JUSTICIA
Corte remite a la Fiscalía el caso por la masacre de El Aro, por la que es investigado Álvaro Uribe
Los magistrados de la Sala de Instrucción decidieron que ante la renuncia de Uribe al Senado, perdieron competencia y que el expediente pasa al ente acusador. Uribe estaba citado para rendir versión libre mañana.
El proceso en el que se investiga al exsenador Álvaro Uribe por la masacre de El Aro, ocurrida en Antioquia en 1997, debe salir del ámbito de la Corte Suprema de Justicia y regresar a la Fiscalía, donde surgió. Esa es la decisión que acaban de tomar los magistrados de la Sala de Instrucción en reunión extraordinaria.
El magistrado César Reyes era el encargado de instruir el caso en el que Uribe aparece procesado por supuestamente haber omitido brindar protección y auxilio a los campesinos víctimas cuando el inculpado era gobernador de Antioquia. Una vez Uribe renunció al Senado para hacer que el caso por el que está en detención domiciliaria saliera de la Corte y pasara a la Fiscalía, sus abogados presentaron una cascada de peticiones para que otros 17 radicados que cursan en contra de Uribe tengan el mismo tránsito.
Vea: Uribe, Mancuso y El Aro, la masacre que no termina
El expediente por la masacre de El Aro fue la segunda petición presentada por la defensa del exmandatario. El mismo día que Uribe abandonó el Congreso, el magistrado Reyes expidió un auto citándolo a rendir versión libre y ordenó practicar un centenar de pruebas, en su mayoría testimonios a exparamiltares e inspecciones de distinta índole en Antioquia. Ante eso, Jaime Granados, defensor titular de Uribe, presentó la solicitud formal para que los magistrados declararan incompetencia y remitieran el asunto a la Fiscalía. Es lo que acaba de pasar.
Con esta decisión le cae otra papa caliente al fiscal general Francisco Barbosa. Los hechos que relaciona la masacre de El Aro son una de las páginas más abominables de la historia del país. Una seguidilla de masacres y el asesinato del hombre que lo denunció, Jesús María Valle –cuyo crimen la Corte Suprema declaró de lesa humanidad– componen un escalofriante y añejo expediente por el que la Corte llamó a versión libre a Uribe.
La masacre de El Aro es la galería del horror. Allí salieron a flote los más perversos elementos del conflicto colombiano: la espantosa sevicia de los asesinos, el incesto institucional entre Estado y autodefensas para exterminar civiles, y la indiferencia silenciosa del país. Han pasado 23 años desde que los hechos ocurrieron. De cuando en cuando el asunto reaparece en la prensa por el aniversario luctuoso o por alguna novedad judicial menor. Sin embargo, después de más de dos décadas, el fantasma de El Aro ha resurgido con la fuerza de un tsunami.
Este es el comunicado de la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia:
La Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia expidió un auto en el que ordenó un centenar de diligencias para avanzar en la investigación. La más trascendental: oír en versión libre a Uribe, gobernador de Antioquia cuando se perpetró la masacre. A eso se sumó la insistencia de la defensa del expresidente para que el caso salga de la Corte y pase a la Fiscalía, en virtud de la renuncia del inculpado al Senado. Luego apareció el exfiscal Eduardo Montealegre –antes uribista y ahora enemigo implacable– quien presentó una denuncia y pidió que el expediente siga en el máximo tribunal. Por si fuera poco, a lo largo de la semana se agitó el debate sobre la embolatada extradición de Estados Unidos a Colombia del exjefe paramilitar Salvatore Mancuso, y lo que aún tiene por contar sobre los autores intelectuales de esa y otras masacres.
Masacre de El Aro: ¿cúal fue el papel del expresidente Uribe?
El Aro está a 200 kilómetros de Medellín y es una población rural, montañosa, enclavada en el Nudo de Paramillo, en frontera con el sur de Córdoba. El sábado 26 de octubre de 1997, en vísperas de las elecciones populares de alcaldes y gobernadores, a eso del mediodía, la población empezó a escuchar un enfrentamiento armado en las veredas próximas al pueblo y el cual se prolongó hasta entrada la noche. En el sector quedaron cuatro muertos: tres paramilitares con brazaletes de AUCC (Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá) y un guerrillero de las Farc. El choque terminó cuando la insurgencia se retiró por los matorrales y atajos. A la mañana siguiente empezó lo peor para la comunidad.
