POLÍTICA EXTERIOR

Cuba y Venezuela: la papa caliente de las relaciones internacionales

La posición de Colombia frente a Venezuela es coherente ante la protección que les brinda Maduro a los grupos terroristas. La que tiene frente a Cuba es injusta.

28 de septiembre de 2019
Con pruebas, el presidente Iván Duque denunció en la ONU el apoyo del presidente Maduro a las Farc y el ELN. | Foto: Nicolás Galeano / Afp

El ambiente en el avión presidencial, al regreso del presidente Iván Duque a Bogotá después de cumplir una agitada agenda en Nueva York la semana pasada, no podía ser más positivo. La comitiva del Gobierno registró como un gran éxito haber logrado una “triangulación” de las relaciones diplomáticas de Colombia con Estados Unidos y con Venezuela, países que coinciden en la atención y la importancia que le están dando al manejo de los vínculos entre los tres. Aunque el tema principal de los encuentros era el medioambiente, el creciente acercamiento entre Bogotá y Washington y la agravada confrontación de estos dos con la Venezuela de Nicolás Maduro están creando un escenario de tensión y peligro que no se había presentado en el pasado. Ese capítulo con visos de guerra fría se llevó el interés de los medios, representantes gubernamentales y diplomáticos que acudieron a la sede de la ONU en Nueva York.

Hubo muchos cambios, y el más notorio fue el del eje Bogotá-Caracas. En los últimos años, los dos países se acercaron cuando los presidentes Juan Manuel Santos y Hugo Chávez –luego reemplazado por Nicolás Maduro– lograron una convergencia en torno a la cooperación con el proceso de paz entre el Gobierno colombiano y la cúpula de las Farc. Las acciones del Ejército de Colombia contra Raúl Reyes y otros jefes farianos al otro lado de la frontera, que concluyeron con la muerte de Reyes en Ecuador y de Alfonso Cano en las selvas colombianas, abrieron profundas heridas. Pero estas se aliviaron cuando, al inicio del primer cuatrienio santista, los dos Gobiernos pasaron al discurso del “nuevo mejor amigo” y de la retórica pronegociación y a favor de la paz. Ese ambiente, además, encajó con los planteamientos de Barack Obama, un presidente liberal empeñado en dejar atrás las secuelas de la Guerra Fría. La combinación entre relaciones diplomáticas amistosas y los diálogos de La Habana con las Farc permitieron una notable distensión entre los Gobiernos de Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro.

La combinación entre relaciones diplomáticas amistosas y los diálogos de La Habana con las Farc permitieron una notable distensión entre los Gobiernos de Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro.

A la dupla Iván Duque-Donald Trump le tocó un clima más difícil y adverso a la negociación. Sus posiciones y discursos de política se acercan a los de la Guerra Fría y a los que en su momento defendieron Nixon, Reagan y Ford en Washington, así como Turbay, Valencia y Gaviria en Colombia. En la historia ha habido coincidencias de Gobiernos de mano dura en Estados Unidos y Colombia, y otros periodos compartidos de acercamiento y distensión. En el último capítulo, la semana pasada, quedó claro que hay un tercer protagonista –la Venezuela de Nicolás Maduro– más vehemente que en el pasado e igualmente agresivo hacia Bogotá y Washington.

Los acontecimientos de corto plazo demuestran que la polarización Duque-Maduro resulta mucho más peligrosa que la convergencia con Obama en apoyo al proceso de paz colombiano con las Farc. Durante los años de negociaciones entre representantes del Gobierno colombiano y la guerrilla no hubo una tensión –con discursos amenazantes y acciones de hecho– semejantes a los que se han producido en las últimas semanas. Que, de paso, puede agravarse a raíz del informe que presentó en Naciones Unidas el presidente Iván Duque sobre las actividades de cooperación entre las Farc y el Gobierno venezolano. El agresivo lenguaje y las amenazas de Márquez en las declaraciones que ha hecho después de su regreso a la lucha armada –en compañía de Santrich y otros– dejan en claro el peligro que hay en el ambiente de una radicalización en las relaciones entre el Gobierno y las Farc, y hasta de un eventual regreso a la confrontación militar.

No va a ser fácil despegar las dos realidades. La de unas Farc divididas, con un sector radicalizado y plegado al régimen de Maduro, y otro insistiendo en la continuación del proceso de paz, pero en medio de una creciente desconfianza y una profunda división. Rodrigo Londoño, Pablo Catatumbo, Carlos Antonio Losada y demás miembros de la cúpula fariana han quedado limitados a un confuso punto medio que los aleja, tanto del Gobierno como de sus excompañeros, y que les ha quitado brillo entre la opinión pública. La exguerrilla de las Farc se ha perjudicado debido a la confusión generada por los excompañeros en el combate, pero el Gobierno también ha fracasado en fijar límites más claros entre quienes siguen dentro del proceso y los nuevos desertores. Lo cierto es que el panorama es confuso y peligroso, y que la opinión pública –según las últimas encuestas– está perdiendo la confianza que había logrado construir.

El deterioro en las relaciones entre el Gobierno y las Farc tiene efectos concretos y directos. El primero es la desconfianza creada sobre el cumplimiento de los compromisos de La Habana. Las imágenes del regreso de excombatientes a la lucha armada, el incumplimiento de compromisos pactados en La Habana, y la pérdida de apoyos en la comunidad internacional, que fueron claves durante las negociaciones, podrían poner en peligro la supervivencia de los acuerdos. Y, sobre todo, generan un clima adverso para corregir tendencias negativas y recuperar el rumbo de lo pactado. El presidente Duque distribuyó en Nueva York un duro documento que detalla los actos de Venezuela en favor de las Farc.

Durante la ardua –y extensa– negociación entre el Gobierno y las Farc, la comunidad internacional cumplió una tarea clave.

Durante la ardua –y extensa– negociación entre el Gobierno y las Farc, la comunidad internacional cumplió una tarea clave. Esa función es igualmente necesaria ahora, pero hay que tener en cuenta que el ascenso de Gobiernos que poco simpatizan con las negociaciones con la exguerrilla en Estados Unidos y Brasil y el menor entusiasmo hacia las posibilidades de acuerdo en la propia Colombia crean un clima poco propicio para enderezar el rumbo.

Al Gobierno del presidente Iván Duque le ha resultado difícil diferenciar las relaciones con las naciones involucradas. Sobre todo para distinguir la situación y los intereses de Cuba –un país que se ha jugado de manera eficaz y generosa por la negociación de la paz, tanto con las Farc como con el ELN– de otras posiciones que al final están determinadas por intereses y posturas fuertemente arraigadas.

Iván Duque ganó las elecciones con un mensaje de escepticismo y una actitud crítica hacia el proceso de paz. Pero esa posición no impide establecer matices y diferencias entre el sector de las Farc que ha cumplido, encabezado por Rodrigo Londoño y otros directivos. Tampoco fue constructiva la posición del ELN durante la negociación. Y Colombia necesita sacar adelante los acuerdos y consolidar los ya firmados. Todavía se puede salvar la paz, sobre el camino ya recorrido, y para eso se requiere afianzar la ayuda generosa que, desde que empezaron los diálogos, prestó la comunidad internacional.

El país no puede confundir la actitud del Gobierno de Cuba, generosa, paciente y efectiva, con la de Venezuela, que siempre ha tenido un componente de agregarle cizaña a la situación.