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“Nos querían matar y nos decían: ‘Deberíamos picarlos y tirarlos al río’”: el desgarrador relato de Albeiro Carvajal, policía secuestrado y liberado en Caquetá
SEMANA contactó al funcionario, quien reveló detalles sobre la atroz experiencia que vivieron por horas en el corregimiento de Los Pozos, en San Vicente del Caguán.
El orden público se ha visto afectado por lo ocurrido en Los Pozos, tras el secuestro y posterior liberación de más de 70 miembros de la Policía por parte de la Guardia Indígena. SEMANA habló con Albeiro Carbajal, funcionario que narró su aterradora experiencia.
En horas de la madrugada del 2 de marzo, varios civiles ingresaron a las instalaciones de la sede de la empresa petrolera Emerald Energy. Debido a que la compañía decidió cerrar, las personas querían que les dieran el dinero correspondiente a su sueldo, solicitar que la empresa siguiera operando y el cumplimiento de la pavimentación de 42 kilómetros de la vía.
Aquello significó, en primer lugar, una protesta. Sin embargo, con el paso de las horas, se transformó en una situación de tensión por los enfrentamientos entre los civiles y la Fuerza Pública. La población campesina, al ser mayoría, tomó la ventaja y detuvo a los miembros del Esmad, a quienes mantuvieron retenidos por más de 30 horas.
Albeiro Carvajal es funcionario del Escuadrón Móvil Antidisturbios desde hace más de nueve años. Reside en Neiva, pero fue uno de los funcionarios que acudió a San Vicente del Caguán para atender la situación de orden público. Según su testimonio, fueron alertados y enviados al lugar el mismo día. En horas de la madrugada llegaron a la base petrolera, conocida como Capella, en el corregimiento de Los Pozos.
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“Entramos allá y se decía que había una situación de los campesinos que estaban exigiendo a la petrolera”, contó Carvajal a SEMANA al detallar el estado de la zona cuando arribaron. “Nosotros íbamos en modo prevención y nunca combatir con ellos, sino estar pendientes que no se fueran a tomar la base”. Además, él recordó que en primera instancia los civiles afirmaron que no iban a emplear la violencia.
Asegura el funcionario que desde el Esmad tomaron las medidas correspondientes de prevención, por lo que se distribuyeron en cuatro puntos para tomar acciones de vigilancia, estando al tanto de cualquier eventualidad. La zona estaba en relativa calma, dado que a la Fuerza Pública le habían informado que ya se habían entablado acuerdos. “Ese día, la instrucción era salir de ahí, ya se suponía que ellos habían dialogado”, señaló.
Carvajal contó que no entendieron qué había sucedido internamente y cuando todo parecía en calma, la población decidió irrumpir en la base. Además, ese hecho se dio cuando el cuerpo policial se encontraba descansando, por lo que los tomaron con las defensas bajas. Esto ocurrió sobre las 5:00 a. m.
La primera medida fue alertar a los puntos de vigilancia para que solicitaran apoyo externo del Ejército Nacional. “Nos pusimos lo que pudimos”, relató Carvajal al indicar que, por la inmediatez del suceso, no hubo tiempo para que se organizaran y terminaran de descansar, “todo fue por sorpresa”. La reacción de los civiles fue prenderles fuego a contenedores y romper las paredes de las instalaciones, sembrando el caos.
Por su parte, la Fuerza Pública defendió la base y su integridad con disparos de gases. No obstante, no contaban con la munición suficiente, por lo que los comandantes reiteraron la solicitud de enviar refuerzos. Era una emergencia. “El número de campesinos aumentaba minuto a minuto. A las 6:30, más o menos, ya había una persona secuestrada”, comentó Carvajal.
En cuestión de minutos, la base pasó a ser una trinchera de combate, en la cual los campesinos superaban ampliamente a los funcionarios del Esmad. Además, el secuestro de compañeros intensificó la situación y la falta de recursos terminó de afectar a la Fuerza Pública. Carvajal rememoró que hubo intentos de mediar, pero los civiles solo querían atacar, exigiendo que ellos se fueran inmediatamente del lugar.
“En un punto nos rodearon, a quienes secuestraban les quitaban el chaleco, los iban apuñalando, macheteando”, cuenta Carvajal al mencionar que en ese momento cree que fue cuando el policía Arley Monroy fue asesinado por la horda desbordada. “Le quitaron y arrebataron la vida vilmente sin necesidad”, lamentó. Aparte del homicidio que presenciaron, había muchos lesionados y no contaban con munición suficiente.
Monroy era gran amigo de él. “Hablábamos mucho, era boyacense y tenía sus metas claras”, recordó Carvajal al sentir que lo mataron injustamente. “Hace dos o tres meses tuvo un niño y era padre de otra hija de ocho años. Yo me la pasaba con él. Teníamos confianza de hermanos, nos tratábamos con cariño. Era una excelente persona”, recordó el policía, quien siente un gran dolor por la situación de su amigo y confía que se encuentra bajo la gloria de Dios.
