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¿Ejecutados? SEMANA encontró nuevas denuncias sobre posibles ejecuciones extrajudiciales

En dos lugares distantes del país han aparecido denuncias de posibles ejecuciones extrajudiciales durante este año. Arauca y Tumaco son los escenarios de hechos que dejan muchas dudas y que tendrá que investigar la Fiscalía y Procuraduría.

23 de junio de 2019
Desde el barrio 20 de Julio en Tame, Arauca, María Antonia Chaparro llora hoy la muerte de su hijo Eliécer y su hermano José Albeiro.

El asesinato a sangre fría de Dimar Torres a manos de un cabo del Ejército el 22 de marzo pasado resucitó el fantasma de los falsos positivos en Colombia, ese mismo que en tiempos de posconflicto se creía superado. Tal como lo pudo establecer la Fiscalía, y como lo ha documentado SEMANA, el militar quiso hacer pasar a este desmovilizado de las Farc como un guerrillero del ELN. Esa fue la versión que el mismo suboficial entregó en interrogatorio.

En el caso de Dimar se configuraron tres elementos que encajan dentro de aquella terrible práctica mediante la cual fueron asesinados en la década pasada más 2.500 civiles que en un principio fueron reportados como bajas en combate. El primero es el delito cometido, que en el Código Penal está tipificado como homicidio en persona protegida. El segundo tiene que ver con que el determinador fue un miembro de las fuerzas del Estado. Y el tercero, que posterior a los hechos hubo un intento de encubrimiento. Hay que recordar que el cabo que mató a Dimar cavó una fosa con ayuda de sus compañeros para intentar esconder el cuerpo. Un coronel está también acusado de favorecer el ocultamiento.

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A ojos del respeto por los Derechos Humanos resulta grave que el crimen de Dimar se diera meses después de que el comandante del Ejército, el general de cuatro soles Nicacio Martínez, ordenara a sus hombres duplicar el número de muertos, en compromisos asumidos por escrito, según lo reveló The New York Times el mes pasado.

El temor justificado que arroja una política que apunta al aumento de bajas en combate para mostrar resultados es que algunos comandantes se salgan del redil, como ya ocurrió en el pasado y como pasó con Dimar, y terminen por sacrificar a inocentes que nada tienen que ver con la delincuencia.

Si bien es justo reconocer que hoy no estamos frente a ese escenario, ni se puede hablar todavía de falsos positivos, SEMANA viajó a dos lugares distantes del país en los que este año han aparecido denuncias de posibles ejecuciones extrajudiciales. La Fiscalía y la Procuraduría tendrán que comenzar a investigar. El Ejército tiene una versión. Los familiares de los muertos, otra. El tiempo y la decisión de las instituciones de llegar a la verdad serán los que tengan la última palabra. 

“Quiero saber por qué el Ejército los mató”

SEMANA estuvo en Tame, Arauca, donde una familia asegura que en mayo pasado dos jóvenes fueron víctimas de un ‘falso positivo’. El Ejército presentó las muertes como bajas en combate. Esta es la historia.

A las 5:30 de la tarde del 2 de mayo pasado, José Albeiro Chaparro Alfaro, de 26 años, y su sobrino Eliécer González Chaparro, de 23, se despidieron de la familia en el barrio 20 de Julio, en Tame, Arauca. Media hora después aparecieron muertos a la orilla de una carretera.

En medio de risas se habían montado juntos en una moto y habían dicho adiós para emprender el viaje que nunca terminaron. Según alcanzaron a decir, iban para La Holanda, un caserío a cincuenta minutos del pueblo donde vive una hermana de José Albeiro llamada Margarita. Allá pasarían la noche –aseguraron– para madrugar y trabajar durante todo el día siguiente en una finca.

