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Desde profesionales hasta gente sin estudios, en este lugar el consumo de drogas no perdona estratos; estos son sus rostros
A la droga no le importa si se tiene dinero o no, si se ha estudiado o no, es un caminante peligroso que va en búsqueda de su próxima víctima.
El problema de las drogas en Colombia es una realidad que cada día golpea a más familias que ven cómo algunos de sus integrantes caen en un mundo del que muchas veces es imposible salir y que puede llevarlos a la mendicidad. Aquel mito de que las drogas solo eran para los habitantes de calle, desde hace muchos años se ha caído por completo. La droga no distingue raza, sexo, estrato ni edad.
Hay una Colombia zombi que está muy presente, pues son miles de personas que, bajo los violentos efectos de alucinógenos sintéticos, solo son cuerpos que respiran, pero no oyen ni ven, únicamente desean consumir, pero también son portadoras de duras historias que las llevaron a las garras de todo tipo de drogas: marihuana, cocaína, heroína, bazuco y hasta fentanilo. En un mundo donde el microtráfico impera.
Durante varios días, un equipo periodístico de SEMANA se internó en este oscuro mundo en Cali, Medellín y Bogotá. Los testimonios de esos consumidores, que viven en las peores ollas y lugares de estas ciudades, son el retrato de una problemática que hoy muestra que nadie está exento de caer.
Ellos deambulan sin un rumbo claro, adictos que merodean como zombis caminantes sin otra motivación que inyectarse heroína o conseguir una pipa de bazuco.
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De aquel viejo y conocido Bronx, en el centro de Bogotá y que durante largos años fue el lunar de la capital del país al ser una zona de drogadicción, prostitución, extorsión, torturas, insalubridad, habitabilidad en calle, entre otros problemas, ya muy poco queda. Hoy, solo una que otra pared permanece en pie, tras la intervención que tuvo durante la administración del alcalde Enrique Peñalosa para transformar el lugar.
Ahora el problema se trasladó a otro lugar en Bogotá. El consumo descarado de droga se da a pocos metros del Ministerio de Hacienda, el Palacio de San Carlos, el Congreso de la República e incluso la Casa de Nariño, en donde a diario se ven altos funcionarios del Gobierno y diplomáticos de otros países.
A tres cuadras, en San Bernardo, reinan el cúmulo de basuras, las pipas, el pegante y la combinación putrefacta de olores por el consumo exacerbado de estupefacientes y los excrementos humanos.
Desde profesionales hasta personas sin estudios
No distingue estrato, a la droga no le importa si usted es profesional o no tiene estudios. La droga deambula buscando a su próxima víctima. En este oscuro y doloroso mundo, hay mujeres, niños, adultos mayores, excantantes, personas hasta con posgrados, extranjeros y artistas, todos sumergidos en un ambiente del que parecen no tener escapatoria y nadie hace nada por cambiar sus realidades.
“Empecé metiendo bazuco, pero en ese entonces la ‘bicha’ era mucho más barata, tan solo valía 200 pesos, en cambio, hoy una traba ya cuesta 2.000 pesos”. Esa es tan solo una parte del desgarrador relato de Adriana Venegas Espinosa, de 45 años, quien lleva más de 30 años sumergida en las turbulentas aguas del consumo.
Ella, como quizás muchas de las personas que hoy deambulan por las calles de San Bernardo, en Santa Fe, en la zona céntrica de Bogotá, conoce a la perfección lo que es haber vivido en las dos ollas más perturbadoras y sanguinarias en la historia de la capital: el Cartucho y el Bronx.
Venegas, mientras prepara una pasta para comer, en un improvisado fogón encendido con ladrillos y cartón, recuerda con vagas frases lo tormentoso que ha sido su existir producto de la droga. “Cuando me meto una ‘bicha’ de bazuco, lo único que siento es ganas de fumar más”, confiesa.
“Más de 20 años consumiendo”
César Lozano Niño, de 37 años edad y a quien en la zona conocen como el Paisa o el Barbas, asegura que lleva más de 20 años consumiendo, y aunque en muchas ocasiones ha tratado de salir, volvió a recaer y ahora estas cuadras de San Bernardo son su refugio.
“Yo me fumo varias ‘bichas’ de bazuco al día, o a veces un baretico de marihuana. Cuando me echo un pipazo, de una vez siento que están hablando de mí, pero es el video, no es real”, dice.
Y lo que más le gusta a la droga es ver cómo aquellos que consiguen algo de dinero terminan en la miseria al entregarlo todo y lo que no tienen al consumo.
“Yo me vine en noviembre con dos milloncitos de pesos, nada más, que aquí no son nada, pero vine, me los fumé y recaí. Aquí ya son casi cuatro meses en los que no he regresado a la casa y no veo a mi familia, mientras tanto me hundo en el descaro”, añadió.
La nacionalidad no importa, solo consume
“Yo nací en Colombia, pero mi familia es italiana. Yo soy artesano, viajé por todo el país, pero llegué a Bogotá a la L (el Bronx), y aunque después intervinieron, siempre he estado por ahí, consumiendo”, aseguró el colomboitaliano Insuarcy Juliao, de 47 años de edad.
“Me gusta el bazuco, la bareta, el perico, las pepas, consumo de todo”, agrega, al mismo tiempo que señala que lleva más de diez años sin ver a su familia mientras deambula en San Bernardo.
Este mismo cuadro ocurre en La Candelaria, en Medellín, en donde hay argentinos, estadounidenses, canadienses, europeos, profesionales y académicos. Todos atrapados en una calle cerrada inundada de basuras, donde está el principal mercado de bazuco de Medellín.
Allí hay una banda criminal que lo controla todo. Ellos imponen el orden: los habitantes de calle no pueden pelear y el que cometa un crimen es entregado a la Policía. Las personas dopadas por las drogas están tendidas en las aceras y vías.
Y entre los más crudos relatos está el de Santiago López: “La heroína me está comiendo la carne”, dice mientras se envuelve en el pie derecho un vendaje manchado de sangre. El veneno que recorre sus venas desde los 9 años le está destruyendo el cuerpo.
En estos lugares, las personas dopadas por las drogas están tendidas en las aceras, sin que nadie sepa que detrás de esas miradas idas y esos cuerpos endebles hay una vida antes de caer.