TRABAJO
Economía, entre el optimismo y el miedo
Miles de personas volvieron esta semana a sus labores de construcción y manufactura, mientras que la mayoría del país sigue en sus casas para contener el virus. Cómo ha sido el regreso al trabajo en medio de protocolos, nuevas reglas y distanciamiento social.
Es difícil retomar la normalidad en medio de la pandemia, y más cuando la Organización Mundial de la Salud advierte que Latinoamérica está a punto de vivir las horas más oscuras.
Las empresas han tratado de mantener el control: organizaron horarios escalonados para sus trabajadores, implementaron protocolos de bioseguridad y tienen operarios que realizan su trabajo en las casas. Pero a la hora de salir a la calle el contacto ha sido inevitable. El metro de Medellín, que los primeros días recibió aplausos por su estrategia de distanciamiento entre las personas, no aguantó el flujo de pasajeros: la semana laboral terminó con los mismos tumultos de siempre.
Así, epidemiólogos, científicos y expertos esperan que los casos de coronavirus se dupliquen en las próximas semanas, mientras las empresas tratan de no naufragar, y las familias regresan a sus labores para no morir de hambre. No hace más de diez días se contaban por decenas las protestas en las principales ciudades del país para pedir alimentos y trabajo.
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Las compañías se acondicionan lentamente. Para el arquitecto Alfredo Mora Barrera, director de obra del proyecto Entre Lomas, de Constructora Bolívar, cerca a Zipaquirá, sus labores empezaron esta semana paulatinamente: “Vamos a hacer una reapertura periódica. Adecuamos las zonas para proteger a nuestros trabajadores y brindarles las medidas preventivas de bioseguridad ordenadas por el Gobierno nacional. El martes tuvimos 26 trabajadores, el miércoles 60, iremos subiendo paulatinamente hasta que podamos reactivar a los contratistas”.
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En las afueras de la obra, los empleados hacen una fila en la que guardan más de un metro de distancia, mientras una persona, cubierta por un traje de seguridad, les pone en la frente el escáner para detectar si tienen fiebre. Así ingresan a la construcción, donde tienen lavamanos, alcohol y geles que deben aplicarse constantemente.
Uno de los retos de volver a la normalidad está en el transporte: en algunas ciudades los buses no ofrecen protocolos para cuidar las distancias.
Mora dice que desde hacía varios días sus trabajadores le preguntaban cuándo iban a trabajar de nuevo, ya que necesitaban dinero y en sus casas la situación no estaba fácil. Lo mismo le ha sucedido con los contratistas, quienes proveen ventanería, enchapes, baldosas, lavan fachadas y hasta la familia que en la entrada vende café con empanadas. Esta misma situación se vive en todas las ciudades de Colombia: miles de hogares esperan que sus contratos se activen, que sus ventas empiecen de nuevo. Ellos no solo luchan contra el virus, sino también contra la necesidad.
Los trabajos de infraestructura también van en camino de normalizarse: 471 contratos se reactivan, de los cuales 390 pertenecen al Invías, que trabaja en sus protocolos de seguridad. Estos contemplan cuarentenas para obreros llegados de ciudades principales, exámenes de coronavirus y transporte de personal con estrictas medidas de asepsia. En este momento tienen activos 7.184 empleos de 42.257, en obras como el túnel de la Línea y la pavimentación de las vías a Quibdó, entre otras.
En las obras del túnel de la Línea trabajaban alrededor de 3.000 obreros, hoy son 803.
Juan Esteban Gil, director de Invías, dice que los trabajadores de los proyectos entran en forma escalonada. Antes de la cuarentena, en la Línea trabajaban 2.941 personas; hoy lo hacen 803 con protocolos muy estrictos y no cualquiera puede llegar a la obra. “En muchas comunidades cercanas a los proyectos no hay casos de coronavirus y tienen miedo de que los obreros vengan contagiados. Por eso somos muy estrictos con el protocolo, porque también esas mismas comunidades nos piden reactivar labores, pues muchas personas dependen de ellas económicamente”.
Manufactura
Colombia siempre ha sido un país de textiles y marroquinería, pero ahora pocos compran ropa, zapatos y cinturones. Las empresas de diseño quieren salvar el nicho y han buscado innovar, llevar sus labores a la nueva normalidad. Es el caso de Maaji, una compañía paisa de ropa deportiva y vestidos de baño que vende sus productos en más de 400 tiendas del mundo. Desde hace 40 días trabajan en una colección distinta: tapabocas, chaquetas y prendas que permiten detener la infección. Los creativos los diseñaron en sus casas, y los primeros productos salieron de los hogares de las mujeres de la empresa, que recibieron la materia prima y las máquinas necesarias.
Con la reapertura de la economía, Maaji reactivó labores en sus talleres, ubicados en la zona franca del oriente antioqueño. Pero nada es como antes. Donde trabajaban 200 personas, hoy no hay más de 100. Los controles para permanecer allí incluyen cambiarse de ropa para entrar y salir, someterse a una revisión de las condiciones de salud, usar mascarillas que tapan toda la cara y mantener las distancias.
Carolina Restrepo, directora de Innovación y Sostenibilidad de Maaji, dice: “Llevamos más de un mes trabajando en nuevas maneras de mantener los empleos, y además en apoyar con tapabocas a instituciones como el Hospital Pablo Tobón Uribe. Ahora que pudimos salir a confeccionar ha sido más fácil, pero los protocolos son muy fuertes. Nuestra nueva línea permite que las personas se protejan cuando salgan a hacer el mercado, las compras o a la hora de trabajar. Esta situación nos pone a todos en los límites de la creatividad”.
Mientras que unos tratan de mantenerse y seguir vendiendo, otros ven que la crisis se agudiza. En Bucaramanga las fábricas de calzado están vacías, no hay trabajadores, pero tienen las bodegas llenas. Estiman que hay represados unos 700.000 pares de zapatos que no lograron despachar el fin de semana que se inició el simulacro de aislamiento. En la capital de Santander y su área metropolitana unas 100.000 personas trabajan en esta industria. Muchos de ellos a destajo, como los cortadores, ensambladores y armadores. Eso quiere decir que ganan por el trabajo del día.
Las obras de construcción empiezan sus labores con estrictas medidas de seguridad. Sin embargo, la contratación de proveedores aún está suspendida.
Martha Jaimes, una microempresaria del calzado, lo explica muy bien: “Pagamos 2 millones de pesos de arriendo, no podemos abrir el almacén ni fabricar zapatos porque los pedidos los congelaron. Se le acaba el capital a uno y no hemos recibido ninguna ayuda”. Martha, cuya historia se replica por cientos, tiene una famiempresa que abrió hace seis años, y ha logrado levantar a pulso una fábrica y vender sus productos de Calzado Marpico en el barrio San Francisco, un icónico sector del calzado en la ciudad; en esa casa vive con sus tres hijos y trabaja. No sabe cuándo podría abrir porque tiene represados unos 200 pares de zapatos y no tiene cómo sostener los sueldos de sus seis empleados, dotarlos con elementos de bioseguridad e invertir para reiniciar labores.
El panorama cambia en cada caso: las compañías más modernas y con mayor músculo económico logran sobrevivir a fuerza de internet, ideas y operarios en casa. Los más tradicionales y pequeños, que han empujado sus emprendimientos por años desde sus viviendas y en condiciones difíciles, miran preocupados el abismo: los protocolos son estrictos y la nueva normalidad es un zapato estrecho.