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Doña María Antonia Chaparro, hermana de José Albeiro y madre de Eliécer, no se enteró aquella noche de la trágica noticia. A las 9:39 de la noche, la cuenta de Facebook de un periodista de la emisora 103.5 FM de la Alcaldía, publicó: “En combates que se presentaron en área rural, en la vía que comunica a Tame con la capital del departamento de Arauca, a la altura entre Betoyes y Flor Amarillo, según información extraoficial, al menos tres personas habrían perdido la vida. Se desconoce si pertenecen a algún grupo armado. Al día siguiente –dice María Antonia– alguien fue a la cafetería en la que trabaja a decirle que en la radio estaban hablando de la muerte de dos muchachos de apellido Chaparro.

Fue ahí que el mundo se le vino encima.“Fuimos a la morgue, al Ejército, luego otra vez a la morgue y en ningún momento nos decían dónde estaban los cuerpos ni nada. Llegamos a la Sijín (de la Policía). Y los reconocimos por las fotocopias de la cédula, porque en ningún momento nos los dejaron ver personalmente. A los señores de la funeraria se los entregaron el sábado a las 11 de la mañana (habían muerto desde el jueves). Entregaron los cuerpos todos ‘tajiados’, porque los cadáveres los tenían abiertos. Eso nos dijo el señor de la funeraria”, relata María Antonia.Para ese momento la familia no conocía las circunstancias en las que habían fallecido José Albeiro y Eliécer.

Hasta el viernes pasado –aseguran– no les habían hecho entrega de las actas de defunción ni de los informes de necropsia. Y eso que ha transcurrido más de mes y medio desde que los sepultaron. La pregunta que se siguen haciendo es: ¿cómo murieron? El 3 de mayo, es decir, un día después de los hechos, el Ejército emitió un boletín de prensa. “En Arauca mueren tres sujetos en el marco del desarrollo de operaciones militares efectuadas por el Ejército Nacional, decía. Líneas más adelante reseñaba que los tres muchachos –entre los que estaban José Albeiro y Eliécer– tenían en su poder dos pistolas 9 milímetros y dos granadas, armamento con el que habían atacado a los soldados. “Los militares los sorprendieron mientras recibían dinero producto de una extorsión”, continuaba el comunicado.Los cuerpos de José Albeiro y Eliécer, junto a un tercer cadáver, fueron presentados a la prensa cubiertos con bolsas plásticas blancas. En una mesa, escoltada por dos soldados, se exhibieron dos pistolas y dos granadas de fragmentación forradas en plástico. A un lado había dos motos, una de ellas, la de color rojo, era la de José Albeiro.

En suma, la versión de la Fuerza de Tarea Quirón del Ejército, unidad que estuvo a cargo del operativo, era que las muertes de los tres jóvenes, reseñados con los alias de Diomedes, Coco y Pechuga, se habían dado en desarrollo de un combate. El boletín también consignaba que según información de inteligencia los fallecidos “se encargaban de la coordinación del sicariato y extorsión a comerciantes, transportadores y hacendados de la región”. Además, decía: “en el prontuario delictivo se les atribuye a alias Pechuga y Coco la participación en el lanzamiento de explosivos al cantón militar de Tame, homicidios selectivos, la activación de motocicleta con explosivos en contra de la Policía Nacional en el municipio tameño y hurto”.

El coronel Arnulfo Traslaviña, comandante de Quirón, aseguró, en un video que publicó el portal Prensa Libre Casanare, que las tres personas pertenecían a un grupo de disidentes de las Farc. “Son miembros activos y por este motivo los estamos atacando permanentemente”, dijo. Pero, ¿qué fue lo que pasó en realidad? ¿Por qué no cuadran las versiones? Para María Antonia resulta bastante improbable y poco creíble que su hijo y su hermano hubiesen atacado con dos pistolas a un grupo de soldados que se sabe cargan armamento de largo alcance. Y menos –dice– si iban montados en una moto por plena vía pavimentada y a 15 kilómetros de un retén militar por donde el Ejército suele pasear tanquetas blindadas.

