuatro cuatro hectáreas, no pueden soportar la carga para buses de turismo y todo lo que implica”.
“Es un laboratorio a cielo abierto”, explica y por eso solo invita a gente que va a respetar el santuario y a estudiar para construir conocimiento sobre él.
María Victoria continúa con su misión educadora. Desayuna en el bosque todos los días, mima a su querido Caracolí, que está nominado al premio “Árbol más importante de Iberoamérica”, y recuerda las palabras de una vecina de la infancia: “Las mariposas vuelan al cielo y le llevan tus deseos a Dios”.