NARIÑO
“Cuando llegó la fumigación de glifosato, por primera vez dejé el cacao y tuve que sembrar coca”
Alirio García, un campesino nariñense de 39 años, narra a SEMANA cómo los cultivos lícitos también se ven amenazados por el uso del glifosato.
Alirio García Barreiro, un campesino de 39 años, seca el cacao que pronto va a ir a vender al casco urbano de Tumaco, Nariño, para traer el sustento diario de su familia. Está a orillas del río Rosario, en la vereda Vuelta de la Grande del Consejo Comunitario Unión Río Rosario. Mientras está en su finca dice tener miedo del anuncio del Gobierno nacional de fumigar con glifosato.
“Para mí, la fumigación no es la solución. Si el productor es rápido, apenas fumigan corta la mata y queda como nueva, entonces es trabajo perdido”, describe García, pero señala que el problema le queda a los cultivadores legales, los que siembran comida. Teme que la fumigación lo obligue a retomar la coca.
Cuenta que cuando niño tenía un único sueño: ser marinero. Por eso desde los 13 años empezó a trabajar en la finca de su papá sembrando cacao, el cultivo por excelencia de sus ancestros. “Tenía dos maticas de cacao y con eso me pagaba el colegio, porque me tocaba ir hasta el centro de Tumaco”. Él estudió en el Instituto Técnico Industrial, consiguió los 150 mil pesos que le pedían para dejarlo entrar y, aunque no tenía para comprar útiles y uniforme, se las arregló para salir adelante. Todo marchaba bien y creía que podría cumplir su sueño de navegar: “Nunca estuve en malos pasos, me alejaba de las malas influencias, no estaba de acuerdo con la siembra de coca, mis padres me enseñaron que eso traía muchos problemas”, dice con nostalgia que cuando era adolescente su papá fue asesinado por el conflicto armado en su territorio.
Pese a eso siguió trabajando en la agricultura tradicional; incluso, terminó el bachillerato e ingresó al SENA a través del Consejo Comunitario; hizo un técnico profesional en planificación para la creación y gestión de empresas, sin dejar de lado su sueño de ser marinero, pero cuando tenía 24 años vio los efectos de la coca de cerca: el Gobierno, tratando de controlar los cultivos ilícitos, adelantó una de las jornadas más grades de aspersión con glifosato. Fue tan radical el asunto que Garcia asegura que las plantas que tenía se murieron y, con ellas, murió también su sueño de ser marino.
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La crisis económica se agudizó a tal punto que él ya no trabajaba para darle ahorrar para sus estudios y su proyecto de vida, sino que tenía que buscar con urgencia una alternativa para conseguir como alimentarse y alimentar a su familia.
Alirio admite que cultivó la hoja de coca, porque en ella encontró la única forma de salir adelante y “no caer en la miseria”. Y agrega con ira: “Yo empecé a sembrar coca como hacían muchos en la zona, no tenía otra opción. Esas matas sí crecen rápido, así las fumiguen”. Durante muchos años se dedicó a lo mismo, pero cuando el Gobierno nacional frenó la fumigación con el químico, empezó de nuevo Alirio con los cultivos lícitos.
Luego de los Acuerdos de Paz firmados en La Habana, Cuba, en 2016, a Alirio le llegaron ayudas de programas gubernamentales que le ofrecían varias soluciones, beneficios y subsidios; era la oferta perfecta para reemplazar la coca por cultivos más tradicionales. Sin embargo, el Gobierno no le cumplió a cabalidad.
Para Alirio hubo un desembolso de doce millones de pesos que era el monto que destinó el Estado para que incursionara en un cultivo tradicional de la región. “Los doce millones de pesos los utilicé para alimentación, algunas cosas del hogar y cosas de la finca: drenaje, podaje, injertación, entre otras cosas que puedo hacer yo mismo en la finca”. Asegura que hasta ahí todo iba bien y pese a que a veces le demoraban el dinero, cumplieron.
Sin embargo, le prometieron un proyecto de seguridad alimentaria que nunca llegó. “Con esos recursos se supone que el beneficiario del programa miraba que podía sembrar para reemplazar el cultivo ilícito. En mi caso lo hice con el cacao y la ganadería”, dice.
En este momento Alirio tiene una plantación de 3.000 plantas de cacao, pero él afirma que la producción solo da para 150 mil pesos. “Si los voy a vender me quedan cien mil pesos libres, el resto para la alimentación es rebusque, ya sea pescando, en agricultura, injertos, trazados de plantaciones y áreas así, rurales”, comenta.
Esta situación lo desespera a veces. Ese ingreso lo pone en aprietos en más de una ocasión. “Despierta la angustia cuando el hijo de uno le pregunta: “Papi, ¿qué hay para comer’, tengo hambre” y uno no sabe qué responder? El Gobierno se preguntará cómo hacen si los reportes dicen lo contrario. Lo que pasa es que somos familia, somos vecinos, nos ayudamos entre la comunidad, nos valemos el uno del otro. Pero prácticamente vivimos endeudados”, dice.
La preocupación aumenta ahora que anunciaron una nueva etapa de aspersión, pues temen que se le vuelva a morir las plantas legales y que los grupos ilegales se vuelvan a aprovechar de la necesidad de los campesinos que según para poder subsistir terminan sembrando coca.