Unos 150 paramilitares armados entraron al pueblo. Vestían camuflado y usaban radios de comunicación. Obligaron a los habitantes a salir de sus casas mientras se escuchaban disparos por todas partes y los concentraron en el parque principal. El comandante era Alexánder Mercado Fonseca, alias Cobra, un hombre de Mancuso que tenía una lista de nombres de supuestos auxiliadores de la guerrilla. Conforme la gente llegaba a la plaza veían los cadáveres baleados de tres vecinos: Luis Modesto Múnera, Nelson Palacios Cárdenas y Guillermo Mendoza Rosso. Habían tumbado las puertas de sus casas y los sacaron a la fuerza para ajusticiarlos en la plaza.
La población fue confinada en la iglesia mientras que al frente, en el atrio, los paras hacían insistentes interrogatorios a los hombres. Luego les ordenaron llevar agua y gaseosas a sus tropas que estaban en las laderas, y, en el entretanto, muchas mujeres fueron violadas. Además, saquearon las tiendas y la farmacia. Y robaron entre 800 y 1.200 cabezas de ganado. A los propios lugareños les tocó arrear los hatos hasta camiones y fincas que les señalaron.
El paramilitar Francisco Villalba, alias Cristian Barreto, admitiría, años después, que empezó la jornada degollando a una mujer señalada de ser guerrillera. Marco Aurelio Areiza Osorio, de 64 años y dueño de la principal tienda del pueblo, fue acusado de vender víveres a la guerrilla. Lo apartaron del grupo. A empujones lo llevaron hasta cerca del cementerio, donde “lo amarraron a un árbol y lo torturaron, le sacaron los ojos, le cortaron la lengua, lo abrieron y le levantaron la piel. Luego le enterraron un cuchillo”, según se lee en los expedientes del caso.
Cuando la esposa de Areiza les suplicó a los paramilitares que le permitieran llevarse el cuerpo desecho para enterrarlo, “la tiraron sobre el cadáver y le dijeron que si lo quería mucho la dejaban durmiendo con él”. También Miladis Restrepo trató de buscar compasión de los criminales. Luego de varias horas encerrada, decidió averiguar por su hermano Wilmar de Jesús, un menor de 14 años que estaba sembrando fríjol cuando empezó la incursión armada. Le dijeron que tenía que hablar con alias Junior, Isaías Montes Hernández, otro jefe del escuadrón. Fue hasta donde este, en la oficina de teléfonos, y le describió a su hermano y el lugar donde estaba trabajando. Junior, como quien pilla una casualidad vaga, dijo: “Ay jueputa, ese es el pelado que matamos arriba”.
Miladis suplicó que le entregaran el cadáver y después de un rato se lo trajeron, ensangrentado, cargado en un asno. Al cabo de muchos ruegos y a condición de que no llorara, le permitieron a ella, a su madre, a una hermana y dos niños pequeños salir del pueblo. También salió el cura con otras mujeres, ancianos y más menores. No tuvo la misma suerte Elvia Rosa Barrera, de 30 años y madre de cinco pequeños. La mujer era la encargada de hacer las labores domésticas en la casa cural. Los paramilitares la violaron en cuadrilla, después la arrastraron por las calles boca abajo haciendo que su rostro se borrara desfigurado. Aún moribunda, la amarraron a un palo para que muriera lentamente. Hace tres años la Fiscalía identificó sus restos y se los entregó a sus hijos.
Los paramilitares se quedaron cuatro días más cometiendo todo tipo de barbaridades en El Aro. Antes de marcharse incendiaron las casas con los colchones y la ropa que encontraron. En algunas fachadas dejaron grafitis del tipo “Aquí le metí el huevo a tu madre”. Y al salir advirtieron que todos los habitantes debían irse para siempre “o si no les mochamos la nuca”. Unas 800 personas huyeron espantadas de la zona. Al menos 20 civiles fueron asesinados. Aún hoy no se tiene claridad sobre el número de desaparecidos ni de cuántos combatientes murieron en el enfrentamiento previo.
