FIN DEL CONFLICTO

Los disidentes de las Farc

La salida de cinco mandos de esa guerrilla muestra la compleja situación en la que están quienes ni son jefes máximos ni son tropa rasa en la guerrilla. ¿Qué significa para la paz y el proceso?

17 de diciembre de 2016
| Foto: León Darío Pelaéz

La deserción de cinco mandos medios de las Farc en el Guaviare deja un sabor amargo. Hoy se puede decir que existe una disidencia de esa guerrilla cuyo eje está en el corazón de la Amazonia y que no se puede minimizar. Lo que hay en ciernes es la creación de un grupo armado similar a las bandas criminales que el Estado no ha logrado doblegar en una década.

Hasta ahora las Farc habían mostrado gran cohesión interna, a pesar de que el propio gobierno apostaba que por lo menos un 10 por ciento de su fuerza terminaría al margen del proceso de paz. Pero esta es la hora de la verdad. Primero porque el cese de hostilidades implica abandonar toda actividad delictiva y de constreñimiento a la población. Y segundo porque en el momento de la concentración para dejar las armas se suelen presentar las deserciones pues es un cambio radical de vida que para muchos guerrilleros representa más pérdida que ganancia. Es el caso del grupo que las Farc separaron de sus filas la semana pasada.

Los expulsados tienen varias décadas de militancia, contaban con la confianza del secretariado, y controlan una de las regiones más inhóspitas del país: Guaviare, Vichada, Guainía y parte del Meta, es decir, las rutas de la cocaína y el coltán hacia Venezuela y Brasil. Se trata de Gentil Duarte, John Cuarenta, Euclides Mora, Giovanny Chuspas y Julián Chollo. Todos superan los 50 años, son de origen campesino, están fuertemente vinculados al narcotráfico, y tienen mando de tropas y fuerte influencia en el territorio. Según fuentes de ese grupo insurgente, unos 60 combatientes se habrían ido con ellos. Sin embargo, las Fuerzas Militares calculan que esta disidencia tiene 200 integrantes, ya que guerrilleros de varios frentes se han ido desgranando hacia ella.

Según el Ministerio de Defensa, luego de que desertó un grupo del frente Primero, hace seis meses, empezaron movimientos de combatientes hacia la zona de este frente, posiblemente bajo el influjo de Cuarenta, quien llevaba meses planeando la salida. Lo grave es que el comandante enviado por el secretariado de las Farc a disciplinar a las tropas, Gentil Duarte o Miguel Botache Santillana, de 57 años, terminó uniéndose a ellas. Dada su trayectoria en la guerrilla se teme que les dé a los desertores un ropaje de grupo político que en realidad no tienen.

La disidencia de John Cuarenta o Géner García Molina, de 53 años, y jefe del frente 43, no sorprendió. De tiempo atrás se sabía que actuaba como capo del narcotráfico y que tenía pactos con las bandas criminales, actuaciones que incluso le costaron sanciones de la guerrilla. Los objetivos de Cuarenta están lejos de la política y su poder territorial y el dinero que ha acumulado son de tal magnitud que era difícil pensar que iba a entregarlos al gobierno para dedicarse a cultivar la tierra. Él es el caso paradigmático de los jefes de unos frentes que las Farc dedicaron casi exclusivamente a los negocios ilícitos, a cuyos jefes hoy difícilmente podrán convencer de volver a la vida campesina. Cría cuervos y te sacarán los ojos, dice el viejo proverbio.

El caso de Gentil Duarte sí ha sido un golpe inesperado que deja mayores interrogantes. Con casi 40 años en las Farc, pertenecía al estado mayor. Estuvo en La Habana durante medio año participando en las conversaciones de paz y hace seis meses fue enviado a resolver el problema de la disidencia del frente Primero. Resultó como poner al ratón a cuidar el queso, pues hace varias semanas se fugó con un grupo pequeño de combatientes y 3.000 millones de pesos en la maleta.

La huida de Duarte preocupa porque es una persona con alta influencia en las comunidades, que interactúa con todos los sectores de la región, con gran experiencia militar y reconocimiento entre los combatientes. Se teme que termine por liderar a todos los desertores en un grupo que capitalice las dificultades que tendrá la implementación de los acuerdos en esta conflictiva área.

Tres explicaciones posibles

Hasta ahora hay tres explicaciones posibles para estas deserciones. La primera y más obvia es la ambición personal. Personajes que manejan tanto dinero y poder ahora podrán seguir haciéndolo sin rendirle cuentas a nadie, y para su propio bolsillo, en un país donde el negocio del narcotráfico y la minería ilegal está boyante.

