Nación
Crónica de una catástrofe anunciada en la corraleja de El Espinal
El desplome de la tradicional plaza de toros enlutó las fiestas de ‘San Pedro’ que se celebran en Tolima, (primeras tras la pandemia). El quite providencial del santo patrono del pueblo es la única explicación de que solo tres adultos y un bebé de 14 meses hubieran muerto, tras una cadena de errores humanos que desencadenaron la tragedia. Documental de SEMANA TV.
Antes de la 1:00 p. m., del domingo, 26 de junio, el sol ardía y el calor derretía en El Espinal. Los bajos de la plaza de toros Gilberto Charry, levantada cada año para el Festival del San Pedro y el Día de la Lechona, eran el único lugar que ofrecía un fresco el segundo de los ocho días de feria, la más longeva del Tolima: por primera vez se celebró el 29 de junio de 1981.
Cuando ya se encontraba en el ruedo el primero de los “tres toros sincelejanos” del “encierro” matutino, como se les llama a la suelta de toros para el público, o corralejas, una luz irrumpió en el cielo azul y blanco, como un resplandor. “Una pared de muchos colores”, recordó la joven que ganaba unos pesos cuidando carros, motos y bicicletas. “Claramente, se ve el rostro de un hombre y la sombra de un niño. Eso fue una señal de Dios”, dice ahora, con el periódico del lunes.
No se hubiera percatado de aquel designio si la señora Patricia, la mujer más ferviente, católica y apostólica de la calle 12 con carrera 12, a esa hora un auténtico hervidero, no le hubiera señalado con angustia “esos colores tan nítidos”, sobre lo que parecía una pared de laja multicolor, antes de atravesar el portón de su casa luego de echarse la bendición.
Jorge Eliécer Romero tenía planeado ir a piscina con su familia. Una de sus nueras compró boletas para el segundo piso del palco y fueron a la plaza, que, para la mayoría de bogotanos, supuso un auténtico atraso. La Gilberto Charry se hizo famosa en el mundo, y no precisamente por algún evento dentro de sus paredes, en función desde 1981, sino por caer como castillo de naipes o fichas de dominó.
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Levantada para el Festival de hace 41 años, el pueblo decidió bautizarla con el nombre del espinaluno más famoso hasta entonces: el matador de toros Gilberto Charry. Él nació tres meses después del Bogotazo, el 9 de abril de 1948, y creció viendo el único espectáculo que llegaba al pueblo en esa plaza de guadua o “guauda”, como dicen los tolimenses. “El pibe”, como siempre lo llamaron en el barrio, se fue ganando fama como el “más valiente”. De novillero llenó la Santamaría de Bogotá, antes de tomar la alternativa en Borja (Zaragoza), de manos de César Girón y Palomo Linares, el 10 de septiembre de 1969.
En aquellos años de la Violencia, en la plaza, de solo dos pisos de altura, y levantado en lo que hoy es el parque Bolívar, frente a la Catedral Nuestra Señora del Rosario, los curas se asomaban a los dos campanarios a ver torear gratis. Era el único lugar del Tolima Grande donde liberales y conservadores declararon una tregua, al menos por san Pedro.
A Carolina le fue asignado uno de los 150 puestos estacionarios de comida, alrededor de la plaza. Tras dos años sin fiestas por la pandemia, la feria de 2022 era la oportunidad para ganar un dinero a la fija, con los turistas que van a la celebración más popular y multitudinaria del departamento. Como decenas, sacó prestado un dinero y lo invirtió.
El sábado, primer día de fiestas, “fue muy flojo”. El domingo, cuando en el cielo una especie de laja multicolor era desatendida por la euforia de la celebración, “se puso muy bueno”, apenas cuando Miguel Bernal, encaramado en el camión de los toros, levantó la caja para que saliera el primer “toro sincelejano” de la feria.
A las 12:59, recuerda Carmen Patricia Henao Max, gerente del Hospital San Rafael, fueron informados de un “problema” en la plaza de toros. Un minuto después se activó el plan de contingencia. A la 1:06 llegó el primer herido.
Carolina, quieta como una vela en su puesto de comida afuera de la plaza, recuerda cómo la gente corría, despavorida, en pánico. Llegaban ambulancias, taxis, carros particulares, “sacando heridos”. Botaban a la gente, niños, mujeres, desde el segundo y el tercer piso. “Dijeron que se habían salido los toros, la gente corría para todos lados”.
Jorge Eliécer escuchó gritos de angustia en los palcos, y la gente intentó evacuar. Cayeron a la arena, sepultados entre palos y madera. Perdió el conocimiento por unos segundos y también sus zapatos. “La sacamos barata”, dice.
