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Duque en su laberinto
La situación para el presidente no es fácil. Puede que después de las protestas de este año consiga la paz política con los partidos. Pero llegar a la paz social con los del paro resultará mucho más difícil.
El presidente Iván Duque llega a los últimos días de 2019 con un panorama tormentoso. El escenario no puede ser más adverso y muestra básicamente cuatro fotografías: hay un inédito movimiento de protesta social con la cacerola como símbolo; el gabinete está desgastado; el Centro Democrático dividido; y en el Congreso hay muy poco margen de maniobra para sacar reformas estructurales.
La encuesta divulgada esta semana por Gallup solo vino a dimensionar el delicado momento por el que atraviesa el Gobierno. Y las conclusiones no son nada alentadoras: el 70 por ciento desaprueba la gestión de Duque; y 8 de cada 10 colombianos considera que las cosas en el país empeoran. En los últimos diez años, un pesimismo mayor solo se vio cuando Santos, en 2013, enfrentó el paro agrario. El diagnóstico revela que los colombianos creen que empeoran la economía, el desempleo, las relaciones internacionales, la inseguridad, la educación, la situación del campo y la pobreza.
Ahora que llega la temporada navideña probablemente disminuya la intensidad de las manifestaciones en las calles. Mientras tanto, el país asistirá a un pulso entre el Gobierno y los líderes del paro para negociar 13 puntos de un pliego de peticiones. En este hay inamovibles para Duque, como liquidar el Esmad, e imposibles para el Estado, como echar para atrás los tratados de libre comercio. Las dos partes tendrán que ceder bastante.
Sin embargo, en lo que va corrido de las conversaciones ha quedado claro que, por lo pronto, hay muy poco para mostrar. Porque la cosa empezó mal desde el principio. El Gobierno invitó a Palacio a los miembros del Comité del Paro para iniciar la fase exploratoria de la conversación, pero estos decidieron pararse de la mesa debido a que aquel había incluido a los empresarios y a los gremios. En adelante, la tensión entre el Ejecutivo y los miembros del comité, en lugar de aplacarse, se ha mantenido.
Lo que al principio era un pliego de 13 exigencias terminó convertido en uno de 18, cuando se sumaron los partidos de oposición y los miembros del movimiento Defendamos la Paz. Entre los nuevos puntos incluidos, le piden a Iván Duque instalar unos diálogos de paz con el ELN. El presidente ha sido claro en afirmar que para que eso pase este grupo debe entregar, como primer requisito, a todos los secuestrados y cesar toda acción criminal. Así las cosas, hay muy pocas probabilidades de que esto se materialice.
Lo que al principio era un pliego de 13 exigencias terminó convertido en uno de 18, cuando se sumaron los partidos de oposición y los miembros del movimiento Defendamos la Paz.
Pero el problema para el Gobierno va más allá de la dificultad de cumplir las exigencias por consideraciones económicas, políticas e institucionales. Tampoco han podido llegar a un acuerdo sobre la metodología, los miembros y la dinámica de la mesa. Este paro no surgió por el descontento de un sector en particular, sino por una mezcla de organizaciones de trabajadores, ciudadanos del común, estudiantes, indígenas, políticos, ambientalistas, etcétera, con peticiones tan diversas como sus orígenes. Por eso, el Gobierno quiso sentarlos a todos en una misma mesa para comenzar la conversación. Pero el experimento no funcionó. Los estudiantes exigían una aparte para tratar los temas de la educación, y los sindicatos hacían lo mismo para tener un espacio exclusivo de ellos con el Ejecutivo.
Este paro no surgió por el descontento de un sector en particular, sino por una mezcla de organizaciones de trabajadores, ciudadanos del común, estudiantes, indígenas, políticos, ambientalistas, etcétera, con peticiones tan diversas como sus orígenes.
