NARCOTRÁFICO

La coca florece de nuevo

El aumento de los cultivos ilegales deja claro que algo está fallando en las políticas para erradicarlos. La persecución a la minería ilegal, el dólar y los acuerdos de La Habana estarían favoreciendo ese fenómeno.

19 de marzo de 2016
El gobierno pondrá en marcha un nuevo plan de erradicación con el que aspira a controlar más del 42 porciento de los cultivos.

Como si el gobierno no tuviera suficientes noticias malas, esta semana se supo que los cultivos de coca volvieron a crecer. Entre 2013 y 2014, según reveló la ONU, el área sembrada creció un 44 por ciento, al pasar de 48.000 a 69.000 hectáreas. Este salto hizo que el país se ubicara nuevamente como el mayor productor del mundo.

Según el informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, Jife, que apoya y vigila el cumplimiento de los países en la lucha contra el narcotráfico, el 73 por ciento de los cultivos se concentran en Nariño, Cauca, Putumayo, Caquetá y el Catatumbo (Norte de Santander), aunque también se muestra su consolidación en otras regiones, como el Bajo Cauca, Guaviare y Putumayo.

Esta tendencia también quedó en evidencia esta semana cuando la Casa Blanca, al presentar su informe sobre áreas sembradas, advirtió que en 2015 detectó 159.000 hectáreas de coca, casi el doble de las que había en 2013, cuando se reportaron 80.500 hectáreas.

Más allá del enfrentamiento de las cifras, los mapas y la información analizada demuestran que los cultivos se siguen concentrando hacia el Pacífico, especialmente en el sur del país, y cada vez están más cerca de los centros de procesamiento y de las rutas de envío hacia Norteamérica, vía Centroamérica y Europa, a través de Venezuela.

Además del aumento de las áreas sembradas, también preocupa que, según el informe, la producción potencial de cocaína aumentó en un 52,7 por ciento, al pasar de 290 toneladas en 2013, a 442 en 2014. Ese aumento puede representar miles de millones de dólares en nuevos recursos para los grupos armados, bandas delincuenciales y del narcotráfico que forman la cadena criminal. Más, si se tiene en cuenta que un kilo de cocaína puede costar 2 millones de pesos en Caquetá, 2,5 en Buenaventura, 10.000 dólares en México, 20.000 en Miami, 25.000 en Nueva York, 30.000 en España o 40.000 en Rusia. A mayor distancia y riesgo, mayor valor.

Lo alarmante es que de cada tonelada nueva que entra al mercado genera más violencia, que es “la consecuencia más visible y perniciosa del tráfico de drogas”, según la Jife. Para completar las malas noticias, las cifras preliminares de los cultivos de coca en 2015 y los reportes que tienen las autoridades indicarían que las zonas sembradas se siguen expandiendo rápidamente.

Las causas que explican este fenómeno van más allá de la suspensión de las fumigaciones aéreas con glifosato, de la caída de la erradicación manual o de la ley de oferta y demanda. Según expertos, se explica de una forma multicausal, entre los que la minería ilegal estaría jugando un papel importante. Varios estudios y los mapas históricos de los cultivos muestran que coca y oro han creado un perverso matrimonio en los últimos años. En algunas partes, el cultivo tumbó selvas y bosques y abrió nuevos territorios ricos en yacimientos de oro o ríos cargados de aluviones, como en las regiones pacíficas de Nariño, Cauca o Chocó. En otras zonas, como el Bajo Cauca, quienes se dedican a la minería ilegal, promovida o protegida también por grupos ilegales, encontraron las condiciones para sembrar coca o procesarla.

Además, las intensas acciones que adelanta la fuerza pública contra la minería ilegal, que han llevado a destruir dragas, retroexcavadoras y entables mineros -unido a la caída de los precios internacionales del metal- llevaron a que miles de personas que trabajan en ese negocio acudieran de nuevo a la coca, muy atractiva gracias a la disparada del dólar y al aumento del consumo del alcaloide en Estados Unidos. Solo en Meta y Guaviare, los precios de la hoja o la base, según las autoridades, subieron un 42 por ciento en los últimos meses.

Estos nuevos cultivadores se han encontrado con que el riesgo ha disminuido, pues el Estado se quedó sin las fumigaciones aéreas, que desde los años ochenta han servido para controlar los sembrados, pero también ha hecho que los ejércitos de cultivadores y raspachines se hayan tenido que mover de un territorio a otro, huyendo del glifosato y de los erradicadores manuales.

En cuanto a la suspensión de las fumigaciones, fuentes del gobierno advirtieron que por ahora no ha influido en el aumento de los cultivos ya que las imágenes de satélite y la información usada para hacer el reporte se tomaron antes de que esto ocurriera. Además, las autoridades estaban viendo que la eficacia de este método se había reducido pues los campesinos estaban sembrando en zonas de difícil vuelo, en parques nacionales o con técnicas que los protegen.

Otro de los factores que favorece al aumento de cultivos, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por su sigla en inglés), está en los diálogos de paz en La Habana. Las perspectivas de una negociación que involucre en un futuro a los cultivadores y los incorpore en programas de sustitución subsidiados se ha convertido en incentivo para la siembra.

Para el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, “el aumento de los cultivos ilícitos, especialmente en Putumayo, Nariño, Cauca y Caquetá, se debe a factores como la expectativa que ha generado el programa de sustitución de cultivos, a que hoy esos sembrados requieren menos costos y a que hay en el mercado mejores precios por la devaluación del peso frente al dólar y el euro”.

La situación es tan compleja que esta semana el presidente Santos anunció desde Tumaco, en donde hay unas 10.000 hectáreas sembradas, el comienzo de la nueva estrategia para enfrentar los cultivos. Además de duplicar con 5.000 nuevos hombres las tareas de erradicación, se comenzará un plan piloto voluntario o forzoso en diez municipios que concentran el 42 por ciento del área sembrada de coca. Esto se hará con erradicación manual y fumigación terrestre.

De la mano deberán llegar programas de sustitución de cultivos que permitan a los cultivadores pasar de la coca a cultivos legales y rentables, como cacao, caucho, café, palma, aguacate, entre otros. Esto debe estar acompañado de programas e inversiones sociales y, por supuesto, de interdicción y control. En otras palabras, un poco más de lo que ya se ha intentado antes, pero con los ajustes e incentivos necesarios.

La erradicación también se extenderá a otros 94 municipios, de 16 departamentos, que tienen menos de 100 hectáreas sembradas, y a nueve parques naturales, en busca de que terminen el año libres de cultivos ilícitos.

Pero así como la coca está creciendo, la amapola florece de nuevo. En las imágenes satelitales aparecieron 387 hectáreas, la cifra más grande de los últimos cinco años. La reducción en los precios en el mercado y el aumento de la producción de heroína está haciendo que este producto resurja en Colombia y que esté llegando a Estados Unidos, algo que preocupa a ese país.

Es claro que Washington quiere que se reanuden las fumigaciones y se intensifique la erradicación manual, a la vez que se trabaje en programas alternativos. Y también lo es que Rusia, China, los países árabes o subsaharianos no comparten la idea de flexibilizar sus políticas contras las drogas duras. ¿Cuánto más va a poder nadar el país contra la corriente?