NACIÓN
La condena de morir lejos de los seres amados
Nada más inhumano que fallecer apartado de los seres queridos y que luego estos no puedan asistir al funeral. Esa es la otra tragedia que impone el coronavirus a contagiados y sanos: el adiós final sin poder abrazarse.
"Es muy duro, hemos tenido casos en que solo va el chofer en la carroza. Esta semana, por ejemplo, murió una señora en Bogotá y solo estuvo su hija y otro familiar, nadie más”. Así relata Gerardo Mora, gerente de Los Olivos, las desoladoras escenas que se viven ahora: por cuenta de la epidemia del coronavirus fueron prohibidos los tradicionales rituales funerarios. Las medidas son comprensibles y necesarias desde el punto de vista sanitario, pero, al mismo tiempo, resultan desgarradoras para quienes deben afrontar el duelo.
Una directriz del Ministerio de Salud dirigida a las compañías funerarias proscribe las misas o cualquier otro ritual de exequias que conlleve reuniones o aglomeraciones. De hecho, la Iglesia católica colombiana cerró todas sus capillas y solo de forma excepcional permite misas fúnebres con pocos asistentes y sin el traslado del cuerpo al templo. “Los funerales se celebrarán a puerta cerrada, con una participación reducida de los parientes, siguiendo siempre las disposiciones de las autoridades competentes”, dijo monseñor Ricardo Tobón, arzobispo de Medellín. En general, la orden es que el manejo de los servicios exequiales debe ajustarse a las medidas adoptadas para contener la propagación de la covid-19 en todo el país.
Bajo ese entendido, el Gobierno impuso varias restricciones a las funerarias. Estas no pueden permitir reuniones de más de diez personas en las salas de velación, y la disposición final del cadáver debe ser lo más rápida posible. Asimismo, prácticamente todos los cementerios del país cerraron sus puertas para el público y solo se puede tramitar un permiso que habilita el ingreso del féretro y un par de dolientes para realizar el entierro en corto tiempo.
En Bucaramanga y Cúcuta, por ejemplo, las alcaldías ordenaron que en los camposantos solo pueden haber sepelios con un máximo de diez personas presentes, incluyendo el personal de la funeraria, religiosos y los obreros necesarios para llevar a cabo el acto. Y todos deben guardar las medidas de prevención, como mantener distancia entre sí y contar con guantes y tapabocas.
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También se promulgó el decreto presidencial que ordena el aislamiento preventivo obligatorio a todos los ciudadanos, y las recomendaciones de no acudir a hospitales o centros médicos. Todo eso configura un escenario de desolación para los enfermos –no solo los contagiados de coronavirus– y sus familias.
Además, si el desenlace es la muerte, entonces sobreviene un duelo mucho más difícil y doloroso. El quid del asunto está en que mientras el país sigue con atención la propagación del virus y sus estragos, las muertes súbitas y de enfermos terminales continúan, pero ocurren sin la posibilidad de que las familias y demás dolientes hagan la necesaria catarsis.
Según el Dane, en 2019 se registraron 58.436 defunciones en el país, eso significa cerca de 4.800 fallecimientos al mes. Si la cifra se mantiene, ese sería el número aproximado de muertes que por estos días no podría tener un funeral tradicional.
Y cuando las víctimas fatales por coronavirus asciendan, el panorama será aún más lúgubre por las normas más estrictas para el tratamiento y traslado de los cadáveres de pacientes contagiados. En esos casos, por ejemplo, no se practican necropsias, el cuerpo debe ser aislado inmediatamente, está prohibido su traslado de una ciudad a otra y se debe optar por la cremación inmediata, no la inhumación.
Por todas esas razones, morir en los tiempos del coronavirus conlleva un desconsuelo adicional al del fallecimiento como tal. Implica morir en soledad. El deceso de una persona sin la posibilidad de estar rodeado de sus seres queridos aumenta el impacto psicológico de los deudos. “En algunos casos esto puede complicar el duelo. El estar cerca y al menos tener contacto visual con quien fallece es algo que ayuda al doliente a confrontar la realidad de la muerte y propicia el proceso de aceptación”, explica Dennys del Rocío García, experta en psicología clínica de Universidad Javeriana.
¿Qué se puede hacer?
Las ceremonias religiosas o cualquiera de los ritos civiles que acompañan el sepelio cumplen una función de cierre para los parientes. Sin estos elementos es como si la despedida final quedara en suspenso, y ello puede acarrear culpas o conflictos que en nada contribuyen a superar el duelo.
Aun así, la crisis de la pandemia no da opción. No solo en Colombia, este problema colateral se presenta en todos los países del mundo donde se ha optado por el confinamiento obligatorio como estrategia para desacelerar la propagación del coronavirus. La gente no puede acompañar a su ser querido en trance de muerte, ni luego ofrecerle unas honras fúnebres que congreguen a la familia, los amigos y demás allegados.
Frente a esa situación apremiante, algunas opciones pueden ayudar. En Colombia varios servicios funerarios ofrecen “velación por internet”. En principio, se trataba de un servicio dirigido a familiares en el exterior que no podían viajar para participar de las exequias. Pero ahora, ante la situación de aislamiento obligatorio, las funerarias la ofrecen para que los dolientes desde sus casas acompañen la despedida vía streaming. De momento, se muestra la imagen en tiempo real de la sala de velación, pero en los próximos días algunas compañías dispondrán de una cámara que siga todo el funeral.
Los expertos en el tema del duelo señalan, al menos, tres elementos cruciales. Primero, es muy importante tanto para la familia como para el paciente tener plena conciencia de que las limitaciones impuestas no dependen de ellos y que no está en sus manos modificar esa situación. Segundo, de acuerdo con las pautas del equipo médico, se deben explorar opciones con dispositivos electrónicos que permitan mantener al paciente rodeado de afecto en el fin de la vida. Es decir, videollamadas, chats, mensajes de voz y todo aquello que permita expresar que, a pesar de la distancia, hay acompañamiento. No se trata de mensajes únicamente dirigidos al convaleciente, se refiere también a comunicación entre los miembros de la familia para refrendar el sentimiento de fraternidad.
Tercero, ante la imposibilidad de realizar un funeral tradicional, se deben buscar encuentros virtuales entre los dolientes, ya sea para orar, para rememorar la vida de quien falleció y para reconocer cómo fueron sus momentos finales. En palabras de la doctora García: “Hay que reiterarles a los dolientes que no era posible manejar la situación de otra manera. A mediano plazo, en la medida en que la situación lo permita, es conveniente planear una reunión en la que se rinda un homenaje a quien murió; y, finalmente, conectar con el dolor de su partida a través de ese abrazo que hasta ese momento no se han podido dar”.