Hubo 308 heridos y ocho revaloraciones: 20 graves, 38 moderados, 210 pacientes leves; “14 maternas”, en palabras de la doctora Henao Max, mujeres embarazadas que estaban en los palcos de la plaza en el segundo día de feria; cuatro menores de 14 años lesionados, 14 entre los 14 y 18 años, 11 de El Espinal, tres de otros municipios.
Y cuatro fallecidos, tres en el San Rafael, un hombre, una mujer y un bebé de 14 meses. La otra señora murió en la plaza, madre de una auxiliar de enfermería del hospital. Ese fue el parte médico del pasado 29 de junio, Día de san Pedro, cuando SEMANA estuvo en El Espinal.
En el ruedo, mientras el primer toro de los “tres toros sincelejanos” de la tarde, que se había lesionado en el ruedo, fue apuñalado sin piedad por numerosos espontáneos, un hombre que parecía ayudarlos agarró la cadena de oro que su mujer tenía en el cuello para robarla. Al defenderla, Jorge Eliécer tuvo que esquivar dos cuchilladas, como torero burlando cornadas.
El miércoles 29 de junio, El Espinal vivió el peor San Pedro y Día de la Lechona en toda su historia. En la plaza de toros, en el parque Bolívar, en el parque de los Mitos (o del Mohán, como lo identifican los forasteros), en todas las esquinas, coinciden en enumerar las razones por las que la plaza Gilberto Charry se derrumbó. La guadua fue traída de Armenia, en lugar de las gruesas y robustas “guaudas” tolimenses. Las estacas eran biches, de color verde y hasta les escurría agua. Llegaron a El Espinal apenas después de las elecciones del 19 de junio, a menos de una semana del Festival.
La plaza se levantó en apenas tres días, cuando habitualmente era una tarea que ocupaba a los veteranos del pueblo algo más de una semana. Ninguno de ellos, los que llevan las “guaudas” en la sangre, fue contratado para erigir la plaza del primer San Pedro después de la pandemia. Solían ganar 50.000 pesos de día y 60.000 pesos en el turno de la noche desde hace más de 20 años.
Este año la mano de obra fueron “niños venezolanos entre 13 y 16 años, a los que pagaron 25.000 pesos”, según un vecino que a diario pasó revista de la construcción. “Los palcos están amarrados con cabuya y no con lazo o manila”, explica Héctor Alfonso Sánchez, que no fue contratado este año para armar la plaza, como lo hace desde los 14 años, cuando quedaba en el Bolívar y luego en la plazoleta Caballero y Góngora.
El “cateo” de 150 estudiantes de la Escuela de Policía Gabriel González, de El Espinal, era el espectáculo previo a las fiestas. “Trochaban” en el espacio de cuatro por cuatro metros de cada uno de los tres pisos, de los casi 50 palcos de la plaza en forma octagonal, para ver si alguno se mecía. Este año no hubo prueba de sismorresistencia ni show de los aprendices de policía.
Sánchez responsabiliza a Cortolima, “los sabios a los que se les ocurrió que la guadua del Tolima no podía ser usada para la Gilberto Charry”. “Les voy a explicar clarito, la guadua de Armenia para tierra caliente no aguanta. La de acá es maciza, gruesa por dentro, es la que aguanta”, dice el mayor de los jugadores de cartas del parque Bolívar, donde todos se resignan a que las ferias no serán como antes, pues se sienten notificados desde Bogotá que no volverán.
Jhon Colorado, el actual torero de El Espinal, se aficionó viendo a su paisano Gilberto Charry, quien murió el año pasado por covid-19, a los 73 años. Dice que la plaza de toros de guadua es un patrimonio cultural del pueblo tolimense y lamenta que “los antitaurinos están intentando sacar provecho de una tragedia para promover la abolición de la cultura”.
La gerente del San Rafael atendió la emergencia de Armero, hace 37 años, cuando trabajaba en el hospital cuyos cuatro pisos quedaron sepultados tras la avalancha de lodo y nieve del volcán Nevado del Ruiz.
La tragedia de El Espinal, o “el milagro de El Espinal”, lo recordará con el bebé de la mujer que llegó con dolores de 35 semanas de gestación, minutos después de la muerte del menor de solo 14 meses de edad.
Para los espinalunos, el bebé puede ser el rostro de la vida, pues pudo perderla en el vientre de su madre, antes de nacer, tras quedar debajo de las guaduas, a la 1:00 p. m. del 26 de junio de 2022, después de que un resplandor, en forma de “pared multicolor”, con el rostro de un hombre y la sombra de un niño, hizo persignar a la más creyente de la calle 12 con carrera 12. Allí, donde solo cuatro personas murieron, cuando pudieron ser miles el día en que se desplomó “el acero vegetal” de la Gilberto Charry, es ahora la nueva esquina del milagro de unas fiestas de San Pedro.