JUDICIAL

Crónica del desespero: el hombre que envenenó a su familia en Tunja

SEMANA reconstruye el caso que estremeció al país. ¿Qué llevó a un padre de familia amoroso a envenenar a su esposa, sus hijos, su madre y luego suicidarse?

12 de septiembre de 2020
Nelson Núñez vivía en Tunja con Ana Paulina, su madre; Johana, su esposa; y sus hijos Samuel y Valery, de 9 y 6 años. El sábado pasado, la policía los encontró a todos muertos en su casa.

Neidi González metió su celular por la ventana para alumbrar el interior de la casa de su hermana Johana, a quien buscaba hacía horas. Era casi la medianoche del sábado 5 de septiembre y ella, que se había cansado de tocar la puerta de la calle sin recibir respuesta, ya estaba empapada por la lluvia que caía desde la tarde sobre Tunja. Adentro, la luz tenue de un televisor apenas dejaba ver los contornos de los objetos: los muebles, los muros, algunas cajas. Encendió la linterna de su teléfono y la visión se hizo un poco más clara. Se concentró en el sofá y tras unos segundos entendió que lo que había allí, cubierto por cobijas, era un cuerpo. En ese momento sintió el peso de la desgracia.

Neidi vio por última vez a su hermana Johana, a su cuñado Nelson Núñez y a sus sobrinos Valery y Samuel el 30 de agosto, en el noveno cumpleaños del niño. Johana organizó una videollamada para que sus familiares en Duitama celebraran con ellos. Neidi y Edelmira –la madre de ambas– estuvieron frente a la pantalla para cantar y conversar. La casa se veía decorada para la ocasión, y se llevó la atención una perrita que acababan de adoptar y que los niños le presentaron, felices, a su abuela y a su tía. Nelson, que solía integrarse, cálido y cercano, apenas se acercó a saludar. A Neidi y a Edelmira les pareció extraño. Hoy lo leen como un anuncio de que algo andaba mal.

Nelson Núñez y Johana González se conocieron en el colegio y llevaban 20 años de casados.

Johana hablaba todos los días con su mamá de las comidas que preparaba o si salían a pasear. El jueves, Edelmira la escuchó angustiada. Su hija le contó que se le había perdido plata, y ella le dijo que seguro la había cambiado de lugar y no recordaba. Le pidió que se calmara y la llamara luego. Sin embargo, Edelmira se quedó esperando. Llamó a Nelson y a su hija el viernes pero ninguno contestó. Pensó que tenían algún problema de pareja y decidió darles espacio. Días después, luego de revisar su celular, los investigadores descubrirían que, ese mismo día, Nelson le escribió a un familiar que se iba a suicidar.

Edelmira se despertó el sábado con una angustia que le oprimía el pecho. Neidi llamó a su hermana, le escribió mensajes. Todo sin respuesta. A las siete de la noche cogieron carretera junto con el esposo de Neidi. Ella, a diferencia de Edelmira, creía que todo estaba bien, porque Johana y Nelson tenían una relación estable y no creía que él les pudiera hacer daño.

Les tomó una hora el viaje de Duitama a Tunja. Hacia las ocho llegaron a El Consuelo, un barrio estrato tres, cerca del centro de la ciudad, y sintieron alivio porque vieron el carro de sus familiares, un Volkswagen Voyage, estacionado junto a la casa. “Ahí están”, pensó Neidi, que se bajó en plena lluvia y fue a tocar la puerta. Tras insistir varios minutos, no recibió respuesta. Le pareció raro que la perra no ladraba. También notó que adentro estaba oscuro y las ventanas y cortinas, cerradas. Nada tenía sentido. En esa casa también vivía Ana Paulina Núñez, la madre de Nelson, quien estaba en silla de ruedas y necesitaba cuidado permanente. Así que la familia no podía salir sin ella, y si salía, tenían que llevarla en el Volkswagen.

Neidi volvió a su carro y le escribió de nuevo a Johana: “Si está pasando algo, si tienen problemas, aquí estamos para ayudarlos”. Otra vez sin respuesta. Entonces llamaron a la policía, que tardó lo que a ellos les pareció una eternidad. Hacia las once de la noche apareció una patrulla. Los agentes abrieron una ventana del primer piso y en ese momento Neidi metió el celular, alumbró y le pareció que en el sofá había un cuerpo. Se lo dijo a los policías, quienes le contestaron que ellos creyeron ver lo mismo. Los agentes pidieron ayuda a los bomberos. Para entonces, los presentes estaban casi seguros de que esa puerta los separaba de una tragedia.

Esta es la entrada de la casa de la familia Núñez González. Los bomberos rompieron la puerta. En el sofá de la sala encontraron el cuerpo de Johana. El cadáver de Nelson estaba colgado de un lazo.

