Reportaje: discapacidad auditiva
Doblemente aislados: la situación de las personas con discapacidad auditiva en la pandemia
El uso obligatorio del tapabocas limitó la comunicación de las personas con discapacidad auditiva. Los rostros tapados no les permiten leer los labios ni interpretar del todo la lengua de señas.
Edith Rodríguez se dio cuenta de su doble aislamiento la primera vez que salió de su casa tras meses de confinamiento. “Me antojé de una empanada”, cuenta la bogotana, quien es sorda de nacimiento. “Pero caí en cuenta de que por el tapabocas no podía leer los labios de la vendedora. Escribí una nota explicándole que soy sorda, pero la señora –por un tema de distanciamiento físico– no me la recibió. Ahí supe cuánto había cambiado mi vida”. Se fue sin la empanada y con una enorme frustración.
Edith vive con sus padres, ambos sordos; por su seguridad ella se hace cargo de las tareas que implican salir de la casa. Con el paso de los días fue evidente que los retos de la pandemia eran distintos para ellos. “En el banco el cajero cree que si me habla más duro lo escucho a través del tapabocas, no entiende que soy totalmente sorda, y en el supermercado, un empleado desesperado se quitó la máscara para hablarme y me asustó. Mis padres son mayores, no me puedo exponer”. La frustración de Edith se repite todos los días en Colombia, donde hay casi medio millón de personas con discapacidad auditiva.
La bioseguridad por cuenta de la crisis sanitaria los protege del coronavirus, pero los deja expuestos a otros peligros físicos y emocionales. El papá de Edith, Édgar Rodríguez, dice que, al no poder leer los labios de sus vecinos, su aislamiento es absoluto. “Antes uno hacía mímica y se reía un rato. Ahora ni eso”. Pero la comunicación entre sordos es más que lectura de labios, como explica Hugo López, docente de lengua de señas de la Universidad El Bosque. “Nuestra lengua es visogestual porque entendemos el mundo a través de los gestos del rostro”, dice. Desde que los tapabocas son la norma, su interacción se limitó. “No podemos ver lo que pasa entre la nariz y la quijada –agrega–, eso reduce la comunicación para nosotros”. Para él, otra enorme preocupación son los menores, que no han podido continuar aprendiendo la lengua de señas y que quedaron aislados por su discapacidad y por la soledad. “Aprender la lengua se logra en una entidad educativa, porque los padres usualmente son oyentes y no la saben.
Otro reto para esos niños es la conectividad, que puede ser muy pobre y quedan atrapados en sus casas sin nadie que los entienda”, explica. Para el Instituto Nacional para Sordos (Insor), la principal preocupación por los desafíos de comunicación es la seguridad de los niños y las mujeres víctimas de violencia doméstica y sexual. De acuerdo con Helena Patricia Hernández, subdirectora de Promoción y Desarrollo del Insor, desde que comenzó la pandemia ha aumentado el número de talleres para crear conciencia sobre las necesidades de esas poblaciones, pero saben que ante un abuso o una emergencia, están desprotegidas. “No solo no hay cómo recibir atención directa en lengua de señas; tampoco hay un acompañamiento psicológico o de seguridad adecuado”. Y señala que los CAI y otros servicios de protección no tienen opciones como una línea de WhatsApp o de videollamadas para que las víctimas puedan buscar ayuda cuando el acercamiento físico es peligroso o imposible.
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Edith quiere que las personas oyentes tengan más paciencia. “Es importante que sepan que tenemos otras maneras de comunicarnos, que no se asusten”, puntualiza. A Hugo López le consta que cuando hay deseo de entenderse, es posible. “Un día me sorprendí al enterarme de que casi toda mi familia estaba estudiando lengua de señas para comunicarse conmigo”. Ambos piden más paciencia, pues mientras la covid esté entre nosotros, también lo estará la bioseguridad, y solo la solidaridad alivia su doble aislamiento.