“Yo lo único que quiero saber es por qué los mataron y cómo los mataron. No es como el Ejército dice, que fue en un combate; eso son mentiras de ellos. Estoy segura que mi hijo y mi hermano no pertenecían a ningún grupo de nada. Imagínese, dos seres humanos que no cargaban armas, para unas tanquetas o una camioneta Turbo llena de soldados, cómo iba a ver combate”. Para haber un combate, es la reflexión que se hace María Antonia, tuvieron que haber estado más personas armadas. “Ellos no cargaban nada, ellos iban de civil para donde mi hermana. Ellos iban en una sola moto juntos”, dice. SEMANA estuvo en el lugar en que ocurrieron los hechos. Se trata de una vía concurrida que conecta a Tame con Arauca, la capital.

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El lugar exacto en el que José Albeiro y Eliécer recibieron los disparos de los soldados está a veinte minutos del pueblo. Justo al lado del pavimento se puede ver aún el tronco de un árbol con los impactos de las balas. Un testigo asegura que aquel día el Ejército acordonó ese pedazo de la carretera y que no dejaron pasar vehículos hasta que entraron uniformados de la Sijín de la Policía a hacer el levantamiento de los cuerpos. “La moto en la que ellos iban quedó aquí en la carretera, acostada. ¿Cómo va a haber un combate en una moto? Es ilógico”, dice. Que ni José Albeiro ni Eliécer registraran antecedentes penales en la base de datos de la Policía es para María Antonia una prueba más de que su hijo y su hermano fueron víctimas de una ejecución extrajudicial. Así lo dijo ante la Personería de Tame. No hizo lo mismo en la Fiscalía porque sintió miedo de denunciar. “Nos daba tanto temor que incluso el día en que pasó todo pensamos en retirar la denuncia, pero la Personería estaba cerrada. Ya después decidimos dejarla”.SEMANA contactó al coronel Traslaviña, comandante de la Fuerza de Tarea, para preguntarle sobre lo que denuncian los familiares de los jóvenes, pero aseguró que esperará a que se pronuncien las autoridades competentes.

Del caso ya tiene conocimiento la Procuraduría. La familia Chaparro insiste en que José Albeiro y Eliécer no pertenecían a las disidencias y que se ganaban la vida trabajando en fincas. Eso es lo que también dice Óscar Evelio Suárez, el dueño de una volqueta que asegura que les daba trabajo a los dos muchachos cargando arena o piedras. El hombre comenta que contrató a Eliécer para que lo acompañara a cargar un viaje de escombros el mismo día en que lo mataron. “Estuvo trabajando conmigo por la mañana, desde las 5 hasta las 9”. 

Hay un detalle que María Antonia quiere que sea tenido en cuenta. Y es que, según ella, a Eliécer no le gustaban las armas. “Entró a prestar servicio y me dijo que no quería seguir. Y solo estuvo tres meses en el batallón. Cuando presenté el certificado de desplazado lo dejaron salir”. José Albeiro estuvo también en el Ejército y salió por una fractura en la clavícula. Estaba pendiente de que lo indemnizaran.

María Antonia también dice que su hijo no tenía un alias, sino un apodo del barrio. Le decían Diomedes, como el cantante, porque tenía un ojo medio apagado, como consecuencia de un accidente que tuvo de niño. “Y mi hermano tampoco era un alias. Toda la vida le dijimos Coco, porque nació con la cabecita pelada”

Tumaco: un asalto en la oscuridad en una casa con niños

Dos hombres señalados como disidentes de las Farc fueron abatidos en marzo mientras dormían en una casa donde había niños. Autoridades dicen que se trató de un combate y la comunidad denuncia ejecuciones en estado de indefensión.

Elsa Cortés, esposa de Tomás Solís, en la casa donde murieron los dos hombres. Ella y sus dos hijos fueron testigos presenciales de la operación.

Las tres esposas de los dos muertos volvieron el martes de la semana pasada a la casa donde ellos fueron abaleados el 26 de marzo por miembros de la Policía y, al parecer, también del Ejército. Lo que encontraron fueron escombros: un arrume de 50 tablas de madera y ocho tejas de zinc que solían ser los muros y el techo. Un frasco de perfume, un tubo de crema dental, los restos de la vida familiar que allí tuvo lugar. Una bomba de gas lacrimógeno y dos casquillos de fusil.

