INFORME ESPECIAL
Contador, el capo de los carteles mexicanos en el Pacífico colombiano
Por más de una década este narco sembró el terror en Nariño. Financió a disidencias de las Farc, le entregó poder y armas a alias Guacho, al tiempo que construía un emporio criminal con ayuda de carteles mexicanos.
José Albeiro Arrigui Jiménez, alias Contador, es un narcotraficante sanguinario y reservado. No era recomendable hablar de él en voz alta en Tumaco, Barbacoas, Magüí Payán y Roberto Payán (Triángulo de Telembí), donde tenía ojos y oídos en todos lados. Controlaba el crimen de la costa nariñense con un ejército de más de 300 hombres y el músculo financiero que le inyectaban los carteles mexicanos, a los que aseguraba un tránsito seguro de cocaína hacia Centroamérica.
Contador, de 29 años, operó en el Pacífico nariñense por una década, pero su nombre tardó en trascender. Desde muy joven tuvo vínculos con la columna Daniel Aldana de las Farc, luego las autoridades le perdieron la pista. Mientras no estuvo en el radar logró amasar una gran fortuna como narco independiente. Hizo alianzas con esa guerrilla para financiar su operación y comprar cocaína a buen precio. Posteriormente, estableció conexiones con narcos mexicanos, que terminaron con injerencia en la región, aportando material y dinero para escalar la guerra y ayudar a su aliado a expandir su territorio.
Estuvo tras bambalinas hasta 2015, cuando las Farc se movilizaron a zonas veredales. Tras quedarse sin apoyo armado para controlar el narcotráfico, logró en ese mismo año convencer a varios guerrilleros de fundar un nuevo grupo. Alias Guacho fue una de sus primeras fichas.
Contador entregó a Guacho recursos económicos, uniformes y armamento para conformar la estructura disidente Oliver Sinisterra. En paralelo al crecimiento de esta y el temible accionar de su líder, nació la estructura disidente Guerrillas Unidas del Pacífico, comandada por alias David.
Contador y Guacho lograron cercar a punta de combates a esa columna y quedarse con el control de la zona oriental de Tumaco, que tiene límites marítimos con Ecuador. Se trata del corregimiento Llorente, paso terrestre que comunica a ambos países y el Triángulo de Telembí. La parte occidental de Tumaco, que comprende el Consejo Comunitario Río Chagüí –donde hay grandes sembradíos de coca– quedó en manos de Guerrillas Unidas.
A esas zonas también arribaron el ELN y una estructura criminal conocida como FOU. Los combates estallaron en varios puntos. Para acabar con la confrontación, el 18 de diciembre de 2018 los cabecillas de esos grupos armados se reunieron en el río Mira. “Entre los negros no nos podemos matar más”, dijo Guacho, según relata un líder social que asistió al encuentro en representación de los consejos comunitarios. Guacho cayó abatido cuatro días después.
Esa muerte sacó a Contador del anonimato, pues su emporio se vio amenazado con las pugnas internas en la Oliver Sinisterra. Alias el Gringo asumió el mando y como medida radical optó por no recibir la ayuda del invisible capo. Quedó planteada la disputa por el control territorial de la línea de distribución de droga en una zona que alberga el 20 por ciento de las 169.000 hectáreas de coca sembradas en Colombia.
Según inteligencia militar, en los primeros meses de 2019 Contador sostuvo encuentros con emisarios mexicanos en el Triángulo de Telembí. Días después, en zona rural de Barbacoas empezaron a circular panfletos con la llegada de un nuevo actor armado a la región: los Contadores. El reservado capo ahora comandaba un ejército de 300 hombres para restablecer su orden criminal.
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Nadie sabe de dónde aparecieron los Contadores, pero llegaron con gran armamento y camuflados nuevos. Tenían armas M16, AK-47, morteros, granadas y minas antipersonal cuando se pasearon por las veredas de Barbacoas. Su toma empezó del río Telembí hacia abajo. Asesinaron campesinos en las veredas Ñambí la Mina y Chalchal, desterraron a quienes no querían ceder sus cultivos de coca, se adueñaron de la explotación ilegal de oro con máquinas retroexcavadoras que valen entre 600 y 700 millones de pesos, se batieron a fuego con la FOU, antiguos socios de Contador, y el frente de guerra Occidental Alfonso Cano, integrado por hombres que se separaron de la Oliver Sinisterra.
Repitieron el mismo operar en las veredas Paudé, Teranguará, San Lorenzo, Cucarachero, Painandá, Mongón, Barro Blanco, Teraime, hasta llegar al casco urbano. Barbacoas es un municipio de cinco cuadras y vías destapadas. La comunidad en su mayoría es afro y consideran al río Telembí hacedor de la vida, aunque ahora por sus aguas haya navegado la muerte.