Los sobrevivientes y después los propios perpetradores, ya desmovilizados, relataron que la incursión contó con el apoyo decidido y determinante del Ejército. Así lo declararon mandos medios que participaron, como Isaías Montes, alias Junior; León Henao Miranda, alias Pilatos, o el antes mencionado Francisco Villalba. Las víctimas y los paras hablaron de haber visto al menos dos helicópteros sobrevolando bajo, uno de estos artillado, en medio del fragor de la toma. Pero el relato más espeluznante y revelador vino del propio jefe paramilitar Salvatore Mancuso.
El 18 de noviembre de 2007, Mancuso rindió la primera versión libre de un exparamilitar ante el proceso Justicia y Paz. Hizo un recuento de la planeación y de la ejecución de la toma de El Aro. Contó que en medio de la incursión él mismo piloteaba un helicóptero de las autodefensas con el que acudió, por orden de Carlos Castaño, para proveer más municiones a sus tropas y sacar de emergencia a varios heridos. Al respecto, Mancuso aseguró: “Allá estuvo sobrevolando el helicóptero de la Gobernación de Antioquia, sobrevoló el helicóptero del Ejército. Estuvimos, yo personalmente estuve allá llevando una munición y, mientras me bajé a dejar la munición, el helicóptero sacó unos heridos y luego yo me fui con unos muertos que teníamos en el área”.
El jefe paramilitar aseguró que la toma fue planeada con muchos meses de antelación en reuniones personales que sostuvo con el general del Ejército y entonces comandante de la IV Brigada, Alfonso Manosalva Flórez, y Pedro Juan Moreno, secretario de gobierno de la Gobernación de Antioquia. Mancuso aseguró que fue a la IV Brigada entre 10 y 15 veces, y que allí Manosalva y Moreno le dieron instrucciones, coordenadas, mapas de la región y una amplia lista con nombres de supuestos guerrilleros integrantes del bloque José María Córdova de las Farc que lideraba Iván Márquez. Este era el blanco clave y el jefe paramilitar cree que en aquella oportunidad Márquez se salvó porque huyó también en un helicóptero.
Seis meses después, en mayo de 2008, Mancuso y otros jefes paramilitares fueron extraditados por orden del entonces presidente Álvaro Uribe. Este llegó a la conclusión de que los paras estaban burlándose del Proceso de Paz, pues seguían delinquiendo en secreto, así decidió ponerle punto final a eso. Como el acuerdo con Washington incluía que la justicia colombiana tendría acceso a ellos en las prisiones de Estados Unidos, cualquier autoridad colombiana podría hacerlo cuando lo considerara pertinente. En otra diligencia, una magistrada de Justicia y Paz le preguntó a Mancuso si la operación de El Aro en 1997 fue informada al gobernador Álvaro Uribe Vélez. Su respuesta fue: “Su señoría, si estábamos nosotros hablando con su secretario de gobierno (Pedro Juan Moreno), era imposible que su jefe no lo sepa”.
Sobre las advertencias de la masacre hay también todo un capítulo que gira en torno al nombre de Jesús María Valle. Este líder defensor de derechos humanos y abogado de la Universidad de Antioquia era oriundo de la zona de Ituango y, por tanto, conocía y mantenía estrecha relación con las comunidades vecinas de La Granja, San Roque y El Aro. Valle vivía en Medellín y desde allí venía denunciando el surgimiento de ejércitos privados y cooperativas de seguridad que estaban avanzando, a punta de terror, hacia el Nudo de Paramillo.
Vea: ¿Álvaro Uribe Vélez debe quedar en libertad?
Su voz cobró mayor relevancia cuando, tal como lo había advertido, el 11 de junio de 1996 se perpetró una masacre en el corregimiento de La Granja. Una veintena de paramilitares se tomaron el pueblo, concentraron a la comunidad y ante ellos torturaron y asesinaron a cinco habitantes acusados de tener nexos con las Farc. Un mes después ocurrió lo mismo en la provincia de San Roque. Los paramilitares llegaron en camionetas y con una lista seleccionaron a seis mineros de la comunidad y los ejecutaron.
