INFORME ESPECIAL
“Para seguir trabajando me mudé de casa y dejé a mi hija recién nacida"
El médico Luis Aurelio Díaz ha vivido los peores días de su vida en la pandemia. Estuvo en la UCI tras contagiarse con el virus y pensó que nunca más volvería a ver a su familia. Aún así, apenas mejoró, volvió a atender a sus pacientes.
Mi hija Antonella nació el 14 de marzo, recién empezábamos a conocer de casos de covid-19 en Colombia. Cuando vi que la cosa se estaba poniendo más grave, y ante el peligro inminente de que me podía contaminar y llevar infección a la casa, me pareció prudente mudarme a un apartamento y vivir solo. Era la única manera de seguir trabajando en la UCI con los enfermos de covid y al tiempo proteger a mi familia. Lo hice con un gran dolor en el alma pero era mayor mi deber de protegerlas.
Ha sido muy doloroso no verlas, no hablar con mi esposa, ni ver crecer a mi hija frente a frente sino por medio de videollamadas. Pero hoy siento que fue la mejor decisión porque en junio me infecté con el virus, a pesar de todas las medidas de protección que tenía: tapabocas N95, más el convencional encima, gafas y visor, doble guante, escafandra y bata antifluidos, polainas y gorro. No se en qué momento fue, pero pudo ser en alguna oportunidad cuando me retiré todo eso y accidentalmente me contaminé la mano.
Yo empecé a sentir decaimiento, sudoración, pérdida de fuerza, dolores osteomusculares. Fui de inmediato a urgencias, pero como no tenía síntomas respiratorios me recomendaron aislarme en mi casa provisional. Una mañana me levanté con ahogo y dolor en el pecho y ahí sí sonaron todas las alarmas. Me fui para el hospital San José y me llevaron a la UCI por mi dificultad para respirar. Aunque los médicos somos compasivos y sabemos lo que sienten los pacientes, allá me tocó cambiar de papel: yo era el paciente y mis pupilos hacían lo posible por salvar mi vida. Vivirlo en carne propia es otra cosa.
Los días previos había estado en depresión, triste por estar alejado de la familia y porque a mi hija le dio una bronquiolitis y tuvo que ser hospitalizada. No tenia covid-19, pero era desgarrador estar en la UCI grave y ver que mi hija también estaba enferma. Fue lo más crítico de mi hospitalización. Yo lloraba en las noches, solo esperaba a que amaneciera para llamar a mi esposa y saber cómo estaba la niña. Yo sé que no soy eterno, pero entrar a la UCI me dio una sensación de pánico pues sabía que podía no salir vivo de allí.
Los exámenes mostraban cada vez una situación más grave. Yo pensaba "me van a tener que intubar", "me puedo morir", "es posible que no vuelva a ver a mi familia". Eso hubiera sido catastrófico para la comunicación. Esos días han sido los más duros de mi vida. Por fortuna la niña fue dada de alta y yo logré recuperarme y me mandaron a la casa con oxígeno domiciliario para terminar de recuperarme.
El hecho de que me haya infectado de covid-19 no significa que no quiera seguir trabajando. Es una decisión de vida ser médico y servir a los demás, por eso en cuanto pude volví. Sigo con máximas medidas de seguridad en el hospital. En vista de mi recuperación, volví a casa y pude ver y abrazar a mi niña que ya tiene cuatro meses. Pero sé que se viene lo más difícil: decidir quién vive y quién no. Hoy, por ejemplo, tenemos solo una cama disponible en UCI y van a llegar cuatro pacientes. Todos las necesitan y todos deberían ser admitidos, pero a mí me tocará maximizar la utilidad de esa cama. Y cada paciente que no pueda llegar a una UCI tendrá peor desenlace.
Con todo eso también tenemos momentos felices, como cuando logramos extubar a pacientes que han estado en muy malas condiciones. Aun más felicidad me da cuando salen de la UCI. Pero lo mejor es cuando les damos de alta del hospital. Son pequeños premios de montaña que dan una felicidad indescriptible.