Para aquel momento, el apoyo externo aún no había llegado, por lo que la orden del comandante de la Unidad fue dirigirse lentamente hacia la base militar más cercana. No obstante, fue un acto en vano, dado que, sin pensarlo, la población los había rodeado y les había impedido cualquier movimiento. Carvajal describió que “nos empezaron a decir que nos fuéramos o si no se ponían a pelear. ‘Los matamos o nos matan’, nos decían. Fuimos obligados a entregarles todo, también porque ya había cuatro secuestrados”. Para ese punto, la tensión había superado cualquier límite o brecha, el pánico y la inhumanidad habían marcado la situación. “Se decidió salvaguardar la vida de los compañeros, diferente a lo que hizo el Estado con nosotros”, declaró el funcionario al señalar que pasaron cinco horas para que llegara apoyo militar.
“¿Qué necesidad tenían?, les dije. Ellos decían: “son órdenes, hermano; cállese, cerdo”. Nos trataban como lo peor. Nos querían matar y decían ‘Deberíamos picarlos y tirarlos al río’”, explica Carvajal al recordar el trato deplorable del fue fueron víctimas.
Cuando las cosas no podían empeorar, fueron agrupados en un camión como ‘animales’ y, tal como recuerda Carvajal, “nos dieron vuelta en el caserío como si fuéramos un trofeo de guerra”. Los funcionarios secuestrados fueron dirigidos a un salón comunal, en el cual fueron obligados a estar acostados en el piso. Acto seguido, los despojaron de su ropa, pertenencias y, por si fuera poco, les botaron el cuerpo de Monroy. El cadáver del compañero asesinado estuvo al lado de ellos por más de cuatro horas.
Alrededor de las 4:00 p. m. los hicieron formar y volver a montarlos en un camión. Los amenazaron que cualquier muestra de resistencia haría que ellos desenfundaran sus armas. Carvajal ‘encaletó’ su reloj, por lo que monitoreaba y mantenía a sus compañeros al tanto de la hora de forma silenciosa. “Nos subieron unos 20 minutos y nos hicieron sentar uno tras otro”, recordó el policía al indicar que en ese momento el Ejército ya había hecho presencia en la base. Sin embargo, eso impidió que la población civil los dirigiera a otro lado, por lo que fueron llevados a una zona alejada del todo.
“Decidieron encerarnos con cadenas, orinar en baldes y hacer ahí nuestras necesidades. No habíamos probado comida hasta las 11 de la noche. Nos tocó dormir en el piso y sin poder comunicarnos con nuestras familias”, narró Carvajal sobre la situación inhumana que les tocó vivir en ese momento. En toda la noche, no pudieron dormir, por el miedo de no saber qué les podrían hacer o si otro compañero tendría el mismo desenlace de Monroy. “Estábamos en el piso y trataba de hacerme el dormido”, indicó.
Al día siguiente, la situación fue igual y les mentían cuando ellos preguntaban sobre el momento de su liberación. Unos afirmaban que sería pronto, pero no fue así. “Nos dieron una especie de desayuno y solo nos dieron líquido, nada de alimentación. En horas de la tarde, tipo 4:30, llegaron los Ministerios con camiones y ellos hablaron con esas personas afuera. Entraron, no nos pidieron y dijeron que quedaban a disposición de ellos y quedaban en otro lugar”, relató Carvajal.
Finalmente, fueron puestos a disposición de las autoridades en otra base militar, donde les indicaron que ya eran libres. Posteriormente, se dispuso de un helicóptero para trasladarlos a Neiva, donde están actualmente. Para ese punto, miembros del Ministerio y Cúpula Militar les ofrecieron celulares para comunicarse con sus familiares. Carvajal llamó a su esposa y padres, para informarles que estaba a salvo. “Tengo una hija de dos años, quería saber de ella. También llamé a mi mamá y le informé que estaba libre, que estaba bien”, sostuvo.
Aunque se haya tratado de una situación de campesinos, para Carvajal cree que haya sido así. Él fue criado por campesinos, por lo que es testigo que nunca serían capaces de cometer esta clase de atrocidades. “Los campesinos no matan gente, no secuestran. A los campesinos no les gusta pedirle al Gobierno. Mis padres nos criaron y nunca necesitaron de Familias en Acción, nos sacaron adelante siempre con el sudor de la frente. Entonces yo con eso le doy la respuesta que el campesino no hace maldad, sino que le da alimento al país. Con eso le digo todo”. Es por eso por lo que él cree que hubo algo detrás de esa toma.
Carvajal se encuentra descansando junto con su familia, sumado a que está en proceso de recuperación de una lesión en la pierna. Su única prioridad es estar con sus seres queridos, por lo que su regreso a las funciones policiales está en segundo plano. “No he pensado en eso. Quiero ir a Pitalito a ver a mis padres. La idea es estar lo más pronto con ellos. Por ahí en 12 días vuelvo a la unidad”, narró al mencionar que tampoco sabe cómo se realizará el trámite para las denuncias correspondientes a los responsables.
Finalmente, el funcionario le dejó un mensaje al Estado: “Le doy un mensaje al Gobierno que apoye a sus fuerzas militares, que no los deje solos. Si el apoyo hubiese llegado cuando se solicitó, hasta la muerte del compañero se pudo evitar. Al país, que tomar las vías de hecho y a veces uno dice “matarnos entre pobres mientras los ricos toman otras decisiones”; no debe ser así. Matarnos entre nosotros no va a solucionar nada, solo quedarán dolores en familia. A los hijos”.