Aunque el Gobierno cedió en ese mecanismo y abrió la posibilidad de tener espacios independientes con los estudiantes y con el Comité del Paro, los resultados todavía no se ven. En el segundo intento de diálogo con este último tampoco hubo acuerdo y volvieron a pararse de la mesa. Esta vez, la tensión llegó porque mientras los del comité insisten en un esquema de negociación, el Gobierno se mantiene firme en su metodología de diálogo. Es decir, oír y conversar sobre las peticiones de los marchantes sin que estos hagan exigencias inamovibles. Al término de la jornada, el Gobierno citó a una nueva fase de conversaciones para el 10 de diciembre. El Comité de Paro, por su parte, anunció una “toma de Bogotá” y convocó un plantón para el 9 de diciembre en el lugar donde se estará negociando el aumento del salario mínimo.
Esta vez, la tensión llegó porque mientras los del comité insisten en un esquema de negociación, el Gobierno se mantiene firme en su metodología de diálogo.
Al ver tan modestos avances de la gran conversación nacional, en la Casa de Nariño han dejado claro que la administración de Duque no se quedará paralizada ante la situación y seguirá adelante con las reformas y medidas que considera necesarias para el país. Por esto, radicó la nueva reforma tributaria –rebautizada ley de crecimiento económico–, que ya pasó en primer debate. El presidente quiso darle un enfoque social al incluir medidas como los tres días sin IVA, la devolución de este para los más pobres, el desmonte gradual de los aportes a salud de los pensionados de menos ingresos, y los beneficios para las empresas que contraten jóvenes. Pero los miembros del Comité del Paro no vieron con buenos ojos que el Gobierno radicara el proyecto de ley. Para ellos, esa iniciativa es justamente una de las razones por las que decidieron convocar la movilización. Para el Gobierno, se trata de una medida necesaria a fin de garantizar la estabilidad de las finanzas públicas.
Al ver tan modestos avances de la gran conversación nacional, en la Casa de Nariño han dejado claro que la administración de Duque no se quedará paralizada ante la situación y seguirá adelante con las reformas y medidas que considera necesarias para el país.
experimento de la gran conversación nacional hoy tiene posibilidades de éxito bastante inciertas. Los miembros del Comité del Paro tienen un pliego de peticiones que hasta el momento presentan como inamovibles. El Gobierno, por su parte, podría tender la mano y adelantar esfuerzos para llegar a acuerdos sobre algunos de los puntos del pliego. Pero en términos realistas no hay mucho que pueda dar, pues con seguridad no hay plata para cumplir la mayoría de las exigencias. Así las cosas, si no hay condiciones para que las partes encuentren puntos de consenso, hoy no es claro a qué pueda llegar todo este ejercicio.
Pero incluso en el escenario de llegar a un eventual acuerdo con los líderes del paro, eso no va a garantizar que las aguas turbulentas se calmen para Duque. Por eso, el presidente enfrenta un laberinto. ¿Cómo satisfacer a los del paro que quieren casi todo y, simultáneamente, al Centro Democrático que le prohíbe casi todo? ¿Cómo conseguir mayorías en el Congreso sin dar mermelada a partidos que en buena parte quieren justamente eso? ¿Puede la representación política ser suficiente para resolver su problema de gobernabilidad?
¿Cómo satisfacer a los del paro que quieren casi todo y, simultáneamente, al Centro Democrático que le prohíbe casi todo? ¿Cómo conseguir mayorías en el Congreso sin dar mermelada a partidos que en buena parte quieren justamente eso? ¿Puede la representación política ser suficiente para resolver su problema de gobernabilidad?
Esta semana, Duque dio el primer paso cuando se reunió en la Casa de Nariño con César Gaviria, jefe del liberalismo, y con Germán Vargas Lleras, jefe de Cambio Radical. Buscaba alinear las bancadas de cara a la reforma tributaria. Los diálogos surtieron efecto inmediato. El martes, en un hecho inusual para un Gobierno que suda y sufre en el Congreso, este aprobó en primer debate la llamada ley de crecimiento económico a pupitrazo limpio.
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Germán Vargas protagonizó ese episodio. Él, que con su demanda había sido el mayor responsable de que la corte tumbara la primera Ley de Financiamiento, pasó a salvarla en la segunda. En sus más recientes columnas, el exvicepresidente había bajado el tono, y mostró puntos de encuentro entre la reforma tributaria que él planteó como candidato y la del Gobierno. Las dos partes llegaron a un acuerdo que para los entendidos mejora el producto original.