Las denuncias de Valle se daban a través de constantes cartas a las autoridades civiles y militares. También intervenía en los medios de comunicación, participaba en marchas de protesta y hablaba dondequiera que pudiera hacerlo. En varias oportunidades entró en debate con el gobernador Uribe, quien aseguraba que Valle “maltrataba” a las Fuerzas Militares. Después de que se cometió la masacre de El Aro, el abogado endureció sus denuncias.
Señaló que había testigos que habían visto helicópteros del Ejército que no solo no socorrieron al pueblo, sino que conspiraron con los paramilitares. Por cuenta de eso Valle fue demandado por el Ejército. En el proceso, el abogado encontró una oportunidad para ampliar su mensaje: “Los grupos paramilitares no podrían cometer tantas tropelías, asesinar a tantas personas, sembrar el terror en mi pueblo si no fuese por el comportamiento connivente del Ejército y la Policía”, aseguró. El 27 de febrero de 1998 integrantes de la temida banda La Terraza entraron a la oficina de Jesús María Valle. Lo amarraron de los pulgares, lo tendieron boca abajo y le dispararon delante de su hermana y asistente.
Una década después, en 2008, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado colombiano por el crimen de Jesús María Valle. El tribunal cuestionó la impunidad en torno al caso y ordenó que se adelantara una investigación exhaustiva e independiente para lograr llegar hasta los autores intelectuales. En ese sentido hubo un paso clave en febrero de 2012 cuando una fiscal entrevistó a Diego Fernando Murillo, alias Don Berna, en una prisión de Miami. Este confesó que en febrero de 1998 Pedro Juan Moreno visitó a Carlos Castaño para pedirle que asesinara a Valle. Según Don Berna, el ya exsecretario de gobierno dijo que Valle estaba haciendo mucho ruido con sus denuncias sobre El Aro y que era miembro de las Farc. Sin más, Castaño le ordenó a Don Berna eliminarlo y este lo hizo a través de sicarios de La Terraza. La Fiscalía nunca pudo corroborar la versión de Don Berna, pues Castaño fue asesinado en 2004 y Moreno murió dos años después en un aparente accidente aéreo.
En 2015, el magistrado del Tribunal de Justicia y Paz de Medellín, Rubén Darío Pinilla Cogollo, al proferir una sentencia contra miembros del Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas (estructura que lideró Don Berna), ordenó investigar al exgobernador Uribe por posibles nexos con los paramilitares durante su mandato departamental. En esa providencia es que aparece la famosa frase de que “no es posible estar dentro de una piscina y no mojarse”. Uribe reaccionó con una dura descalificación del magistrado, dijo que Pinilla provenía del M-19; además, señaló que para la época de El Aro el general Carlos Ospina, comandante del Ejército, hizo verificaciones en terreno, las cuales desmintieron las supuestas conexiones entre paramilitares y las Fuerzas Armadas.
El expresidente Uribe también ha desmentido las supuestas reuniones entre Mancuso y el general Manosalva previas a la toma: “El oficial falleció el 20 de abril de 1997, por lo que es imposible que haya participado en un hecho ocurrido seis meses después de su muerte”. Sobre el tema de los helicópteros de la Gobernación, el exmandatario asegura que eso fue investigado exhaustivamente y que se encontró que tuvieron un manejo transparente y profesional.
Pero para la Justicia el tema no está claro. Cuando Uribe asumió como senador en 2014, el expediente que se hallaba en la Fiscalía y en el que él figura como indiciado, fue trasladado a la Corte Suprema de Justicia. Cuatro años después la Sala Penal resolvió declarar crímenes de lesa humanidad las masacres de El Aro, La Granja, San Roque y el homicidio de Jesús María Valle. Eso significa que los hechos deben ser investigados íntegramente y que a pesar de los años, los delitos contemplados no prescriben.
El exfiscal Eduardo Montealegre asegura que Uribe tiene responsabilidad bajo el concepto de “comisión por omisión”, el cual implica que como gobernador tenía la responsabilidad de proteger y auxiliar a la población. Los abogados del expresidente dicen que Montealegre es “un lagarto mentiroso” y que la Corte, con la misma lógica que recibió el expediente cuando Uribe se hizo senador, debe retornarlo a la Fiscalía. Efectivamente, esa es la decisión que acaba de tomar la Sala de Instrucción. Le corresponderá entonces al fiscal Francisco Barbosa lidiar con el fantasma de El Aro.