La segunda explicación tiene que ver con la incertidumbre política emanada de la pérdida del plebiscito, que acrecentó la desconfianza de las bases de las Farc en los acuerdos de paz. El miedo a que los asesinen, a que el Estado no cumpla, que no haya seguridad jurídica o que los beneficios del acuerdo de paz resulten insignificantes para sus vidas es muy fuerte en algunos guerrilleros. A eso se suma que como el Estado, y en particular la fuerza pública, no ha mostrado hasta ahora un plan de control de los territorios donde han estado las Farc por años, hay un gran incentivo para que mandos medios consideren que pueden seguir actuando en las selvas en total impunidad. El peso de la ley no ha podido caer seis meses después sobre los desertores del frentePrimero, y por el contrario, del Guaviare llegan noticias que hablan de aumento de cultivos, reclutamiento y extorsiones.

La tercera explicación, la más grave, es que el acuerdo de paz, sobre todo el capítulo de reincorporación, no pensó en los mandos medios, muy a pesar de que Colombia ya sacó lecciones negativas de ese descuido hace una década cuando los paramilitares dejaron las armas. Los mandos medios son el eslabón más crítico del reciclaje de la violencia, y en el caso de las Farc, si no se actúa pronto, el riesgo es inminente.

En la práctica, el acuerdo de reincorporación es robusto para la elite de las Farc, pues les otorga garantías importantes en materia política; y también puede llegar a ser exitoso para los combatientes de base, cuya oferta principal son las cooperativas de trabajo asociado, con arraigo en los territorios. La pregunta es qué papel tendrán los mandos medios de esa guerrilla en ese esquema de reincorporación.

El mando medio típico de las Farc supera los 40 años, lleva por lo menos 20 en la guerrilla, es un campesino sin educación, por lo general, arrogante, pues ha sido dios y ley en el territorio, y tiene un estatus económico mejor que el de los combatientes rasos. La contracara es que no conoce ningún oficio y no se ve a sí mismo como estudiante, agricultor o panadero. Su poder regional emana del fusil y pocas veces de un liderazgo político o social. Y por lo general, tendrá que responder por crímenes de guerra o de lesa humanidad ante la justicia transicional, lo que le implicará ocho años de restricción de la libertad. Algunas instituciones como la Fundación Paz y Reconciliación calculan que esa puede ser la situación de unos 500 miembros de las Farc. En las experiencias internacionales y en la colombiana se ha encontrado que el proceso de reincorporación no puede ofrecerles suficientes incentivos económicos a este grupo de personas, pero sí espacios de reconocimiento y liderazgo atractivos para dejar las armas.

Infortunadamente el contexto político de las negociaciones de La Habana cerró varias posibilidades para estos mandos medios. La fuerza pública descartó de plano la idea de crear un cuerpo de seguridad rural, en el que pudieran participar guerrilleros. Tampoco fueron aceptadas dos propuestas de la guerrilla: crear cupos en los concejos municipales, tal como se crearon curules en el Congreso, que estos mandos medios podrían ocupar; y organizar un sistema de pensión similar al que tienen los militares, creando para los insurgentes rangos equivalentes. Ambas quedaron rechazadas de plano. También se desechó una idea diseñada por el propio gobierno de convertir a los mandos medios, transitoriamente, en gestores de paz.

¿Qué hacer?

Lo primero que el gobierno debe hacer es garantizar que va a combatir a fondo estas disidencias. Cuando Iván Mordisco se voló del frente Primero de las Farc se dijo que le caería el peso de un Ejército que ya sin la amenaza de la guerrilla se concentraría en los demás grupos. No fue así. El Ministerio de Defensa dice que ahora que la disidencia está claramente configurada sí tiene un plan de combate contra ella. En todo caso no será fácil. Es un territorio inhóspito, se habla de que los desertores ya tienen eventuales alianzas con el Clan Úsuga, y que usan como retaguardia las fronteras de los países vecinos. En todo caso hay que evitar que las Farc se involucren directamente en el combate a esta disidencia pues esto pondría en riesgo el propio proceso de paz.

La guerrilla por su parte debe ser más realista respecto a lo que pasa en su interior. La lealtad de muchos otros mandos está a prueba en Nariño, Norte de Santander y Antioquia. Negar el problema no ayuda.

Finalmente tanto el Consejo Nacional de Reincorporación como la Comisión de Seguimiento tienen la tarea más crítica. El primero debe diseñar pronto una propuesta que sirva para contener la desconfianza de muchos mandos en el proceso. Y la segunda debería impulsar un plan para que Guaviare sea de inmediato una zona de implementación. Esto ayudaría a que la gente opte por respaldar al acuerdo de paz y no a los disidentes que, como bien han dicho las Farc, se lanzaron a una aventura incierta.