En un fin de semana de enero asesinaron a cinco personas. Ahora nadie habla de ellos en voz alta, su presencia está por todos lados. La tensión se puede sentir en la mirada desconfiada para atender al extraño, nadie sale después de las siete de la noche por orden de los violentos. Uno de los pocos líderes sociales que aún quedan en Barbacoas trata de explicar la situación con un lenguaje encriptado y en voz baja, no le basta estar en un lugar aparentemente seguro. Cruza sus manos y simula con ellas que Los Contadores son innombrables para el que quiera vivir.
“El proceso de paz nos resultó más negativo. Antes nos sentíamos mucho más seguros y podíamos hacer nuestras labores de liderazgo, porque ya sabíamos cuál era el grupo, hoy hay muchos. Le tenemos más temor a ellos, no hay línea de comunicación, solo hablan con las balas. Hoy, duele decirlo, es más fácil irnos todos antes de que el Estado solucione este problema”, dice.
Los Contadores aplicaron un accionar desalmado. Arrigui Jiménez suprimió cualquier oportunidad de diálogo, hablaba poco y sus órdenes siempre tenían el mismo desenlace: muerte. El propio presidente Iván Duque lo describió como un “ser despiadado, responsable de varias muertes de líderes sociales y desplazamiento masivo en el Pacífico colombiano”. La crueldad de Contador desplazó aproximadamente a 2.000 personas en los últimos dos meses, según información recogida por los consejos comunitarios. La institucionalidad no llega a las zonas afectadas, por lo que nadie tiene la cifra real de desterrados.
SEMANA recorrió algunos de esos territorios del río Telembí. Las casas están en lo alto sobre la ribera del afluente, en el terreno restante hay matas de coca de variedades peruanas y bolivianas, dicen los pobladores. En pequeñas quebradas corren aguas turbias por la explotación ilegal de oro. No hay militares. La economía en Barbacoas parece girar en torno a la ilegalidad. En un pueblo que no sobrepasa los 35.000 habitantes hay 25 estaciones de gasolina. El parque automotor y marítimo es mínimo, pero en una semana consumen 260.000 galones de combustible, un elemento fundamental para producir cocaína.
Los Contadores hicieron un gran capital en estas tierras y se embarcaron río Telembí arriba para conectar con los municipios Roberto Payán, Francisco Pizarro y luego con zona rural de Tumaco. El ocho de enero de 2020 entraron a ese municipio por la vereda Las Brisas con cien hombres bien armados.
Historia de un desplazamiento masivo
No habían transcurrido cinco minutos de enfrentamientos y las ráfagas de fusil eran más intensas, se movían con dirección a la vereda Honda, zona rural de Tumaco. El profesor José Quiñones hizo un cálculo rápido y dijo: “Suban a las mujeres y a los niños a la canoa, nos vamos, esa gente no aguantó”. Media hora antes, por las faldas del río Chagüí, desfilaron ochenta hombres de las Guerrillas Unidas del Pacífico. Vestían camuflados verdes y pañoletas negras. Pararon justo frente a la casa de José para armar el plan de defensa. Un informante vio entrar por la vereda Brisas —parte alta que conecta con el Triángulo de Telembí— a más de cien integrantes del grupo Los Contadores que venían “armados hasta los dientes”.
Los primeros combates entre las Guerrillas Unidas del Pacífico y Contadores ocurrieron hacia las diez y treinta de la mañana y la medianoche del miércoles ocho de enero de 2020. Se encontraron en la vereda Cuarasanga, un pequeño caserío en la ribera del río Chagüí, a unas tres horas en lancha del casco urbano de Tumaco, de allí no pudo salir nadie. La gente se encerró en sus casas de madera, cada tanto escuchaban correrías, detonaciones y gritos de auxilio. José quiso regresar por ropa pero en el camino encontró menos de la mitad de los ochenta hombres que vio cerca a su casa. Venían maltrechos buscando refugio. El nueve de enero José y su familia salieron para Tumaco. Ese día, tres mil personas llegaron al casco urbano.
La reunión que tumbó al capo
A alias Contador lo sorprendió una avanzada de la Dijín en la madrugada del 21 de febrero, lejos de su lugar de operación. El capo acampaba con 14 hombres en la vereda Aguas Calientes, en Morelia, Caquetá. Nadie sabe qué hacía en ese vecino departamento con tan poca guardia.
Inteligencia militar le seguía el rastro, pero Contador tenía ojos en todos lados y siempre iba un paso adelante. Solo podían capturarlo camino a una reunión por el líder disidente Gentil Duarte y emisarios de carteles mexicanos en Caquetá. La idea, según escuchas, era crear un gran bloque criminal en ese departamento y Nariño para sacar del camino al ELN, así como a pequeñas estructuras criminales que quieren arañar algo del negocio.
Cuando las autoridades lo sorprendieron, Contador no opuso resistencia, ni dejó que su guardia intentara reaccionar. A pesar de la captura, el capo aún manda en el Triángulo de Telembí y en parte de la zona rural de Tumaco. Allá todos saben que nadie mueve un dedo sin el consentimiento del hoy extraditable, que, según fuentes cercanas, controla todo desde la cárcel.