Elsa Cortés agarró lo que quedó de los cartuchos, dos de las cuatro balas que los uniformados dispararon aquella madrugada y, sosteniéndolos entre sus dedos, contó: “Entraron y ni dijeron nada. Los fueron matando de una”.

La Policía y el Ejército llamaron a este episodio “Operación Renacer 4”. Dijeron que se trató de la ejecución de una orden de captura que derivó en enfrentamientos, en los que murieron Tomás Solís, el esposo de Elsa y un señalado explosivista del Frente Óliver Sinisterra, el grupo fundado por el caído alias Guacho, y Winston Preciado, un campesino sin antecedentes que presuntamente enfrentó a las autoridades al momento del operativo. Pero las versiones en la zona contradicen ese escenario.

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SEMANA estuvo en el lugar y habló con varios testigos. Dicen que no hubo combates, que las tropas entraron a matar en la completa oscuridad y que, sin mediar palabra, dispararon contra hombres desarmados que estaban durmiendo en las mismas camas que ocupaban dos niños que lo vieron todo.Winston Preciado había llegado a la casa de su prima Elsa Cortés a las 9:55 de la noche anterior, en medio de un aguacero. Le dijo que lo dejara dormir allí para evitar la mojada y porque al otro día tenía que salir temprano a Tumaco a cobrar un pago del programa de sustitución de cultivos ilícitos. Dos años atrás él había arrancado sus sembrados de coca, como tantos campesinos de la región.

Elsa lo recibió y le indicó que se acostara al lado de Édison, su hijo mayor. Cinco minutos después, como es rutina, se apagó la planta eléctrica de Mata de Plátano y toda la vereda quedó en la penumbra. A esa hora, en el cuarto contiguo, Tomás Solís y Yeider, el hijo menor de Elsa, estaban dormidos también. Cuando se cortó el fluido eléctrico, Elsa se fue a la cama y se acostó en medio de Solís y Yeider. Se entretuvo un rato con un juego de su celular. Recuerda que eran casi las 11:30 cuando oyó muchos pasos, como si su casa hubiera sido rodeada por un pelotón. Ignoró eso y se quedó dormida. Lo siguiente que escuchó, sobre la una de la madrugada, fue un estallido que les quebró el sueño a todos. La casa se llenó de un gas lacrimógeno que acababa de entrar por una brecha entre los muros y el techo de la casa. Un segundo después, la puerta se abrió de un golpe. Todo estaba oscuro, apenas se veían las luces de las linternas de los uniformados que entraron gritando: “Al suelo, al suelo”. Sonaron tres tiros. En el cuarto contiguo, Winston Preciado acababa de morir. Todo pasó muy rápido. Luego, Édison le contó a Elsa que Winston no se había parado de la cama cuando recibió el primer impacto. Intentó incorporarse, ya herido, y recibió el segundo. Ahí cayó al suelo. Los uniformados lo arrastraron al pasillo y le dispararon una vez más.

Luego pasaron al segundo cuarto. Elsa los vio entrar. Por sus prendas, los reconoció como soldados y policías. Tomás Solís levantó las manos y le dijo a Elsa: “Negra, agarre al niño”. Ella abrazó al pequeño. Sonó otro disparo. El hombre cayó muerto contra el muro del cuarto. Esa es la versión de Elsa, la única adulta que estuvo allí y sobrevivió.

Neicy Cortés y Celina Cortés, las esposas de Winston Preciado, visitaron juntas la tumba donde lo enterraron hace tres meses, tras el operativo conjunto de la Policía y el Ejército.