Johana y Nelson se conocieron en el colegio, en Duitama. Se hicieron novios y se casaron cuando tenían 20 años. Nelson estudió Ingeniería Electrónica en la Universidad Pedagógica y Tecnológica y se volvió profesor de matemáticas. Su esposa cuidaba a los niños y se dedicaba al trabajo doméstico. Estuvieron juntos la mitad de sus vidas. Hace tres años llegaron a Tunja, cuando él entró a trabajar a la Normal Superior de varones.

Llegaron al barrio El Consuelo hace dos años. Vivían en una casa arrendada. Poco hablaban con los vecinos y no tenían muchos amigos. Salían para asistir al culto evangélico al que pertenecían. En el barrio cuentan que apenas los veían, y que a diario escuchaban las alabanzas y las oraciones que hacían en su casa. Neidi dice que era un matrimonio armonioso, y que Nelson trataba de complacer en lo que más podía a su esposa. “En nuestra cabeza no cabe que haya sido capaz de hacer esto con la persona que más amaba, porque el amor hacia mi hermana y sus hijos era muy grande”, dice ella.

El hallazgo

El reporte entró a la estación de bomberos a las 11:18. El teniente Darío Pedreros, comandante del cuerpo de voluntarios, llegó junto a sus hombres a la casa, y con sus poderosas linternas confirmaron que en el sofá había un cuerpo. Notaron que era fácil forzar una ventana del segundo piso. Dos bomberos se subieron a una escalera, rompieron el vidrio y entraron. En una cama encontraron el cuerpo de un niño cubierto con una cobija. Yacía acostado bocarriba. Le colgaban las piernas, como si antes hubiera estado sentado en el borde. Los hombres confirmaron que no tenía signos vitales. Era Samuel, de 9 años.

El cuarto conectaba por una ventana con una habitación aledaña. Por allí pudieron ver otro cuerpo acostado en una cama. Los pies también le colgaban como si se hubiera sentado antes, y estaba cubierto completamente por una cobija. Era Valery, de 6 años. Los bomberos intentaron abrir la puerta de la habitación, que aparentemente no tenía seguro, pero algo que la agarraba desde afuera lo impidió. El teniente Pedreros, que sostenía la escalera, se asomó a la ventana para confirmar lo que sus hombres le decían. Los tres se estremecieron al pensar en sus propios hijos de edades cercanas a las de Samuel y Valery.

“El niño era parecido al papá, aplomado, calmado, mientras que la niña era muy extrovertida”, cuenta Neidi. Los pequeños salían poco. A veces jugaban en el callejón frente a su casa, bajo la vigilancia de la madre.

Después del hallazgo, para los policías era urgente abrir la puerta del primer piso, metálica y con dos cerraduras trancadas. El teniente Pedreros volvió a meter la linterna por la ventana del primer piso y esta vez vio dos pies suspendidos en el aire. Empezaron a forzar la puerta con una halligan, como conocen a una barra de hierro con picos en sus puntas. Les tomó tres minutos hacer un hueco en la puerta y abrirla.

En el sofá, cubierto con cobijas de niños, yacía bocarriba el cuerpo de Johana. Ella tenía 39 años, estudiaba Psicología virtualmente en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia. Este semestre se iba a graduar y esperaba ejercer su profesión. Era una madre muy protectora. Soñaba vivir en una finca para tener muchos perros. Si veía uno por la calle, siempre le daba algo de comer. Llegó a tener hasta tres, y cuando hace poco su perra criolla murió de vieja, no tardó en adoptar otra.

Un lazo caía desde el segundo piso, amarrado a la chapa del cuarto donde minutos antes los bomberos encontraron a Samuel. El peso de Nelson, que estaba colgado del cuello, impedía abrir esa puerta. Al lado estaba la silla desde la que se dejó caer. Los forenses establecieron que el nudo que hizo lo obligó a ejercer presión sobre su cuerpo, como si hubiera planeado que su propia muerte, al contrario de las de sus familiares, fuera dolorosa.

Nelson Núñez era un profesor de matemáticas que había hecho diplomados y una maestría con la idea de llegar a ser rector. Los investigadores dicen que se volvió adicto a las apuestas hace varios años. Como era matemático, creía tener destreza. También había sido siempre un dedicado a los videojuegos, e invertía dinero en juegos en línea. Apostaba por internet, no iba a casinos. Pagaba con tarjetas y hacía consignaciones. Jugaba todo el tiempo.

Varios vecinos coinciden en que lo veían por el barrio cuando sacaba a su perra al parque, y siempre estaba abstraído en su celular, al punto de que casi no veía lo que pasaba a su alrededor. Al parecer, su problema empeoró con el tiempo y se endeudó por lo alto. Hace dos años la familia tuvo una crisis económica y no se recuperó del todo. Nelson debía más de 100 millones de pesos a una cooperativa. Llevaba varios meses atrasado en el pago. Las hipótesis del caso apuntan a que esos problemas económicos lo condujeron al desespero.

