MEDIO AMBIENTE
¿Llegó el comienzo del fin de los zoológicos?
En Colombia por lo menos 20.000 animales permanecen encerrados en 23 establecimientos cuyas necesidades, en ausencia de visitantes, superan los 3.500 millones de pesos mensuales. En el mundo la situación también es tan dura que uno en Alemania ya hizo la lista de los animales que les daría de comer a otros. Y algunos prueban a liberarlos, como en Tailandia.
Con la misma paciencia del día anterior, cada mañana Carlos Paz recibe sin decir palabra un alegato que, a veces, incluye manoteo. Ella lo oye llegar y, apenas abre la puerta, rápidamente se sienta e inicia su diatriba. Él no entiende las razones del malestar, pero al menos ya sabe cómo calmarla: con una guama cuando el árbol da cosecha. Ella, digna, recibe el presente y da por terminado el asunto.
Ella es una hembra de mono lanudo o churuco, un primate propio de la Amazonia colombiana principalmente, cuya especie se caracteriza por emitir vocalizaciones para comunicarse con otros individuos. Cumple un rol fundamental en la selva, dada la cantidad de semillas que dispersa al digerir el sinnúmero de frutos que consume. Por eso los expertos la consideran una de las principales especies reforestadoras de los bosques tropicales.
Silvia Rojas tiene a su cargo los 150 animales del Bioparque La Reserva, en Cota. Aquí revisa a un coatí de montaña. Sin visitantes, estas instituciones no tienen recursos para sostener a los animales.
Carlos Paz tiene tan claro el amor por esta mona de tupido pelaje entre gris y café que no dudó en irse a vivir al zoológico donde ella vive desde hace cerca de diez años, cuando la rescataron de manos de traficantes ilegales. Pero no lo hizo solo: al líder veterinario lo acompañan una bióloga, un zootecnista y ocho cuidadores y alimentadores del zoológico del Centro de Vacaciones de Cafam en Melgar (Tolima) en una cruzada por cuidar y alimentar 400 animales salvajes durante la etapa de confinamiento en la que entró todo el territorio nacional.
La subsistencia de al menos 20.000 animales silvestres en Colombia, que viven en 23 zoológicos y acuarios, depende de soluciones tan sacrificadas como la de Paz y su equipo. Al entrar en la cuarentena obligada para evitar el contagio por la covid-19, la gente dejó de visitar estos lugares que se sostienen con las entradas del público. Aunque el tema de la iliquidez no es exclusivo de los locales.
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El fenómeno ha alcanzado niveles tan dramáticos en el mundo que Verena Kaspari, la directora del zoológico de Neumünster, en el estado Schleswig-Holstein, de Alemania, dijo hace poco que ya tienen la lista de los animales que habría que sacrificar si la crisis no da tregua. Cabras y ciervos servirían entonces de alimento para linces, águilas y para Vitus, el carismático oso polar más grande del país europeo, que habita en este lugar. Contempla la medida extrema porque pertenece a una agremiación que no accede a un fondo estatal que auxilia a pequeñas empresas.Sus directivas estiman que solo en abril perdieron 175.000 euros.
En Colombia los animales son propiedad del Estado, según establece el Código Nacional de Recursos Naturales, que está vigente desde 1974. Esto no permite sacrificar para alimentar, como sí tuvo que hacerlo el pequeño zoológico alemán, que alberga más de 700 animales como lobos, focas y zorros árticos, entre otros.
Andrés Cruz y 11 trabajadores más se fueron a vivir al zoológico de Cafam, en Melgar.
Farah Ajami dirige la Fundación Botánica y Zoológica de Barranquilla y es presidenta de la Asociación de Parques Zoológicos, Acuarios y Afines (Acopazoa), que agrupa a 12 de los 23 establecimientos del país y albergan alrededor de 12.000 animales. Ajami dijo a SEMANA que estos lugares generan unos 1.200 puestos de trabajo directos y requieren alrededor de 2.000 millones de pesos mensuales para funcionar. La cifra se duplica al hacer las cuentas para la totalidad.
Desde hace décadas los zoológicos del país han cambiado de papel para dedicarse a cuidar animales rescatados del tráfico ilegal. En buena parte de ellos los expertos trabajan para rehabilitarlos e intentar devolverlos a sus lugares originales.
Sin embargo muchos no pueden hacerlo por secuelas físicas o porque perdieron su condición salvaje, entre otros. Entonces deben pasar el resto de su vida en un zoológico o en una reserva. En esas condiciones están desde la mona churuco que regaña a Carlos Paz hasta los delfines nariz de botella que por estos días los biólogos del Acuario de Santa Marta sacan a pasear mar adentro, aprovechando la ausencia de turistas y embarcaciones.
Estos últimos les han dado a los habitantes de la bahía uno de los más reconfortantes espectáculos durante el encierro. Cada día, desde sus ventanas, los samarios disfrutan los saltos de felicidad que dan los cetáceos mientras siguen la lancha de sus guías. La esperanza final de los expertos es que con estas salidas se vuelvan a acostumbrar a la vida salvaje luego de pasar años con los humanos.
Juan Espitia y Luis Chaguala trabajan en el zoológico Santacruz, que hoy se sostiene con donaciones.
El tema se resume en una palabra: comida. En promedio pasan de 150 millones de pesos mensuales, por lo bajo, las necesidades de los animales de un zoológico promedio. Los establecimientos no los gastan solo en alimentos, sino también en medicinas y pago de los profesionales que asisten a las especies. Ante tal crisis el Ministerio de Ambiente creó la campaña ‘No están solos’ para garantizar el sustento y protección de los animales. También anunció recursos para los zoológicos de Santa Fe, en Medellín, y el de Cali: 700 millones de pesos para el primero y 400 para el segundo tras firmar convenios con las autoridades ambientales de cada región. Pero Ajami dice que los dineros aún no llegan.
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Para la pospandemia está claro que el mundo no será el mismo, como tampoco las prioridades. Por eso los zoológicos se esfuerzan por inventar programas de adopción o membresías por redes sociales. También campañas para recibir el apoyo de personas, entidades e instituciones privadas.
Pero la crisis debería recibir una solución de tajo, según Andrea Padilla, concejal de Bogotá, animalista y PhD en Derecho de la Universidad de los Andes. Ella cree que el Estado debería asumir la manutención, más aún cuando los animales se han visto privados de la libertad y de la posibilidad de desarrollar sus capacidades naturales y “de gozar de vidas plenas porque el mismo Estado ha sido incapaz de atajar un delito del que ellos son las principales víctimas, como el tráfico, el comercio y la tenencia ilegal”.
Ella preferiría que los zoológicos desaparecieran. “El cautiverio de animales en entornos artificiales y su exposición al público es un modelo éticamente indefendible. Hace mucho dejaron de ser lugares de educación ambiental (si alguna vez lo fueron) y de conservación hacen poco o nada. En el caso de Colombia se han convertido en lugares de acogida de animales víctimas de tráfico, comercio y tenencia ilegales. Ese es su valor”, dice. Por eso no se acaban: no habría a dónde llevarlos.
Claro que, en últimas, para muchos, especialmente en redes sociales, la solución tiene que ir también en la vía que tomó el Campamento de Elefantes de Maesa (Maesa Elephant Camp), en Tailandia, que desde 1976 utilizaba a los elefantes como espectáculo para los turistas. Liquidó el negocio y liberó a los paquidermos en un área cercana al campamento, en un nuevo hogar donde caminan libres de cadenas y de humanos.