POLÍTICA
Revolución en la revolución: ¿para dónde va el partido de la Farc?
Fracturas, pugnas y desconfianzas tienen al partido en su peor división desde que nació. ¿Es la salida de Timochenko la solución para recuperar las banderas y la unión que necesitan para tener futuro en la izquierda democrática?
La expulsión de cuatro miembros históricos de la Farc se convirtió en el florero de Llorente del nuevo episodio de división que enfrenta el partido. Muchos creían que tras la huida de Iván Márquez y sus aliados las diferencias habían quedado zanjadas, pero el malestar en la colectividad es más profundo de lo que se cree. Posiciones encontradas, traiciones, desconfianzas y orgullos heridos son algunas de las señales más recientes del pulso interno que brotó cuando CM& reveló que la dirección se está moviendo para “depurar el partido”.
Con siete votos a favor y cinco en contra, los miembros del Consejo Político tomaron la decisión de desvincular a Fabián Ramírez, Benedicto González, Andrés París y Pablo Atrato. Para mitigar el impacto de la noticia, que ni siquiera habían recibido los involucrados, los miembros de la colectividad optaron por guardar un silencio absoluto. “Se han tomado unas decisiones disciplinarias”, se limitó a decir Rodrigo Londoño. Sin embargo, un documento del 24 de marzo ya ambientaba esa decisión.
El asunto no es de poca monta. Se trata de cuatro curtidos militantes que jugaron un papel relevante en la guerra. Dos de ellos pertenecieron al estado mayor central, que hasta 2016 fue la máxima dirigencia de la organización guerrillera. De ahí el sinfín de interrogantes que abrió el Partido de la Rosa al apostarle, sin argumentos de peso más allá de calificativos divisivos, a desarmar cuadros políticos que le sirvieron en la lucha armada, que tienen fuerza para hacer juego político independiente y que desempeñan un rol en la reincorporación.
Rodrigo Londoño y Carlos Antonio Lozada fueron dos de los doce miembros del Consejo Político que habrían votado a favor de expulsar a los cuatro excombatientes.
Londoño ha cumplido un papel muy valioso para el país, pero, a la vez, confuso para sus antiguas tropas. Como nadie, el líder máximo de la Farc simboliza la transición de la guerra a la paz. Una vez se desmovilizó, se estableció en Bogotá con su pareja e hijo. Esa postal de reincorporado ideal que participa en eventos públicos le ha abierto el camino ante la opinión pública, pero se lo ha cerrado con su gente.
Aunque siempre lo vieron como un actor clave para atajar una desbandada, cuatro años después de la firma muchos tienen la sensación de que ese rol se desgastó. Y ahora parece más un factor de división que de unión entre las dos alas, que aún no encuentran mecanismos que les permitan coexistir bajo el mismo techo.
La historia de la división de la izquierda en Colombia es larga, y la Farc la vive con la misma intensidad. En este caso particular, no solo se trata de rencillas reprimidas durante décadas por tratarse de una estructura militar con mando. Muchos tienen la sensación de que sus dirigentes “quieren resolver las diferencias con el mismo rasero con los que se atendían las situaciones en el monte. Es decir, los mandos hablan y los demás cumplimos”, asegura uno de los expulsados.
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No hay un hecho concreto que explique el origen de las diferencias en la colectividad. Se trata, por el contrario, de una suma de eventos desafortunados, que van desde el aumento de asesinatos de miembros del partido hasta inconformismos por posturas políticas inconsultas. Como la que adoptó Londoño en una entrevista en la que aseguró que “en principio no tengo problema con el nombramiento” del hijo del excomandante paramilitar Jorge 40 como coordinador de atención a víctimas en el MinInterior. La opinión considera esas salidas como un intento para desmarcarse de una posición radical, pero las bases no lo ven así.
El pulso más reciente tiene que ver con el escuadrón de excombatientes que forma parte de la Unidad Nacional de Protección. Según supo SEMANA, habría presiones de traslados contra quienes no se desvinculen del Sindicato Memoria Viva. Esto a raíz de la decisión que tomaron los afiliados de bautizar la asamblea con el nombre de Gerson Morales, uno de los excombatientes que murió durante el frustrado atentado contra Londoño. Para ellos, la versión oficial no es veraz porque sus compañeros tenían signos de tortura.
El calibre de las disputas varía de partido a partido, pero este no es un mal que solo afecte a la Farc. Por peleas, divisiones o desencuentros han pasado el Centro Democrático o el propio Polo, cada uno en mayor o menor medida. Sin embargo, la diferencia en este caso radica en que la colectividad que nació fruto del acuerdo tiene, según explica el analista León Valencia, los años contados para dejar unas bases sólidas que le permitan funcionar cuando caduquen las ventajas políticas que negociaron a su favor. Si no definen una estrategia para superar los 119.000 votos que sacaron en las elecciones regionales, tendrán mínimas probabilidades de conservar la personería jurídica.
Ahora bien, la crisis por la que están pasando preocupa a sus militantes, pero también a todos los que se la han jugado por la consolidación de la paz. Que un excombatiente se desconecte del partido no significa que se vaya a delinquir. Sin embargo, las condiciones de la reincorporación en una coyuntura como la actual pueden jugar en contra. El aumento de crímenes contra miembros de la Farc –que la semana pasada superaron 200– y las dificultades para acceder a temas claves, como la tierra, oscurecen aún más el panorama.
De los expulsados se ha dicho que son cercanos a Iván Márquez. Pese a ello, sus acciones se mantienen enmarcadas en la legalidad. Benedicto González y Pablo Atrato hacen parte de la junta administrativa de Ecomún. Por su parte, Fabián Ramírez y Andrés París lideran un proceso de reincorporación independiente del proyecto oficial, pero con interlocución directa con el Gobierno. “No nos pueden pedir que odiemos a los compañeros que retornaron a la lucha armada. Otra cosa es que justifiquemos sus acciones. Eso no lo hemos hecho”, sostiene González.
La historia de las Farc no es precisamente de unanimidad, y la emergencia por el coronavirus agravó aún más la situación. Ante la imposibilidad de celebrar el Congreso que tenían planeado en abril, postergaron las discusiones pendientes, lo que aumentó más las tensiones. En remojo están el cambio de nombre, la revisión de los estatutos e incluso la propuesta de algunos sectores de relevar a Londoño.
Esa emancipación que algunos agitan se debe no solo al desempeño que, a su juicio, ha tenido el partido. En algunos sectores también comenzó a calar la idea de que la solución está en que asuma las riendas una generación distinta a la que dirigió la guerra. También sobre el tintero han puesto los nombres de Pablo Catatumbo o Victoria Sandino, por ejemplo. Entre los temas que reclaman están 1) el mal flujo de comunicación entre la dirección y las bases. 2) Los problemas de centralismo y conexión con los territorios donde está la militancia. 3) Las dificultades para delegar. Y 4) la resistencia para abrir espacios de debate a fin de analizar la deserción u otros más estratégicos, como el impacto que perdieron en movimientos y organizaciones sociales.
El futuro de la Farc en la política avanza cuesta arriba y en primer lugar deben aterrizar a la dirección para que deje de ser el costal de puños del partido. Para lograrlo necesitan encontrar una salida frente a diferencias irreconciliables, pero también definir un norte que se ajuste a las expectativas de todos. De por medio no solo está comprometido el movimiento, sino la participación de sus miembros, que creen que la colectividad “no tiene iniciativa política y no ha logrado sobresalir por ninguna gestión importante en el Congreso”. Y que “no lograron capitalizar el hecho histórico de dividir a la élite política del país”.