Los policías y los bomberos subieron las escaleras y, en una especie de piso intermedio, entraron a un cuarto. Sobre una cama tendida, acostada y cubierta con cobijas, yacía Ana Paulina, la abuela. Era una profesora pensionada hace 20 años y sufría de esquizofrenia. Estuvo hospitalizada varias veces por esa enfermedad. Había perdido casi el movimiento, apenas lograba sostenerse y dar unos pasos con un caminador, y generalmente usaba silla de ruedas. Era muy cercana a la familia de su nuera, en la que la consideraban una segunda abuela.

Las preguntas

Tras comprobar que toda la familia estaba muerta, los investigadores de la Sijín de Tunja y de la Fiscalía revisaron la casa. Primero, notaron una tendencia a la acumulación: había cajas de electrodomésticos vacías y casi todos los espacios estaban ocupados por algún objeto. Solo la habitación de Ana Paulina parecía más despejada. En una mesa en la sala encontraron, en un orden cuidadoso, los documentos de identidad de cada miembro de la familia, junto a una nota que decía que todos estaban afiliados a servicios funerarios.

Para los expertos fue claro que los cuerpos de los niños y las dos mujeres no tenían rastro violencia. También notaron que estaban acomodados cuidadosamente. Probablemente murieron en otro sitio pero alguien los cargó hasta cada cama. La puerta y las ventanas de la casa estaban cerradas desde adentro. Estos elementos conducen a una hipótesis clara. Nelson envenenó a su familia y luego se suicidó.

El sepelio de la familia se llevó a cabo el martes en el cementerio de Duitama (Boyacá). En esa ciudad nació Johana y allí conoció a Nelson cuando estaban en el colegio. Se casaron hace 20 años, siendo muy jóvenes.

Todavía hay algunos vacíos en cuanto a cómo lo hizo. En la casa no encontraron ninguna sustancia sospechosa, pero los recipientes de la basura estaban vaciados y la loza, lavada. Al cierre de esta edición se esperaban los resultados de las necropsias para establecer el tipo de veneno que usó. Y asimismo para saber cuándo. La familia perdió el rastro el jueves, pero un vecino dice haber visto a Nelson sacando la basura el sábado. Incluso agrega que ese día escuchó a los niños. Cuando los encontraron, los cuerpos no presentaban descomposición superficial.

También queda el interrogante de qué pasó con la perra. Y la pregunta que hoy le pesa a la familia: ¿por qué? Para los investigadores son claves los dos computadores que encontraron. Allí podrán rastrear las apuestas y juegos en línea de Nelson. Uno de ellos estaba encendido. El historial de internet había sido borrado. De igual manera, hallaron el celular de Johana en la cocina, y el de Nelson en una escalera, justo al lado de su cuerpo suspendido. Probablemente lo tuvo en sus manos hasta sus últimos minutos.

El televisor de la sala había entrado en modo de descanso, pero cuando lo reactivaron, los agentes notaron que había reproducido al final una canción de Shakira. Es probable que Nelson haya ubicado el cuerpo de Johana en ese lugar, y luego hubiera puesto la música de la artista favorita de su esposa. “Usted ve esos signos y ve que no hubo rabia, siempre con amor. Y suena totalmente contradictorio: ¿cómo es que te matan por amor? ¿Cómo matas a tus hijos tan deseados? Y como él se quita la vida, es una forma en la que se lastima. El forense nos decía que él se autolastimó por lo que había hecho”, dice Neidi.

La familia de Johana no entiende. Era un padre y esposo amoroso, dicen. Además, una familia muy religiosa. Los investigadores creen que Nelson llegó al punto máximo de desesperación por sus deudas. Neidi no sabe si su hermana estaba enterada de su adicción al juego, y cree que tal vez lo descubrió y que eso ocasionó un problema familiar. Pero solo están seguros de que nunca comprenderán lo que pasó.

Neidi también cuenta que la cuarentena tenía cansada a su hermana y que no dormía bien. Los niños estudiaban en la casa, ella hacía de profesora y cuidaba de la abuela mientras respondía por sus propios estudios. “Obvio la pandemia nos ha tocado a todos, y no sabemos si el encierro fue un detonante”, dice.

El sepelio tuvo lugar el martes en Duitama. En la misa, la familia de Johana le hizo saber a la de Nelson que no tienen ningún rencor contra él, y que lo querían como a un hijo. Hablaron del perdón. Todos los cuerpos de la familia Núñez González quedaron en bóvedas adyacentes. Los niños en medio de los padres.