Por los lados de Gaviria, Duque intenta, por ahora, recomponer una relación que fue crucial para su triunfo en las elecciones, pero que se deterioró a comienzos de noviembre. Entonces, el expresidente hizo público su malestar y le pidió a Duque “salir del esquema absurdo que hoy practica, en el sentido de que no se le puede dar a nadie representación porque eso es mermelada”.
Gaviria había manifestado que su partido votaría en contra, pero dejó de ser un palo en la rueda y el liberalismo ayudó. Algo pudo haber tenido que ver el paro con esa pipa de la paz. Ante la sinfonía de cacerolas, ninguno quiere echarse al hombro la responsabilidad de haberse atravesado a una salida. En la votación por la ley de crecimiento económico estaba de por medio el grado de inversión de las calificadoras de riesgo, las cuales durante el incendio tenían la lupa sobre Colombia más que antes.
Antes del paro corrían rumores según los cuales la calificadora Fitch no estaba muy convencida de la estabilidad fiscal del país porque se basa en ingresos no recurrentes, como las utilidades extraordinarias del Banco de la República o la eventual venta de empresas estatales. En la calificación también ayuda hacer recortes en el gasto público, lo cual ante el pliego de peticiones del paro parece imposible. En coyunturas difíciles en el pasado, la solidez institucional ha impedido que a Colombia le bajen el grado de inversión. El paro tendría consecuencias muy graves si llegara a poner en entredicho esa fortaleza histórica.
Gaviria y Vargas entendieron ese riesgo y por eso ayudaron. Como el presidente Duque busca un gran acuerdo nacional, algunos han visto este gesto como un primer paso en ese sentido. Pero esos coqueteos no significan que el compromiso se haya convertido en matrimonio. Tanto el jefe del Partido Liberal como el de Cambio Radical aclaran que dieron su respaldo sobre un tema puntual, pero que este no implica que sus respectivos partidos entren al Gobierno.
En público, Gaviria y Vargas Lleras dejan claro que esto último no depende de que les ofrezcan ministerios, sino de acuerdos programáticos a los que podrían llegar aún sin la zanahoria de un puesto en el gabinete. En privado, sin embargo, los dos tienen dudas sobre qué tan rentable política y electoralmente puede resultar entrar a un Gobierno con 70 por ciento de rechazo. A pesar de esto, las invitaciones de Duque a Palacio han tendido un puente de comunicación que no existía.
El presidente Duque, al haber abierto un diálogo directo con los partidos y sus líderes, dio un primer paso para tratar de salir del laberinto en que se encuentra. Muchos dan por descontado que a comienzos del año entrante hará cambios en el gabinete. La llegada de Claudia Blum a la Cancillería y la movida de Carlos Holmes Trujillo a Defensa no aportaron nada a la gobernabilidad. Seguramente, las figuras que lleguen al Gobierno en el revolcón ministerial representarán partidos diferentes al Centro Democrático y aportarán votos para destrabar el bloqueo de Duque en el Congreso.
Aun con gabinete renovado la cosa no le va a quedar fácil al presidente. Puede que logre la paz política con los partidos, pero la paz social con los promotores del paro va a resultar mucho más difícil.
Aun con gabinete renovado la cosa no le va a quedar fácil al presidente. Puede que logre la paz política con los partidos, pero la paz social con los promotores del paro va a resultar mucho más difícil. Duque puede tener la voluntad, pero no la plata. Esa no es una realidad política, sino matemática, pues el país atraviesa épocas de vacas flacas. Esa situación a corto plazo solo aumentará la polarización. Por estos días, la mitad de los colombianos piensa que una crisis como la actual requiere un Germán Vargas. La otra mitad, por el contrario, la considera la prueba de que Petro tenía razón. Pero a mediano plazo la gente terminará cansada de los extremos y dando un viraje hacia el centro, como ya quedó en evidencia en las últimas elecciones de alcaldes y gobernadores en las que cambió el mapa político. Los votos para que esta corriente llegue a la Casa de Nariño están. Pero nadie sabe quién los recogerá.