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Coronavirus | ¿Por qué nos duele el brazo después de vacunarnos?
Para quienes se vacunan, un pinchazo no es nada. Sin embargo, a muchos les empieza a doler el brazo, situación que no es exclusiva de la vacuna de covid-19. ¿Por qué pasa esto?
El rápido desarrollo de las vacunas ha generado temor y desconfianza en algunas personas. A esto se suma el temor que se infunde en redes sociales y en algunas noticias en las que se magnifican aquellos casos donde se han presentado efectos secundarios con la vacunación.
Un estudio del Hospital General de Massachusetts, en Boston, Estados Unidos, evidenció que la prevalencia de una reacción adversa es de entre 2,5 y 11,1 casos por millón de dosis de la vacuna de Pfizer, por ejemplo. Por esta razón, el llamado de los expertos es a la prudencia y a la tranquilidad frente al proceso de vacunación.
Para la mayoría de los que se vacunan contra el coronavirus, un pinchazo no es nada. Sin embargo, tras quedar inmunizados, a muchos les empieza a doler el brazo. Varios expertos en vacunas y en alergias explican la razón por la cual esto pasa, enfatizando en que los ciudadanos no deberían preocuparse.
Esto se trata de un efecto secundario muy común de todas las vacunas, no solo la de covid-19. También se da con los fármacos contra la gripe y otras enfermedades.
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Dicho dolor, y en algunos casos algún tipo de irritación en la piel, es la respuesta natural del organismo a la inyección de sustancias extrañas en nuestro cuerpo.
“Manifestar esta reacción en el sitio de la aplicación es exactamente lo que esperaríamos que hiciera una vacuna que intenta imitar un patógeno sin causar la enfermedad”, explicó la especialista en vacunología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington, Deborah Fuller, a la agencia de noticias rusa Sputnik.
El motivo de este dolor, explica la experta, es que las células presentadoras de antígeno están permanentemente al acecho en nuestros músculos y en nuestra piel para que cuando se detecte un invasor extraño, como los activos de la vacuna, desencadenan una reacción que produce anticuerpos que nos protegen.
Este proceso, conocido como respuesta inmunitaria adaptativa, puede tardar una o dos semanas en manifestarse. Pocos minutos o incluso segundos después de vacunarnos, las células presentadoras de antígeno envían señales para avisar del peligro.
Es una reacción muy rápida conocida como respuesta inmune innata, e involucra una gran cantidad de células inmunitarias que llegan y producen proteínas conocidas como citocinas, quimiocinas y prostaglandinas, que causan todo tipo de efectos físicos, detalla Fuller.
Las citocinas dilatan los vasos sanguíneos para aumentar el flujo sanguíneo, lo que provoca hinchazón y enrojecimiento. La respuesta inmune innata no afecta solo al brazo. Para algunos individuos, el mismo proceso inflamatorio también puede causar fiebre y erupciones, así como dolores corporales en las articulaciones o en la cabeza.
Teniendo en cuenta las peculiaridades de cada individuo, no sentir dolor también es normal, precisó el epidemiólogo y director ejecutivo del Centro Internacional de Acceso a Vacunas de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins, William Moss.
Hay tres vacunas contra la covid-19 aprobadas por la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA). Se trata de las dosis de Pfizer, Moderna y Jonhson & Jonhson. Sus efectos varían, según los datos recopilados por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.
Después de la primera dosis de la vacuna de Moderna, el 87 % de los menores de 65 años y el 74 % de los mayores reportaron un dolor localizado durante los ensayos clínicos. Después de la segunda inyección, esas cifras aumentaron al 90 % y al 83 %, respectivamente.
La primera inyección de Pfizer también causó mucho dolor en el brazo, del cual informó el 83 % de las personas de hasta 55 años y el 71 % de los pacientes mayores. El dolor tras la segunda inyección se produjo en el 78 % y el 66 %, respectivamente.
Mientras tanto, la primera dosis de Johnson & Johnson causó menos dolor en el brazo: el 59 % de los menores de 60 años y el 33 % de los pacientes de la tercera edad.