A quince minutos de allí, Édinson Preciado, de 9 años, el hijo menor de Winston, no pudo dormir esa madrugada. Su padre no había llegado a casa y él, justo a la medianoche, se levantó llorando. Su madre, Celina Cortés, una de las dos esposas de Winston, cuenta que el pequeño entró a su cuarto y le dijo: “Mami, aquí hay dos hombres parados y me hacen así con la mano, me dicen chao”. Luego se le abalanzó y la abrazó con fuerza. Esa noche durmieron juntos. A las 6 de la mañana, un muchacho de la comunidad tocó a la puerta para avisarles que Winston estaba muerto.Esa mañana, el general Ricardo Alarcón, comandante del Comando Especial de la Policía del Pacífico Sur, y el general Jorge Hoyos, comandante de la Fuerza de Tarea Hércules, del Ejército, entregaron los resultados de la operación en una rueda de prensa. El presidente Iván Duque usó su cuenta de Twitter para felicitar a la Fuerza Pública. Según el reporte oficial, Tomás Solís era alias ‘Guadaña’, explosivista de las disidencias de las Farc, con una orden de captura por concierto para delinquir y una circular roja de la Interpol, solicitada por Ecuador, por poner un carro bomba contra una estación policial.

Sobre Winston Preciado no dijeron nada. Aún no se sabe si formaba parte o no de esa estructura armada.Elsa dice que a su casa entraron al menos siete hombres. Unos con uniformes verde oliva y otros con camuflados. Es decir, policías y soldados. SEMANA habló con los dos oficiales. El general Hoyos aseguró que el Ejército solo intervino como garante de la seguridad de la operación. Acordonaron la zona para evitar una fuga o una respuesta violenta de los vecinos. El general Alarcón dijo lo mismo. Sin embargo, al conocer la versión de la comunidad sobre la participación del Ejército, aseguró: “yo no sabría si eso puede ser cierto, pienso que sí, que puede ser cierto”.

El general Alarcón le contó a SEMANA la versión oficial. Dijo que el operativo se desarrolló sobre las 4 de la mañana y que habrían participado alrededor de 18 uniformados. Los hombres estaban cercando la casa cuando Solís salió a dispararles en la oscuridad.

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Luego, el sospechoso retrocedió hacia la vivienda, donde estaban sus hijos de crianza y su esposa. Allí fue abatido. Allí también dispararon contra Preciado, quien era un hombre de seguridad de Solís, y también respondió con fuego. Sin embargo, el mismo oficial asegura que al momento del operativo no tenían información de él, ni de que fuera un disidente. Según la comunidad, él era un jornalero. Y aunque era primo de Elsa y amigo de Solís, nunca pasaba la noche en esa casa, a excepción de ese día, que lo agarró el aguacero. Las versiones no concuerdan.

Las únicas fotos que se tomaron del lugar de los hechos muestran que los hombres murieron en las habitaciones donde también dormían los niños. Las marcas de sangre en el piso indican que los cuerpos fueron arrastrados. Y el escenario planteado por las autoridades sobre un combate es extraño: dos hombres con pistolas nueve milímetros y una granada, en la oscuridad y rodeados por sus familiares, se enfrentaron contra unos 18 uniformados fuertemente armados.

Lo que está en duda en este caso es el procedimiento. Si no hubo enfrentamientos, Solís debía ser capturado para que respondiera ante la justicia. Sobre Preciado ya se sabe que no había ningún requerimiento judicial. De momento, el general Alarcón dice que hay tres investigaciones en curso –en Fiscalía, Ejército y Policía– para establecer lo que pasó.Habitantes del poblado cuentan que los uniformados arrastraron los cuerpos por un camino empedrado de casi 500 metros, hasta un potrero donde aterrizó un Black Hawk. Tras las muertes, Elsa y sus allegados desmantelaron la casa porque, después de lo que pasó: “¿Quién va a vivir aquí?”.

Después del operativo ella y sus hijos estuvieron durante una hora abrazados y temblando. No pronunciaron palabra, hasta que un familiar llegó para llevárselos. Desde eso, los pequeños permanecen nerviosos. Se abstraen durante largos ratos, con la mirada perdida. Si los regañan, tiemblan. Si les preguntan sobre lo que vieron aquella madrugada, hacen como si no hubieran escuchado nada.