¿Cuánto aguanta la resistencia?
El movimiento de resistencia civil en Colombia carece de una claridad en su objetivo: apoya o no apoya al Estado. He ahí su debilidad.
En 2002 ha hecho presencia en el escenario nacional una nueva forma de oponerse a la guerra: la resistencia civil. Las comunidades indígenas del Cauca y el alcalde Antanas Mockus en Bogotá fueron sus protagonistas más destacados. ¿Pero qué hay detrás de este término y cuál es su fuerza hacia el futuro? ¿Qué posibilidades tiene dicha resistencia en un momento en que el gobierno nacional le ha dado un liderazgo sin precedentes a la lucha contra los grupos armados ilegales?
Como toda idea que se difunde con rapidez y tiene varios intérpretes, en el concepto de resistencia civil utilizado en Colombia parecen tener cabida las versiones más diversas. Y es que ellas van desde una actitud bien intencionada pero ingenua hacia los contendores de esta guerra, que resulta desbordada por las tácticas cada vez más macabras de los grupos armados, pasando por la apelación a centenarias tradiciones de organización y autonomía de las comunidades indígenas, hasta la versión más intelectual y en defensa del monopolio de la fuerza del Estado del alcalde Mockus.
La resistencia civil tiene una larga tradición en la historia del siglo pasado. Mahatma Gandhi en la India y el reverendo Martin Luther King en Estados Unidos trazaron las estrategias de sus respectivos movimientos a partir de acciones no violentas contra el gobierno británico y la segregación racial respectivamente. Gandhi hablaba de la fortaleza moral que le brinda a la acción no violenta el satiagraja o fuerza de la verdad. King, a través de sus acciones a lo largo de diversos estados, las famosas sentadas que cuestionaban la arrogancia y carácter despiado del racismo, promulgaba como predicador cristiano que era, la fuerza del amor. Ante un poder que es superior a las fuerzas de quienes se le oponen y que apela a la arbitrariedad, la fuerza y la manipulación de la ley, Gandhi y King dieron cimiento a su acción en la justeza de sus ideales y esgrimieron tácticas de acción colectiva que convocaron amplia solidaridad y desgastaron política y moralmente a sus adversarios.
Los métodos de esos padres de la resistencia fueron entre otros: la protesta social representada en manifestaciones y peticiones; la persuasión y distribución de información; la no cooperación social, económica y política representada en huelgas, boicoteos y desobediencia civil y la intervención no violenta como en las sentadas, tomas, etc. (Gene Sharp en The Politics of Non violent Action. 1984). Los objetivos de ambos líderes fueron muy precisos. Para Gandhi, lograr el fin del colonialismo británico; para King, poner término a la segregación racial amparada en la ley o en su manipulación.
Otro ejemplo menos conocido pero muy exitoso de resistencia civil fue el que lideraron los monarcas de dos países europeos, Dinamarca y Bulgaria, durante la Segunda Guerra. Bajo la feroz presión de la máquina de guerra alemana, se les exigió a ambos gobiernos la entrega de los judíos que habitaban allí. Cientos de daneses escondieron en sus casas a miles de judíos o les ayudaron a escapar del país. Cuando los alemanes le pidieron al gobierno que impusiera el oprobioso distintivo amarillo con el que se marcaba a los judíos, la respuesta fue que el rey sería el primero en ostentarlo. Los daneses ricos pagaron los costos de transportar clandestinamente a parte de los judíos a la vecina Suecia. La mitad de los judíos daneses permanecieron escondidos en Dinamarca y sobrevivieron a la guerra. La gran mayoría de los judíos daneses lograron salvar sus vidas. Como escribió la gran estudiosa judía Hannah Arendt, "difícil resulta vencer la tentación de recomendar que esta historia sea de obligada enseñanza a todos los estudiantes de ciencias políticas para que conozcan un poco el formidable poder propio de la acción no violenta y de la resistencia, ante un contrincante que tiene medios de violencia ampliamente superiores".
Algo similar ocurrió en Bulgaria, donde el rey Boris asumió que judíos que llevaban varias generaciones afincados en el país no podían ser entregados a los nazis. Con varios subterfugios, el gobierno búlgaro logró evitar las masivas persecuciones a los judíos de su país. El rabino principal de Sofía, la capital, encontró refugio en el palacio del metropolitano ortodoxo. Hacia 1944, cuando los rusos llegaron al país, ni un solo judío búlgaro había sido deportado o padecido muerte no natural. Es evidente, entonces, que los movimientos de resistencia civil que han sido exitosos, han obtenido sus logros a partir de una clara identificación de objetivos y de una convocatoria masiva en apoyo de éstos.
Ninguna de estas dos características parecen estar presentes en los movimientos de resistencia civil que tienen lugar hoy en Colombia. A pesar del amplio despliegue mediático que éstos han tenido, su presencia se ha reducido a unos cuantos municipios como es el caso de Onzaga y Mogotes en Santander, comunidades indígenas como las de Caldono y Puracé en el Cauca, el cacerolazo de Villavicencio y las acciones del alcalde Mockus en Bogotá. Y aunque algunos observadores han pretendido darles a estos hechos de resistencia un carácter de acciones unánimes contra la violencia guerrillera, eso tampoco es tan claro cuando se examinan en detalle los eventos ocurridos. Para el caso de Villavicencio el detonante fueron los sabotajes al sistema eléctrico, terrorismo promovido por las Farc. Las comunidades indígenas han rechazado las acciones de la guerra contra ellos, tanto si son promovidas por las guerrillas como por los grupos paramilitares. Armando Valbuena, reconocido líder de la Organización Nacional Indígena, ha reivindicado la neutralidad de los pueblos indígenas frente a los violentos. En el caso bogotano, Mockus ha codificado su versión de la resistencia de la siguiente manera: "Consiste en exteriorizar el rechazo que sentimos hacia los violentos y hacia los actos que amenazan la vida de las personas y las obras e instalaciones importantes para la ciudad. Lo único que no puede arrebatarse al Estado y asumirse como cosa de la ciudadanía son las armas, que deben estar monopolizadas por el Estado. La resistencia civil es dejar de organizar grupos de justicia privada y permitir la acción de la Fuerza Pública, con los límites que fija la Constitución y El Derecho Internacional Humanitario". Salta pues a la vista la enorme diferencia que va desde la neutralidad que proclaman algunos grupos frente a la guerra, que en ciertos casos parece ser neutralidad ante el mismo Estado, y la actitud de Mockus, quien a la vez que rechaza la violencia y el terrorismo de guerrillas y paramilitares, reivindica el derecho y la obligación del Estado a proteger la sociedad.
Buena parte de los grupos que proclaman su adhesión a la resistencia civil aún no logran definir su actitud frente a la fuerza estatal. Y tal vez allí radique una de las grandes debilidades de una parte del movimiento de resistencia civil, ya que si no se acepta que el Estado defienda a la sociedad, resulta una terrible paradoja. La sociedad termina por convertirse en rehén de los grupos armados y eso da lugar a una espiral de violencia, desplazamientos y masacres como la que han tenido que soportar cientos de miles de colombianos en los últimos años.
Si la estrategia de reconquista del país liderada por la administración Uribe se desarrolla con éxito en los próximos años, es poco probable que los dispersos movimientos de resistencia civil logren unificarse. Si en cambio la guerra contra los adversarios de la sociedad se dilata y los costos humanos, culturales y económicos se disparan, tal vez el movimiento de resistencia civil podría derivar en el auténtico y eficaz movimiento por la paz que hasta ahora no ha cuajado en el país.